MEDITACIÓN
III
Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna
Considera
como el Eterno Padre, dándonos al Hijo por Redentor, por víctima, por precio de
nuestro rescate; no podía darnos motivos más poderosos de esperanza, de amor
para inspirarnos confianza, para obligarnos a amarle. Dándonos el Padre al
Hijo, dice San Agustín.
Quiere
que nosotros apreciemos este inmenso don, a fin de adquirirnos la salvación
eterna y toda gracia que nos sea necesaria para conseguirla, mientras que en
Jesús hallamos cuanto podemos desear: luces, fortaleza, paz, confianza, amor y
gloria eterna.
Siendo
cierto que Jesucristo es un don que contiene todos los otros dones, ¿qué
podemos buscar y desear? ¿Cómo no nos donó con él todas las cosas? dice san
Pablo. Habiéndonos Dios dado a su amado Hijo, que es la fuente y tesoro de
todos los bienes, ¿quién puede temer que quiera negarnos alguna gracia que le
pidamos? Jesucristo, dice el mismo Apóstol, ha sido hecho por Dios, sabiduría,
y justificación, santificación, y redención.
Dios
le ha dado a nosotros ciegos e ignorantes, como luz y sabiduría, para caminar
por la senda de la salvación a nosotros reos e ingratos, como justicia, para
satisfacer por nuestras culpas, a nosotros pecadores, para santificarnos.
Finalmente, Dios le ha dado a nosotros esclavos del demonio, como rescate, para
adquirir la libertad de hijos de Dios.
En
suma, concluye el Apóstol, con Jesucristo nosotros somos enriquecidos en todas
cosas, de manera que no nos falte cosa alguna en ninguna gracia’. Y este don
que nos ha hecho Dios de su Hijo, es un don hecho a cada uno de nosotros; pues
que él le ha dado todo a cada uno, como si a él solo fuese donado; así es que
cada uno de nosotros puede decir: Jesús es todo mío; mío es su cuerpo y su
sangre: mía es su vida, sus dolores, su muerte: míos son sus méritos.
Por
esto decía san Pablo: Me amó y se entregó a sí mismo por mí’. Y lo mismo puede
decir cada uno: Mi Redentor me ha amado, y por el amor que me ha tenido, se ha
entregado todo a mí.
Afectos
y súplicas
¡Oh
Dios eterno! y ¿quién jamás podía hacer este don que es de infinito valor, sino
Vos que sois un Dios de amor infinito? ¡Oh Criador mío! y ¿qué más podíais
hacer para darnos confianza en vuestra misericordia y ponernos en la obligación
de amaros?
Señor,
yo os he pagado con ingratitudes; pero Vos habéis dicho por vuestro Apóstol,
que a los que aman a Dios todas las cosas les contribuyen al bien: omnia
cooperantur in bonum.
No
quiero, pues, que el gran número y enormidad de mis pecados me hagan desconfiar
de vuestra bondad; quiero que me sirvan para más humillarme, cuando reciba
alguna afrenta. Muchas merece quien ha tenido el atrevimiento de ofenderos,
bondad infinita: quiero que me sirvan para mejor resignarme con las cruces que
me enviéis para ser más diligente en serviros y honraros, a fin de compensar
las injurias que os he hecho.
Quiero,
sí, acordarme siempre, o Dios mío, de los disgustos que os he causado, para
alabar más vuestra misericordia, y para encenderme siempre más en el amor hacia
Vos, que me habéis acercado cuando huía de Vos, y me habéis hecho tanto bien,
después que yo tanto os he maltratado.
Espero,
Señor, que ya me habréis perdonado. Me arrepiento, y quiero siempre arrepentirme
de los ultrajes que os he hecho. Quiero seros agradecido, compensando con mi
amor la ingratitud que con Vos he usado. Pero Vos debéis ayudarme, y a Vos pido
la gracia de cumplir esta mi voluntad. Haceos amar mucho de un pecador que os
ha ofendido también mucho.
Dios mío, Dios mío, y ¿quién podrá
jamás dejar de amaros, y separarse nuevamente de vuestro amor?
¡Oh María, reina mía
socorredme; Vos sabéis mi debilidad. Haced que yo me encomiende a Vos, siempre
que el demonio pretenderá separarme de Dios. Madre mía, esperanza mía,
ayudadme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario