Meditación
XIII
Con
bautismo es menester que yo sea bautizado: ¿y cómo me angustio hasta que se
cumpla?
Baptismo
habeo baptizari; et quomodo coarclor usque dum perficiatur
Considera
como Jesús padeció desde el primer momento de su vida; y todo lo padeció por
amor nuestro. Él no tuvo en toda su vida otro interés después de la gloria del
Padre, que nuestra salvación.
Como
Hijo de Dios, no tenía necesidad de padecer para merecerse el paraíso.
Cuanto
sufrió de penas, de pobreza y de ignominias, todo lo aplicó para merecernos la
salvación eterna. Así, pudiendo salvarnos sin padecer, quiso tomar una vida de
dolores, pobre, despreciado y desamparado de todo alivio, con una muerte la más
desolada y amarga que jamás había sufrido mártir o penitente alguno; solo por
darnos a entender la grandeza del amor que nos tenía, y por ganarse nuestros
afectos.
Vivió
treinta y tres años, y vivió suspirando porque se acercase la hora del
sacrificio de su vida, que deseaba ofrecer para alcanzarnos la divina gracia y
la gloria del paraíso.
Este
deseo le hizo decir: Con bautismo es menester que yo sea bautizado; ¿y cómo
me angustio hasta que se cumpla? Deseaba ser bautizado con su propia
sangre, no para lavar sus pecados, siendo él inocente y santo, sí los de los
hombres, a quienes tanto amaba. Nos amó, y nos lavó en su sangre, dice san
Juan. Ap. 1, 5.
¡Oh
exceso del amor de un Dios, que todos los hombres y todos los Ángeles no
llegaron jamás a comprenderle y alabarle cuanto basta! Pero lamentase san
Buenaventura al ver la grande ingratitud de los hombres a tan grande amor, y se
admira que nuestros corazones no se rasguen por la fuerza del amor de Dios. Se
maravilla en otro lugar el mismo Santo de ver a un Dios padecer tantas penas,
gemir en un establo, pobre en un taller, desangrado sobre una cruz, en suma,
afligido y atribulado en toda su vida por amor de los hombres; y ver luego a
estos no arder de amor por este Dios tan amante, y aun tener valor de
despreciar su amor y su gracia. ¡Oh Dios! ¿Cómo es posible comprender que os
hayáis reducido a tanto padecer por los hombres, y que haya de estos quienes
ofendan tanto a Vos?
Afectos
y súplicas
Amado
Redentor mío, entre estos ingratos que han pagado vuestro inmenso amor,
vuestros dolores y vuestra muerte con disgustos y desprecios, mirad a mí, que
soy uno de ellos. ¡Oh mi Jesús amado! ¿Cómo viendo Vos la ingratitud que había
de usar, pudisteis amarme tanto, y resolveros a padecer tantos desprecios y
penas por mí? Más no quiero desesperarme. El mal está ya hecho.
Dadme,
pues, Señor, aquel dolor que me habéis merecido con vuestras lágrimas, pero que
sea un dolor igual a mi iniquidad. Corazón amoroso de mi Salvador tan afligido
y desconsolado un tiempo por amor mío; y ahora tan ardiente, mudadme el
corazón, dadme otro que compense los disgustos que os he causado, un amor que
iguale mi ingratitud. Ya me siento con un gran deseo de amaros, y os doy
gracias porque vuestra piedad me ha trocado el corazón. Aborrezco sobre todo mal
las ofensas que os he hecho; las detesto, las miro con horror. Estimo ahora más
vuestra amistad, que toda riqueza y todo reino. Deseo complaceros cuanto puedo.
Os amo, o amable infinito; mas veo que este mi amor es demasiado escaso.
Aumentad Vos la llama, dadme más amor; porque el vuestro debe ser correspondido
con otro mucho mayor por mí, que tanto os he ofendido, y que en vez de castigos
he recibido de Vos tan especiales favores. ¡Oh sumo bien! No permitáis que yo
viva más tiempo ingrato a tantas gracias que me habéis hecho. Moriré por amor
de Vos: diré con san Francisco, que os habéis dignado morir por amor mío.
María, esperanza mía, ayudadme,
rogad a Jesús por mí.
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