MEDITACIÓN
II
Y
el Verbo fue hecho carne
El
Señor envió a San Agustín para que escribiera sobre el corazón de santa María
Magdalena de Pazzis las palabras Verbum caro factum est. Por lo que nos
interesa, pidamos también nosotros al Señor que nos ilumine el entendimiento, y
nos haga conocer qué exceso y prodigio de amor ha sido el que el Verbo eterno,
el Hijo de Dios, se haya hecho también hombre por amor nuestro.
La
santa Iglesia se llena de admiración contemplando este misterio, según aquellas
palabras; Consideré tus obras y me pasmé.
Si
Dios hubiese criado mil mundos mil veces más grandes y más bellos que el
presente, es cierto que esta obra sería infinitamente menor que la Encarnación
del Verbo. Fecit polentiam in bracho suo. Para ejecutar la obra del a
Encarnación se ha necesitado toda la omnipotencia y sabiduría infinita de un
Dios, haciendo que la naturaleza humana se uniese a una persona divina, y que
una persona divina se humillase a tomar la naturaleza humana; de manera, que
Dios se hizo hombre y el hombre se hizo Dios; y habiéndose unidos la divinidad
del Verbo al alma y al cuerpo de Jesucristo, se hicieren divinas todas las
acciones de este hombre-Dios: divinas sus oraciones, divinos los padecimientos,
divinos los vagidos, divinas las lágrimas, divinos los pasos, divinos los miembros,
divina aquella sangre, para hacer de ella un baño de salud destinado a lavar
todos nuestros pecados, y un sacrificio de infinito valor, para aplacar la
justicia del Padre justamente indignado con los hombres. Miserables criaturas,
ingratas y rebeldes.
Y
¡por ellas hacerse un Dios hombre! ¡Sujetarse a las mismas miserias humanas!
¡Padecer y morir por salvar a estos seres indignos! Se humilló a sí mismo, dice
san Pablo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz Flp 2, 8.
¡Oh
fe santa! Si tú no nos asegurases de esto, ¿quién podría creer jamás que un
Dios de infinita majestad se haya abajado hasta hacerse pasible y mortal como
nosotros, para salvarnos a costa de tantas penas e ignominias, y de una muerte
cruel y vergonzosa? ¡Oh gracia! ¡Oh fuerza de amor! Exclama san Bernardo. ¡Oh
gracia! que ni aun podrían imaginársela los hombres si Dios mismo no hubiera
pensado hacérsela! ¡Oh amor divino, que no podrá jamás comprenderse! ¡Oh misericordia!
¡Oh caridad infinita, digna solamente de una bondad infinita!
Afectos
y súplicas.
¡Oh
alma! ¡Oh cuerpo! ¡Oh sangre de mi Jesús!
Yo
os adoro, y os doy gracias. Sois mi esperanza. Vosotros sois el precio pegado
para rescatarme del infierno, que vida tan infeliz y desesperada aguardar
debería en la eternidad, si Vos, Redentor mío, no hubieseis pensado en salvarme
con vuestra muerte! Mas ¿cómo las almas redimidas por Vos con tanto amor,
sabiendo esto, pueden vivir sin amaros, y despreciar vuestra gracia, que con
tantos trabajos les habéis procurado? ¿Por ventura ignoraba yo todo esto?
¿Cómo, pues, he podido ofenderos, y ofenderos tantas veces? Pero repito,
vuestra sangre es mi esperanza.
Conozco,
Salvador mío, el grande agravio que os he hecho. ¡Oh hubiese yo muerto mil
veces antes! ¡Oh si os hubiese siempre amado! Más os doy gracias, porque me
dais tiempo de verificarlo aun. Espero en lo que me resta de esta vida, y
después en la eternidad alabar por siempre la misericordia que conmigo habéis
usado. Después de mis pecados, yo merecía más tinieblas, y me habéis dado más
luz. Merecía que mi corazón quedase más endurecido, y Vos lo habéis enternecido
y compungido. Así es que por vuestra gracia siento ahora un gran dolor de las
ofensas que os he hecho; siento en mí un gran deseo de amaros; siento en mí una
firme resolución de perderlo todo antes que vuestra amistad; siento un amor
hacia Vos que me hace aborrecer todo lo que os desagrade; y este dolor, este
deseo, esta resolución y este amor, ¿quién me lo da? Me lo dais Vos por vuestra
misericordia. Luego es, Jesús mío, señal de que ya me habéis perdonado; es
señal de que ahora me amáis, y queréis salvarme a todo trance. Sí; Vos queréis
salvarme, principalmente por daros gusto. Vos me amáis, y también yo os amo;
pero os amo poco, dadme más amor: Vos merecéis más amor de mi, a quién habéis
dispensado gracias más especiales que a los demás. Ea, pues aumentad la llama.
María
santísima, alcanzadme que el amor de Jesús consuma y destruya en mi todos los
deseos que no son para Dios, Vos oís a todos, oídme también y alcanzadme amor y
perseverancia.
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