MEDITACION
XV
Hallaréis
al Niño echado en un pesebre.
Invenietis
infantem positum in prasepio. (Luc. II, 12)
Contemplando
la santa Iglesia este gran misterio y este gran prodigio de aparecer un Dios
nacido en un establo, toda admirada exclama: ¡Oh grande misterio, y
admirable Sacramento! que los animales viesen al Señor nacido recostado en un
pesebre.
Para
contemplar con ternura y amor el nacimiento de Jesús, debemos pedir al Señor
que nos dé una fe viva; porque si entramos sin fe en la gruta de Belén, no
experimentaremos más que un afecto de compasión, al ver un niño reducido a un
estado tan pobre, que naciendo en el corazón de invierno, es reclinado en un
pesebre de bestias, sin fuego y en medio de una fría cueva.
Pero si entramos con fe, y vamos
considerando qué exceso de bondad y de amor ha sido el que un Dios haya querido
reducirse a comparecer pequeñito infante, estrechando entre las fajas, colocado
sobre la paja, que gime, que tiembla de frío, que no puede moverse, que tiene
necesidad de leche para vivir, ¿cómo es posible que cada uno de nosotros no
se sienta atraído, y dulcemente obligado a dar todos sus afectos a este Dios
niño, que se ha reducido a tal estado para hacerse amar? Dice San Lucas,
que los pastores después de haber visitado a Jesús en el establo, se volvieron
glorificando y loando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto. Lc.
2, 20.
¿Que
habían visto? No otro que un pobrecito niñito tiritando de frio, sobre unas
pocas pajas; mas por cuanto estaban iluminados de la fe, reconocieron en aquel
infante el exceso del amor divino; del cual inflamados iban después alabando y
glorificando a Dios en la contemplación de haber tenido la suerte de ver un
Dios anonadado y desmayado por amor de los hombres. Exinanivil semelipsum.
Afectos
y súplicas.
¡Oh
amable, oh mi dulce Niño! Aunque os miro tan pobre sobre esa paja, yo os
confieso y os adoro por mi Señor y Creador.
Comprendo
ya quién os ha reducido a estado tan miserable; ha sido el amor que me habéis
tenido. Acordándome, pues, Oh Jesús mío, de la manera que en lo pasado os he
tratado, y de las injurias que os he hecho, me maravillo como habéis podido
soportarme.
¡Malditos
pecados! ¿qué habéis hecho? Me habéis hecho llenar de amargura el corazón de
este mi enamorado Señor. Ea, pues, mi amado Salvador, por los dolores que
sufristeis, y por las lágrimas que derramasteis en el establo de Belén, dadme
lágrimas, dadme un gran dolor que haga llorar toda mi vida los disgustos que os
he ocasionado. Dadme amor hacia Vos, pero un amor tal que compense las ofensas
que os he hecho.
Os
amo, mi chiquito Salvador, os amo, Dios niño y amor mío, mi vida y mi todo. Os
prometo de aquí en adelante no amar a otro que a Vos. Ayudadme con vuestra
gracia, sin la que nada puedo.
María,
esperanza mía, Vos alcanzáis cuanto queréis de este Hijo, alcanzadme su santo
amor. Madre mía, escuchadme.
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