lunes, 30 de septiembre de 2013

No me asusta para nada que “hagan lío” en mi diócesis, antes bien me alegra - Mons. Antonio Marino

“Vayan y hagan discípulos
en todas las naciones”
(Mt 28,19)

Homilía en la
45ª Invasión de Pueblos
Lobería
28 de septiembre de 2013

Queridos jóvenes, chicos y chicas de todas las parroquias de los nueve partidos de nuestra diócesis:

I. Una sola familia
Como les decía en el mensaje que les he dirigido para preparar esta “Invasión de pueblos” nº 45, éste es para mí “uno de los momentos más esperados. La visión de tantos jóvenes juntos, de tantos centenares de chicos y chicas que tienen ganas de ser mejores discípulos y misioneros de Jesucristo, me alegra el corazón y me abre a la esperanza”.
Según el registro de inscripciones, estoy delante de 944 jóvenes participantes. Aquí están presentes las parroquias de Pinamar, Villa Gesell y Madariaga; las de Mar Chiquita y Balcarce; las de Gral. Pueyrredón, Gral. Alvarado, Lobería y Necochea. Ésta debe ser para ustedes una experiencia inolvidable, no sólo por el número, sino ante todo por la calidad de su encuentro con Cristo dentro de su Iglesia.
¡Qué hermoso es sentir la unidad en la fraternidad! Como dice el Salmo 133: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!” (Sal 133,1). Hoy sentimos que se fortalecen nuestros vínculos fraternos. Hoy tomamos mayor conciencia de formar una sola familia. Porque aunque los cristianos católicos pertenecemos a distintas parroquias que tienen sus párrocos, no hay una Iglesia distinta en cada lugar, pues todos pertenecemos a la Iglesia Católica que es una y la misma en cada parroquia y en cada diócesis, que está presidida por un obispo que vive en comunión con el Papa y con los demás obispos del mundo.
Hace pocos días, recordando lo vivido en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, nos decía el Papa Francisco unas palabras que debemos aplicar a esta ocasión: “En aquella inmensa multitud de jóvenes sobre las playas de Copacabana, se sentía hablar tantas lenguas, se veían rostros de rasgos muy diversos entre ellos, se encontraban culturas diversas. Y sin embargo había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, estábamos unidos y esto se sentía. Preguntémonos todos: ¿siento esta unidad, o quizá no me interesa porque estoy encerrado en mi pequeño grupo o en mi mismo? ¿Soy de aquellos que privatizan la Iglesia para el propio grupo, la propia Nación, los propios amigos? Cuándo siento que tantos cristianos en el mundo sufren ¿soy indiferente o es como si sufriese uno de mi familia? ¿Rezamos los unos por los otros? ¡Es importante mirar fuera del propio recinto, sentirse Iglesia, única familia de Dios!” (Audiencia general del 25 de septiembre).

domingo, 29 de septiembre de 2013

Hacen falta buenos catequistas - Papa Francisco

DISCURSO DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES
EN EL CONGRESO INTERNACIONAL
SOBRE LA CATEQUESIS
Viernes 27 de septiembre de 2013 
 
Queridos catequistas, buenas tardes.
Me alegra que en el Año de la fe tenga lugar este encuentro para ustedes: la catequesis es un pilar maestro para la educación de la fe, y hacen falta buenos catequistas. Gracias por este servicio a la Iglesia y en la Iglesia. Aunque a veces pueda ser difícil, se trabaje mucho, con mucho empeño, y no se vean los resultados deseados, educar en la fe es hermoso. Es, quizás, la mejor herencia que podemos dejar: la fe. Educar en la fe, para hacerla crecer. Ayudar a niños, muchachos, jóvenes y adultos a conocer y amar cada vez más al Señor, es una de las más bellas aventuras educativas: se construye la Iglesia. «Ser» catequistas. No trabajar como catequistas: eso no vale. Uno trabaja como catequista porque le gusta la enseñanza… Pero si tú no eres catequista, ¡no vale! No serás fecundo, no serás fecunda. Catequista es una vocación: “ser catequista”, ésta es la vocación, no trabajar como catequista. ¡Cuidado!, no he dicho «hacer» de catequista, sino «serlo», porque incluye la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Recuerden lo que nos dijo Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción”. Y lo que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente en la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Ayudamos, guiamos al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar lo que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “Predicad siempre el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras”. Las palabras vienen… pero antes el testimonio: que la gente vea en vuestra vida el Evangelio, que pueda leer el Evangelio. Y «ser» catequistas requiere amor, amor cada vez más intenso a Cristo, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas, no se compra tampoco aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo, sale de Cristo y nosotros tenemos que caminar desde Cristo, desde este amor que Él nos da.

¿Qué significa este caminar desde Cristo, para un catequista, para ustedes, también para mí, porque también yo soy catequista? ¿Qué significa?

sábado, 28 de septiembre de 2013

Domingo XXVI (ciclo c) Catena Aurea

Lucas 16,19-31
"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino finísimo y cada día tenía convites espléndidos. Y había allí un mendigo llamado Lázaro, que yacía a la puerta del rico, lleno de llagas. Deseando hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico, y ninguno se las daba: mas venían los perros y le lamían las llagas".
"Y aconteció que cuando murió aquel pobre, lo llevaron los ángeles al seno de Abraham. Y murió también el rico, y fue sepultado en el infierno. Y alzando los ojos cuando estaba en los tormentos, vio de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno. Y él, levantando el grito, dijo: Padre Abraham, compadécete de mí y envía a Lázaro, que moje la extremidad de su dedo en agua para refrescar mi lengua, porque soy atormentado en esta llama. Y Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tú bienes en tu vida, y Lázaro también males; pues ahora él es aquí consolado y tú atormentado. Fuera de que hay una sima impenetrable entre nosotros y vosotros: de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de ahí pasar acá".
"Y dijo: Pues te ruego, Padre, que lo envíes a casa de mi padre. Porque tengo cinco hermanos, para que les de testimonio; no sea que vengan ellos también a este lugar de tormentos. Y Abraham le dijo: Tienen a Moisés y a los profetas, óiganlos. Mas él dijo: No, padre Abraham; mas si alguno de los muertos fuere a ellos, harán penitencia. Y Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aun cuando alguno de los muertos resucitare".

Beda
Había advertido el Señor que nos granjeásemos amigos con las riquezas de la iniquidad y los fariseos que lo habían oído se reían de El. Pero después les confirma lo que había predicado por medio de un ejemplo, diciendo: "Había un hombre rico", etc.

Crisóstomo, hom. de divite, ex Luca
Era, no es, porque pasó como una sombra que huye. No toda pobreza es santa, ni todas las riquezas son pecaminosas, pero así como la lujuria deshonra las riquezas, así la santidad recomienda la pobreza.
Prosigue: "Que se vestía de púrpura y de lino finísimo".

San Ambrosio
La púrpura tiene el color de manto real y sale de las conchas marinas abiertas con hierro. La gasa es una especie de lino blanco muy delicado.

Domingo XXVI (ciclo c) Guión litúrgico


Entrada:
Hermanos Reunidos para celebrar el día del Señor participando de la Santa Misa que actualiza el misterio de nuestra salvación y nos anticipa el cielo. Nos ponemos de pie y cantamos… 

Domingo XXVI (ciclo c) Benedicto XVI (ángelus)

BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 30 de septiembre de 2007
 
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el evangelio de san Lucas presenta la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). El rico personifica el uso injusto de las riquezas por parte de quien las utiliza para un lujo desenfrenado y egoísta, pensando solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al mendigo que está a su puerta. El pobre, al contrario, representa a la persona de la que solamente Dios se cuida:  a diferencia del rico, tiene un nombre, Lázaro, abreviatura de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente "Dios le ayuda". A quien está olvidado de todos, Dios no lo olvida; quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso a los del Señor. La narración muestra cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina:  después de la muerte, Lázaro es acogido "en el seno de Abraham", es decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba "en el infierno, en medio de los tormentos". Se trata de una nueva situación inapelable y definitiva, por lo cual es necesario arrepentirse durante la vida; hacerlo después de la muerte no sirve para nada.

Domingo XXVI (ciclo c) San Ambrosio

El rico Epulón
(Lc.16,19-31)

        Había un hombre rico que vestía de púrpura. Y puesto que se hace mención del nombre, parece tratarse más de una historia que de una parábola. Con toda intención, el Señor nos ha presentado aquí a un rico que gozó de todos los placeres de este mundo, y que ahora, en el infierno, sufre el tormento de un hambre que no se saciará jamás; y no en vano presenta, como asociados a sus sufrimientos, a sus cinco hermanos, es decir, los cinco sentidos del cuerpo, unidos por una especie de hermandad natural, los cuales se estaban abrasando en el fuego de una infinidad de placeres abominables; y, por el contrario, colocó a Lázaro en el seno de Abrahán, como en un puerto tranquilo y en asilo de santidad, para enseñarnos que no debemos dejarnos llevar de los placeres presentes ni, permaneciendo en los vicios vencidos por el tedio, determinar una huida del trabajo. Trátese, pues, de ese Lázaro que es pobre en este mundo, pero rico delante de Dios, o de aquel otro hombre que, según el apóstol, es pobre de palabra, pero rico en fe (St 2, 5) —a la verdad, no toda pobreza es santa, ni toda riqueza reprensible, sino del mismo modo que la lujuria contamina las riquezas, así la santidad recomienda la pobreza—,o del hombre apostólico que conserva íntegra su fe, que no busca la belleza en las palabras, ni el acopio de argumentos, ni tampoco los fastuosos ropajes de las frases, puesto que este tal recibió ya su apropiada recompensa cuando luchó contra los herejes maniqueos: Marción, Sabelio, Arrio y Fotino—éstos no son otra cosa que los hermanos de los judíos, a los que están unidos por una hermandad llena de perfidia—, reprimiendo los deseos de la carne que, como he dicho, sirven de incentivo a los cinco sentidos, es decir, de ese que recibió la recompensa que se le prometió, cuando se le entregó, en pago, riquezas sobreabundantes y una soldada perpetua.

Y no es que creamos que es errado el sostener que este pasaje se refiere a la fe que Lázaro recoge de la mesa de los ricos, ese Lázaro cuyas úlceras, según el texto, daban asco al rico Epulón, que entre banquetes suntuosos y convites llenos, de perfumes no podía soportar el mal olor de esas úlceras que lamían los perros, a aquel que sentía hastío hasta del olor del aire y de la misma naturaleza; y es que no hay duda que la arrogancia y el orgullo de los ricos tienen signos propios para manifestarse y de tal manera se olvidan éstos que son hombres, que, como si estuvieran por encima de la naturaleza humana, encuentran en las miserias de los pobres un incentivo para sus pasiones, se ríen del necesitado, insultan al mendigo y saquean a esos mismos de los que se debían apiadar.

Domingo XXVI (ciclo c) Benedicto XVI

La parábola del rico epulón
y el pobre Lázaro
(Lc 16, 19-31) 

De nuevo nos encontramos en esta historia dos figuras contrastantes: el rico, que lleva una vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa, siguiendo la costumbre de la época de limpiarse las manos con trozos de pan y luego arrojarlos al suelo. En parte, los Padres han aplicado a esta parábola el esquema de los dos hermanos, refiriéndolo a la relación entre Israel (el rico) y la Iglesia (el pobre Lázaro), pero con ello han perdido la tipología completamente diversa que aquí se plantea. Esto se ve ya en el distinto desenlace. Mientras los textos precedentes sobre los dos hermanos quedan abiertos, terminan con una pregunta y una invitación, aquí se describe el destino irrevocable tanto de uno como del otro protagonista.

         Como trasfondo que nos permite entender este relato hay que considerar la serie de Salmos en los que se eleva a Dios la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. Lázaro forma parte de aquellos pobres cuya voz escuchamos, por ejemplo, en el Salmo 44: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean… Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como ovejas de matanza» (vv. 14.23; cf. Rm 8, 36). La antigua sabiduría de Israel se fundaba sobre el presupuesto de que Dios premia a los justos y castiga a los pecadores, de que, por tanto, al pecado le corresponde la infelicidad y a la justicia la felicidad. Esta sabiduría había entrado en crisis al menos desde el exilio. No era sólo el hecho de que Israel como pueblo sufriera más en conjunto que los pueblos de su alrededor, sino que lo expulsaron al exilio y lo oprimieron; también en el ámbito privado se mostraba cada vez más claro que el cinismo es ventajoso y que, en este mundo, el justo está destinado a sufrir. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción, un nuevo intento de convertirse en «sabio», de entender correctamente la vida, de encontrar y comprender de un modo nuevo a Dios, que parece injusto o incluso del todo ausente.

viernes, 27 de septiembre de 2013

La Jerarquía de la Iglesia

1 NATURALEZA JERARQUICA
DE LA IGLESIA
1.1 La Iglesia verdadera sociedad

La Iglesia es verdadera sociedad porque tiene los tres elementos indispensables en ella: a) multiplicidad de individuos que la integran; b) fin y medios de acción que los unen, c) autoridad que los dirige.

Todas las sociedades: a) constan de varios individuos- b) tienen un fin que las distingue: unas son literarias, otras científicas, comerciales, etc.; y buscan los medios apropiados para alcanzar su fin, c) Reconocen una autoridad directiva.

En la Iglesia: a) los individuos son los bautizados. b) El fin, es la salvación eterna; y los medios para alcanzarla, la fe, mandamientos, sacramentos, etc. c) La autoridad, es el Papa y los Obispos.

"La Iglesia como Pueblo de Dios, reconoce una sola autoridad: Cristo. El es el único Pastor que la guía. Sin embargo, los lazos que a El la atan, son mucho más profundos que los de la simple labor de conducción. Cristo es autoridad de la Iglesia en el sentido más profundo de la palabra: porque es su autor. Porque es la fuente de su vida y unidad, su Cabeza. Esta capitalidad es la misteriosa relación vital que lo vincula a todos sus miembros, Por eso, la participación de su autoridad a los pastores, a lo largo de la historia, arranca de esta misma realidad. Es mucho más que una potestad jurídica. Es participación en el misterio de su capitalidad. Y, por lo mismo, una realidad de orden sacramental" (Puebla, núm.. 257).

 

a) El Pueblo de Dios. Los fieles cristianos

Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios, y cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo (Puede verse el Código de Derecho Canónico, el Libro II "Te Populo Dei").

Queda claro que todos los bautizados forman la Iglesia que es el nuevo Pueblo de Dios, del que fue preparación y figura el antiguo Pueblo de Israel, pueblo escogido.

El Concilio Vaticano II dice que a la Iglesia, Pueblo de Dios " se incorporan plenamente los que, poseyendo el Espíritu de Cristo, reciben íntegramente sus disposiciones y todos los medios de salvación depositados en ella, y se unen por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión, a su organización visible con Cristo, que la dirige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos" (Const. Apost. Lumen Gentium, n. 14).

Hay dos principios básicos en la constitución del Pueblo de Dios:

a. 1 Principio de igualdad: todos los bautizados están igualmente llamados a la plenitud de la santidad, que es la misma para todos, y todos están igualmente llamados al apostolado común (Lumen Gentium. 32, 4l).

a.  2 Principio de variedad: aunque la santidad y el apostolado son, en cuanto a su sustancia y fin, iguales para todos, sin embargo, hay diversidad en los modos y formas de alcanzarlos, dependiendo de las condiciones de vida y de las vocaciones particulares específicas (cfr. ibid., n. 32).

jueves, 26 de septiembre de 2013

Los proyectos de ley sobre el matrimonio personas del mismo sexo "una movida del padre de la mentira" y guerra de Dios - Card. Jorge Bergoglio

Buenos Aires, 22 de junio de 2010.
Queridas hermanas:

Les escribo estas líneas a cada una de Ustedes que están en los cuatro Monasterios de Buenos Aires. El pueblo argentino deberá afrontar, en las próximas semanas, una situación cuyo resultado puede herir gravemente a la familia.
Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo. Aquí está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papa, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones.
Recuerdo una frase de Santa Teresita cuando habla de su enfermedad de infancia. Dice que la envidia del Demonio quiso cobrarse en su familia la entrada al Carmelo de su hermana mayor. Aquí también está la envida del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra.

Razones de mi conversión al catolicismo - G. K. Chesterton

Por qué me convertí al catolicismo
G. K. Chesterton
 

Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema "por qué soy católico" es muy distinto del problema "por qué me convertí al catolicismo". Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después... Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario.

La "confirmación" de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón.

Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruida para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral. ¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La indisolubilidad del matrimonio como bien para los esposos, para los hijos, para la Iglesia y para la humanidad entera - Juan Pablo II

DISCURSO DEL PAPA
JUAN PABLO II
A LOS PRELADOS AUDITORES,
DEFENSORES DEL VÍNCULO
Y ABOGADOS DE LA

ROTA ROMANA,
CON OCASIÓN DE LA APERTURA
DEL AÑO JUDICIAL

Lunes 28 de enero de 2002 
 
1. Doy vivamente las gracias al monseñor decano, que, interpretando bien vuestros sentimientos y vuestras preocupaciones, con breves observaciones y datos concretos ha destacado vuestro trabajo diario y las graves y complejas cuestiones, objeto de vuestros juicios.

La solemne inauguración del año judicial me brinda la grata ocasión de un cordial encuentro con cuantos trabajan en el Tribunal de la Rota romana -prelados auditores, promotores de justicia, defensores del vínculo, oficiales y abogados-, para manifestarles mi gratitud, mi estima y mi aliento. La administración de la justicia en el seno de la comunidad cristiana es un servicio valioso, porque constituye la premisa indispensable para una caridad auténtica.

Como ha subrayado el monseñor decano, vuestra actividad judicial atañe sobre todo a las causas de nulidad del matrimonio. En esta materia, junto con los demás tribunales eclesiásticos y con una función especialísima entre ellos, que subrayé en la Pastor bonus (cf. art. 126), constituís una manifestación institucional específica de la solicitud de la Iglesia al juzgar, conforme a la verdad y a la justicia, la delicada cuestión concerniente a la existencia, o no, de un matrimonio. Esta tarea de los tribunales en la Iglesia se sitúa, como contribución imprescindible, en el marco de toda la pastoral matrimonial y familiar. Precisamente la perspectiva de la pastoralidad exige un esfuerzo constante de profundización de la verdad sobre el matrimonio y la familia, también como condición necesaria para la administración de la justicia en este campo.

2. Las propiedades esenciales del matrimonio -la unidad y la indisolubilidad (cf. Código de derecho canónico, c. 1056; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 776,  3)- ofrecen la oportunidad para una provechosa reflexión sobre el matrimonio mismo. Por eso hoy, continuando el tema de mi discurso del año 2000 acerca de la indisolubilidad (cf. AAS 92 [2000] 350-355), deseo considerar la indisolubilidad como bien para los esposos, para los hijos, para la Iglesia y para la humanidad entera.

Es importante la presentación positiva de la unión indisoluble, para redescubrir su bien y su belleza. Ante todo, es preciso superar la visión de la indisolubilidad como un límite a la libertad de los contrayentes, y por tanto como un peso, que a veces puede resultar insoportable. En esta concepción, la indisolubilidad se ve como ley extrínseca al matrimonio, como "imposición" de una norma contra las "legítimas" expectativas de una ulterior realización de la persona. A esto se añade la idea, bastante difundida, según la cual el matrimonio indisoluble sería propio de los creyentes, por lo cual ellos no pueden pretender "imponerlo" a la sociedad civil en su conjunto.

martes, 24 de septiembre de 2013

Las virtudes y la imagen cristiana del hombre - Josef Pieper


En la pared de la Estancia de la Signatura situada frente al Parnaso encontramos a las Virtudes. Son tres figuras sentadas sobre un zócalo contempladas desde abajo, empleando Rafael una perspectiva "de sotto in su". A la derecha hallamos a la Templanza que sujeta las riendas, en el centro se coloca la Prudencia en cuyo peinado aparece un rostro masculino y en la izquierda vemos a la Fortaleza cubierta su cabeza con un yelmo y portando una rama de roble alusiva al apellido de Julio II della Rovere. La cuarta virtud, la Justicia, aparece sobre ellas en el techo de la bóveda al ser considerada por Platón y san Agustín como superior en jerarquía. Las virtudes están enlazadas entre sí por amorcillos que simbolizan las virtudes teologales; así el que recoge los frutos del árbol representaría la Caridad, el que sujeta la antorcha indica la Esperanza y el que señala al cielo simboliza la Fe. Las figuras destacan por su monumentalidad y los escorzos con que han sido captadas por Sanzio, enlazando con el estilo de Miguel Ángel que Rafael contempló en la Sixtina. El colorido sigue la línea de todo el encargo, destacando el verde de la Prudencia.

1. La imagen del hombre en general.- 2. La imagen cristiana del hombre y la moral en Santo Tomás de Aquino.- 3. El concepto de virtud y la jerarquía entre las virtudes.- 4. Prudencia.- 5. Justicia.- 6. Fortaleza.- 7. Templanza.- 8. Fe, esperanza y caridad.- 9. Diferencia entre la moral natural y la sobrenatural

1. La imagen del hombre en general
La segunda parte de la Summa theologica del Doctor Común de la Iglesia, que se refiere a la Teología moral, comienza con esta frase: «Puesto que el hombre fue creado a semejanza de Dios, después de tratar de El, modelo originario, nos queda por hablar de su imagen, el hombre». Sucede con esta frase lo que con tantas otras de Santo Tomás: la evidencia con que la expresa, sin darle gran relieve, oculta fácilmente el hecho de que su contenido no es de ningún modo evidente.
Esta primera proposición de la Teología moral refleja un hecho del que los cristianos de hoy casi han perdido la conciencia: que la moral es, sobre todo y ante todo, doctrina sobre el hombre; que tiene que hacer resaltar la idea del hombre y que, por tanto, la moral cristiana tiene que tratar de la imagen verdadera del mismo hombre. Esta realidad era algo muy natural para la cristiandad de la Alta Edad Media. De esta concepción básica, cuya evidencia ya se había puesto en duda, como indica su formulación polémica, nació, dos siglos después de Santo Tomás de Aquino, la frase de Eckhart: «Las personas no deben pensar tanto lo que han de hacer como lo que deben ser». Sin embargo, la moral, y sobre todo su enseñanza, perdieron después, en gran parte, estas perspectivas por causas difíciles de comprender y aquilatar, hasta tal punto que incluso aquellos textos de Teología moral que pretendían estar expresamente escritos según el espíritu de Santo Tomás diferían de él en este punto capital.
Esto explica algunas causas del porqué al cristiano medio de hoy apenas se le ocurre pensar que en moral pueda conocerse algo sobre el verdadero ser del hombre, sobre la idea del hombre. Al contrario, asociamos el concepto de moral la idea de una doctrina del hacer y, sobre todo, del no-hacer, del poder y no-poder, de lo mandado y lo prohibido. La primera doctrina teológico-moral del Doctor Común es ésta: «La moral trata de la idea verdadera del hombre». Naturalmente que también ha de tratar del hacer, de obligaciones, mandamientos y pecados; pero su objeto primordial, en que se basa todo lo demás, es el verdadero ser del hombre, la idea del hombre bueno.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Si la Iglesia no es profética, no tiene nada que hacer - Card. Mauro Piacenza

El cardenal Mauro Piacenza, hasta ayer Prefecto de la Congregación para el Clero, y designado a partir de ahora penitenciario mayor de la Santa Sede lleva más de 20 años trabajando en la Santa Sede, en todo lo relacionado con la preparación y formación de seminaristas y sacerdotes

      En la primera semana de septiembre de 2013, estuvo en España para hablar a los Rectores de seminarios, y atendió a Alfa y Omega en una entrevista realizada por José Antonio Méndez. Recordó, entre otras cosas, que «para ser fieles al proyecto del Señor, a veces es necesario reformar las estructuras de la Iglesia»

El Papa se ha referido, en varias ocasiones, a la necesidad de contar con sacerdotes cercanos, «con olor a oveja». ¿Cómo puede un sacerdote conseguir esta cercanía en el día a día con sus fieles?

      La cercanía del sacerdote con su pueblo depende, antes que nada, de la cercanía que tenga el propio sacerdote con el Corazón de Jesús. Nosotros no formamos parte de una compañía estructurada y organizada sólo externamente, sino que vivimos en un misterio, que es la Iglesia. Y el misterio de la Iglesia es el misterio de Jesús prolongado en el tiempo. Por eso, el sacerdote más cercano al Corazón de Jesús será el más cercano a la gente.

      Cuando un cura, como san Juan en la Última Cena, apoya la cabeza sobre el pecho de Jesús y escucha el pálpito del Señor, que es todo para la salvación de las almas, como por una transfusión se convierte en un buen pastor, vicario de Jesús, que es el único Buen Pastor. Cuanto más cerca quiera estar de sus fieles, más cerca tiene que estar del Señor. Al mismo tiempo, tiene que estar entre las personas, amparando a la gente y amparado por la gente. Los sacerdotes no sólo tenemos que dar, sino que necesitamos recibir, más aún, tenemos que estar abiertos a recibir del pueblo de Dios.

¿Y qué necesita recibir un sacerdote para llevar a cabo su labor?

      En el contacto con las personas necesitamos recibir sus sufrimientos, sus alegrías, sus satisfacciones, sus consuelos... Así sintonizamos pastoralmente con ellos y podemos serles cercanos, pues nuestra labor será más realista y nuestra predicación responderá de verdad a sus necesidades. Y lo haremos con el lenguaje de Jesús, que responde personalmente a cada problema personal. Es como un hilo que va del Corazón de Jesús al corazón de la gente, a través del corazón del sacerdote. Cuanto más escucha el sacerdote a Dios y a las personas, mejor podrá llevar a cabo su misión.

El Cura Brochero un sacerdote completamente dedicado a las almas, al bien y la santificación de los fieles - Card. Ángelo Amato

El CURA BROCHERO (1840-1904)

Homilía del cardenal Ángelo Amato SDB, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y enviado papal para la beatificación del Cura Brochero, en la Misa de beatificación del 14 de septiembre de 2013 en Villa Cura Brochero, Córdoba. 

1. Eminencias, Excelencias, Señor Nuncio, Autoridades civiles, militares y académicas, queridos amigos: 

En primer lugar, saludemos y agradezcamos al Papa Francisco, al Papa llegado a Roma desde esta noble nación para ser ahora, en Cristo, padre de todos los creyentes. Le agradecemos de corazón por el precioso don de la beatificación del Cura Brochero (1), una auténtica perla de la santidad argentina, comparable al Santo Cura de Ars. En la Carta Apostólica que leímos hace unos momentos, el Papa Francisco llama al Cura Brochero un “sacerdote diocesano, pastor según el corazón de Cristo, ministro fiel del Evangelio, testigo del amor de Cristo hacia los pobres”. Son los rasgos esenciales que retratan a este héroe cristiano, sembrador del bien, a manos llenas, en estas tierras argentinas. 

Es por este mismo motivo que su beatificación se convierte en un acontecimiento de suma relevancia tanto en el plano social como religioso, y no sólo para la arquidiócesis de Córdoba y para la diócesis de Cruz del Eje, sino para toda la República. El Beato José Gabriel Brochero fue un verdadero bienhechor del pueblo argentino que, con su apoyo al crecimiento moral y espiritual de los fieles, promovió el progreso de la sociedad y el bienestar de los individuos, de las familias, de la comunidad toda. Ese trabajo profundo en bien de la dignificación de la persona humana provenía de su anuncio del Evangelio de Cristo y de su santidad personal, un rasgo que todos reconocían en él, ya en vida. 

En 1883, por ejemplo, el diario cordobés El Interior publicó una biografía del Cura Brochero, a modo de lectura espiritual, para la Semana Santa de ese año. Por su parte, a partir del 1906, la historia de la conversión del gaucho Santos Guayama fue incorporada a los libros de lectura para las escuelas primarias de todo el país.(2) 

Después de su muerte, acaecida en 1914, esta fama se acrecienta aún más. Una inmensa cantidad de fieles comienza a acudir espontáneamente a visitar su tumba en busca de ayuda y protección. 

sábado, 21 de septiembre de 2013

Domingo XXV (ciclo c) Guión Litúrgico

Entrada:
Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro. Para vivir en este espíritu nos disponemos a glorificar a Dios participando de la Santa Misa. Cantamos…

Domingo XXV (ciclo c) Catena Aurea

Lucas 16 1-13
Y decía también a sus discípulos: "Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo. Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré porque mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza. Yo sé lo que he de hacer, para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas. Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y éste le respondió: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu escritura, y siéntate luego, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo. El le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta".
"Y loó el señor al mayordomo infiel, porque lo hizo cuerdamente; porque los hijos de este siglo, más sabios son en su generación, que los hijos de la luz. Y yo os digo: Que os ganéis amigos de las riquezas de iniquidad, para que cuando falleciereis, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo menor, también lo es en lo mayor; y el que es injusto en lo poco, también es injusto en lo mucho. Pues en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os fiará lo que es verdadero? Y si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo que es vuestro, ¿quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno se llegará y al otro despreciará: no podéis servir a Dios y a las riquezas".

 

Beda

Después que el Salvador reprendió en tres parábolas a los que murmuraban porque daba buena acogida a los penitentes, ahora añade la cuarta y después la quinta para aconsejar la limosna y la moderación en los gastos, porque la buena doctrina enseña que la limosna debe de seguir a la penitencia. Por esto continúa: "Decía a sus discípulos: Había un hombre rico", etc.

 

Crisóstomo

Una opinión errónea, agravada en los hombres, que aumenta sus pecados y disminuye sus buenas obras, consiste en creer que todo lo que tenemos para las atenciones de la vida debemos poseerlo como señores y, por consiguiente, nos lo procuramos como el bien principal. Pero es todo lo contrario, porque no hemos sido colocados en la vida presente como señores en su propia casa, sino que somos huéspedes y forasteros llevados a donde no queremos ir y cuando no pensamos. El que ahora es rico, en breve será mendigo. Así que, seas quien fueres, has de saber que eres sólo dispensador de bienes ajenos y se te ha dado de ellos uso transitorio y derecho muy breve. Lejos, pues, de nosotros el orgullo de la dominación y abracemos la humildad y la modestia del arrendatario o casero.

Domingo XXV (ciclo c) Benedicto XVI

HOMILÍA DE
SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
Domingo 23 de septiembre de 2007 

         Queridos hermanos y hermanas: 

De buen grado he vuelto a vosotros para presidir esta solemne celebración eucarística, respondiendo así a vuestra reiterada invitación. He vuelto con alegría para encontrarme con vuestra comunidad diocesana, que durante varios años fue, de modo singular, también mía y sigue siendo siempre muy querida.

Os saludo a todos con afecto. En primer lugar, saludo al señor cardenal Francis Arinze, que me ha sucedido como cardenal titular de esta diócesis. Saludo a vuestro pastor, el querido mons. Vincenzo Apicella, a quien agradezco las hermosas palabras de bienvenida con las que ha querido acogerme en vuestro nombre. Saludo a los demás obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los agentes pastorales, a los jóvenes y a todos los que están activamente comprometidos en las parroquias, en los movimientos, en las asociaciones y en las diversas actividades diocesanas. Saludo, asimismo, al comisario de la prefectura de Velletri, a los alcaldes de los ayuntamientos de la diócesis de Velletri-Segni, y a las demás autoridades civiles y militares que nos honran con su presencia.

Saludo a los que han venido de otras partes y, en particular, de Alemania, de Baviera, para unirse a nosotros en este día de fiesta. Mi tierra natal está unida a la vuestra por vínculos de amistad:  testigo de esta amistad es la columna de bronce que me regalaron en Marktl am Inn, en septiembre del año pasado, con ocasión del viaje apostólico a Alemania. Recientemente, como ya se ha dicho, cien ayuntamientos de Baviera, me regalaron una columna casi gemela de esa, que será colocada aquí, en Velletri, como un signo más de mi afecto y de mi benevolencia. Será el signo de mi presencia espiritual entre vosotros. Al respecto, deseo dar las gracias a los que me la regalaron, al escultor y a los alcaldes, que veo aquí presentes con muchos amigos. Muchas gracias a todos.

Queridos hermanos y hermanas, sé que os habéis preparado para mi visita con un intenso camino espiritual, adoptando como lema un versículo muy significativo de la primera carta de san Juan:  "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (1 Jn 4, 16). Deus caritas est, Dios es amor: con estas palabras comienza mi primera encíclica, que atañe al centro de nuestra fe:  la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino.

Me alegra que, como guía del itinerario espiritual y pastoral de la diócesis, hayáis escogido precisamente esta expresión:  "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él". Hemos creído en el amor:  esta es la esencia del cristianismo. Por tanto, nuestra asamblea litúrgica de hoy no puede por menos de centrarse en esta verdad esencial, en el amor de Dios, capaz de dar a la existencia humana una orientación y un valor absolutamente nuevos.

El amor es la esencia del cristianismo; hace que el creyente y la comunidad cristiana sean fermento de esperanza y de paz en todas partes, prestando atención en especial a las necesidades de los pobres y los desamparados. Esta es nuestra misión común:  ser fermento de esperanza y de paz porque creemos en el amor. El amor hace vivir a la Iglesia, y puesto que es eterno, la hace vivir siempre, hasta el final de los tiempos.

En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos.

Domingo XXV (ciclo c) San Ambrosio

El servidor infiel
(Lc 16,1-13) 

Nadie puede servir a dos señores; y es que, en realidad, no existen dos señores, sino un solo Señor. Porque, aunque hay quien sirve a las riquezas, con todo, no se les reconoce ningún derecho de dominio, sino que ellos se imponen a sí mismos el yugo de la esclavitud; y eso no es un poder justo, sino una injusta esclavitud.

Y así dijo: Haceos acreedores de amigos con las riquezas injustas, y eso con esta finalidad: para que, dando limosna a los pobres, éstos nos procuren el favor de los ángeles y de los otros santos. No es que se reprenda al mayordomo, pues con su ejemplo aprendemos que nosotros no somos dueños, sino más bien mayordomos de las riquezas de los otros. Y por eso, aunque pecó, con todo, se le elogia porque trató de buscarse para el futuro lo necesario por la indulgencia de su señor. Y con toda razón ha hablado de las riquezas injustas, puesto que la avaricia tienta nuestro corazón con diversos atractivos de dinero, con el fin de que deseemos servir a las riquezas.

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