CANONIZACIÓN DE JUAN DIEGO
CUAUHTLATOATZIN
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Ciudad de México, Miércoles 31 de julio de 2002
Ciudad de México, Miércoles 31 de julio de 2002
1. “¡Yo te alabo,
Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!” (Mt 11,
25).
Queridos hermanos y
hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una
invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo
indígena del Continente americano.
Con gran gozo he
peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de
América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el
indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen
del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.
2. Agradezco las amables
palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera,
Arzobispo de México, así como la calurosa hospitalidad de los hombres y mujeres
de esta Arquidiócesis Primada: para todos mi saludo cordial. Saludo también con
afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo emérito de México y a
los demás Cardenales, a los Obispos mexicanos, de América, de Filipinas y de
otros lugares del mundo. Asimismo, agradezco particularmente al Señor
Presidente y a las Autoridades civiles su presencia en esta celebración.
Dirijo hoy un saludo muy
entrañable a los numerosos indígenas venidos de las diferentes regiones del
País, representantes de las diversas etnias y culturas que integran la rica y
pluriforme realidad mexicana. El Papa les expresa su cercanía, su profundo
respeto y admiración, y los recibe fraternalmente en el nombre del Señor.
3. ¿Cómo era Juan Diego?
¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado,
nos enseña que sólo Dios “es poderoso y sólo los humildes le dan
gloria” (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta
celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: “Dios ha
elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie
pueda presumir delante de Dios” (1 Co 1, 28.29).
Es conmovedor leer los
relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos
la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1,
46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le
regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo,
descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.
“El acontecimiento
guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de
la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de
Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura
indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación”
(14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido
eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente
inculturada.
4. “Desde el cielo
el Señor, atentamente, mira a todos los hombres” (Sal 32,
13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios,
que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el
mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda
verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de
Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió
en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen
de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a
todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando
la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus
hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes,
sus valores y tradiciones.
Esta noble tarea de
edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de
todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas
aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo
étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!
Amados hermanos y hermanas
de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la figura del indio
Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos
ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con esperanza las
difíciles situaciones que atraviesan.
5. En este momento decisivo
de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo a
la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y
angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi corazón.
¡Bendito Juan Diego, indio
bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón
santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que
cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a
los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que
entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.
¡Dichoso Juan Diego, hombre
fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para
que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida
social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los
esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar
cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su
cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o
ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las
exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que
así se consolide la paz.
¡Amado Juan Diego, “el
águila que habla”! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del
Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la
Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.
Antes de impartir la bendición, el Vicario de Cristo dirigió las
siguientes palabras:
Al concluir esta canonización de Juan Diego, deseo renovar el saludo a todos los que habéis podido participar, algunos desde esta basílica, otros desde los aledaños y muchos más a través de la radio y la televisión. Agradezco de corazón el afecto de cuantos he encontrado en las calles que he recorrido. En el nuevo santo tenéis el maravilloso ejemplo de un hombre de bien, recto de costumbres, leal hijo de la Iglesia, dócil a los pastores, amante de la Virgen, buen discípulo de Jesús. Que sea modelo para vosotros que tanto lo amáis, y que él interceda por México para que sea siempre fiel. Llevad a todos el mensaje de esta celebración y el saludo y el afecto del Papa a todos los mexicanos.
Al concluir esta canonización de Juan Diego, deseo renovar el saludo a todos los que habéis podido participar, algunos desde esta basílica, otros desde los aledaños y muchos más a través de la radio y la televisión. Agradezco de corazón el afecto de cuantos he encontrado en las calles que he recorrido. En el nuevo santo tenéis el maravilloso ejemplo de un hombre de bien, recto de costumbres, leal hijo de la Iglesia, dócil a los pastores, amante de la Virgen, buen discípulo de Jesús. Que sea modelo para vosotros que tanto lo amáis, y que él interceda por México para que sea siempre fiel. Llevad a todos el mensaje de esta celebración y el saludo y el afecto del Papa a todos los mexicanos.
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