Meditación de la
pobreza del Niño Jesús
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para Natividad hasta la Epifanía.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para Natividad hasta la Epifanía.
Meditación XI
De la pobreza del niño Jesús
¡Oh Dios! ¿Quién no
compadecería si viese un príncipe hijo de un monarca, nacido tan pobre, que
hubiese de albergarse en una cueva húmeda y fría, sin tener lecho ni criados,
ni fuego, ni ropas bastantes para calentarlo? ¡Ah Jesús mío! Vos sois, pues, el
Hijo del Señor del cielo y de la tierra, Vos sois el que en esta gruta no
tenéis otra cosa que un pesebre por cuna, paja por lecho, y unos pobres pañales
para cubriros.
Los ángeles están a
vuestro rededor para alabaros, pero en nada socorren vuestra pobreza. Redentor
mío, cuanto más pobre sois más amable os hacéis, habiendo a este fin abrazado
tanta pobreza.
Si nacierais en una
habitación regia, si tuvieseis una cuna de oro, si os asistiesen los primeros
grandes de la tierra, os atraeríais de los hombres mayor respeto, pero menos
amor.
Más ahora esta gruta
en que os albergáis, estos viles pañales que os cubren, esta paja que os sirve
de cama, este pesebre que es vuestra cuna, ¡Oh! Y como atraen a Vos nuestros
corazones, siendo así que os habéis hecho tan pobre para haceros a nosotros mas
amable!
“Cuanto por mi más
abatido, tanto para mí más amado”, dice San Bernardo.
Os habéis hecho
pobre, para enriquecernos con vuestra pobreza, según lo que nos enseña san
Pablo: Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual,
siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su
pobreza. 2Cor. 8, 9.
En efecto la pobreza
de Jesucristo fue para nosotros una gran riqueza; pues que ella nos mueve a
adquirirnos los bienes del cielo, despreciando los de la tierra.
¡Ah Jesús mío! esta
vuestra pobreza ciertamente ha llevado a muchos Santos a dejarlo todo,
riquezas, honores y reinos para ser pobres con Vos. Ea pues, Salvador mío,
desprendedme también del afecto a los bienes de la tierra, para que se hecho
digno de adquirir vuestro santo amor, y de esta manera poseer a Vos, bien
infinito.
Afectos y súplicas
¡Oh! pudiera deciros
yo también, santo Niño, con vuestro amado San Francisco: “Dios mío y todas las
cosas”; y con David; ¡Que hay para mí en el cielo?” y fuera de Ti ¿qué he
querido sobre la tierra? Dios de mi corazón, y mi porción, Dios para siempre.
¿Quién hay para mí
en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi
corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! Sal.
73m 25, 26
¡Ojalá fuese que de
hoy en adelante yo no codiciase otra riqueza que la de vuestro amor; y que este
mi corazón no fuera ya dominado más de la vanidad del mundo, sí que Vos sólo
fueseis su único Señor, pudiendo comenzar a decir: “Dios de mi corazón, mi
porción, Dios para siempre!” ¡Miserable, hasta aquí he buscado los bienes
terrenos, y ni he hallado más que espinas y hiel! Mayor satisfacción me causa
el hallarme ahora a vuestros pies, para daros gracias y amaros, que contento me
han dado todos mis pecados. Un solo temor me aflige, y es que quizá no me
habréis aun perdonado; pero vuestras promesas de perdonar al que se arrepiente;
el veros hecho tan pobre por mi amor; el sentirme llamado de Vos a amaros; las
lágrimas, la sangre que habéis derramado por mí; los dolores, las ignominias,
la muerte amarga que por mí habéis sufrido, me consuelan, y me hacen esperar
seguramente el perdón. Y si todavía no me habéis perdonado, decidme ¿Qué he de
hacer? ¿Queréis que me arrepienta? Yo me arrepiento, pues, con todo mi corazón
de haberos despreciado, Jesús mío. ¿Queréis que os ame? Os amo más que a mi
mismo. ¿Queréis que yo lo deje todo?
Sí, todo lo dejo, y
a Vos solo me entrego, y sé que Vos me aceptáis; de otra manera yo no tendría
ni arrepentimiento, ni amor, ni deseo de entregarme a Vos. Pues que me doy a
Vos y me aceptáis, no permitáis que este amor entre Vos y yo haya jamás de disolverse.
Madre mía, María,
alcanzadme que yo ame siempre a Jesús, y sea amado siempre de Jesús.
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