LA VIRGEN
MARÍA
Mons.
Tihámer Toth
Obispo de
Veszprém (Hungría)
CAPÍTULO DÉCIMO
LOS DOGMAS MARIANOS
BREVE RESEÑA
POR
NICOLAS MARIN NEGUERUELA
LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA - VIRGINIDAD
PERPETUA DE MARÍA - LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA - LA ASUNCIÓN GLORIOSA DE
MARÍA EN CUERPO Y ALMA, AL CIELO - CONSECUENCIAS QUE SE DERIVAN DE ESTOS DOGMAS
La Maternidad divina
de María, su perpetua virginidad, su Concepción Inmaculada y su Asunción
gloriosa al cielo son los cuatro dogmas de la fe católica que miran a la
celestial Madre. Explayemos ligeramente una reseña histórica de los dos
primeros. Nos detendremos más despacio en el tercero y cuarto.
I. LA MATERNIDAD DIVINA DE
MARÍA.
Toda la antigüedad
cristiana confesó que María es Madre de Dios. Al impugnar Nestorio, Patriarca de
Constantinopla, en el siglo V, esta creencia universal de la Iglesia, poníase
de frente a la tradición cristiana de los siglos precedentes. El mismo Orígenes
no titubeó en llamar a María Theotokos, Madre de Dios, que llevó en su
seno al Hijo de Dios y dio a luz al Emmanuel. Juliano el Apóstata hacía
capítulo de acusación a los cristianos el que no
cesaban de llamar a María
Madre de Dios.
Con el aplauso de
los fieles y aprobación del Papa San Celestino I definió el Concilio Ecuménico
reunido en Éfeso en 431: «Si alguien no confiesa que Dios es verdaderamente
Emmanuel y, por tanto, que la Santa Virgen en su Madre, sea anatema.»
Quedaba así vengado
el honor de María, satisfecha la devoción de los fieles que aguardaban la
definición y condenado el heresiarca que había osado poner su lengua en María.
Desterrado por el Emperador al desierto de Arabia, allí, según una leyenda, la gangrena
le corroyó la lengua, que se le caía a pedazos por la boca.
De este dogma se
desprende la dignidad inmensa de María, que está por cima de toda gloria
creada. No vaciló en escribir SANTO TOMÁS DE AQUINO: «La bienaventurada Virgen,
por el hecho de ser Madre de Dios, tiene cierta dignidad infinita, derivada del
bien infinito, que es Dios.» (Summ. Theol., I, q. 25 a. 6 ad 4.)
La Maternidad divina
de María es la raíz y fuente de todos sus privilegios y gracias. Concluyamos
con CORNELIO A LÁPIDE: «La bienaventurada Virgen es Madre de Dios; luego
aventaja en excelencia a todos los ángeles, aun a los mismos serafines y querubines.
»Es Madre de Dios;
luego es purísima y santísima, de arte que no puede concebirse, después de
Dios, mayor pureza.
»Es Madre de Dios;
luego cuantas gracias santificantes fueron concedidas a todos y cada uno de los
Santos, las obtiene antes que ellos María.» (In Matth., I, 16.)
En Roma, la Iglesia
de Santa María la Mayor, ampliada y embellecida con su arco de triunfo por el
Papa Sixto III, recuerda la definición dogmática de Éfeso. El artesonado está
dorado con el primer oro traído por Colón de América a España y ofrecido por nuestros
Reyes Católicos, Fernando e Isabel, para el decorado de la Basílica. Los Reyes
de España, desde Felipe IV, tienen derecho a una silla del coro canonical de la
misma basílica, privilegio confirmado por la bula Hispaniarum fidelitas de
Pío XII de 5 de agosto de 1953 y por el reciente Concordato entre la Santa Sede
y el Estado español, de 28 de agosto de 1953.
II. VIRGINIDAD PERPETUA DE
MARÍA.
Contra los
desplantes groseros de los herejes apolinaristas, de Helvidio, Joviniano y
algunos judíos que negaban la virginidad de María, esgrimieron su pluma San
Jerónimo y, entre nosotros, San Ildefonso de Toledo, en defensa de ese
privilegio tan querido a la Virgen Madre. Más tarde, el Concilio particular
Lateranense, tenido por el Papa San Martín I en 649, y después reconocido también
por San Agatón, definió: «Si alguno no confiesa propia y verdaderamente que la
Santa Madre de Dios y siempre Virgen Inmaculada, María, concibió del Espíritu
Santo y sin obra de varón al mismo Verbo de Dios especial y verazmente, y que
lo engendró incorruptiblemente, permaneciendo indisoluble, después del parto, su
virginidad, sea condenado.»
Que María permaneció
virgen después por toda la vida es una verdad de fe, confirmada por el
magisterio ordinario y universal de la Iglesia. Negar esta verdad es para SAN
AMBROSIO tan grande sacrilegio («Tantum sacrilegium»); que es preferible
pasarlo en silencio. «¿Quién ha existido en cualquier tiempo que, al nombrar a María,
no añada al momento: la VIRGEN?» —escribe SAN EPIFANIO—. (Enchiridion,
JOURNEL, núm. 1.111.) Todos los símbolos confiesan la misma verdad.
III. LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA.
El 8 de diciembre de
1854 definía solemnemente el Papa Pío IX: «La doctrina que afirma que la
Beatísima Virgen María, en el primer instante de su Concepción, fue preservada
inmune de toda mancha de culpa original, por singular gracia y privilegio de
Dios,en atención a los méritos de. Jesucristo, Salvador del género humano, es
revelada por Dios, y, por ende, todos los fieles la han de creer firme y
constantemente.» (Bula Ineffabilis Deus, 8 diciembre, 1854.)
¡Qué día más grande
y glorioso para María! Los 54 Cardenales, 42 Arzobispos y 98 Obispos que
rodeaban al Papa, la muchedumbre de fieles que, en número de 50.000, llenaban las
naves de San Pedro, los católicos del mundo entero, que aguardaban ansiosos
esta definición, cayeron a las plantas de la celestial Señora y brotó de todos
los labios esta unánime plegaria: «Toda hermosa eres, oh María, y en ti no hay
mancha original.»
España, que siempre
defendió este dogma mariano, aun antes de su definición, que en sus
Universidades exigía a sus graduandos el voto sangriento, es decir, que
defenderían este privilegio de María aun a costa de su sangre, si fuera
necesario; cuya capital, el 20 de abril de 1438, por voz de sus dos Cabildos, eclesiástico
y civil, votaba defender la Inmaculada Concepción, ayunando en su vigilia,
celebrando su fiesta y paseándola ese día en solemne procesión; que por
devoción de sus Reyes y pueblos se había puesto bajo el patronato de la
Concepción Inmaculada, Patrona de España y de sus Indias, patronato confirmado
por el Papa Clemente XIII, vio cumplidos sus anhelos.
San Antonio María
Claret, entonces Arzobispo de Santiago de Cuba, que antes habíase dirigido a
sus diocesanos pidiendo oraciones para alcanzar del cielo la pronta definición
de este dogma, al recibirla Bula pontificia la abrazó contra su pecho, la regó
con sus lágrimas y la anunció a sus fieles diocesanos en una pastoral llena de
fervor mariano. Al terminar de escribirla oyó la voz maternal de María, que le
decía: Bene scripsisti, bien has escrito.
El Papa Pío IX,
consultado sobre el sitio de Roma en que se había de emplazar el monumento a la
Inmaculada, contestó al momento: «En la plaza de España.» España lo merecía y
el Santo Padre reconocía así los méritos de nuestra patria en la defensa de la
Inmaculada Concepción de María.
* * *
Esperaba el Papa Pío
IX grandes frutos de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de
María. Y que no salieron fallidas las esperanzas de aquel Pontífice lo recordó
el Beato Pío X en la encíclica Ad diem illum, que conmemoraba el cincuentenario
de aquella definición.
1.° El positivismo
de Comte, que se proclamaba agnóstico respecto de Dios; el cientificismo de
Renán, que pretendía suplantar la religión por la ciencia; el racionalismo de
Froschammer, que negaba todo sobrenaturalismo; el materialismo de Vogt y
Buechner, que sólo admitía como real la materia y reducía la virtud, la abnegación,
el heroísmo y demás valores espirituales a meras secreciones del cerebro,
recibieron con la definición dogmática el golpe mortal. Vivirán todavía algunos
años como el monstruo que, herido, se desangra; pero... morirán, y algunos
yacen ya sepultados.
¡María Inmaculada en
el primer momento de su existencia! Luego en nosotros hay algo que no es
materia, que está sobre ella, que eleva al hombre: es el espíritu. Ayudado de
la gracia divina puede triunfar el hombre de la materia y escalar las alturas
de la santidad.
2.° Hízose más
visible y estrecha la unión de los fieles con su Pastor supremo, del Episcopado
con su cabeza y jefe, el Vicario de Jesucristo. «Los Obispos —escribe un
historiador contemporáneo —, al volver de Roma, venían poseídos de nueva
adhesión a la Santa Sede, que esparcían como suave aroma sobre cuantos los oían.»
(AGUILAR: Compendio de Historia Eclesiástica general, tomo II, número 1.689.
Madrid, 1877.)
En 18 de julio de
1870 fueron definidos los dogmas del
Primado de jurisdicción por
derecho divino del Papa sobre Obispos y fieles, y de su infalibilidad, cuando
enseña, ex cathedra, doctrinas de fe o de costumbres. Así se
derrumbaban, heridos de muerte, el Galicanismo y el Febronianismo, que,
amparados en su origen el primero por Luis XIV de Francia y el segundo por José
II de Alemania, pretendían poner trabas a la acción del Soberano Pontífice y
habían arraigado en el clero de Francia y Alemania.
3.° La definición
dogmática prendió en todos los pechos llamaradas inmensas de amor a María.
Florecieron miles de asociaciones, cofradías, institutos y congregaciones
religiosas que se ponían bajo el patrocinio de María Inmaculada. Las Hijas de
María, las Congregaciones Marianas, los Meses de Mayo y Octubre, destinados a
cantar las excelencias de la Señora y de su bendito Rosario, tomaron tal
incremento cual nunca se había presenciado en la historia de la Iglesia. Lo
reconocía así un escritor protestante: «La definición del dogma de la
Inmaculada Concepción es sublime en sí y tuvo el inmediato efecto de reforzar
las filas de los católicos romanos, añadiendo finos y vivos fervores a la
devoción.» (Citado por AGUILAR, 1. c.)
El Año jubilar de
1904 es su más claro y mejor testimonio, como asimismo los Congresos Marianos
internacionales de Roma, Tréveris, Lourdes y Zaragoza.
* * *
Al conmemorarse el
centenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, publica el
Santo Padre Pío XII la encíclica Fulgens Corona, decretando la
celebración del Año Mariano.
«Nada más dulce ni
más grato que honrar, venerar, invocar predicar con fervor y afecto por
doquiera a la Virgen Madre de Dios, concebida sin pecado original», escribía
Pío IX al fin de la bula Ineffabilis Deus, en que definía el dogma de la
Inmaculada, y repite Pío XII al anunciar el centenario de esa definición.
* * *
¿Fin del Año
Mariano? Lo expresan las palabras del Santo Padre: «Que se aumente la fe del
pueblo cristiano, que se excite más cada día el amor a la Virgen Madre de Dios,
que de ahí tomemos todos ocasión para seguir gozosa y prontamente las huellas
de la Madre celestial.»
¿Peticiones? «Pidan
—añade el Papa— en sus súplicas a la Madre de Dios pan para los hambrientos,
justicia para los oprimidos, la patria para los desterrados, cobijo acogedor
para los que carecen de casa, la debida libertad para cuantos han sido
injustamente arrojados a la cárcel o a los campos de concentración; el tan
deseado regreso a la patria para quienes, después de pasados tantos años desde
el final de la última guerra, están todavía prisioneros y gimen y suspiran
ocultamente; la alegría de la refulgente luz para los ciegos en el cuerpo y en
el alma, y para los divididos entre sí por odios, envidias y discordias, la
caridad fraterna, la concordia de los ánimos y la tranquilidad fecunda que se
apoya en la verdad, la justicia y la mutua unión... Para la Iglesia Católica,
que disfrute en todas partes de la libertad que le es debida.»
IV. LA ASUNCIÓN GLORIOSA DE MARÍA EN CUERPO Y ALMA, AL CIELO
El cuarto dogma
mariano es el de la Asunción gloriosa de la Santísima Virgen, en cuerpo y alma,
al cielo.
Y en la preparación
de la definición dogmática cabe a España un lugar privilegiado entre todos los
pueblos. El fervor asuncionista vibró singularmente en el alma española.
«Para confirmarlo
—ha escrito el Padre Franciscano BALIC (Congreso Franciscano de Madrid,
1947, págs. 245, 246)—, basta recordar que de 68 catedrales españolas, 46 están
dedicadas a la Virgen, y de ellas 36 al misterio de su gloriosa Asunción, basta
recordar también que entre los siglos XIII y XIV la mayor parte de las iglesias
parroquiales fueron dedicadas en España a ese mismo inefable misterio.
»Entre los
promotores más ardientes de la devoción a Nuestra Señora en el medievo brillan,
con luz especial, los tres grandes reyes: Alfonso el Batallador, del que se dice
que dedicó como 3.000 iglesias a la Virgen bendita, de ordinario bajo el
misterio de su Asunción; Jaime el Conquistador, que erigió unas 2.000, y Fernando
el Santo, acérrimo amante de María, que levantó casi otras tantas, dedicándolas
generalmente al Misterio asuncionista
que corona toda su vida.»
El tesoro literario
que encierran los códices de nuestras catedrales en sus bibliotecas es
espléndido en sumo grado. «A nuestra cuenta —escribe BAYERRI—, convencidos de
que no exageramos, pasan de 280 los sermonarios, datados entre los siglos X y
XV, conservados en las catedrales de España, en los que se insertan cumplidos
sermones ponderativos de la Asunción de la Virgen.» (Estudios Marianos,
VI, página 394.)
Contestando al Papa
Pío IX, que escribiera a los Obispos pidiendo su informe sobre la conveniencia
de definir como dogma la Inmaculada Concepción de María, el Obispo de Osma,
Fray José Sánchez, y el Arzobispo de Malinas, Engelberto Sterks, junto con sus
respuestas sobre la Inmaculada Concepción, elevaron también, en 1849, sendos
fervorosos y razonados votos en favor de la Asunción.
Más tarde, en 1863,
la petición de la reina doña Isabel II al Papa Pío IX, marca de una manera
eficiente el comienzo del movimiento avasallador que había de terminar el 1.°
de noviembre de 1950 con la definición dogmática, proclamada por el Papa reinante.
El voto de la Reina iba acompañado de la más entusiasta recomendación de su
confesor, San Antonio María Claret. Este, además, en su libro Apuntes de un
plan para conservar la hermosura de la Iglesia, añadía: «Parece que la
Divina Providencia ha dispuesto, que cosas más honoríficas para María sean
empezadas por los Reyes y después continuadas por los demás fieles del orbe.
»Las primeras
diligencias para la declaración dogmática del misterio de la Inmaculada
Concepción d María fueron empezadas por el Rey Felipe III, a instancias del
señor Arzobispo don Pedro de Castro. Ahora, para declarar el segundo misterio,
que es la Asunción de de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos, también
se ha valido de una Reina de España, de la ínclita doña Isabel II de Borbón,
como se puede ver en la carta que pongo a continuación, que escribió al Sumo
Pontífice Pío IX, con fecha 27 de diciembre de 1863, y en la contestación que
la dio el mismo Papa por los días 3 de febrero de 1864; por manera que siempre será
verdad que los Reyes Católicos don Felipe III y doña Isabel II han sido los
primeros que han proveído en que se declaren como dogma de fe esos títulos y
misterios que tanto honran a María, y que, a la vez, tanto honor es para los
Reyes de España y sus vasallos el haber tenido la dicha de ser los primeros en
tan honoríficos trabajos; y es de esperar que, así como se ha conseguido el primero,
se obtendrá el segundo, como lo insinúa el mismo Santo Pontífice en su
contestación.»
Durante el Concilio
Vaticano, entre cuyos Padres resaltaba orlada con las señales del martirio la
figura venerable de San Antonio María Claret, él fue, seguramente, el alma de
los afanes desplegados por el Episcopado español e hispanoamericano para conseguir
por aclamación la definición de este misterio, señalándose en esta campaña el
entonces Obispo de Jaén y después Cardenal Monescillo, y el Obispo de la
Concepción de Chile, Hipólito Salas.
* * *
El movimiento
asuncionista durante un siglo, 1849 a 1940, contó, en conjunto, 2.505
peticiones de Cardenales, Patriarcas, Arzobispos y Obispos, es decir, cerca de
las tres cuartas partes de las sedes de la Iglesia.
En 1.° de mayo de
1946, apenas terminada la segunda guerra europea, Pío XII, que ya había
consagrado en 1941 el mundo al Corazón Inmaculado de María, quiso añadir el
último broche de oro a los dogmas marianos. Escribía a los Ordinarios católicos
de todo el mundo: «Muchísimo deseamos saber, Venerables Hermanos, si en vuestra
eximia sabiduría y prudencia juzgáis que puede proponerse y definirse como
dogma de fe la Asunción corporal de la Beatísima Virgen, y si así lo deseáis
con vuestro clero y pueblo.»
Las respuestas a
este ruego pontificio fueron magníficas por su número y calidad. Respondieron
1.191 sedes; solamente de 81 sedes, generalmente en regiones lejanas de Misión,
o más allá del telón de acero levantado por Rusia, no llegaron oportunamente
las respuestas. De esas 1.191 sedes, 1.169 respondieron afirmativamente. Dieciséis
Obispos manifestaron alguna duda sobre la oportunidad de tal definición; sólo
seis dudaban de la definibilidad de ese dogma. He aquí una estadística
altamente significativa y
consoladora: el 98,2 por
100 del Episcopado católico, con un consentimiento casi matemáticamente
unánime, declara que la Asunción de la Virgen es una verdad contenida en la
revelación divina y que es oportuna su definición. Tal consentimiento antes de una
definición papal, no ha existido jamás en la Iglesia.
* * *
Amaneció el día 1.°
de noviembre de 1950. Un sol esplendoroso bañaba la Ciudad Eterna. Desde las
cinco de la mañana los fieles se apresuraban a ocupar su puesto en la Basílica Vaticana
y en sus plazas. Por fin llegó la hora anhelada. Apareció el Papa. Le precedían
40 Cardenales con su séquito de honor; le seguían 589 Obispos y 50 Abades
ordinarios revestidos de capas pluviales con mitras blancas.
Y se oyó la augusta
voz del Vicario de Jesucristo en la tierra: «Para gloria de Dios omnipotente,
que ha derramado en la Virgen María su particular benevolencia; para honra de
su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para mayor
gloria de su augusta Madre; y para gozo y exaltación de toda la Iglesia, con la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y
con la nuestra pronunciamos, declaramos y definimos ser un dogma revelado: QUE
LA INMACULADA MADRE DE DIOS, SIEMPRE VIRGEN MARIA, CONSUMADO EL CURSO DE SU
VIDA TERRENA, FUE ASUMIDA EN CUERPO Y ALMA A LA GLORIA CELESTE.
»Así, pues, si
alguien, lo que Dios no permita, se atreviese a negar o a poner en duda
voluntariamente lo que ha sido por Nós definido, sepa que se ha apartado
enteramente de la fe divina y católica.»
España estuvo
presente a la definición dogmática, como tal vez ninguna otra nación fuera de
Italia. Pío XII, en el discurso pronunciado el día 30 de octubre a los
españoles, señaló los méritos singularísimos de España para la proclamación de
este dogma glorioso. La presencia de los españoles en este día sobrepujó en
número a los de cualquier otra nación no italiana. Su fervor, entusiasmo y
modestia los destacaba entre todos los fieles. Allí estaba la Misión mandada
por el Gobierno español. Una representación nutridísima del Ejército español,
uniformado de gran gala, cubrió militarmente la carrera de paso del Papa, y ya
que no podían rendirle armas, le vitorearon alzando al cielo sus kepis, chacós
o viseras y agitando sus brazos. Pío XII, paternal, agradecido, mandó parar
unos momentos el cortejo para saludarlos.
* * *
Para Pío XII, la
proclamación del nuevo dogma no es sólo la corona y remate de un movimiento
imponente de siglos de trepidación y ansia. Quiere que sea el comienzo de otro
más amplio aún, si es posible, de renovación del mundo. En su discurso al Episcopado,
el día 2 de noviembre, especificó cómo concibe este programa de renovación
mariana. Renovación del individuo, de la familia y de la sociedad. Conservación
íntegra e incólume de la doctrina cristiana. Formación y santidad del clero.
El Papa ve el mundo
deshecho por los odios y la falta de fe y fraternidad en Cristo. Pues bien; a
este mundo maltrecho y corrompido, el Sumo Pontífice, al definir el nuevo
dogma, le presenta «como un jirón luminoso en el cielo, deslumbrante de candor,
de esperanza y de vida feliz», como el remedio más eficaz para que el mundo
enfermo se recobre y vuelvan «el calor, el afecto, la vida a los corazones
humanos.»
No nos resta sino
cantar con nuestro insigne FRAY Luis DE LEÓN:
Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con
alegre canto.
¡Oh, quién pudiera agora
asirse a vuestro manto
para subir con Vos al monte
santo...
Volved los blandos ojos
Ave preciosa, sola, humilde
y nueva
al val de los abrojos
que tales flores lleva,
do suspirando están los
hijos de Eva;
que si con clara vista
miráis las tristes almas de
este suelo,
con propiedad no vista
las subiréis de vuelo,
como perfecta piedra imán,
al cielo.
* * *
V. CONSECUENCIAS QUE SE DERIVAN DE ESTOS DOGMAS.
Estos cuatro dogmas
marianos nos abren horizontes amplísimos para mejor entender los oficios que
María desempeña con los hombres.
1.° María es
medianera universal de todas las gracias.
Ciertamente, nuestro
mediador principal y necesario es Jesucristo, que con su pasión y muerte
ofreció a Dios satisfacción condigna por nuestros pecados y nos mereció todas
las gracias necesarias para nuestra salvación. «Uno sólo es mediador entre Dios
y los hombres: Cristo Jesús.» (1 Tim. 2, 5.) Pero necesitamos de una medianera
para con el mediador: María. «Tal es la voluntad de aquel que quiso que todo lo
tuviéramos por medio de María.»
(SAN BERNARDO, Serm. in
Nativ.)
Y LEÓN XIII escribía
en 1891: «Podemos afirmar que del inmenso tesoro de gracias que el Señor nos
mereció, es voluntad divina que nada se nos comunique si no es por María; de
tal modo, que, así como nadie puede acercarse al Padre sino por el Hijo, así también,
casi del mismo modo, nadie si no es por la Madre puede llegar a Cristo.»
2.° María es Reina
no sólo de los hombres, sino también de todas las criaturas.
La maternidad divina
la eleva sobre todas. SAN BERNARDINO DE SENA exclama: «Cuantas criaturas sirven
a la Trinidad, otras tantas sirven a María.» ¡Con qué dulce melancolía se deslizan
por nuestros templos los ecos de la SALVE, de nuestro San Pedro de Mezonzo: SALVE,
Reina, Madre de misericordia...!
3.° María es, en el
orden sobrenatural, nuestra Madre.
Es la Madre de
Jesús, nuestro hermano mayor, cabeza del cuerpo místico de la Iglesia. Ella
cooperó a fuer de corredentora a nuestra redención... Cabe la cruz de Jesús, el
Redentor nos confió a su amor en la persona del discípulo amado, cuando dijo a
María como encomienda postrera: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Y Juan escuchó
de los labios trémulos de Jesús, señalándole a María: «Ahí tienes a tu Madre.»
En nuestros
sufrimientos, al sentir los zarpazos del dolor que nos desgarra, al vernos
desamparados por todos, levantemos los ojos arrasados en lágrimas...
¿adónde?... a lo alto, arriba, al cielo: Ecce Mater tua; allí está
nuestra Madre, que nos mira, que nos defiende, que nos anima en la lucha. No
estamos huérfanos. María es nuestra Madre.
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