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jueves, 15 de mayo de 2025

San León Magno fiel servidor de la Sede Apostólica, Vicario de Cristo en la tierra, Doctor de la Iglesia Universal - San Juan XXIII

 

CARTA ENCÍCLICA

AETERNA DEI SAPIENTIA*
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN XXIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DEL LUGAR,
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA

SOBRE SAN LEÓN I MAGNO
PONTÍFICE MÁXIMO Y DOCTOR
DE LA IGLESIA, AL CUMPLIRSE
EL XV CENTENARIO DE SU MUERTE

León Magno se encuentra con Atila (EStancias de Rafael -Vaticano)


 

Venerables hermanos:

Salud y bendición apostólica.

La eterna sabiduría de Dios, que «se extiende, con poderío, de una punta a la otra del mundo, y que con bondad gobierna todo el universo»[1], parece haber impreso con singular esplendor su imagen en el alma de San León I, Sumo Pontífice. Pues «grandísimo entre los grandes» [2], como justamente lo llamó nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria, apareció dotado en manera extraordinaria de intrépida fortaleza y paternal bondad. Por este motivo Nos, llamados por la Divina Providencia a sentarnos en la Cátedra de Pedro, que San León Magno tanto ilustró con la prudencia en el gobierno, con la riqueza de doctrina, con su magnanimidad y con su inagotable caridad, sentimos el deber, venerables hermanos, con ocasión del decimoquinto centenario de su venturoso tránsito, de recordar sus virtudes y méritos inmortales, seguros, como estamos, de que esto contribuirá notablemente al provecho general de las almas y a la exaltación de la religión católica. Pues la grandeza de este Pontífice no se debe únicamente al gesto de intrépido coraje, con que él, inerme, revestido solamente con la majestad del Sumo Sacerdote, hizo frente en el 452 al feroz Atila, rey de los hunos, junto al río Mincio, y lo convenció para que se retirara más allá del Danubio. Fue indudablemente un gesto noble, digno de la misión pacificadora del Pontificado Romano; pero en realidad no representa más que un episodio y una prueba de una vida enteramente dedicada al bien religioso y social no solamente de Roma y de Italia, sino de la Iglesia universal.

S. León Magno, Pontífice, Pastor y Doctor de la Iglesia Universal

A su vida y a su laboriosidad se pueden bien aplicar las palabras de la Sagrada Escritura: «La vida del justo es como la luz del alba que va creciendo hasta el mediodía» [3], con sólo considerar tres aspectos distintivos y característicos de su personalidad: fiel servidor de la Sede Apostólica, Vicario de Cristo en la tierra, Doctor de la Iglesia Universal.

Fiel servidor de la Sede Apostólica

«León, toscano de nacimiento, hijo de Quinzianno», como nos informa el Liber Pontificalis [4], nace hacia el final del siglo IV. Pero habiendo vivido en Roma desde su primera juventud, justamente puede llamar a Roma su patria [5], donde todavía joven fue adscrito al clero romano, llegando hasta el grado de diácono. En el espacio que va desde el 430 al 439 ejerció un influjo considerable en los negocios eclesiásticos, prestando sus servicios al Pontífice Sixto III. Tuvo relaciones amistosas con San Próspero de Aquitania y con Casiano, fundador de la célebre abadía de San Víctor en Marsella; de éste, autor de la obra contra los nestorianos De incarnatione Domini [6], León recibió un elogio verdaderamente singular tratándose de un simple diácono: «Honor de la Iglesia y del Sagrado Ministerio» [7]. Mientras se encontraba en Francia, enviado por el Papa a instancias de la corte de Rávena, para solucionar el conflicto entre el patricio Aecio y el prefecto Albino, murió Sixto III. Fue entonces cuando la Iglesia de Roma pensó que no podía confiar a un hombre mejor el puesto de Vicario de Cristo, que al diácono León, que se había revelado tanto como seguro teólogo que como hábil diplomático. Recibió, pues, la consagración episcopal el 29 de septiembre del 440, y su pontificado fue uno de los más largos de la antigüedad cristiana, e indudablemente uno de los más gloriosos. Murió en noviembre del 461 y fue sepultado en el pórtico de la Basílica de San Pedro. El Papa San Sergio I mandó trasladar, en el 688, sus restos mortales junto a "la roca de Pedro"; después de la construcción de la nueva Basílica fueron colocados debajo del altar a él dedicado.

Y ahora, queriendo sencillamente indicar el carácter sobresaliente de su vida, no podemos dejar de proclamar que rara vez el triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos espirituales fue tan glorioso como durante el pontificado de San León. Pues en el curso del siglo V brilla en el cielo de la cristiandad como una estrella resplandeciente. Tal afirmación en ningún sentido puede ser desmentida, especialmente si se considera el campo doctrinal de la fe católica; pues en él, su nombre se encuentra unido al de San Agustín de Hipona y al de San Cirilo de Alejandría, Efectivamente, si San Agustín reivindicó contra la herejía pelagiana la absoluta necesidad de la gracia para vivir santamente y conseguir la salvación eterna, si San Cirilo de Alejandría, contra las erróneas afirmaciones de Nestorio, propugnó la divinidad de Jesucristo y la divina maternidad de la Virgen María, San León, por su parte, heredero de la doctrina de estas dos insignes lumbreras de la Iglesia de Oriente y Occidente fue el primero de todos sus contemporáneos en afirmar estas fundamentales verdades de la fe católica. Como San Agustín es aclamado por la Iglesia como Doctor de la gracia, y San Cirilo Doctor de la encarnación, San León es celebrado por todos como el Doctor de la unidad de la Iglesia.

Pastor de la Iglesia Universal

martes, 10 de noviembre de 2020

Encíclica Aeterna Dei Sapientia Sobre San León Magno - San Juan XXIII

 

CARTA ENCÍCLICA

AETERNA DEI SAPIENTIA


DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN XXIII


A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DEL LUGAR,
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA

SOBRE SAN LEÓN I MAGNO
PONTÍFICE MÁXIMO Y DOCTOR
DE LA IGLESIA,

 AL CUMPLIRSE
EL XV CENTENARIO DE SU MUERTE

Venerables hermanos:

Salud y bendición apostólica.

La eterna sabiduría de Dios, que «se extiende, con poderío, de una punta a la otra del mundo, y que con bondad gobierna todo el universo»[1], parece haber impreso con singular esplendor su imagen en el alma de San León I, Sumo Pontífice. Pues «grandísimo entre los grandes» [2], como justamente lo llamó nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria, apareció dotado en manera extraordinaria de intrépida fortaleza y paternal bondad. Por este motivo Nos, llamados por la Divina Providencia a sentarnos en la Cátedra de Pedro, que San León Magno tanto ilustró con la prudencia en el gobierno, con la riqueza de doctrina, con su magnanimidad y con su inagotable caridad, sentimos el deber, venerables hermanos, con ocasión del decimoquinto centenario de su venturoso tránsito, de recordar sus virtudes y méritos inmortales, seguros, como estamos, de que esto contribuirá notablemente al provecho general de las almas y a la exaltación de la religión católica. Pues la grandeza de este Pontífice no se debe únicamente al gesto de intrépido coraje, con que él, inerme, revestido solamente con la majestad del Sumo Sacerdote, hizo frente en el 452 al feroz Atila, rey de los hunos, junto al río Mincio, y lo convenció para que se retirara más allá del Danubio. Fue indudablemente un gesto noble, digno de la misión pacificadora del Pontificado Romano; pero en realidad no representa más que un episodio y una prueba de una vida enteramente dedicada al bien religioso y social no solamente de Roma y de Italia, sino de la Iglesia universal.

 

S. León Magno, Pontífice, Pastor y Doctor de la Iglesia Universal

A su vida y a su laboriosidad se pueden bien aplicar las palabras de la Sagrada Escritura: «La vida del justo es como la luz del alba que va creciendo hasta el mediodía» [3], con sólo considerar tres aspectos distintivos y característicos de su personalidad: fiel servidor de la Sede Apostólica, Vicario de Cristo en la tierra, Doctor de la Iglesia Universal.

 

Fiel servidor de la Sede Apostólica

domingo, 11 de octubre de 2020

Testamento espiritual de San Juan XXIII

 

TESTAMENTO ESPIRITUAL DEL PAPA SAN JUAN XXIII

Venecia, 29 de junio de 1954

 

Testamento espiritual y mi última voluntad:

En el momento de presentarme ante el Señor, Uno y Trino, que me creó, me redimió y me quiso su sacerdote y obispo, me colmó de gracias sin fin, confío mi pobre alma a su misericordia: le pido humildemente perdón de mis pecados y de mis deficiencias, le ofrezco lo poco bueno que con su ayuda he conseguido hacer, aunque imperfecto y mezquino, por su gloria, al servicio de la santa Iglesia, para edificación de mis hermanos, suplicando finalmente que me acoja como padre bueno y piadoso, con sus santos en la eternidad bienaventurada.

Deseo profesar, una vez más, toda mi fe cristiana y católica y mi pertenencia y sujeción a la santa Iglesia católica y romana, y mi perfecta devoción y obediencia a su Augusta Cabeza, el Sumo Pontífice, a quien tuve el gran honor de representar durante largos años en diversas regiones del Oriente y del Occidente, y que me quiso finalmente en Venecia como cardenal y como patriarca, y a quien he seguido siempre con afecto sincero, por cima de todas las dignidades que me ha concedido. El sentido de mi pequeñez y de mi nada me ha acompañado siempre haciéndome humilde y tranquilo, y concediéndome la satisfacción de dedicarme lo mejor posible al ejercicio continuo de obediencia y caridad por las almas y los intereses del Reino de Cristo, mi Señor y mi todo. A Él la gloria, y para mí como único merito mío: su misericordia. Mi mérito, la misericordia del Señor. Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te amo. Esto sólo me basta.

Pido perdón a aquellos que hubiere ofendido inconscientemente, a todos los que no he edificado. Creo no tener nada que perdonar a nadie, pues en cuantos me han conocido y se han relacionado conmigo —me ofendieran, o despreciaran, o me tuvieran justamente por lo demás en menor estima, o fueron para mí motivo de aflicción— no encuentro más que a hermanos y bienhechores, a los que estoy agradecido, por los que oro y oraré siempre.

¡Cuántas personas han sido conquistadas por la sencillez del corazón de Juan XXIII, unida a una amplia experiencia de hombres y cosas! - San Juan Pablo II

 

DE LAHOMILÍA DEL SANTO PADRE

SAN JUAN PABLO II

EN LA BEATIFICACIÓN DE SAN JUAN  XXIII
 
Domingo 3 de septiembre de 2000

 

"Tú eres bueno y dispuesto al perdón" (Antífona de entrada). Contemplamos hoy en la gloria del Señor a otro Pontífice, Juan XXIII, el Papa que conmovió al  mundo  por  la afabilidad de su trato, que reflejaba la singular bondad de su corazón. Los designios divinos han querido que esta beatificación uniera a dos Papas que vivieron en épocas históricas muy diferentes, pero que están unidos, más allá de las apariencias, por  muchas semejanzas en el plano humano y espiritual. Es muy conocida la profunda veneración que el Papa Juan XXIII sentía por Pío IX, cuya beatificación deseaba. Durante un retiro espiritual, en 1959, escribió en su Diario:  "Pienso siempre en Pío IX, de santa y gloriosa memoria, e, imitándolo en sus sacrificios, quisiera ser digno de celebrar su canonización" (Diario del alma, p. 560).

Ha quedado en el recuerdo de todos la imagen del rostro sonriente del Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero. ¡Cuántas personas han sido conquistadas por la sencillez de su corazón, unida a una amplia experiencia de hombres y cosas! Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de hablar y actuar, y era nueva la simpatía con que se acercaba a las personas comunes y a los poderosos de la tierra. Con ese espíritu convocó el concilio ecuménico Vaticano II, con el que inició una nueva página en la historia de la Iglesia:  los cristianos se sintieron llamados a anunciar el Evangelio con renovada valentía y con mayor atención a los "signos" de los tiempos

martes, 2 de julio de 2019

Carta Apostólica "Inde a Primis" Sobre el fomento del culto a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo - San Juan XXIII


CARTA APOSTÓLICA

INDE A PRIMIS

DE SU SANTIDAD
SAN JUAN XXIII

A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA
SOBRE
EL FOMENTO DEL CULTO
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO


Venerables Hermanos,
salud y Bendición Apostólica.

Muchas veces desde los primeros meses de nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla, se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.

Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio.

Fieles a la exhortación saludable del Apóstol: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre" [1], creemos, venerables Hermanos, que entre las solicitudes de nuestro ministerio pastoral universal, después de velar por la sana doctrina, debe tener un puesto preeminente la concerniente al adecuado desenvolvimiento e incremento de la piedad religiosa en las manifestaciones del culto público y privado. Por tanto, nos parece muy oportuno llamar la atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados" [2].

viernes, 3 de noviembre de 2017

¡Ojalá que el ejemplo de San Martín de Porres enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y obedecer los mandatos divinos de Cristo! - San Juan XXIII

RITO DE CANONIZACIÓN
DEL BEATO MARTÍN DE PORRES

HOMILÍA DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII

Domingo 6 de mayo de 1962



Nuestro corazón y el de todos los que profesan la fe de Cristo, está pendiente del importante acontecimiento que es el Concilio Ecuménico Vaticano II; en el cual están puestas las esperanzas de un rejuvenecimiento con mayor vigor del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. A esto tienden especialmente en estos momentos nuestras tareas y actividades, que el Redentor Santísimo de los hombres nos encomendó, aquí en la tierra, para gobernar y dirigir a su esposa incontaminada. Por esta razón el rito solemne, que ahora con gran majestad se realiza en la basílica vaticana tiende, de una manera especial, a este mismo fin; pues al inscribir en el número de los santos del cielo, con gran solemnidad, a un varón insigne y de singulares virtudes, hemos pretendido significar que no puede esperarse cosa mejor del Concilio que un nuevo acicate a los hijos de la Iglesia para una vida mejor.

Martín, con el ejemplo de su vida, nos demuestra que es posible conseguir la salvación y la santidad por el camino que Cristo enseña: si ante todo amamos a Dios de todo corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y, en segundo lugar, si amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismo (Cf. Mt 22, 36-38).

Por lo cual, ante todo, Martín, ya desde niño, amó a Dios, dulcísimo Padre de todos: y con tales características de ingenuidad y sencillez que no pudieron menos que agradar a Dios.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Il religioso convegno - Sobre el rezo del Santo Rosario - San Juan XXIII

Carta Apostólica
Il religioso convegno
JUAN XXIII
Sobre el rezo del Santo Rosario
29 septiembre 1961



Venerables hermanos, queridos hijos, salud y bendición apostólica.

1. La religiosa reunión del domingo l° de septiembre en Castelgandolfo, con numerosa y selecta representación de cardenales, de prelados, del Cuerpo Diplomático y una multitud de fieles de las más diversas procedencias, estuvo penetrada del sentimiento de una viva preocupación en torno al problema de la paz.

2. La presencia de nuestra humilde persona, nuestra voz conmovida era punto directivo, luminoso y central de aquel encuentro. Nuestras manos consagradas y bendecidas ofrecieron el Sacrificio eucarístico de Jesús Salvador y Redentor: Salvator et Redemptor mundi, y Rey pacífico de los siglos y de los pueblos.

3. Todas las naciones representadas estaban allí para dar amplia significación de universalidad. Formaban un grupo notable, entre los demás, los alumnos del Colegio Urbano de Propaganda, símbolo de todas las gentes, incluso no cristianas, pero todas ansiosas de la paz.

4. Conmovidos, y a la vez confiados, anunciamos en aquel misterioso atardecer nuestro propósito de animar a sucesivas reuniones de almas según que con tiempo se presentase la ocasión, para retenerlas en la oración en pro de este fundamental propósito de la preservación de la paz en el mundo entero y para defensa de la civilización.

5. Con esta intención, y para ofrecer un primer ejemplo, pocos días después Nos dirigimos a las Catacumbas de San Calixto, las más próximas a nuestra residencia estival, para implorar desde allí, junto a los sacros sepulcros de cuantos Nos precedieron, más de catorce Pontífices y con ellos obispos y mártires ilustres en la historia, la cooperación de su celestial intercesión para asegurar a todas las naciones —pues todas pertenecen de alguna manera a Cristo— el gran tesoro de la paz: Ut cuncto populo christiano pacem et unitatem Dominus largiri dignetur (1).

6. Y ahora que nos encontramos en el mes de octubre, que por tradición de piedad y de caridad cristiana está consagrado al culto y a la veneración de la Virgen del Rosario, se Nos ofrece como nueva la oportunísima ocasión de una plegaria universal al Señor por la misma gran intención que interesa a individuos, familias, pueblos.

La devoción del Santo Rosario

EL Rosario de San Juan XXIII

Pequeño ensayo de meditación de los misterios del Rosario que el San Juan XXIII publicó junto con su carta apostólica Il religioso convegno. El Papa desarrolla el triple elemento que él mismo anuncia: meditación, reflexión e intención.



EL ROSARIO MEDITADO

MISTERIOS GOZOSOS

Primer Misterio
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Contemplación
Es el primer punto luminoso para unir el cielo y la tierra. El primero de la serie de acontecimientos que son los más grandes de los siglos.

El Hijo de Dios, Verbo del Padre, «por quien fueron hechas todas las cosas» en la creación (Jn 1,3), toma naturaleza humana en este misterio. Se hace hombre Él mismo para poder ser redentor del hombre y de la humanidad entera, y su salvador.

María Inmaculada, flor de la creación, la más bella y fragante, respondiendo al ángel «he aquí la esclava del Señor» (Lc 2, 28), acepta el honor de la maternidad divina que se cumple en ella al instante. Y nosotros, llamados en nuestro padre Adán hijos adoptivos de Dios, privados luego, volvemos hoy a ser hermanos, hijos adoptivos de Dios, recuperada la adopción por la redención que comienza ahora. Al pie de la cruz seremos con Jesús, que es concebido en su seno, hijos de María. Desde hoy será ella Madre de Dios y luego madre nuestra.

¡Oh sublimidad!, ¡oh ternura de este misterio!

Reflexión
Reflexionando sobre esto, nuestro primer deber inolvidable es dar gracias a Dios, porque se ha dignado venir a salvarnos. Por esto se ha hecho hombre, hermano nuestro. Igual a nosotros en cuanto a nacer de una mujer, de la que nos ha hecho hijos de adopción al pie de la cruz. Hijos adoptivos de su Padre celestial, ha querido que lo seamos igualmente de su misma Madre.

Intención
Sea la intención de nuestra oración, al contemplar este primer misterio que se nos ofrece a la meditación, además de dar gracias continuamente, un esfuerzo, en verdad sincero y real, de humildad, de pureza, de caridad, virtudes de las que nos da tan alto ejemplo la Virgen bendita.

Segundo Misterio
LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Contemplación

Grata recordatio - Sobre el rezo del Santo Rosario - San Juan XXIII

Carta Encíclica
Grata recordatio
JUAN XXIII
Sobre el rezo del Santo Rosario
26 de septiembre de 1959



1. Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas (1) que Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del “Pater noster”, del “Ave María” y del “Gloria Patri” se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.

Este dulce recuerdo de Nuestra juventud no Nos ha abandonado en el correr de los años, ni se ha debilitado; por lo contrario —y lo decimos con toda sencillez—, tuvo la virtud de hacernos cada vez más caro a Nuestro espíritu el santo Rosario, que no dejamos nunca de recitar completo todos los días del año; y que deseamos, sobre todo, rezar con particular piedad en el próximo mes de octubre.

Durante el curso de este primer año —que toca a su fin— de Nuestro Pontificado nunca Nos faltó ocasión de exhortar reiteradamente al clero y al pueblo cristiano para elevar públicas y privadas plegarias; mas ahora pretendemos hacerlo con una más viva exhortación, diríamos conmovida también, por los muchos motivos que brevemente expondremos en esta Nuestra encíclica.

2. En el próximo octubre se cumple el primer aniversario del piadosísimo tránsito de Nuestro predecesor Pío XII, de v. m., cuya existencia brilló con tantos y tan grandes méritos. Veinte días después, sin mérito alguno por Nuestra parte, fuimos elevados, por arcano designio de Dios, al supremo Pontificado. Dos Sumos Pontífices se tienden la mano, como para transmitirse la sagrada herencia de la mística grey y para proclamar conjuntamente la continuidad de su ansiosa solicitud pastoral y de su amor por todos los pueblos.

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