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sábado, 2 de mayo de 2020
lunes, 27 de abril de 2020
Santo Toribio de Mogrovejo - P. Alfredo Sáenz
I. De los Picos de Europa al Episcopado: 1. Joven estudiante en
Valladolid - 2. En Salamanca - 3. Inquisidor en Granada - 4. Obispo - 5. Rumbo
al Perú -
II. El Perú pretoribiano
III. El Tercer Concilio de Lima: 1. Las turbulencias preconciliares - 2. Los Catecismos - 3. Los
sacramentos - 4. La formación de un clero idóneo
IV. El Obispo acróbata
V. Las relaciones del Arzobispo con el poder temporal
VI. Su vida espiritual
VII. Muerte y glorificación
Nos complace
detenernos en la consideración de la figura de Santo Toribio, el gran pastor de
Hispanoamérica, auténtico arquetipo de lo que puede llegar a ser un obispo
cuando asume sus responsabilidades pastorales con generosidad y grandeza de
alma.
I. De los Picos de Europa al Episcopado
Nació Toribio en Mayorga, pueblo del Reino de León. Allí se había trasladado su familia, cuya casa solariega se ubicaba en una aldehuela denominada Mogrovejo, sita en las estribaciones de los montes de Asturias, los llamados Picos de Europa. Fue en dichos montes donde se inició la gloriosa Reconquista de España, hasta entonces en poder de los moros. Sus padres eran de familia noble, lo que dejaría una impronta indeleble en el modo de ser del joven Toribio, el tercero de cinco hermanos. No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento, si bien es opinión común que acaeció el año 1538.
En el valle de Liébana, junto al castillo de los Mogrovejo, se encuentra un monasterio, fundado en el siglo VI por el monje Toribio, que había sido obispo de Palencia, y que eligió ese lugar para vivir allí con un grupo de compañeros según la regla benedictina. A mediados del siglo VIII, una vez consolidada la Reconquista en esa zona, llevaron al monasterio los restos de otro Toribio, que había sido obispo de Astorga en el siglo V, juntamente con el lignum crucis que dicho obispo trajo consigo de una de sus peregrinaciones a Jerusalén. Hoy el monasterio se llama de Santo Toribio de Liébana. De este santo le viene su nombre a nuestro Toribio, así como su amor apasionado por la cruz.
1. Joven estudiante en Valladolid
martes, 28 de noviembre de 2017
miércoles, 15 de noviembre de 2017
Recomendando lecturas - R.P. Alfredo Sáenz S.J.
"San Agustín y Santo Tomás
son el telón de fondo de mis intereses"
Entrevista al Padre
Alfredo Sáenz S.J.
publicada por el diario La Prensa
el 23 de Marzo de 2017
LECTURAS DE AUTOR
El padre Alfredo Sáenz
rescata del olvido a Hugo Wast, autor famosísimo en su tiempo y hoy considerado
poco menos que “maldito”. “La restauración de la cultura cristiana”, de John
Senior, fue una de las obras recientes que más disfrutó.
-¿Qué libro (o libros) está
leyendo ahora?
-Dos son los libros a los que estoy abocado en estos momentos. El primero es una obra de Alexandre Schmemann, llamada Journal. Trátase de un “diario” personal del autor, que es un culto sacerdote ortodoxo ruso. Dicho diario nos ofrece sus apuntes cotidianos en el decenio que ocurre de 1973 a 1983. La obra fue publicada en 1983, después de su muerte. El padre Schmemann nació en Estonia, en una familia de emigrados rusos. Dicha familia se instaló luego en País y allí nuestro Alexandre ingresó en un seminario ortodoxo. Tras su ordenación sacerdotal fue invitado a enseñar en otro seminario ruso, pero que funcionaba en Estados Unidos, donde llegó a ser primero profesor y luego decano. En Estados Unidos, la Iglesia ortodoxa era oficialmente independiente del Patriarcado de Moscú. La obra que me ocupa me resultó realmente apasionante. Allí, entre otras muchas cosas, el autor habla de sus relaciones, no siempre demasiado cordiales, con Solzhenitsyn, que por aquel entonces vivía también en Estados Unidos.
Otro libro que estoy
ahora leyendo es uno titulado El amor que discierne, donde su autor, un joven
sacerdote, el padre Gabino Tabossi, trata en esta que es su tesis doctoral, del
conocimiento del bien por connaturalidad afectiva según la Suma de Santo Tomás.
Obra realmente esplendorosa, aguda y penetrante, que no basta con leer sino hay
que paladear.
VALOR OLVIDADO
-¿Qué autor nuevo o clásico
descubrió últimamente? ¿Por qué motivos lo atrapó?
lunes, 28 de agosto de 2017
lunes, 25 de agosto de 2014
San Luis Rey de Francia - P. Alfredo Sáenz S.J.
San
Luis, rey de Francia
(Tomado
de “La Cristiandad
en la Edad Media ”)
Daniel-Rops
ha compuesto un logrado retrato del santo, que acá esbozaremos. Por las
descripciones de sus contemporáneos se sabe que era un hombre alto y enjuto, de
cabello rubio y ojos azules. Espiritualmente se trataba de una persona
superior, pero que nada tenía de santurrón ni de mojigato; al contrario, era
afable, amante de las bromas y de la eutrapelia, lo que no obstaba a que
gustase conservar las debidas distancias, y cuando era necesario, mostrarse
cortante. Juntaba de manera eximia la nostalgia del Dios, cuya visión final
anhelaba, con la preocupación política por los asuntos de la tierra que el
mismo Dios había puesto a su cuidado.
La
vida de S. Luis es un testimonio vivo de cómo un rey puede hacer brillar en sus
obras el primado de las cosas de Dios por sobre las cosas del hombre. «Querido
hijo, lo primero que quiero enseñarte –diría a su primogénito Felipe, en la
carta-testamento que le dejó– es que ames a Dios de todo corazón; pues sin eso
nadie puede salvarse. Guárdate de hacer nada que desagrade a Dios». Tal sería
el principio rector que lo guiaría a lo largo de toda su vida, en perfecta
consonancia con aquello que, siendo niño, había oído de labios de su madre,
Blanca de Castilla, a saber, que lo prefería muerto a pecador. En medio de las
agotadoras tareas que le exigía el timón de la nación, nunca le faltó tiempo
para rezar cada día las Horas litúrgicas y para leer asiduamente la Sagrada Escritura
y los Santos Padres. Se confesaba con frecuencia, se azotaba en castigo de sus
faltas, ayunaba severamente, llevaba cilicio, y vivía con extrema sobriedad, al
menos mientras su cargo no le obligaba a ponerse trajes de gala.
La
fe no era para él algo puramente privado, vivido en el santuario secreto del
alma, sin influjo alguno sobre su conducta, sino que impregnaba todo su obrar,
y lo impulsaba a la caridad, que es como la flor de la fe. Su generosidad era
proverbial. Con frecuencia salía a caminar por las calles de París o de las
otras ciudades de su Reino, para distribuir dinero a los pobres que a su paso
iba encontrando; pasaba largos ratos cuidando en los hospitales a los enfermos
más repugnantes; invitaba a su mesa a veinte pobres tan sucios y malolientes
que los mismos guardias del Palacio se sentían descompuestos; cuando, según la
costumbre de aquel tiempo, se anunciaba desde lejos, al son de campanillas, la
presencia de algún leproso, Luis se acercaba a él y lo besaba, como si fuese el
mismo Cristo. Todas estas anécdotas, y muchas más, no son producto de la
imaginación de algún biógrafo servil o beatón, sino que provienen de las más
seguras Crónicas de la época. Y esa caridad, que fue tan personal, es decir, de
persona a persona, no obstó a que la volcara también a la creación de obras e
instituciones educativas, así como a la erección de hospitales, hospicios,
orfelinatos y numerosos conventos.
miércoles, 20 de agosto de 2014
San Bernardo de Claraval - P. Alfredo Sáenz S.J.
El Abad - El poeta
- El último de los Padres - El místico (Mística trinitaria y divinización - Mística eclesial - Mística mariana)
- El apóstol (La conciencia de la
sociedad - Monje-Caballero - Contemplación y acción o el eje de la rueda)
La figura de San
Bernardo es estelar en la Iglesia, y sin duda la más representativa de la época
de la Cristiandad medieval.
Nació en el año
1091, cerca de la capital de Borgoña, de padres de ilustre prosapia. Su educación,
propia de las familias de su estirpe, fue esmerada, incluyendo la gramática, la
retórica y la dialéctica, juntamente con la lectura y explicación de autores
clásicos tales como Cicerón, Virgilio, Horacio, etc. Bernardo era un joven
robusto, de frente amplia, ojos azules y penetrantes. Todos sus contemporáneos
coinciden en afirmar que brotaba de él un prestigio singular.
Un día comprendió
que Dios le llamaba para seguirlo de cerca como religioso. Su padre se opuso
terminantemente. Pero entonces comenzó a manifestarse aquella capacidad de
seducción que durante toda su vida habría de emanar de su persona. Uno tras
otro, todos sus hermanos, sin excepción, hicieron suya la decisión de Bernardo.
Comentando este poder de atracción contagiosa, escribe René Guénon en el tan
breve como precioso estudio que dedicara a nuestro santo:
«Hay ya en ello
algo de extraordinario, y sería sin duda insuficiente evocar el poder del
«genio», en el sentido profundo de esta palabra, para explicar semejante
influencia. ¿No vale mejor reconocer en ello la acción de la gracia divina que,
penetrando en cierta manera toda la persona del apóstol e irradiando fuera por
su sobreabundancia, se comunicaba a través de él como por un canal, según la
comparación que él mismo emplearía más tarde aplicándola a la Santísima
Virgen?».
Personalidad
riquísima, polifacética; tratemos, en cuanto nos sea posible, de delinear sus
principales rasgos.
I. El Abad
En razón de
diversas actitudes que Bernardo tomara en el curso de su agitada vida, a las
que luego nos iremos refiriendo, para muchos de sus contemporáneos –e incluso
ahora– pudo parecer un hombre cortante, irascible y agresivo. Se olvida una
faceta de su personalidad que le es esencial, la paternidad. Porque Bernardo,
más allá de ser monje, fue sobre todo padre de monjes, que eso significa Abad.
Como se sabe, fue él quien hizo florecer la Orden del Cister, que se extendería
por toda Europa. El se consideraba el padre de todos. Pero de manera particular
de los monjes del monasterio que fundara y presidiera durante tantos años, el
de Claraval, que tanto amó.
martes, 29 de julio de 2014
martes, 22 de julio de 2014
viernes, 18 de julio de 2014
El sentido de lo sagrado - Audio del P. Alfredo Sáenz S.J.
http://www.semperfiat.com/cuando-se-profana-lo-sagrado-p-alfredo-saenz-s-j/1169
miércoles, 16 de julio de 2014
martes, 8 de julio de 2014
lunes, 30 de junio de 2014
miércoles, 18 de junio de 2014
Tres falsos dilemas - P. Alfredo Sáenz S.J.
TRES FALSOS
DILEMAS
"ABIERTO"
O "CERRADO"
"PRECONCILIAR"
O "POSTCONCILIAR"
"CONSERVADOR"
O "PROGRESISTA"
Estamos
en la actualidad confrontados a una serie de dilemas. Y frente a tales dilemas
se nos obliga a tomar necesariamente partido por una de las dos posibilidades:
Ud. es integrista o es progresista, es conservador o moderno, es abierto o es
cerrado, elige la ortopraxis o la ortodoxia, es preconciliar o postconciliar...
Innúmeras disyuntivas que, al parecer, nos exigen perentoriamente una opción,
una elección.
Tipifiquemos
estos diversos dilemas en tres de ellos que comprenden a los restantes.
1. "ABIERTO" O
"CERRADO"
Los
católicos parecen dividirse ineludiblemente en dos clases: los que están
abiertos al mundo, al cambio, y los que se cierran a toda innovación.
Es
"abierto" aquel que ama la vida, el que no se ata a costumbres
ancestrales, aquel que tiene libertad de espíritu, el que sabe interpretar las
normas de la Iglesia con sentido amplio y vital, aquel que ama las experiencias
y las novedades porque ve en ellas expresiones diversas de la vida que no se
detiene...
Es
"cerrado" aquel que mira al mundo con hosquedad, tiene un carácter
ambivalente: el mundo hecho por Dios y el mundo puesto bajo el Maligno. No todo
"abrirse" al "mundo" es, por consiguiente, laudable. Y, en
ocasiones, puede ser mortal para la fe.
Bueno,
se nos dirá, si Ud. pone tantos reparos para abrirse al mundo, por lo menos
ábrase al cambio. Ya que los cambios son señal de juventud, de la perenne
juventud que debe caracterizar al cristiano. ¿Qué responder a tan gentil
invitación? Sin duda que hay cambios que son necesarios o, al menos,
convenientes. La misma Iglesia los ha preconizado y los seguirá preconizando,
ya que a lo largo de la historia trata siempre, en lo posible, de adaptarse a
las circunstancias para llegar a todos los hombres. Sin embargo, hoy se cae en
lo que podríamos llamar un triunfalismo del cambio. Se han hecho cambios:
quiere decir que vamos viento en popa. Cuando más bien habría que decir: ha
habido cambios; éstos son positivos y con ellos coincido, y estos otros son
perniciosos y con ellos me sé incompatible. El cambio no es algo mágico, no
tiene sentido único. Es esencialmente ambiguo. Lo cual muestra cuán innoble sea
el recurso de aquellos que no vacilan en tachar de inmovilistas a quienes no
comparten el sentido de algunos cambios concretos que de hecho se han ido
introduciendo en la vida de la Iglesia, a veces de manera subrepticia.
martes, 17 de junio de 2014
martes, 10 de junio de 2014
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