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lunes, 27 de abril de 2020

Santo Toribio de Mogrovejo - P. Alfredo Sáenz



I. De los Picos de Europa al Episcopado: 1. Joven estudiante en Valladolid - 2. En Salamanca - 3. Inquisidor en Granada - 4. Obispo - 5. Rumbo al Perú -
II. El Perú pretoribiano
III. El Tercer Concilio de Lima: 1. Las turbulencias preconciliares - 2. Los Catecismos - 3. Los sacramentos - 4. La formación de un clero idóneo
IV. El Obispo acróbata
V. Las relaciones del Arzobispo con el poder temporal
VI. Su vida espiritual
VII. Muerte y glorificación

Nos complace detenernos en la consideración de la figura de Santo Toribio, el gran pastor de Hispanoamérica, auténtico arquetipo de lo que puede llegar a ser un obispo cuando asume sus responsabilidades pastorales con generosidad y grandeza de alma.

I. De los Picos de Europa al Episcopado

Nació Toribio en Mayorga, pueblo del Reino de León. Allí se había trasladado su familia, cuya casa solariega se ubicaba en una aldehuela denominada Mogrovejo, sita en las estribaciones de los montes de Asturias, los llamados Picos de Europa. Fue en dichos montes donde se inició la gloriosa Reconquista de España, hasta entonces en poder de los moros. Sus padres eran de familia noble, lo que dejaría una impronta indeleble en el modo de ser del joven Toribio, el tercero de cinco hermanos. No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento, si bien es opinión común que acaeció el año 1538.

En el valle de Liébana, junto al castillo de los Mogrovejo, se encuentra un monasterio, fundado en el siglo VI por el monje Toribio, que había sido obispo de Palencia, y que eligió ese lugar para vivir allí con un grupo de compañeros según la regla benedictina. A mediados del siglo VIII, una vez consolidada la Reconquista en esa zona, llevaron al monasterio los restos de otro Toribio, que había sido obispo de Astorga en el siglo V, juntamente con el lignum crucis que dicho obispo trajo consigo de una de sus peregrinaciones a Jerusalén. Hoy el monasterio se llama de Santo Toribio de Liébana. De este santo le viene su nombre a nuestro Toribio, así como su amor apasionado por la cruz.

1. Joven estudiante en Valladolid

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Recomendando lecturas - R.P. Alfredo Sáenz S.J.

"San Agustín y Santo Tomás
son el telón de fondo de mis intereses"

Entrevista  al Padre Alfredo Sáenz S.J.
publicada por el diario La Prensa
el 23 de Marzo de 2017



LECTURAS DE AUTOR
El padre Alfredo Sáenz rescata del olvido a Hugo Wast, autor famosísimo en su tiempo y hoy considerado poco menos que “maldito”. “La restauración de la cultura cristiana”, de John Senior, fue una de las obras recientes que más disfrutó.

-¿Qué libro (o libros) está leyendo ahora?

-Dos son los libros a los que estoy abocado en estos momentos. El primero es una obra de Alexandre Schmemann, llamada Journal. Trátase de un “diario” personal del autor, que es un culto sacerdote ortodoxo ruso. Dicho diario nos ofrece sus apuntes cotidianos en el decenio que ocurre de 1973 a 1983. La obra fue publicada en 1983, después de su muerte. El padre Schmemann nació en Estonia, en una familia de emigrados rusos. Dicha familia se instaló luego en País y allí nuestro Alexandre ingresó en un seminario ortodoxo. Tras su ordenación sacerdotal fue invitado a enseñar en otro seminario ruso, pero que funcionaba en Estados Unidos, donde llegó a ser primero profesor y luego decano. En Estados Unidos, la Iglesia ortodoxa era oficialmente independiente del Patriarcado de Moscú. La obra que me ocupa me resultó realmente apasionante. Allí, entre otras muchas cosas, el autor habla de sus relaciones, no siempre demasiado cordiales, con Solzhenitsyn, que por aquel entonces vivía también en Estados Unidos.
Otro libro que estoy ahora leyendo es uno titulado El amor que discierne, donde su autor, un joven sacerdote, el padre Gabino Tabossi, trata en esta que es su tesis doctoral, del conocimiento del bien por connaturalidad afectiva según la Suma de Santo Tomás. Obra realmente esplendorosa, aguda y penetrante, que no basta con leer sino hay que paladear.

VALOR OLVIDADO

-¿Qué autor nuevo o clásico descubrió últimamente? ¿Por qué motivos lo atrapó?

lunes, 25 de agosto de 2014

San Luis Rey de Francia - P. Alfredo Sáenz S.J.

San Luis, rey de Francia
(Tomado de “La Cristiandad en la Edad Media”)

Daniel-Rops ha compuesto un logrado retrato del santo, que acá esbozaremos. Por las descripciones de sus contemporáneos se sabe que era un hombre alto y enjuto, de cabello rubio y ojos azules. Espiritualmente se trataba de una persona superior, pero que nada tenía de santurrón ni de mojigato; al contrario, era afable, amante de las bromas y de la eutrapelia, lo que no obstaba a que gustase conservar las debidas distancias, y cuando era necesario, mostrarse cortante. Juntaba de manera eximia la nostalgia del Dios, cuya visión final anhelaba, con la preocupación política por los asuntos de la tierra que el mismo Dios había puesto a su cuidado.
La vida de S. Luis es un testimonio vivo de cómo un rey puede hacer brillar en sus obras el primado de las cosas de Dios por sobre las cosas del hombre. «Querido hijo, lo primero que quiero enseñarte –diría a su primogénito Felipe, en la carta-testamento que le dejó– es que ames a Dios de todo corazón; pues sin eso nadie puede salvarse. Guárdate de hacer nada que desagrade a Dios». Tal sería el principio rector que lo guiaría a lo largo de toda su vida, en perfecta consonancia con aquello que, siendo niño, había oído de labios de su madre, Blanca de Castilla, a saber, que lo prefería muerto a pecador. En medio de las agotadoras tareas que le exigía el timón de la nación, nunca le faltó tiempo para rezar cada día las Horas litúrgicas y para leer asiduamente la Sagrada Escritura y los Santos Padres. Se confesaba con frecuencia, se azotaba en castigo de sus faltas, ayunaba severamente, llevaba cilicio, y vivía con extrema sobriedad, al menos mientras su cargo no le obligaba a ponerse trajes de gala.
La fe no era para él algo puramente privado, vivido en el santuario secreto del alma, sin influjo alguno sobre su conducta, sino que impregnaba todo su obrar, y lo impulsaba a la caridad, que es como la flor de la fe. Su generosidad era proverbial. Con frecuencia salía a caminar por las calles de París o de las otras ciudades de su Reino, para distribuir dinero a los pobres que a su paso iba encontrando; pasaba largos ratos cuidando en los hospitales a los enfermos más repugnantes; invitaba a su mesa a veinte pobres tan sucios y malolientes que los mismos guardias del Palacio se sentían descompuestos; cuando, según la costumbre de aquel tiempo, se anunciaba desde lejos, al son de campanillas, la presencia de algún leproso, Luis se acercaba a él y lo besaba, como si fuese el mismo Cristo. Todas estas anécdotas, y muchas más, no son producto de la imaginación de algún biógrafo servil o beatón, sino que provienen de las más seguras Crónicas de la época. Y esa caridad, que fue tan personal, es decir, de persona a persona, no obstó a que la volcara también a la creación de obras e instituciones educativas, así como a la erección de hospitales, hospicios, orfelinatos y numerosos conventos.

miércoles, 20 de agosto de 2014

San Bernardo de Claraval - P. Alfredo Sáenz S.J.

El Abad - El poeta - El último de los Padres - El místico (Mística trinitaria y divinización - Mística eclesial - Mística mariana) - El apóstol (La conciencia de la sociedad - Monje-Caballero - Contemplación y acción o el eje de la rueda)

  

La figura de San Bernardo es estelar en la Iglesia, y sin duda la más representativa de la época de la Cristiandad medieval.

Nació en el año 1091, cerca de la capital de Borgoña, de padres de ilustre prosapia. Su educación, propia de las familias de su estirpe, fue esmerada, incluyendo la gramática, la retórica y la dialéctica, juntamente con la lectura y explicación de autores clásicos tales como Cicerón, Virgilio, Horacio, etc. Bernardo era un joven robusto, de frente amplia, ojos azules y penetrantes. Todos sus contemporáneos coinciden en afirmar que brotaba de él un prestigio singular.

Un día comprendió que Dios le llamaba para seguirlo de cerca como religioso. Su padre se opuso terminantemente. Pero entonces comenzó a manifestarse aquella capacidad de seducción que durante toda su vida habría de emanar de su persona. Uno tras otro, todos sus hermanos, sin excepción, hicieron suya la decisión de Bernardo. Comentando este poder de atracción contagiosa, escribe René Guénon en el tan breve como precioso estudio que dedicara a nuestro santo:

«Hay ya en ello algo de extraordinario, y sería sin duda insuficiente evocar el poder del «genio», en el sentido profundo de esta palabra, para explicar semejante influencia. ¿No vale mejor reconocer en ello la acción de la gracia divina que, penetrando en cierta manera toda la persona del apóstol e irradiando fuera por su sobreabundancia, se comunicaba a través de él como por un canal, según la comparación que él mismo emplearía más tarde aplicándola a la Santísima Virgen?».

Personalidad riquísima, polifacética; tratemos, en cuanto nos sea posible, de delinear sus principales rasgos.

 

I. El Abad

En razón de diversas actitudes que Bernardo tomara en el curso de su agitada vida, a las que luego nos iremos refiriendo, para muchos de sus contemporáneos –e incluso ahora– pudo parecer un hombre cortante, irascible y agresivo. Se olvida una faceta de su personalidad que le es esencial, la paternidad. Porque Bernardo, más allá de ser monje, fue sobre todo padre de monjes, que eso significa Abad. Como se sabe, fue él quien hizo florecer la Orden del Cister, que se extendería por toda Europa. El se consideraba el padre de todos. Pero de manera particular de los monjes del monasterio que fundara y presidiera durante tantos años, el de Claraval, que tanto amó.

miércoles, 18 de junio de 2014

Tres falsos dilemas - P. Alfredo Sáenz S.J.

TRES FALSOS DILEMAS
 
"ABIERTO" O "CERRADO"
"PRECONCILIAR" O "POSTCONCILIAR"
"CONSERVADOR" O "PROGRESISTA"
 
Estamos en la actualidad confrontados a una serie de dilemas. Y frente a tales dilemas se nos obliga a tomar necesariamente partido por una de las dos posibilidades: Ud. es integrista o es progresista, es conservador o moderno, es abierto o es cerrado, elige la ortopraxis o la ortodoxia, es preconciliar o postconciliar... Innúmeras disyuntivas que, al parecer, nos exigen perentoriamente una opción, una elección.
Tipifiquemos estos diversos dilemas en tres de ellos que comprenden a los restantes.
 
1. "ABIERTO" O "CERRADO"
Los católicos parecen dividirse ineludiblemente en dos clases: los que están abiertos al mundo, al cambio, y los que se cierran a toda innovación.
Es "abierto" aquel que ama la vida, el que no se ata a costumbres ancestrales, aquel que tiene libertad de espíritu, el que sabe interpretar las normas de la Iglesia con sentido amplio y vital, aquel que ama las experiencias y las novedades porque ve en ellas expresiones diversas de la vida que no se detiene...
Es "cerrado" aquel que mira al mundo con hosquedad, tiene un carácter ambivalente: el mundo hecho por Dios y el mundo puesto bajo el Maligno. No todo "abrirse" al "mundo" es, por consiguiente, laudable. Y, en ocasiones, puede ser mortal para la fe.
Bueno, se nos dirá, si Ud. pone tantos reparos para abrirse al mundo, por lo menos ábrase al cambio. Ya que los cambios son señal de juventud, de la perenne juventud que debe caracterizar al cristiano. ¿Qué responder a tan gentil invitación? Sin duda que hay cambios que son necesarios o, al menos, convenientes. La misma Iglesia los ha preconizado y los seguirá preconizando, ya que a lo largo de la historia trata siempre, en lo posible, de adaptarse a las circunstancias para llegar a todos los hombres. Sin embargo, hoy se cae en lo que podríamos llamar un triunfalismo del cambio. Se han hecho cambios: quiere decir que vamos viento en popa. Cuando más bien habría que decir: ha habido cambios; éstos son positivos y con ellos coincido, y estos otros son perniciosos y con ellos me sé incompatible. El cambio no es algo mágico, no tiene sentido único. Es esencialmente ambiguo. Lo cual muestra cuán innoble sea el recurso de aquellos que no vacilan en tachar de inmovilistas a quienes no comparten el sentido de algunos cambios concretos que de hecho se han ido introduciendo en la vida de la Iglesia, a veces de manera subrepticia.

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