Novena de
Navidad-cuarto día, para rezar 19 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Para los nueve días antes de la Navidad.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Para los nueve días antes de la Navidad.
Meditación IV
Mi dolor está siempre delante de mí. Sal. 37, 18
Dolor meus in conspectu meo Semper.
Considera como en
aquel primer instante en que fue criada y unida el alma de Jesucristo a su
cuerpecito en el seno de María, el Padre Eterno intimó al Hijo su voluntad, de
que muriese por la redención del mundo; y en aquel mismo instante le presentó
delante toda la escena funesta de las penas que debía sufrir hasta la muerte,
para redimir a los hombres.
Le manifestó ya
entonces todos los trabajos, desprecios y pobrezas que había de padecer en toda
su vida, así en Belén, como en Egipto y en Nazaret; y después le descubrió
todos los dolores y las ignominias de su pasión, los azores, las espinas, los
clavos y la cruz; todos los tedios, las tristezas, las agonías y los abandonos
en medio de los que había de concluir su vida sobre el Calvario.
Abrahám, llevando el
Hijo a la muerte, no quiso afligirle con anticiparle el aviso de ella, por
aquel poco tiempo que necesitaba para llegar al monto. Pero el eterno Padre
quiso que su Hijo encarnado, destinado por víctima de nuestros pecados a su
Divina Justicia, padeciese con mucha anticipación todas las penas a que debía
sujetarse en su vida y en su muerte.
De donde fue, que aquella tristeza sufrida por Jesús en el huerto, bastante para quitarle la vida, la padeció continuamente desde el primer momento que estuvo en el vientre de su Madre.
De donde fue, que aquella tristeza sufrida por Jesús en el huerto, bastante para quitarle la vida, la padeció continuamente desde el primer momento que estuvo en el vientre de su Madre.
Así que, desde
entonces sintió vivamente y sufrió el peso reunido de todos los trabajos,
dolores y vituperios que le esperaban.
Toda la vida de
nuestro Redentor, y todos sus años, fueron vida y años de pena y de lágrimas,
diciéndonos él mismo por boca de David: Con el dolor ha desfallecido mi vida, y
mis años con los gemidos. Sal 30, 11.
Su Divino Corazón no
tuvo un momento libre de padecimientos: o velaba, o dormía, o trabajaba, o
descansaba, u oraba o conversaba; siempre tenía delante de sus ojos aquella
amarga representación; la cual atormentaba más su Alma Santísima, que han
atormentado a los santos Mártires todas sus penas.
Estos han padecido,
pero ayudados de la gracia padecían con alegría y fervor.
Jesucristo padeció
más, padeció siempre con un corazón lleno de tristeza, y todo lo acepto por
amor a nosotros.
Afectos y súplicas
¡Oh dulce, oh
amable, oh amante corazón de Jesús!
¿luego ya desde Niño
estuvisteis lleno de amargura, y agonizasteis en el seno de María, sin consuelo
y sin quien os mirase, o al menos se compadeciese de Vos? Todo esto lo
sufristeis, o Jesús mío, a fin de satisfacer por la pena y agonía eterna que a
mi tocaba padecer por mis pecados.
Vos, pues,
padecisteis falto de todo alivio porque me salvase yo, que he tenido el
atrevimiento de abandonar a Dios y volverle las espaldas. Os doy gracias ¡Oh
Corazón afligido y enamorado de mi Señor! Os doy gracias, y os compadezco
especialmente de ver que tanto padecisteis por los hombres, y estos tan poco os
compadecen.
¡Oh Amor Divino! ¡Oh
ingratitud humana! ¡Oh hombres, hombres! Mirad a este pequeño corderito
inocente, angustiado por vosotros, para satisfacer a la Justicia Divina las
injurias que le habéis hecho.
Atended como Él está
rogando e intercediendo por vosotros cerca del Eterno Padre: miradle y amadle.
¡Ah! Mi Redentor!
¡Cuán pocos son los que piensan en vuestros dolores y en vuestro amor! ¡Oh
Dios! ¡Cuán pocos son los que os aman! Pero ¡miserable de mí! Que también he
vivido por tantos años olvidado de Vos! Habéis padecido tanto para que os
amase, ¡y nada os he amado! Perdonadme Jesús mío, perdonarme, que ya quiero
enmendarme y quiero amaros.
¡Pobre de mí, si
resisto por más tiempo a vuestra gracia y me condeno! Todas las misericordias
de que habéis usado conmigo, y especialmente vuestra dulce voz que ahora me
llama a maros, serán mis mayores penas en el infierno.
Amado Jesús, tened
piedad de mí, no permitáis que viva más ingrato a vuestro amor; dadme luz,
dadme fuerza de vencerlo todo, para cumplir vuestra voluntad.
Escuchadme os ruego,
por los méritos de vuestra Pasión. En esta yo todo lo confío, y en vuestra
intercesión.
¡Oh María, madre mía
amada! Socorredme. Vos sois aquella, que habéis alcanzado todas las gracias que
yo he recibido de Dios.
Os doy gracias, pero
si Vos no continúas en socorrerme, yo seguiré en ser infiel como lo he sido
hasta aquí…
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