LA VIRGEN
MARÍA
Mons.
Tihámer Toth
Obispo de
Veszprém (Hungría)
CAPÍTULO QUINTO
MARÍA Y LAS MADRES
¿QUÉ BIENES CAUSA ENTONOS NOSOTROS LA
MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA? - ¿QUÉ DA A LAS MADRES LA DIGNIDAD MATERNA DE
MARÍA?
Un día del año 491
antes de Cristo corrió por Roma una noticia espantosa, que dejaba la sangre
helada de espanto. La noticia era que Coriolano, el patricio más orgulloso de
Roma, condenado a destierro por el pueblo, se había pasado al enemigo, al
enemigo más encarnizado de los romanos, a los volscos, y capitaneándolos, lo
devastaba y quemaba todo, y ya estaba llegando a las puertas de la ciudad,
ebrio de venganza.
La noticia era
cierta... Estaba Coriolano al frente del enemigo y a las puertas de Roma. La
ciudad, presa del mayor pánico, envió una comisión compuesta de los más
distinguidos patricios, para aplacar al antiguo compañero, herido en lo más
vivo. En vano: ni siquiera les dejaron entrar en el campamento. Entonces se
nombró otra comisión, presidida por el sacerdocio romano: también inútil.
Por fin se pidió con
vivas instancias a la anciana madre de Coriolano que fuese a su hijo para
aplacarlo. Y lo que no había conseguido la elocuencia de los patricios, ni la
súplica de los sacerdotes, lo consiguió Veturia, cuyos ruegos conmovedores impresionaron
al hijo hasta el punto de hacerle cambiar de propósito y conducir de nuevo al enemigo
lejos de las murallas de
Roma... El odio ciego del
hijo pagano se amansó por la débil voz de una mujer, porque aquella voz era...
la voz de su madre.
Nosotros sabemos por
experiencia, que la voz de las madres tiene una fuerza bendita irresistible. Por
este motivo a nadie ha de sorprender que nosotros los católicos miremos con
orgullo santo y ardiente ternura a María, Madre de Dios y Madre nuestra, desde aquel
momento en que su divino Hijo, moribundo en la cruz, nos la dio, encargándole
al mismo tiempo a ella que nos tratara como hijos.
Ella es la que nos
conforta y nos infunde esperanza en medio de nuestras luchas.
En este capítulo
estudiaremos desde otro punto de vista el culto mariano: Veremos a la Virgen
María como Madre. En dos puntos podemos agrupar los pensamientos del capítulo:
I. ¿Qué bienes causa en todos nosotros la dignidad materna de María? II.
¿Qué da principalmente a las madres?
I
¿QUÉ BIENES CAUSA ENTONOS NOSOTROS LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA?
A) Si meditamos
con detención el papel que desempeñan las madres en la historia de la humanidad,
no podrá ya sorprendernos el puesto altísimo que ocupa la Virgen Madre dentro
de nuestra fe católica, antes al contrario, lo consideraremos natural, justo,
bello y necesario.
a) ¡Qué triste
condición la de una familia que perdió a la madre! El padre puede ganar el
sustento para los hijos; pero falta la madre, que con un corazón afectuoso y un
sentido de piedad dirija la educación de los mismos. Los niños necesitan más
tiempo, a la madre que al padre.
Pues bien: esa
elemental necesidad se siente no sólo en la vida de familia, sino también en la
vida religiosa de la comunidad, y el Señor quiso atender precisamente a este
sentimiento al darnos a María por Madre, Madre celestial de todos los fieles.
Puso como eslabón que nos uniese a El y nos uniese a nosotros mismos con lazo
mutuo a la Virgen Santísima, para que, como en todas las familias, fuese
también en la suya, en su familia grande, misteriosa, en su Iglesia, el corazón
materno y el amor materno quien nos uniera.
La misión de la
Virgen María no se limita, pues, a dar cuerpo al Verbo. Su misión eterna y
providencial, su misión de madre prosigue, según la voluntad de Cristo,
expresada en el testamento que nos dio desde la cruz...; sigue siendo madre mientras
haya cristianos en la tierra. Y como las madres educan, defienden y enseñan a
sus hijos, así nos educa, defiende y enseña también a nosotros la Santísima
Virgen. Cuando acaricia al Niño Jesús nos
acaricia también a
nosotros; cuando le defiende a El nos defiende a nosotros. Esto no es mero
sentimiento piadoso, es herencia santa. Es una herencia que nos viene de Cristo
en la cruz, cuando mirando a San Juan dijo a María: «Ahí tienes a tu hijo.» Y
volviéndose a San Juan, y a todos nosotros en su persona, nos dijo: «Hijo, ahí
tienes a tu madre.»
Necesitábamos una
persona que fuera como nosotros, compuesta de carne y sangre, como nosotros...;
pero que, con todo, nos fuera superior, fuera más excelsa, más pura, más santa;
necesitábamos a la Virgen Santísima. Necesitábamos una criatura, cuyo espíritu
no fuera como el nuestro, una pendiente roqueña calcinada por el sol, sino un
vergel florido; que no fuera escondrijo tenebroso, sino brillante luz de
estrellas; no pantano lleno de cieno, sino fuente cristalina; cuya vida no una
vida en zigzag, llena de tropiezos, sino camino recto hacia Dios; una persona
su dulce sonrisa nos alentar y dijera: ¡Hombres, hermanos míos, mirad a qué
grandes alturas levanta el Señor a los humildes; mirad a qué admirable grandeza
eleva a todos los que se dan por completo a El!
De esta Madre
purísima, sin mancilla, leemos que se fue con su hijito al templo de Jerusalén,
y se sometió a las ceremonias de la Purificación. ¡Qué humildad! ¡Qué
obediencia a los preceptos de Dios! ¡Qué ejemplo para nosotros! ¡Cómo nos
fortalece y alienta!
b) Es un hecho
conocido que la familia se mantiene mientras vive la madre, que es su
centro. Quizá los hijos se casaron ya hace tiempo, quizá tengan ya su
propia familia; pero mientras vive la madre, la familia conserva su fuerza de
cohesión. Y si muere la madre, empiezan los hijos a verse más raras veces,
apenas si se encuentran, cada cual va por su propio camino, porque falta ya el centro
de unión, ha muerto ya la madre.
Esto sucede no sólo
en las pequeñas familias humanas, sino también en la gran familia de la
Iglesia. ¿No vemos cómo se dividen y disuelven cada vez más las confesiones
religiosas separadas que, si bien dicen seguir a Cristo, no conservan ya el
culto de María?
¡Qué gratitud debo a
Dios por haberme concedido la gracia de nacer en una religión en que Dios es
nuestro Padre, Cristo nuestro hermano y la Virgen María nuestra Madre
celestial, la cual une con amor ya en este mundo a los miembros de la familia
de Dios!
B) Qué gran
atracción ejerce sobre los no católicos el culto a la Virgen María. Basta
visitar una iglesia atestada de fieles en el mes de mayo. ¡Cuántos son los que
acuden al Mes de María! ¡Cuán numerosos los que acuden a nuestra casa para
honrar a la Virgen Madre!
Y se comprende bien,
porque es una cosa muy humana. En una familia todos se juntan para honrar a la
madre.
Por otra parte, ved
lo que me escribió un hombre curtido por la vida:
«La vida me ha
zarandeado mucho. Me despojó del padre y de la madre, de los hermanos; todos
están ya en la patria eterna. Desde la edad de catorce años soy huérfano y echo
de menos el amor de mi madre terrenal.
Y con todo, no soy
huérfano...; por lo menos, nunca me he sentido tal, porque ya en mi tierna
niñez amaba con delirio a la Virgen Madre, y puedo afirmar con verdad que
siempre me alentó su grandísimo amor maternal; he sentido sus caricias que me sostenían
en los momentos de tristeza. La Virgen María me ha acompañado siempre. Siempre
ha estado a mi lado; nunca he
tenido motivos para quejarme,
porque nunca me faltó su amor maternal. Siempre me sentí seguro entre sus
brazos. En todos mis males, en todos mis sufrimientos y dolores, siempre ha
estado Ella junto a mí y nunca me dejó solo.»
Pues bien: si es el
corazón materno el que comunica calor al hogar, entonces la Iglesia necesita
también el calor del corazón materno. Por esto tiene tal fuerza de atracción el
culto de nuestra Madre celestial.
«¿Tú quieres honrar
únicamente a Cristo y no quieres preocuparte de María? No lo conseguirás. Tendrás
que cerrar los ojos para no ver a María, y ni aun así lo has de lograr.
¿Quieres adorar al
Niño divino, al dulce Jesús? Levanta tus ojos a El: ¿qué ves? A la Virgen
Madre, que lo tiene en sus brazos.
¿Quieres seguir al
Niño Jesús cuando huye a Egipto? Alza tus miradas a El, ¿qué observas? Lo cuida
la Virgen Madre.
¿Quieres conversar
con Jesucristo clavado en la cruz? Míralo bien: ¿a quién ves al pie de la cruz?
A la Madre de Jesús.
¿Quieres besar las
llagas del Cristo muerto, por las cuales brota la sangre redentora? Mira su
cadáver, ¿dónde lo encuentras? En el regazo de María.
¡Qué dicha para
nosotros el que Dios no haya puesto sus gracias en la bóveda celeste, como las
estrellas...!; de allí no podríamos bajarlas; ¡qué dicha el que no las colocara
como perlas preciosas en el fondo del mar!..., de allí no podríamos extraerlas.
Las puso en las manos abiertas de María, su dulce Madre, donde mana con
abundancia la fuente de las divinas mercedes y cae sobre sus fieles.»
(FULHABER.)
II
¿QUÉ DA A LAS MADRES LA DIGNIDAD MATERNA DE MARÍA?
Si todo creyente
siente encenderse su caridad al contacto del corazón materno de María, no hay
duda que las madres son las mayores beneficiadas.
Esta es, pues, la
segunda cuestión del capítulo: ¿Qué da la Madre de Dios a las madres de los
hombres?
Nuestra respuesta es
una frase sencilla, pero profunda. Realmente decide toda la suerte de la
humanidad: El culto de la Madre de Dios defiende y corrobora el respeto que
se debe a la dignidad materna.
Sólo podemos conocer
todo lo que significa para las madres el culto mariano si: A) Conocemos por
una parte la misión que, según designios de Dios, han de cumplir las madres en
la historia de la humanidad; y B) Si conocemos además el concepto cínico
que hoy día se tiene del respeto a la dignidad materna.
A) ¡La mujer como
madre! La voluntad admirable y santa del Dios Creador colocó junto al
primer hombre a la primera mujer y, bendiciendo su matrimonio, les dijo: «Creced
y multiplicaos, y llenad la tierra, y sometedla» (Gen 1, 28). Esto es lo
que dijo Dios a la primera pareja: y, en consecuencia del mandato divino, la
misión más hermosa y la dignidad más excelsa de la mujer es: o consagrarse por
completo al servicio de Dios en el santuario de la vida consagrada, o ser madre
en el santuario de la familia.
La mujer alcanza la
plenitud, el cenit de su vida terrena, en la maternidad. Llegando a ser madre
demuestra la mujer que no puede pasar el mundo sin ella. Podemos prescindir de
todo lo demás que haya en ella..., menos de esta función maternal. El mundo
podría sostenerse, aunque las mujeres no supiesen guisar, lavar, coser,
gobernar la casa con tanta perfección, aunque las mujeres no supiesen conversar
con tanta gracia, bailar con tanta distinción y sonreírse con tanta finura;
pero no si no supieren ser
madres. La mujer, en su
calidad de madre, puede revelar sus valores más preciosos; y de ahí que podemos
medir con justo título el valor verdadero de una mujer por sus hijos y por la
buena educación de los mismos.
B) Y si es así, si
es verdad que los hombres no pueden ser santos cuando tienen el corazón
enfermo, y si el corazón de la humanidad es la familia, y el corazón de la
familia es la madre..., entonces ha de causarnos espanto ver cómo en la
humanidad actual, sobre todo entre la generación joven, cunde un concepto frívolo
y humillante de la misión más bella que Dios dio a la criatura: la dignidad
materna. Se hiela la sangre en el corazón al ver con qué desfachatez se habla
sobre este punto en los distintos ámbitos de la sociedad.
a) El mal es ya tan
general, que los hombres más responsables buscan, alarmados, el remedio. Hace
algunos años casi todos los países celebraron en el mes de mayo el «día de las
madres», destinado a levantar la dignidad materna en la familia, ante los
hijos, en la vida pública. Ensalzaron
con fiestas esta dignidad.
Es buena la
intención..., pero incierto el resultado.
Nosotros, los
católicos, no necesitamos un día especial de las madres. Nuestro culto a la
Virgen Madre ya es un homenaje continuo a la dignidad materna. Si María no
hubiera sido madre, si no hubiese tenido por hijo a Jesús, entonces hoy nadie
sabría nada de ella; toda la dignidad de María viene de su maternidad. Pero de
la dignidad de Madre de Dios que tiene María irradia la excelsa dignidad de
todas las madres. Nosotros no necesitamos un día especial, un día marcado
anualmente, un «día de las madres», porque no hay en el año un solo mes en que
una u otra fiesta mariana no pregone la dignidad de las Madres: en enero, la
fiesta de la Sagrada Familia; en febrero, la Purificación; en marzo, la Anunciación;
en abril, el Viernes de los siete dolores; en mayo y en octubre, todo el mes;
en julio, la fiesta del Carmen; en agosto, la Asunción; en septiembre, la
Natividad de María; en noviembre, la Presentación; en diciembre, la Concepción
Inmaculada. ¿Qué falta nos hace un «día de las madres»?
No sólo en esta
cuestión, sino también en otras muchas, vemos con orgullo que cuanto anhela el
alma humana en lo más hondo de su ser lo encuentra todo en la santa Iglesia católica...
El hombre anhela llegar a Dios...; ahí tenemos el Santísimo Sacramento. Quiere
arrojar de su alma el peso de sus pecados...; ahí está la confesión. Pretende
ayudar a las almas de sus amados difuntos...; ahí está la fe en la comunión de
los santos. Se afana por honrar la dignidad materna...; ahí está el culto a
María.
b) ¿Es posible
imaginarnos de un modo más sublime la dignidad materna, que mirando esta
imagen: el Niño Jesús en brazos de María? ¡Qué himno de alabanzas
entonan a la dignidad materna todas las imágenes de María!
Hoy apenas podemos
comprender el concepto que tenía el mundo de esta dignidad antes de
Jesucristo... Es decir..., hoy día, en este mundo nuevamente pagano, vemos otra
vez a qué extremos llega en esta cuestión el sentir general si se prescinde de Cristo.
Acaso no estén lejos los tiempos en que se escriban nuevamente cartas como la
que escribió en el año de nacer Cristo un obrero egipcio de Alejandría a su
esposa, que aguardaba un
niño: «Si es varón,
consiento que viva; si es mujer, hay que abandonarla.»
Así, sencillamente
así: ¡Hay que abandonarla! ¡Qué terrible sima del paganismo! Por María supo la
humanidad que un hijo es una «bendición de Dios». Y el que honra hoy a la
Virgen María no ve una maldición en el niño, no mira en él un intruso que
acarrea molestias y es recibido de mal grado. He ahí cómo en tiempos de la epidemia
terrible del aborto provocado, cuando la supresión de los hijos aún no nacidos
esta llevando al suicidio de las naciones, adquiere un significado inmenso el
culto de María.
De nada tenemos más
necesidad que de madres que cumplan con fidelidad los graves deberes de la vida
conyugal. Casi podría decir: Este será el futuro tipo de santidad de la
mujer, porque es lo que más necesitamos. Las mujeres santas de la primitiva
Iglesia salieron de las filas de los mártires, porque a la sazón lo que más necesitaba
la Iglesia era la confesión abierta de la reciente fe cristiana.
Más tarde, las
mujeres santas salieron principalmente de las filas de las vírgenes, porque lo
que se necesitaba entonces eran ejemplos de consagración exclusiva a Cristo
frente a la vida desenfrenada del mundo.
Pero ¿ahora? ¿Qué es
lo que ahora más necesitamos? ¿Qué es lo que más hoy se ataca del cristianismo?
La vida conyugal, la vida de familia, según el espíritu de Cristo. Así, pues,
la madre que cumple de un modo perfecto los deberes de la vida conyugal... es el
nuevo tipo de santa que reclama esta humanidad a punto de extinción.
* * *
Hemos tratado de
María y de las madres. En esta época en que las mujeres menosprecian la
dignidad materna, ¿es posible ofrecer una imagen de más actualidad para adornar
los muros de los hogares cristianos que la de la Virgen María, que muestra en sus
brazos al Niño Jesús? ¿Podrá subsistir un pueblo cuyos hogares —como fríos
cementerios— se vean sumidos en el
silencio, por falta de
niños?
Donde se honra a la
Virgen Madre, allí se honra también el misterio admirable que estas palabras
encierran: «madre e hijo». Porque desde que en Belén aquella Madre bendita dio
a luz a nuestro Redentor, la dignidad materna sube ante nosotros a las alturas
de la santidad; y desde que los labios de Cristo pronunciaron mil y mil veces
la dulce palabra de «Madre», dirigiéndose a María, desde entonces es santo para
todos nosotros el nombre de «madre».
Digamos, pues,
abiertamente, con claridad y con tesón: el mundo actual pide madres. No
necesitamos mujeres que hagan proyectos de leyes, que hablen en público, que se
reúnan en conferencias..., cuando en su hogar las habitaciones están vacías por
falta de niños.
No necesitamos
mujeres que siempre estén en la calle, trabajando, divirtiéndose..., mientras
abandonan el cuidado de sus hijos.
Nosotros necesitamos
madres que, sin asomo de queja, saben velen sobre la formación de sus hijos.
Madres, que sean las primeras catequistas de sus hijos, que les enseñen a
rezar. Necesitamos madres que sepan ser la bendición de Dios en sus hogares.
Madre nuestra, Madre
de Jesús, pide a tu divino Hijo que nos
dé madres como éstas.
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