Meditación de Jesús que duerme
para rezarla el 30 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía.
para rezarla el 30 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía.
Meditación VI
De Jesús que duerme
Muy escasos y penosos eran
los sueños del niño Jesús. Un pesebre era su cuna, de paja el lecho, de paja
también la almohada. Con lo que frecuentemente era interrumpido el sueño de
Jesús, por la dureza de aquella tormentosa camilla, y por el rigor del frío que
hacía en aquella gruta.
No obstante, de cuando en
cuando, vencida la naturaleza la necesidad, se dormía el precioso Niño entre
aquellas penalidades.
Pero los sueños de Jesús se
diferenciaban mucho de los de los otros niños, a quienes son útiles en cuanto a
la conservación de la vida, mas no en cuanto a las operaciones del alma, porque
esta, privada de los sentidos, no obra entonces.
No fueron así los sueños de
Jesucristo: “Yo duermo y mi corazón vela”.
Descansaba el cuerpo, pero velaba el alma, estando a Jesús unida la
persona del Verbo, que no podía dormir ni ser soportada por los sentido.
Dormía el santo Niño, y
mientras tanto pensaba en todas las penas que debía padecer por amor nuestro en
toda su vida y en su muerte.
Pensaba en los trabajos que
debía padecer, así en Egipto como en Nazareth, con una vida tan pobre y
despreciada. Pensaba después particularmente en los azotes, en las espinas en
las ignominias, en las agonías, y en aquella desolada muerte que había de
padecer por fin sobre la cruz.
Todo lo cual Jesús
durmiendo lo ofrecía al Eterno Padre, para alcanzarnos el perdón y la
salvación. Así que nuestro Salvador en tal estado merecía para nosotros y
aplacaba al Eterno Padre, de quién nos alcanzaba las gracias. Roguemos, pues,
ahora que por el mérito de sus bienaventurados sueños nos libre del mortífero
de los pecadores, quienes duermen miserablemente en la muerte del pecado, olvidados
de su Dios y de su Amor.
Pidámosle que en cambio nos
dé el feliz sueño de la Esposa de los Cantares, acerca de la que nos advierte
el mismo: No levantéis ni hagáis despertar a la amada, hasta que ella quiera.
Tal es aquel sueño que Dios
concede a las almas que ama; el cual no es otro, como dice San Basilio, sino un
olvido total de todas las cosas, que se consigue cuando el alma se aparta de
todo lo terreno, por atender sólo a Dios y lo que se dirige a su gloria.
Afectos y súplicas
Mi querido y santo Niño,
Vos dormís, y ¡Oh! ¡Cuánto me enamoran esos vuestros sueños! Para los demás son
figura de muerte, más en Vos son señal de vida eterna, pues que mientras
descansáis, estáis mereciendo para mí la salvación eterna.
Vos dormís, pero vuestro
corazón no duerme, si que piensa en padecer y morir por mí. Durmiendo Vos,
pedís por mí y me estáis alcanzando de Dios el reposo eterno en el paraíso. Más
antes que me llevéis, como espero, a descansar con Vos en el cielo, quiero que
descanséis por siempre en mi alma.
En otro tiempo, Dios mío,
yo os he desechado de mí, pero Vos.
Con tanto llamar a la puerta de mi corazón, ahora con temores, luego con luces,
después con voces de amor, confío que habréis entrado; porque siento una grande
aversión de las ofensas que os he hecho, un arrepentimiento, que me causa un
gran dolor, dolor de paz que me consuela, y me hace esperar habré sido
perdonado por vuestra bondad.
Os doy gracias, Jesús mío,
y os ruego que no os separéis jamás de mi alma. Ya sé que no os apartaréis si
yo no os despido; más esta gracia os suplico, y os pido me ayudéis siempre a
buscarla.
No permitáis que vuelva a
desecharos de mí. Haced que me olvide de todo, para pensar en Vos, que habéis
pensado constantemente en mí y en mi bien.
Haced que yo os ame siempre
en esta vida, hasta que mi alma unida con Vos, espirando en vuestros brazos
descanse eternamente en vuestro seno, sin temor de perderos más.
¡Oh María, asistidme en
vida; y asistidme en muerte, para que Jesús repose siempre en mí, y logre yo
siempre descansar en Jesús.
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