Meditación de la
presentación del niño Jesús en el templo
MEDITACIONES DE SAN
ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía
Meditación II
De la presentación
de Jesús al templo
Llegado el tiempo en
que María, según la ley, había de ir a purificarse al templo, y presentar Jesús
al Divino Padre, ved que se dirige allá juntamente con José.
Este toma las dos
tortolillas que debían ofrecerle; y María toma su amado Niño, toma el Divino
Corderito para ir a sacrificarle, en señal de aquel gran sacrificio que un día
este mismo Hijo había de consumar sobre la cruz.
Considerad como la
santa Virgen entre ya en el templo: hace la oblación de Jesús por parte del
género humano, y dice: He aquí, o eterno Padre, vuestro amado Unigénito, que es
vuestro Hijo, y también mío; yo os le ofrezco como víctima de vuestra Divina
Justicia para aplacaros con los pecadores. Aceptadla, o Dios de misericordia,
tened piedad de nuestras miserias; por amor de éste Cordero Inmaculado recibid
en vuestra gracia a los hombres”.
Agregase a la
oblación de María la de José; y el santo Niño dice también: “Aquí me tenéis,
Padre mío, a Vos consagro toda mi vida: me habéis enviado al mundo para
salvarlo con mi sangre. Hela, y a mí todo; a Vos me ofrezco por el rescate del
linaje humano.”
Se entregó a sí
mismo por nosotros, ofrenda y hostia a Dios. Ef. 5, 2
Ningún sacrifico fue
jamás tan acepto a Dios, cuanto lo fue este que le hizo entonces su amado Hijo,
víctima y sacerdote desde niño. Si todos los hombres y todos los Ángeles
hubiesen ofrecido sus vidas, no hubiera sido ciertamente su oblación tan
apreciable a Dios como lo fue esta de Jesucristo, pues que en este solo
ofrecimiento al eterno Padre recibió un honor infinito y una satisfacción
infinita. Habiendo pues, Jesús ofrecido la vida al Eterno Padre por nuestro
amor, justo es que nosotros le ofrezcamos también la nuestra, y todo lo que
somos. Esto es lo que él mismo desea, como significó a la beata Ángela de
Foligno diciéndole: “Yo me he ofrecido por ti, a fin de que tú te ofrezcas por
mí”.
Afectos y súplicas.
Eterno Padre, yo
miserable pecador, reo de mil infiernos, hoy me presento a Vos. Dios de
infinita majestad, y os ofrezco mi pobre corazón; pero ¡Oh, Señor! ¿Qué corazón
os ofrezco? Uno, que no ha sabido amaros, antes bien os ha ofendido tanto, y os
ha hecho traición tantas veces; pero ahora os lo ofrezco arrepentido, y
resuelto de volver a amaros a toda costa y obedeceros en todo.
, y atraedme todo a
vuestro amor. Yo no merezco ser escuchado, más bien lo merece vuestro Hijo,
quién aún niño se ofrece a Vos en sacrificio por mi salvación.
Este Hijo y su
sacrificio por mi salvación. Este Hijo y su sacrificio os ofrezco, y en él
pongo todas mis esperanzas. Os doy gracias, Padre mío, porque le habéis enviado
a la tierra a sacrificarse por mí.
Os doy gracias, o
Verbo encarnado, Cordero Divino que os ofrecisteis a la muerte por mi alma. Os
amo, carísimo Redentor, y sólo a Vos quiero amar, ya que fuera de Vos no hallo
quién por salvarme haya ofrecido y sacrificado su vida.
Me hace llorar al
ver que con los demás he sido agradecido, y solo con Vos he sido ingrato; pero
Vos no queréis mi muerte, sino que me convierta y viva. Sí, Jesús mío, a Vos
vuelvo, y me arrepiento con todo el corazón de haberos ofendido, y de haber
ofendido a un Dios que se ha sacrificado por mí.
Dadme la vida; ella
la empleará en amaros a Vos, sumo bien: haced que os ame y nada más os pido.
María, madre mía,
Vos ofrecisteis entonces en el templo a este Hijo también por mí. Volvedle a
ofrecer ahora, y rogad al eterno Padre que por el amor de Jesús me acepte por
suyo.
Y Vos, Reina mía,
recibidme por Hijo vuestro y perpetuo siervo. Si yo soy vuestro siervo, lo seré
igualmente de vuestro Hijo.
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