Meditación de Jesús que llora
para rezarla el 31 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía
para rezarla el 31 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía
Meditación VII
De Jesús que llora
Las lágrimas del niño Jesús fueron muy diferentes de los otros
niños que nacen. Estos lloran por dolor, Jesús no, sí que llora por compasión
de nosotros y por amor, según san Bernardo. Gran señal de amor, es el llorar.
Esto precisamente decían los judíos, luego que vieron al Salvador llorar en la
muerta de Lázaro. Ved cómo le amaba Jn. 11.
Los mismo podían decir los
ángeles, mirando las lágrimas que derramaba Jesús niño: Ecce quomodo amat Vos.
Ved cómo nuestro Dios ama a los hombres, cuando por amor de ellos le vemos
hecho hombre y niño llorando. Lloraba Jesús, y ofrecía al Padre sus lágrimas,
para alcanzarnos el perdón de los pecados.
Aquellas lágrimas, dice san
Ambrosio, lavaron mis delitos. Él con sus vagidos y lloros pedía piedad para
nosotros condenados a muerte eterna; y así aplacaba la indignación de su padre.
¡Oh! Y cómo sabían las lágrimas de este Niño perorar en favor nuestro! ¡Oh!
¡cuán preciosos fueron ellas para Dios!
Entonces fue cuando el
Padre hizo publicar por los ángeles, que él ya hacia paz con los hombres, y los
recibía en su gracia: Et in terra pax hominibus bonoe voluntatis.
Lloró Jesús por amor, pero
también por dolor, al ver que tantos pecadores, aún después de tantas lágrimas
y sangre derramadas por la salud de ellos, habían de seguir despreciando su
gracia.
Ahora bien, pues, ¿quién
será tan duro, que viendo llorar a un Dios niño por nuestras culpas, no llore
el también, y no deteste aquellos pecados que tanto han hecho llorar a éste
amante Señor?¡Ah! No aumentemos más penas a este Niño inocente; consolémosle
sí, uniendo nuestras lágrimas con las suyas; ofrezcamos a Dios las lágrimas de
su Hijo, y roguémosle a que por ellas nos perdone.
Afectos y súplicas
Niño mío amado, ¿con qué
mientras estabais llorando en la gruta de Belén pensabais en mí, considerando
desde allí mis pecados que eran los que os hacían llorar? Y yo, Jesús mío, en
vez de consolaros con mi amor y gratitud, a vista de lo que habéis padecido por
salvarme, ¿he aumentado vuestro dolor y la causa de vuestras lágrimas?
Si menos hubiese yo pecado,
menos habríais Vos padecido. Llorad, pues, llorad, que tenéis razón de llorar,
viendo tanta ingratitud en los hombres a un amor tan grande.
Más ya que lloráis, llorad
aún por mí: vuestras lágrimas son mi esperanza. Lamento los disgustos que os he
dado, Redentor mío, los odio, los detesto, me arrepiento de ellos con todo el
corazón. Lloro por todos aquellos días infelices en que viví enemigo vuestro, y
privado de vuestra hermosa gracia; pero mis lágrimas, o Jesús mío, ¿para qué
servirán sin las vuestras?
Padre eterno, yo os ofrezco
las lágrimas de Jesús, y por ellas os pido el perdón. Vos, Salvador mío,
ofrecedle todas las lágrimas que por mí derramasteis en vuestra vida, y con
ellas aplacadle por mí. Os ruego todavía, o amor mío, que enternezcáis con estas
lágrimas mi corazón y le inflaméis de vuestro santo amor. ¡Ah! ¡Pudiera yo de
hoy en adelante consolaros con mi amor, tanto, cuanto os he causado pena con
mis ofensas! Concededme, pues, o Señor, que estos días que me restan de vida no
los haga servir para disgustaros más, sí solo para llorar el sentimiento que os
he ocasionado, y para amaros con todos los afectos de mi alma.
¡Oh María! Os suplico por
aquella tierna compasión que tantas veces tuvisteis, viendo llorar a Jesús, me
alcancéis un continuo dolor de las ofensas que yo ingrato os he hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario