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jueves, 15 de mayo de 2025

San León Magno fiel servidor de la Sede Apostólica, Vicario de Cristo en la tierra, Doctor de la Iglesia Universal - San Juan XXIII

 

CARTA ENCÍCLICA

AETERNA DEI SAPIENTIA*
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN XXIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DEL LUGAR,
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA

SOBRE SAN LEÓN I MAGNO
PONTÍFICE MÁXIMO Y DOCTOR
DE LA IGLESIA, AL CUMPLIRSE
EL XV CENTENARIO DE SU MUERTE

León Magno se encuentra con Atila (EStancias de Rafael -Vaticano)


 

Venerables hermanos:

Salud y bendición apostólica.

La eterna sabiduría de Dios, que «se extiende, con poderío, de una punta a la otra del mundo, y que con bondad gobierna todo el universo»[1], parece haber impreso con singular esplendor su imagen en el alma de San León I, Sumo Pontífice. Pues «grandísimo entre los grandes» [2], como justamente lo llamó nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria, apareció dotado en manera extraordinaria de intrépida fortaleza y paternal bondad. Por este motivo Nos, llamados por la Divina Providencia a sentarnos en la Cátedra de Pedro, que San León Magno tanto ilustró con la prudencia en el gobierno, con la riqueza de doctrina, con su magnanimidad y con su inagotable caridad, sentimos el deber, venerables hermanos, con ocasión del decimoquinto centenario de su venturoso tránsito, de recordar sus virtudes y méritos inmortales, seguros, como estamos, de que esto contribuirá notablemente al provecho general de las almas y a la exaltación de la religión católica. Pues la grandeza de este Pontífice no se debe únicamente al gesto de intrépido coraje, con que él, inerme, revestido solamente con la majestad del Sumo Sacerdote, hizo frente en el 452 al feroz Atila, rey de los hunos, junto al río Mincio, y lo convenció para que se retirara más allá del Danubio. Fue indudablemente un gesto noble, digno de la misión pacificadora del Pontificado Romano; pero en realidad no representa más que un episodio y una prueba de una vida enteramente dedicada al bien religioso y social no solamente de Roma y de Italia, sino de la Iglesia universal.

S. León Magno, Pontífice, Pastor y Doctor de la Iglesia Universal

A su vida y a su laboriosidad se pueden bien aplicar las palabras de la Sagrada Escritura: «La vida del justo es como la luz del alba que va creciendo hasta el mediodía» [3], con sólo considerar tres aspectos distintivos y característicos de su personalidad: fiel servidor de la Sede Apostólica, Vicario de Cristo en la tierra, Doctor de la Iglesia Universal.

Fiel servidor de la Sede Apostólica

«León, toscano de nacimiento, hijo de Quinzianno», como nos informa el Liber Pontificalis [4], nace hacia el final del siglo IV. Pero habiendo vivido en Roma desde su primera juventud, justamente puede llamar a Roma su patria [5], donde todavía joven fue adscrito al clero romano, llegando hasta el grado de diácono. En el espacio que va desde el 430 al 439 ejerció un influjo considerable en los negocios eclesiásticos, prestando sus servicios al Pontífice Sixto III. Tuvo relaciones amistosas con San Próspero de Aquitania y con Casiano, fundador de la célebre abadía de San Víctor en Marsella; de éste, autor de la obra contra los nestorianos De incarnatione Domini [6], León recibió un elogio verdaderamente singular tratándose de un simple diácono: «Honor de la Iglesia y del Sagrado Ministerio» [7]. Mientras se encontraba en Francia, enviado por el Papa a instancias de la corte de Rávena, para solucionar el conflicto entre el patricio Aecio y el prefecto Albino, murió Sixto III. Fue entonces cuando la Iglesia de Roma pensó que no podía confiar a un hombre mejor el puesto de Vicario de Cristo, que al diácono León, que se había revelado tanto como seguro teólogo que como hábil diplomático. Recibió, pues, la consagración episcopal el 29 de septiembre del 440, y su pontificado fue uno de los más largos de la antigüedad cristiana, e indudablemente uno de los más gloriosos. Murió en noviembre del 461 y fue sepultado en el pórtico de la Basílica de San Pedro. El Papa San Sergio I mandó trasladar, en el 688, sus restos mortales junto a "la roca de Pedro"; después de la construcción de la nueva Basílica fueron colocados debajo del altar a él dedicado.

Y ahora, queriendo sencillamente indicar el carácter sobresaliente de su vida, no podemos dejar de proclamar que rara vez el triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos espirituales fue tan glorioso como durante el pontificado de San León. Pues en el curso del siglo V brilla en el cielo de la cristiandad como una estrella resplandeciente. Tal afirmación en ningún sentido puede ser desmentida, especialmente si se considera el campo doctrinal de la fe católica; pues en él, su nombre se encuentra unido al de San Agustín de Hipona y al de San Cirilo de Alejandría, Efectivamente, si San Agustín reivindicó contra la herejía pelagiana la absoluta necesidad de la gracia para vivir santamente y conseguir la salvación eterna, si San Cirilo de Alejandría, contra las erróneas afirmaciones de Nestorio, propugnó la divinidad de Jesucristo y la divina maternidad de la Virgen María, San León, por su parte, heredero de la doctrina de estas dos insignes lumbreras de la Iglesia de Oriente y Occidente fue el primero de todos sus contemporáneos en afirmar estas fundamentales verdades de la fe católica. Como San Agustín es aclamado por la Iglesia como Doctor de la gracia, y San Cirilo Doctor de la encarnación, San León es celebrado por todos como el Doctor de la unidad de la Iglesia.

Pastor de la Iglesia Universal

martes, 10 de noviembre de 2020

Encíclica Aeterna Dei Sapientia Sobre San León Magno - San Juan XXIII

 

CARTA ENCÍCLICA

AETERNA DEI SAPIENTIA


DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN XXIII


A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS DEL LUGAR,
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE APOSTÓLICA

SOBRE SAN LEÓN I MAGNO
PONTÍFICE MÁXIMO Y DOCTOR
DE LA IGLESIA,

 AL CUMPLIRSE
EL XV CENTENARIO DE SU MUERTE

Venerables hermanos:

Salud y bendición apostólica.

La eterna sabiduría de Dios, que «se extiende, con poderío, de una punta a la otra del mundo, y que con bondad gobierna todo el universo»[1], parece haber impreso con singular esplendor su imagen en el alma de San León I, Sumo Pontífice. Pues «grandísimo entre los grandes» [2], como justamente lo llamó nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria, apareció dotado en manera extraordinaria de intrépida fortaleza y paternal bondad. Por este motivo Nos, llamados por la Divina Providencia a sentarnos en la Cátedra de Pedro, que San León Magno tanto ilustró con la prudencia en el gobierno, con la riqueza de doctrina, con su magnanimidad y con su inagotable caridad, sentimos el deber, venerables hermanos, con ocasión del decimoquinto centenario de su venturoso tránsito, de recordar sus virtudes y méritos inmortales, seguros, como estamos, de que esto contribuirá notablemente al provecho general de las almas y a la exaltación de la religión católica. Pues la grandeza de este Pontífice no se debe únicamente al gesto de intrépido coraje, con que él, inerme, revestido solamente con la majestad del Sumo Sacerdote, hizo frente en el 452 al feroz Atila, rey de los hunos, junto al río Mincio, y lo convenció para que se retirara más allá del Danubio. Fue indudablemente un gesto noble, digno de la misión pacificadora del Pontificado Romano; pero en realidad no representa más que un episodio y una prueba de una vida enteramente dedicada al bien religioso y social no solamente de Roma y de Italia, sino de la Iglesia universal.

 

S. León Magno, Pontífice, Pastor y Doctor de la Iglesia Universal

A su vida y a su laboriosidad se pueden bien aplicar las palabras de la Sagrada Escritura: «La vida del justo es como la luz del alba que va creciendo hasta el mediodía» [3], con sólo considerar tres aspectos distintivos y característicos de su personalidad: fiel servidor de la Sede Apostólica, Vicario de Cristo en la tierra, Doctor de la Iglesia Universal.

 

Fiel servidor de la Sede Apostólica

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Carta Scripturae Sacrae Affectus en el XVI centenario de la muerte de San Jerónimo - Papa Francisco

 

CARTA APOSTÓLICA

SCRIPTURAE SACRAE AFFECTUS

DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
EN EL XVI CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN JERÓNIMO

San Jerónimo escribiendo - Caravaggio

 

Una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita es la herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras. Las expresiones, tomadas de la memoria litúrgica del santo[1], nos ofrecen una clave de lectura indispensable para conocer, en el XVI centenario de su muerte, su admirable figura en la historia de la Iglesia y su gran amor por Cristo. Este amor se extiende, como un río en muchos cauces, a través de su obra de incansable estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura. Hoy, mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI.

Introducción

El 30 de septiembre del año 420, Jerónimo concluía su vida terrena en Belén, en la comunidad que fundó junto a la gruta de la Natividad. De este modo se confiaba a ese Señor que siempre había buscado y conocido en la Escritura, el mismo que como Juez ya había encontrado en una visión, cuando padecía fiebre, quizá en la Cuaresma del año 375. En ese acontecimiento, que marcó un viraje decisivo en su vida, un momento de conversión y cambio de perspectiva, se sintió arrastrado a la presencia del Juez: «Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me dijo: “Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano”»[2]. San Jerónimo, en efecto, había amado desde joven la belleza límpida de los textos clásicos latinos y, en comparación, los escritos de la Biblia le parecían, inicialmente, toscos e imprecisos, demasiado ásperos para su refinado gusto literario.

Ese episodio de su vida favoreció la decisión de consagrarse totalmente a Cristo y a su Palabra, dedicando su existencia a hacer que las palabras divinas, a través de su infatigable trabajo de traductor y comentarista, fueran cada vez más accesibles a los demás. Ese acontecimiento dio a su vida una orientación nueva y más decidida: convertirse en servidor de la Palabra de Dios, como enamorado de la “carne de la Escritura”. Así, en la búsqueda continua que caracterizó su vida, revalorizó sus estudios juveniles y la formación recibida en Roma, reordenando su saber en un servicio más maduro a Dios y a la comunidad eclesial.

Por eso, san Jerónimo entra con pleno derecho entre las grandes figuras de la Iglesia de la época antigua, en el periodo llamado el siglo de oro de la patrística, verdadero puente entre Oriente y Occidente: fue amigo de juventud de Rufino de Aquilea, visitó a Ambrosio y mantuvo una intensa correspondencia con Agustín. En Oriente conoció a Gregorio Nacianceno, Dídimo el Ciego, Epifanio de Salamina. La tradición iconográfica cristiana lo consagró representándolo, junto con Agustín, Ambrosio y Gregorio Magno, entre los cuatro grandes doctores de la Iglesia de Occidente.

Mis predecesores también quisieron recordar su figura en diversas circunstancias. Hace un siglo, con ocasión del decimoquinto centenario de su muerte, Benedicto XV le dedicó la Carta encíclica Spiritus Paraclitus (15 septiembre 1920), presentándolo al mundo como «doctor maximus explanandis Scripturis»[3]. En tiempos más recientes, Benedicto XVI expuso su personalidad y sus obras en dos catequesis sucesivas[4]. Ahora, en el decimosexto centenario de su muerte, también yo deseo recordar a san Jerónimo y volver a proponer la actualidad de su mensaje y de sus enseñanzas, a partir de su gran estima por las Escrituras.

En este sentido, puede conectarse perfectamente, como guía segura y testigo privilegiado, con la XII Asamblea del Sínodo de los Obispos, dedicada a la Palabra de Dios[5], y con la Exhortación apostólica Verbum Domini (VD) de mi predecesor Benedicto XVI, publicada precisamente en la fiesta del santo, el 30 de septiembre de 2010[6].

De Roma a Belén

domingo, 13 de septiembre de 2020

San Juan Crisóstomo y la Eucaristía

 

San Juan Crisóstomo


PAN DE VIDA

“Cuando les dio pan y sació su hambre le llamaban profeta y trataban de hacerle rey; pero cuando los instruía sobre el alimento espiritual, sobre la vida eterna, cuando los desviaba de las cosas sensibles cuando les hablaba de la resurrección y levantaba sus ánimos, cuando más que nunca debieran admirarle, entonces murmuraban y se retiraban de Él”..

 “Llámase a sí mismo Pan de vida (Jn 6,48) porque sustenta nuestra vida, tanto la presente como la futura por lo cual añadió El que coma de este pan vivirá para siempre. (Y pan llama aquí, o bien a los dogmas saludables y a la fe en Él,  o bien su propio cuerpo. Pues ambas cosas fortalecen al alma.

LA MUESTRA DE AMOR

         “Pues bien, para que esto lleguemos a ser no solamente por el amor, sino también en realidad, mezclémonos con aquella carne; porque esto se lleva a cabo por medio del manjar que El nos dio, queriendo darnos una muestra del vehemente amor que nos tiene. Por eso se mezcló con nosotros y metió cual fermento en nosotros su propio cuerpo, para que llegáramos a formar un todo, como el cuerpo unido con su cabeza. Pues ésta es prueba de ardientes amadores… “Pues por eso hizo lo mismo Cristo, induciéndonos a mayor amistad y demostrándonos su amor ardentísimo hacia nosotros; ni sólo permitió a quienes le aman verle, sino también tocarle, y comerle, y clavar los dientes en su carne, y estrecharse con El, y saciar todas las ansias del amor.

BESO SANTO

“Siempre que estamos a punto de acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos mutuamente y acogernos con el santo saludo. ¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el alma de los fieles eran uno solo. Así, efectivamente, es preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios: estrechamente unidos los unos con los otros. Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha, reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu  presente. 
No dijo: «Primero ofrece», sino: «Reconcíliate primero, y entonces ofrece». Por esto mismo nosotros también, con el don delante, primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos acercamos al sacrificio.” (Catequesis Bautismales IV 10)

EUCARISTÍA: MEMORIA

                “Mientras comían, Jesús tomó pan y lo partió (Mt 26, 26). ¿Por qué celebró el misterio de la Eucaristía en el mismo momento de la Pascua? Fue para que aprendieras de todas las formas que él es el autor de la Ley antigua y que ésta contenía la figura de lo que se relacionaba con él. A esta figura él sustituye la realidad. La circunstancia de que fuese la tarde también tenía una significación: representaba la plenitud de los tiempos y el remate final de las cosas... Si la pascua, que era una simple figura, pudo librar a los Hebreos de la esclavitud, ¿cuánto más librará la realidad al universo?...

Tomad y comed, dice Jesús, este es mi cuerpo que se da por vosotros (1 Cor 11, 24). ¿Cómo no se turbaron los discípulos al escuchar estas palabras? Porque Cristo les había hablado ya mucho sobre esta materia (cf. Jn 6). No insiste sobre ello, pues estima que les había hablado lo suficiente...

Confiemos también nosotros plenamente en Dios. No le pongamos dificultades, aunque lo que diga parezca ser contrario a nuestros razonamientos y a lo que vemos. Que más bien su palabra sea maestra de nuestra razón y de nuestra misma visión. Tengamos esta actitud frente a los misterios sagrados: no veamos en ellos solamente lo que se ofrece a nuestros sentidos, sino que tengamos sobre todo en cuenta las palabras del Señor. Su palabra no puede engañarnos, mientras que nuestros sentidos fácilmente nos equivocan; ella jamás comete un fallo, pero nuestros sentidos fallan a menudo. Cuando el Verbo dice: Esto es mi cuerpo, fiémonos de él, creamos y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque Cristo no nos ha dado nada puramente sensible: aun en las mismas realidades sensibles, todo es espiritual. Así, el bautismo es una realidad sensible que se nos administra por el don del agua, pero su eficacia es de orden espiritual, el de renacer y renovarse. Si fueses un ser incorporal, estos dones incorporales se te concederían sin intermediario; pero como el alma está unida al cuerpo, los dones espirituales se te comunican por medio de realidades sensibles.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Carta Plurimum Significans, en el XVI centenario de la elevación de San Gregorio magno al pontificado - San Juan Pablo II

 

CARTA APÓSTOLICA
«PLURIMUM SIGNIFICANS»
DEL SANTO PADRE  SAN JUAN PABLO II
EN EL XVI CENTENARIO DE LA ELEVACIÓN
DE SAN GREGORIO MAGNO AL PONTIFICADO

 

A todos los obispos, sacerdotes y fieles de la Iglesia
con ocasión del XIV centenario de la elevación
de san Gregorio Magno al pontificado

El ya cercano décimo cuarto centenario de la elección de san Gregorio Magno como Obispo de Roma es una circunstancia significativa y digna de ser recordada a todos los fieles de la Iglesia y, especialmente, a los obispos y a los sacerdotes. Su título de honor, que ha transmitido su grandeza a la historia; su intenso sentido pastoral, que en él siempre prevaleció, como criterio primario de referencia y como deber irrenunciable, sobre las ocupaciones y las atribuciones civiles que tuvo que desempeñar; el envío de Agustín y de sus monjes a los Anglos para llevar a cabo una valiente y fecunda misión evangelizadora: son algunos de los aspectos más destacados de su personalidad singular que merecen una especial mención, pues resultan ejemplares aún hoy a pesar de los muchos siglos que han transcurrido desde su tiempo.

La figura de Gregorio en sus aspectos humanos y sacerdotales despierta también hoy nuestra admiración y, a pesar del clima sociocultural tan cambiado, por no decir nuevo, se presenta como válido testimonio de fidelidad evangélica y estímulo poderoso a nuestro celo y a nuestra inventiva de pastores de almas.

Servus servorum Dei: es sabido que este título, escogido por él desde que era diácono y usado en muchas de sus cartas, se convirtió a continuación en un título tradicional y casi una definición de la persona del Obispo de Roma. Y también es cierto que por sincera humildad él lo hizo lema de su ministerio y que, precisamente por razón de su función universal en la Iglesia de Cristo, siempre se consideró y se mostró como el máximo y primer siervo, siervo de los siervos de Dios, siervo de todos a ejemplo de Cristo mismo, quien había afirmado explícitamente que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28). Profundísima fue, por tanto, la conciencia de la dignidad del Papado, que aceptó con gran temor tras haber intentado en vano evitarla permaneciendo escondido; pero, al mismo tiempo, fue clarísima la conciencia de su deber de servir, pues estaba convencido de que toda autoridad, sobre todo en la Iglesia, es esencialmente un servicio; convicción que trató de infundir a los demás.

Esa concepción de su propia función pontificia y, por analogía, de todo ministerio pastoral se resume en la palabra responsabilidad: quien desempeña algún ministerio eclesiástico debe responder de lo que hace no sólo ante los hombres, no sólo ante las almas que le fueron confiadas, sino también y en primer lugar ante Dios y ante su Hijo, en cuyo nombre actúa cada vez que distribuye los tesoros sobrenaturales de la gracia, anuncia las verdades del Evangelio y realiza actividades directivas o de gobierno.

sábado, 1 de agosto de 2020

En el pensamiento de San Alfonso María de Ligorio, el arte de amar a Dios se confunde con el arte de meditar o de hacer oración, porque es precisamente en la meditación cuando el alma adquiere el conocimiento de Dios y se prenda de amor por Él



El 22 de septiembre de 1774, el Papa Clemente XIV está moribundo. Tras haber cedido a las presiones para †suprimir la orden de los jesuitas, no ha podido recuperar la paz en su corazón. Dios, en su misericordia, le envía a un santo para que le asista en sus últimos momentos, Alfonso de Ligorio, entonces obispo de Santa Ágata de los Godos. Sin embargo, en el momento en que asiste al Papa en Roma, el santo obispo está presente en su obispado, a 200 kilómetros de distancia. Se trata de un caso de bilocación, milagro del todo sorprendente pero claramente atestiguado por los testigos oculares.

Alfonso María de Ligorio ve la luz en Nápoles, el 27 de septiembre de 1696, siendo el primogénito de una familia que tendrá siete hijos. Su madre les enseña las verdades de la fe desde la más tierna infancia, y también a rezar. El muchacho está dotado de una inteligencia despierta, de una memoria diligente, de una razón íntegra, de un corazón abierto a todos los sentimientos nobles y de una voluntad firme y enérgica. Su padre quiere hacer de él un abogado. Progresa tan rápidamente en los estudios de derecho que, a la edad de dieciséis años, supera con éxito el examen de doctorado en derecho civil y eclesiástico. Los miembros del tribunal se sorprenden por la sensatez de sus respuestas y la precisión de sus réplicas.

Como abogado, Alfonso acumula éxito tras éxito, lo que no le impide procurarle el gusto por la reputación y la gloria del mundo. No obstante, siente la tentación de abandonar ese camino, ya que la astucia y la mentira desnaturalizan con demasiada frecuencia las causas más justas, y ese espectáculo subleva su naturaleza íntegra. Su asiduidad en la oración y en diversas obras de caridad le ayuda a conservar la pureza del alma. Una vez al año se retira a una casa religiosa para seguir los ejercicios espirituales. Más tarde confesará que aquellos retiros habían contribuido especialmente a desprenderlo de los bienes temporales para orientarlo hacia Dios. Durante la Cuaresma de 1722 sobre todo, el predicador recuerda los motivos que deben conducir al alma a entregarse por completo a Dios; describe en carne viva la caducidad de las cosas de este mundo, y no teme mostrar a las personas que siguen los retiros los tormentos eternos del infierno, tal como Jesús los reveló. En ese momento se hace la luz en el espíritu del joven Alfonso, y las vanidades del mundo se disipan como si se tratara de nubes. Se entrega sin reservas a la voluntad divina y, un tiempo después, decide guardar el celibato.

En 1723, en Nápoles está en boca de todos un importante proceso judicial entablado por el duque Orsini contra el gran duque de Toscana. Son numerosos los abogados que codician el caso, pero Orsini confía su defensa a Alfonso, quien hasta el momento no ha perdido ningún juicio. El día convenido, éste se presenta en la tribuna y fundamenta con claridad las reivindicaciones de su cliente. Todos los asistentes se muestran admirados. Pero su adversario presenta entonces un documento que Alfonso había tenido en la mano, y que desbarata de forma decisiva su argumentación. Está aterrado: ¿cómo ha podido descuidar ese texto? Perdido el pleito, Alfonso se siente hundido por el peso de la humillación. Sin embargo, tres días después, una luz repentina le hace descubrir el motivo de su distracción: Dios lo había cegado para arrancarlo de las vanidades de este mundo. Ahora, con el impulso de la gracia divina, repite la frase que, en medio de un sentimiento de despecho, había murmurado al salir de la audiencia: «Tribunales, ¡ya no me veréis más!». Después de un período de oración y de penitencia, comprende que Dios lo llama al estado eclesiástico. Terminada su formación, es ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1726.

La tentación del sacerdote

Iluminado por el Espíritu Santo, Don Alfonso comprende que la acción debe nacer de la contemplación, el amor hacia el prójimo del amor de Dios, el celo apostólico de la vida interior, y que la mayor tentación de un sacerdote es pretender encender las almas sin alimentar en sí mismo el fuego divino. Por eso se obliga, desde el principio de su vida sacerdotal, a los ejercicios diarios sin los cuales la vida interior se apaga: oración, santa Misa, Oficio divino, lectura y devoción mariana (sobre todo el Rosario). Sabedor de que necesita que lo guíen, somete de buen grado su vida espiritual a los consejos de otra persona.

El joven sacerdote predica el Evangelio a todos, pero preferentemente a los pobres. Imbuido de la ciencia sagrada, alejado de toda afectación, se presenta en el púlpito con la autoridad de un hombre de Dios que comunica al pueblo no su propia doctrina, sino la del Maestro que le ha enviado. Lleno de compasión ante la ignorancia religiosa de la gente del campo, Don Alfonso funda con algunos compañeros, en noviembre de 1732, un nuevo instituto religioso que tomará el nombre de «Congre?gación del Santísimo Redentor». Imbuidos de la sobreabundancia de la Redención adquirida por Cristo en la Cruz, los redentoristas se consagran a la predicación de las misiones a la gente pobre, a fin de instruirlos sobre las verdades fundamentales de la fe, y de iluminarlos sobre el «gran negocio».

jueves, 30 de julio de 2020

San Pedro Crisólogo, es decir: de palabra áurea, de excelente predicación



San Pedro, «Crisólogo» de sobrenombre, obispo de Rávena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol , desempeñó su ministerio tan perfectamente que consiguió captar a multitudes en la red de su celestial doctrina y las sació con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de Emilia Romagna.

La vida de Pedro, arzobispo de Rávena, llamado «Crisólogo» (es decir: de palabra áurea, de excelente predicación) desde el siglo IX, es mal conocida. De él habla el Liber Pontificalis y una biografía poco de fiar, obra de Agnello de Ravena (siglo IX). Por estas fuentes y por lo que de su obra se deduce, sabemos que Pedro nació en Imola hacia el 380, fue nombrado metropolita de Rávena entre el 425 y el 429 (ciertamente, antes del 431, fecha de una carta que le escribe Teodoreto), estuvo presente el 445 al fallecimiento de san Germán de Auxerre y tres o cuatro años después escribió a Eutiques, presbítero de Constantinopla, que había recurrido a él después de su condenación por obra de Flaviano, invitándolo a someterse a las decisiones de León, obispo de Roma, «quoniam beatus Petrus, qui in propia sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei vertiatem» (Ep ad Eutychen: PL 54,743: «Porque el bienaventurado Pedro, que en su sede vive y preside, otorga la verdad de la fe a los que buscan.»). Falleció entre el 449 y el 458 (fecha de una carta de León a su sucesor Neón), probablemente, el 3 de diciembre del 450, quizás en Imola [aunque en la actualidad se tiende a considerar como fecha más probable el 31 de julio].

Gracias a las pacientes investigaciones de A. Olivar, hoy es posible conocer con exactitud la producción auténtica de Pedro Crisólogo, que comprende una carta (ya mencionada), 168 sermones de la Collectio Feliciana (siglo VIII) y 15 «extravagantes» (escritos no clasificados). Otros escritos, como el célebre Rollo de Rávena, colección de oraciones de preparación a la Navidad (s. VII), no pueden ser tenidos por auténticos. Los sermones, a los que Pedro debe su celebridad, se distinguen por la esmerada preparación de un orador dotado de una cultura discreta y por el calor humano y el fervor divino de un santo varón. La condición peculiar de Rávena, sede de la corte imperial y ciudad marinera, explica la frecuencia de ejemplos tomados de la vida de la corte y de la vida militar y marinera, aunque no faltan ejemplos de la vida rural. «Entre los escritores del siglo V, pocos superan a Pedro Crisólogo en elegancia», en sus sermones nos ha legado «páginas de genuina elocuencia, enérgica y eficaz» (Moricca).

martes, 21 de julio de 2020

San Lorenzo de Brindis fue un acérrimo defensor de la verdad católica y un maravilloso expositor de los misterios de la fe


21 de julio
San Lorenzo de Brindis (1559-1619)
«Doctor Apostólico»

por Prudencio de Salvatierra, o.f.m.cap.


San Lorenzo, sacerdote capuchino, nació en Brindis y murió en Lisboa. Fue una persona superdotada, a quien Dios concedió cualidades intelectuales extraordinarias. Infatigable y elocuente predicador, escritor erudito, ocupó, además, todos los cargos en su Orden y desempeñó graves y delicadas misiones diplomáticas por Europa. En su vida de piedad destacó su fervorosa celebración de la misa y su filial devoción a la Virgen. Juan XXIII le dio el título de "Doctor Apostólico".

Guillermo Rossi, noble patricio de la ciudad de Brindis, escribía hacia 1560 a su hermano Pedro, que se hallaba de cura en Venecia: «Hermano: Pongo en tu noticia cómo el Señor me ha dado un hijo, pero de unas cualidades tan extraordinarias y sobrenaturales que, según lo que ha escrito Dios en su rostro, no me atrevo a decir si es criatura humana o celestial... Te aseguro que, en los pocos meses que tiene, da tales muestras de talento, virtud y santidad, que tiene admirados a todos...».

No parece que exageraba el padre de este «niño prodigio» al hacer las declaraciones ingenuas que acabamos de transcribir, como después se verá.

* * *

En 1559 nació en Brindis Julio César Rossi y Massella, de padres nobles y ricos. A los cuatro años ya tenía caprichos muy distintos de los caprichos ordinarios de los otros niños de su edad y condición. El capricho fue vestir el hábito de los religiosos Conventuales de San Francisco, y andar por las calles de Brindis disfrazado de frailecito. Después del hábito, vino la santa manía de predicar, primero a sus amigos, y más tarde a todo el mundo, dando así los primeros pasos en el oficio que iba a ser el más brillante de toda su vida. Gustaba de oír en la catedral a los mejores oradores; y luego les remedaba en la calle, copiando sus gestos, sus inflexiones de voz, y hasta sus frases que una felicísima memoria le hacía retener con admirable exactitud.

Los Padres Conventuales no podían desprenderse de aquel niño angelical que parecía un San Pablo en miniatura; y frecuentemente le obligaban a predicar en el coro del convento, mirándole embelesados y conmovidos, llorando de dulcísima emoción ante aquel formidable orador de seis años. Un día invitaron al Arzobispo de Brindis para que asistiera a uno de los sermones; y el prelado aceptó gustoso, y se escondió en el coro de manera que el niño no pudiera turbarse al sospechar su presencia. Debió de ser tan elocuente y tan docto el sermón, que el Arzobispo vio claramente al Espíritu de Dios hablando por aquella boca infantil. Abrazó al niño, y le permitió que un día predicase públicamente en la catedral de Brindis.

Fue cosa de ver al niño predicador encaminarse a la imponente catedral, acompañado de dos reverendos Padres Conventuales que eran sus maestros, sus ángeles guardianes..., y también sus discípulos y admiradores. La multitud llenaba las amplias naves del templo, ávida de escuchar al niño santo, cuya vocecita ora sonaba musical como la de un jilguero, ora tronaba grave y majestuosa como la de un profeta. Lágrimas de arrepentimiento, conversiones, sollozos y gritos, fueron el fruto inmediato de aquellas curiosas prédicas.

Pero todavía el apóstol no era más que una bellísima promesa. Los Padres Conventuales no se deslumbraron ante aquella precocidad, y cuidaron del niño. Aquí podríamos decir, guardando las distancias, lo que San Lucas dice de Jesucristo: «El niño crecía en edad, en sabiduría y en virtud delante de Dios y de los hombres».

miércoles, 15 de julio de 2020

La doctrina de san Buenaventura está imbuida de un inmenso amor a Cristo



Al ser interrogado sobre la fuente de donde obtiene tantos y tan profundos conocimientos, san Buenaventura señala con el dedo su crucifijo : « Este es el libro que me instruye ». Un día en que trata de teología con Tomás de Aquino, este percibe a Jesús crucificado sobre la cabeza de su amigo, con rayos que salen de las sagradas llagas del Salvador y que se proyectan sobre los escritos de Buenaventura. Por respeto hacia el divino Maestro, Tomás deja de argumentar.

Buenaventura, al que se conocerá con el nombre de doctor “seráfico” (a causa de la vinculación que ha establecido entre teología y amor contemplativo de Dios), ve la luz en 1217, o quizás en 1221, en Bagnoregio, pequeña localidad del centro de Italia, situada cerca del lago de Bolsena. Es hijo de Juan de Fidanza, médico, y de María Ritella, recibiendo en el Bautismo el mismo nombre que su padre. Durante su infancia, Juan cae gravemente enfermo ; su padre prueba en vano todos los remedios ; su madre vela a la cabecera de la cama rogando a Dios que el niño conserve la vida. Para conseguir la curación, realiza una promesa a san Francisco de Asís, muerto recientemente (en 1226) pero ya invocado por toda Italia, y Juan se cura : « O buona ventura ! » (¡ Oh, qué feliz acontecimiento !) —exclama la madre. Esa expresión se convertirá en el apodo de su hijo. En el fondo de su corazón, él sabe que, después de Dios, es a Francisco a quien debe la vida del cuerpo, y es también a Francisco a quien pedirá alimentar la vida del alma, entrando en la Orden Franciscana.

« ¿ Qué hacer de mi vida ? »

París, por aquel entonces luz de Occidente, atrae a las mentes ávidas de sabiduría. Allí brilla con gran esplendor la enseñanza teológica. En 1235, Juan de Fidanza envía allí a su hijo, quien primero se dedica al estudio de las artes liberales (gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, astronomía y música). Es un estudiante serio y muy piadoso, y obtiene el título de Maestro en artes. Entonces se plantea una pregunta crucial : « ¿ Qué debo hacer de mi vida ? ». Seducido por el testimonio de fervor y por el ideal evangélico de los Hermanos Menores, Juan llama a la puerta del convento franciscano de París, fundado en 1219. En san Francisco y en el movimiento que ha suscitado, el estudiante reconoce la acción de Jesucristo. Más tarde explicará los motivos de su decisión : « Confieso ante Dios —escribirá— que el motivo que más me ha movido a amar la vida del bienaventurado Francisco es que se parece a los comienzos y al crecimiento de la Iglesia. La Iglesia empezó con simples pescadores, enriqueciéndose a continuación con doctores muy ilustres y sabios ; la religión (es decir, la familia religiosa) del bienaventurado Francisco no se estableció por la prudencia de los hombres sino por Cristo ».

Con motivo de su peregrinación a Asís el 4 de octubre de 2013, el Papa Francisco se preguntaba : « ¿ Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo ? Comienza con la mirada de Jesús en la Cruz. Dejarse mirar por Él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián… En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par : una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso ; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una “nueva criatura”. De aquí comienza todo : es la experiencia de la Gracia que transforma, el hecho de ser amados sin méritos, aun siendo pecadores (cf. Rm 5, 8-10) ».

martes, 9 de junio de 2020

La figura de san Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de las diversas Iglesias cristianas - Benedicto XVI


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de noviembre de 2007

San Efrén el sirio


Queridos hermanos y hermanas: 
Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento. Su expansión en los primeros siglos se produjo tanto hacia occidente —hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura europea— como hacia oriente, hasta Persia y hasta la India, contribuyendo así a suscitar una cultura específica, en lenguas semíticas, con una identidad propia.

Para mostrar esta diversidad cultural de la única fe cristiana de los inicios, en la catequesis del miércoles pasado hablé de un representante de este otro cristianismo, Afraates el sabio persa, casi desconocido para nosotros. En esta misma línea quisiera hablar hoy de san Efrén el sirio, nacido en Nisibi en torno al año 306 en el seno de una familia cristiana.

Fue el representante más importante del cristianismo de lengua siríaca y logró conciliar de modo único la vocación de teólogo con la de poeta. Se formó y creció junto a Santiago, obispo de Nisibi (303-338), y juntamente con él fundó la escuela teológica de su ciudad. Ordenado diácono, vivió intensamente la vida de la comunidad local cristiana hasta el año 363, cuando Nisibi cayó en manos de los persas. Entonces san Efrén emigró a Edesa, donde prosiguió su actividad de predicador. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado mientras atendía a los enfermos de peste.

lunes, 25 de mayo de 2020

Gracias a esta forma suya de hacer teología, mezclando Biblia, liturgia e historia, san Beda el Venerable tiene un mensaje actual - Benedicto XVI


BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 18 de febrero de 2009

San Beda el Venerable
Presbítero y doctor de la Iglesia


Queridos hermanos y hermanas:

El santo del que hablaremos hoy se llama Beda y nació en el nordeste de Inglaterra, exactamente en Northumbria, entre los años 672 y 673. Él mismo cuenta que sus parientes, a la edad de siete años, lo encomendaron al abad del cercano monasterio benedictino para que fuera educado: "En este monasterio —recuerda— desde entonces viví siempre, dedicándome intensamente al estudio de la Sagrada Escritura y, mientras observaba la disciplina de la Regla y la tarea diaria de cantar en la capilla, para mí siempre fue dulce aprender, enseñar o escribir" (Historia ecclesiastica gentis Anglorum, v, 24).

De hecho, san Beda llegó a ser uno de los eruditos más insignes de la alta Edad Media, pues pudo acceder a los muchos manuscritos preciosos que le traían sus abades al volver de sus frecuentes viajes al continente y a Roma. La enseñanza y la fama de sus escritos le granjearon muchas amistades con las principales personalidades de su tiempo, que lo animaban a proseguir en su trabajo, del que tantos se beneficiaban. A pesar de enfermar, no dejó de trabajar, conservando siempre una alegría interior que se expresaba en la oración y en el canto. Concluyó su obra más importante, la Historia ecclesiastica gentis Anglorum con esta invocación: "Te ruego, oh buen Jesús, que benévolamente me has permitido acceder a las dulces palabras de tu sabiduría, concédeme, benigno, llegar un día hasta ti, fuente de toda sabiduría, y estar siempre ante tu rostro". La muerte le llegó el 26 de mayo del año 735: era el día de la Ascensión.

martes, 21 de abril de 2020

San Anselmo de Canterbury conserva aún una gran actualidad y una fuerte fascinación, y cuán provechoso es volver a leer y publicar sus escritos, así como meditar sobre su vida - Benedicto XVI


CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL IX CENTENARIO
DE LA MUERTE DE SAN ANSELMO



Al señor cardenal
Giacomo Biffi
Enviado especial a las celebraciones
del IX centenario
de la muerte de san Anselmo

Con ocasión de las celebraciones en las que usted, venerado hermano, participará como mi legado en la ilustre ciudad de Aosta para el IX centenario de la muerte de san Anselmo, que tuvo lugar en Canterbury el 21 de abril de 1109, me complace encomendarle un mensaje especial, en el que deseo subrayar los aspectos destacados de este gran monje, teólogo y pastor de almas, cuya obra ha dejado una huella profunda en la historia de la Iglesia.

Este aniversario constituye una oportunidad, que no se debe desaprovechar, para renovar el recuerdo de una de las figuras más luminosas de la tradición de la Iglesia e incluso de la historia del pensamiento occidental europeo. La ejemplar experiencia monástica de san Anselmo, su método original al considerar el misterio cristiano, su sutil doctrina teológica y filosófica, su enseñanza sobre el valor inviolable de la conciencia y sobre la libertad como adhesión responsable a la verdad y al bien, su apasionada obra de pastor de almas, dedicado con todas sus fuerzas a la promoción de la "libertad de la Iglesia", nunca han dejado de suscitar en el pasado el más vivo interés, que el recuerdo de su muerte está felizmente volviendo a encender y favoreciendo de diversos modos y en muchos lugares.

San Anselmo de Canterbury se comprometió inmediatamente en una enérgica lucha por la libertad de la Iglesia, manteniendo con valentía la independencia del poder espiritual respecto del temporal - Benedicto XVI


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 23 de septiembre de 2009
San Anselmo


Queridos hermanos y hermanas:

En Roma, en la colina del Aventino, se encuentra la abadía benedictina de San Anselmo. Como sede de un Instituto de estudios superiores y del abad primado de los Benedictinos Confederados, es un lugar que aúna la oración, el estudio y el gobierno, precisamente las tres actividades que caracterizaron la vida del santo a quien está dedicada: Anselmo de Aosta, de cuya muerte se celebra este año el ix centenario. Las múltiples iniciativas, promovidas especialmente por la diócesis de Aosta con ocasión de este feliz aniversario, han puesto de manifiesto el interés que sigue suscitando este pensador medieval. También es conocido como Anselmo de Bec y Anselmo de Canterbury por las ciudades con las que tuvo relación.

¿Quién es este personaje al que tres localidades, lejanas entre sí y situadas en tres naciones distintas —Italia, Francia e Inglaterra—, se sienten particularmente vinculadas? Monje de intensa vida espiritual, excelente educador de jóvenes, teólogo con una extraordinaria capacidad especulativa, sabio hombre de gobierno e intransigente defensor de la libertas Ecclesiae, de la libertad de la Iglesia, san Anselmo es una de las personalidades eminentes de la Edad Media, que supo armonizar todas estas cualidades gracias a una profunda experiencia mística que guió siempre su pensamiento y su acción.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La catequesis de san Cirilo de Jerusalén es emblemática también para la formación catequética de los cristianos de hoy - Benedicto XVI


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 27 de junio de 2007

San Cirilo de Jerusalén
Obispo y Doctor de la Iglesia


Queridos hermanos y hermanas: 

Nuestra atención se concentra hoy en san Cirilo de Jerusalén. En su vida se entrecruzan dos dimensiones:  por una parte, la solicitud pastoral; y, por otra, la implicación, a su pesar, en las intensas controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente.

San Cirilo, nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o en sus cercanías, recibió una óptima formación literaria, que constituyó la base de su cultura eclesiástica, centrada en el estudio de la Biblia. Ordenado presbítero por el obispo Máximo, cuando este murió o fue depuesto, en el año 348 fue ordenado obispo por Acacio, influyente metropolita de Cesarea de Palestina, filo-arriano, convencido de que Cirilo era su aliado. Por eso, se sospechó que había obtenido el nombramiento episcopal mediante concesiones al arrianismo.

En realidad, muy pronto san Cirilo chocó con Acacio, no sólo en el campo doctrinal, sino también en el jurisdiccional, porque san Cirilo reivindicaba la autonomía de su sede con respecto a la metropolitana de Cesarea. En dos décadas san Cirilo sufrió tres destierros:  el primero en el año 357, cuando fue depuesto por un Sínodo de Jerusalén; el segundo, en el año 360, por obra de Acacio; y el tercero, el más largo -duró once años- en el año 367 por iniciativa del emperador filo-arriano Valente. Sólo en el año 378, después de la muerte del emperador, san Cirilo pudo volver a tomar definitivamente posesión de su sede, devolviendo a los fieles unidad y paz.

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