HODIE PARVULUS NATUS EST NOBIS.
“HOY NOS HA NACIDO UN NIÑO.” (ISA. IX, 6.)
¡Qué fiesta tan
amable la del Nacimiento del Salvador! La saludamos siempre con regocijo.
Revive por nuestro amor y se continúa en la Eucaristía. Las relaciones entre
Belén y el Cenáculo son inseparables, completándose mutuamente. Ya vamos a
estudiarlas ahora.
PRIMERO
La Eucaristía se
sembró en Belén. ¿Qué es la Eucaristía sino el trigo de los elegidos, el
pan vivo? Ahora bien, el trigo se siembra; se necesita que se deposite en
la tierra, que germine, que madure, hasta que, una vez segado, se muele para
hacer de él pan nutritivo.
Al nacer hoy sobre
la paja del establo, el Verbo divino preparaba su Eucaristía, que Él
consideraba en todos sus misterios como complemento de los mismos. El venía a
unirse al hombre: durante su vida había de establecer con Él la unión de
gracia, de ejemplos y de méritos; pero sólo en la Eucaristía había de consumar
la unión más perfecta de que el hombre es capaz aquí en la tierra. No debemos
perder de vista este pensamiento divino, este objeto que se propuso Jesucristo
Nuestro Señor, si queremos comprender el plan divino: unión de gracia por los
misterios de su vida y muerte; unión de cuerpo y persona en la Eucaristía,
preparando una y otra la consumación de la unidad en la gloria.
Así como el viajero
que se ha propuesto un fin determinado no lo pierde jamás de vista, y todos sus
pasos se dirigen a la consecución de este fin, así Jesús, durante toda su vida,
preparaba en secreto y por adelantado la Sagrada Eucaristía.
Ese trigo celestial
es como sembrado en Belén, casa de pan; vedle sobre la paja; esta paja está
pisoteada, destrozada, representa a la pobre humanidad; esta paja es estéril de
suyo; Jesús la levantará de nuevo, le devolverá la vida y la hará
fecunda: Nisi granum frumenti cadens in térra: ved ya sembrado ese grano
divino. Sus lágrimas son la humedad que lo hará germinar, y llegará a ser
hermoso. Belén se halla situado sobre una colina que mira a Jerusalén. Cuando
esta espiga esté madura, se inclinará hacia el Calvario, donde será molida y
sometida al fuego del sufrimiento para que se convierta en Pan vivo.
Los reyes irán a
comer de este Pan, y hará sus delicias: Panis Aser, deliciae regnum. Pan
que conviene para las bodas reales del Cordero: Currunt Magi ad regales
nuptias. Los Magos en este pasaje representan las almas reales y dueñas de
sí mismas, que se alimentan hoy de dicho Pan en el Sacramento.
Las relaciones del nacimiento
del Salvador en Belén con la Eucaristía considerada como Sacramento, se
encuentran también considerando la Eucaristía como Sacrificio.
En Belén nace un
tierno corderillo. Jesús nace como el cordero en el establo, y como él no
conoce más que a su Madre. Ofrécese ya al sacrificio: su primer grito es éste:
Hostias et oblationes noluisti, corpus autem aptasti mihi. Padre, ya no queréis
víctimas ni sacrificios de la antigua Ley, sino que me habéis dado un cuerpo;
heme aquí. Este cuerpo es la condición para ser inmolado; Jesús lo ofrece a su
Padre. Este Corderillo irá creciendo alrededor de su Madre, y ella conocerá a
los cuarenta días el secreto de su inmolación. Ella le alimentará con su leche
pura y virginal, y le guardará para el día del sacrificio. Y de tal modo se
grabará sobre Jesucristo este carácter de víctima que, cuando en el primer día
de su vida pública será visto por San Juan Bautista, éste no sabrá
designarle sino con el nombre de Cordero divino: Ecce Agnus Dei, qui
tollit peccata mundi.
El sacrificio
comenzado en Belén se consuma sobre el altar en la santa Misa. ¡Ah, y qué
conmovedora es la Misa de media noche en el mundo cristiano! Se la saluda con
mucha anticipación, y siempre se asiste a ella con júbilo. ¿Y qué es lo
que comunica a nuestra fiesta de Navidad tantos atractivos reflejados en
alegres cantares y en el transporte de nuestros corazones, sino que sobre el
altar; Jesús renace realmente, aunque en diferente estado? ¿Nuestros cantos y
nuestros homenajes no van directamente a su misma persona? El objeto de
nuestra fiesta como de nuestro amor está allí presente: nosotros vamos
realmente a Belén, y allí encontramos, no un recuerdo, no una imagen, sino al
mismo divino Niño.
Ved, además, cómo la
Eucaristía empieza en Belén: es que ya el Emmanuel viene a habitar en
medio de su pueblo; comienza hoy a vivir entre nosotros, y la Eucaristía
perpetuará su presencia Allí el Verbo se hace carne; en el Sacramento se hace
pan, para darnos a comer su carne sin que tengamos repugnancia.
Allí también, en
Belén, dan principio las virtudes del estado sacramental.
En efecto, allí
oculta ya su divinidad, para familiarizar al hombre con Dios; allí cubre su
gloria divina, para llegar gradualmente a ocultar también su humanidad allí
refrena su poder mediante la debilidad de sus miembros infantiles; más tarde lo
encadenará bajo las santas especies; allí es pobre, se despoja de toda
posesión, él que es Criador y Dueño soberano de todas las cosas; el establo no
es suyo, se le ha cedido de limosna; vive con su Madre de las ofrendas de los
pastores y de los dones de los Magos; más tarde, en la Eucaristía pedirá al
hombre un sitio donde albergarse, la materia de su Sacramento, una vestidura
para su ministro y su altar. He aquí cómo Belén nos anuncia ya la Eucaristía.
Allí encontramos
también la inauguración del culto eucarístico en su principal ejercicio: la
adoración.
María es la primera
adoradora del Verbo encarnado; José, su primer adorador. Ellos creen
firmemente: su fe es su Virtud. Beata est María, quae credidisti. Es la
adoración de la virtud.
Los pastores y los
Magos adoran juntamente con María y José.
María se consagra
enteramente al servicio de su Hijo; atiende con diligentísima solicitud a sus
necesidades, y previene sus menores deseos para satisfacerlos. Los pastores
ofrecen sus dones sencillos y rústicos; los Magos sus presentes magníficos: es
la adoración del homenaje.
La Eucaristía será
también el punto de cita de todas las condiciones y clases sociales, el centro
del mundo católico. Se le tributará este doble culto de adoración: adoración
interior de fe y de amor; adoración exterior por la magnificencia de los dones,
de las iglesias, de los tronos en que aparecerá el Dios eucarístico.
SEGUNDO
El nacimiento del
Señor me sugiere otro pensamiento. Los ángeles anuncian a los pastores aquel
acontecimiento con estas palabras: “Hoy os ha nacido un Salvador.” Hodie
natus est vobis Salvator, que es como si dijeran: Hoy comienza un nuevo
mundo; la obra de Adán va a ser destruida y reemplazarla por una obra de
restauración divina. Hay dos a quienes cuadra el nombre de Adán, padres cada
uno de un gran pueblo. El primer Adán, terrestre, padre del mundo
degenerado, de térra terrenus, y el segundo Adán, padre del mundo
regenerado, decoelo coelestis. Ahora bien; el segundo viene a restablecer todo
aquello que el primero había destruido. Más notad bien que esta restauración no
se verifica cumplidamente aquí en la tierra sino, por medio de la Eucaristía.
El punto capital del
pecado de Adán, como la piedra angular de la tentación diabólica, se encerraba
en estas palabras: Seréis como dioses, y en el sentimiento de orgullo que
por ellas concibió Adán.
¡Seréis semejantes a
Dios! ¡Ay! ¡Y vinieron a ser semejantes a las bestias! Pues
bien; Nuestro Señor Jesucristo viene a reproducir, a repetirnos las
promesas de Satanás; pero para cumplirlas. Satanás será cogido en sus propias
redes. Si, nosotros seremos semejantes a Dios, por alimentarnos con su Carne y
su Sangre.
No moriréis. La
inmortalidad; nosotros recibidos una prenda segura de ella en la
comunión: “Aquel que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene la vida eterna,
y yo le resucitaré en el último día.” Jesucristo nos promete la vida
eterna: la temporal se pierde; pero ésta no es una vida que merezca tal nombre,
no es más que una etapa, una jornada para llegar a la verdadera vida.
Seréis semejantes a
Dios. Se cambia de estado ascendiendo a una unión más perfecta; una hija
del pueblo llega a ser reina, cuando un rey la elige por esposa. Ahora bien;
.Nuestro Señor nos asocia a su divinidad al comunicarse a nosotros; nosotros
venimos a ser su Carne y su Sangre; recibimos la realeza celestial y divina del
Criador. La naturaleza humana pasó a ser divina en la unión hipostática: pues bien;
la comunión nos eleva también a la unión divina; nos hace participes de la
naturaleza de Dios; el alimento menos escogido se convierte en nuestra
substancia, y nosotros nos convertimos en la de Nuestro Señor Jesucristo, que
nos absorbe y asimila; venimos, pues, a ser miembros de Dios; y en el cielo
seremos tanto más gloriosos, cuanto más nos hayamos transformado, convertido en
Jesucristo, y cuanto más nos hayamos asimilado a Él por nuestra frecuente
participación de su Cuerpo adorable.
En fin, vosotros lo
sabréis todo, dijo el demonio. El mal, sí; el bien, no ciertamente. ¿Dónde
se aprende esta ciencia divina del bien si no es en la comunión? Oíd lo
que dice Jesús a sus Apóstoles, después que se ha comunicado a ellos: “No
os diré ya mis siervos, sino mis amigos; pues todo lo que aprendí de mi Padre,
os lo he revelado.” En la Eucaristía la ciencia nos es enseñada por el
mismo Dios, que se constituye en nuestro inmediato y particular maestro: Et
erunt omnes docibiles Dei. Ya no nos envía profetas, Él mismo es nuestro
Doctor y Maestro. Lo sabréis todo, porque Él es la Ciencia divina, increada e
infinita.
He aquí cómo la
Eucaristía pone fin y remate a la restauración iniciada en el Pesebre. Regocijaos,
pues, en este hermoso día, en que empieza su carrera el Sol divino de la
Eucaristía. Que vuestra gratitud no separe nunca el Pesebre del Altar, el Verbo
hecho carne del Hombre-Dios hecho Pan de vida en el Santísimo Sacramento.
San Pedro Julián
Eymard
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