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viernes, 10 de abril de 2020

Homilía en la celebración del Papa Francisco del VIERNES SANTO 2020 - P. Raniero Cantalamessa




Homilía de Raniero Cantalamessa

En Viernes Santo
10 Abril de 2020

«TENGO PROYECTOS DE PAZ, NO DE AFLICCIÓN»

San Gregorio Magno decía que la Escritura cum legentibus crescit, crece con quienes la leen[1]. Expresa significados siempre nuevos en función de las preguntas que el hombre lleva en su corazón al leerla. Y nosotros este año leemos el relato de la Pasión con una pregunta —más aún, con un grito— en el corazón que se eleva por toda la tierra. Debemos tratar de captar la respuesta que la palabra de Dios le da.

Lo que acabamos de escuchar es el relato del mal objetivamente más grande jamás cometido en la tierra. Podemos mirarlo desde dos perspectivas diferentes: o de frente o por detrás, es decir, o por sus causas o por sus efectos. Si nos detenemos en las causas históricas de la muerte de Cristo nos confundimos y cada uno estará tentado de decir como Pilato: “Yo soy inocente de la sangre de este hombre” (Mt 27,24). La cruz se comprende mejor por sus efectos que por sus causas. Y ¿cuáles han sido los efectos de la muerte de Cristo? ¡Justificados por la fe en Él, reconciliados y en paz con Dios, llenos de la esperanza de una vida eterna! (cf. Rom 5, 1-5).

domingo, 18 de junio de 2017

Reflexiones sobre la Eucaristía a la luz del "Adoro te devote" 3 (última) - R.P. Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.

PIDO LO QUE PIDIÓ EL LADRÓN ARREPENTIDO
Reflexiones sobre la Eucaristía
a la luz del «Adoro te devote»

R.P. Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.
17 DICIEMBRE 2004



En la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico, el padre Cantalamessa ha centrado su predicación en una serie de reflexiones Eucarísticas a la luz del «Adoro te devote» –«Pido lo que pidió el ladrón arrepentido» ha sido el tema de esta tercera y última meditación–, en el contexto del Año de la Eucaristía convocado por Juan Pablo II.

Una laude de Jacopone de Todi, compuesta en torno al año 1300, contiene una clara alusión a la segunda estrofa del «Adoro te devote» que hemos comentado la vez pasada: «Visus, tactus, gustus…» . En ella Jacopone imagina una especie de contienda entre los distintos sentidos humanos a propósito de la Eucaristía: tres de ellos (la vista, el tacto y el gusto) dicen que es sólo pan, «sólo el oído» se resiste, asegurando que «bajo estas formas visibles está escondido Cristo» [1]. Si ello no basta para afirmar que el himno es de Santo Tomás de Aquino, muestra sin embargo que es más antiguo de cuanto se pensaba hasta ahora y, al menos por la fecha, no es incompatible con una atribución al Doctor Angélico. Si Jacopone puede aludir a él como a texto conocido debía haber sido compuesto al menos una veintena de años antes y gozar ya de cierta popularidad.
1. Contemporáneos del buen ladrón
Vayamos ahora a la tercera estrofa del himno que nos acompañará en esta meditación:
In cruce latébat sola déitas;
at hic latet simul et humánitas.
Ambo tamen credens atque cónfitens
peto quod petívit latro poénitens.
En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad.
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
Se acerca ya la Navidad. Cierta tendencia romántica ha acabado por hacer de la Navidad una fiesta toda humana de la maternidad y de la infancia, de los regalos y de los buenos sentimientos. En la galería Tetriakov de Moscú el cuadro de la Virgen de la Ternura de Vladimir que estrecha hacia sí a Jesús Niño, durante el régimen comunista llevaba la leyenda: «Maternidad». Pero los expertos saben qué significa en esa imagen la mirada preocupada y dibujada de tristeza de la Madre que parece casi querer proteger al niño de un peligro amenazador: anuncia la pasión del Hijo que Simeón le ha hecho entrever en la presentación en el templo.
El arte cristiano ha expresado en mil modos este vínculo entre el nacimiento y la muerte de Cristo. En algunos cuadros de pintores célebres Jesús Niño duerme en las rodillas de la Madre o tendido sobre un paño, en la postura exacta en la que se le representa habitualmente en el descendimiento de la cruz; el cortero atado que a menudo se ve en las representaciones de la Natividad alude al cordero inmolado. En una pintura del siglo XV, uno de los Magos ofrece en regalo al Niño un cáliz con monedas dentro, signo del precio del rescate que él ha venido a pagar por los pecados. (¡El Niño está en actitud de tomar una de las monedas y ofrecerla a quien se la da, signo de que morirá también por él!) [2].

Reflexiones sobre la Eucaristía a la luz del "Adoro te devote" 2 - R.P. Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.

«Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios»
Reflexiones sobre la Eucaristía
a la luz del «Adoro te devote»

R.P. Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.
10 DICIEMBRE 2004



En la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico, el padre Cantalamessa ha centrado su predicación en una serie de reflexiones Eucarísticas a la luz del «Adoro te devote» –« Creo todo loe que ha dicho el Hijo de Dios» ha sido el tema de esta segunda meditación–, en el contexto del Año de la Eucaristía convocado por Juan Pablo II.

CREO TODO LO QUE HA DICHO EL HIJO DE DIOS
Segunda predicación de Adviento a la Casa Pontificia

La historia del «Adoto te devote» es bastante singular. Es atribuido frecuentemente a Santo Tomás de Aquino, pero los primeros testimonios de tal atribución se remontan a no menos de cincuenta años desde la muerte del Doctor Angélico, ocurrida en 1274. Aunque la paternidad literaria está destinada a permanecer hipotética (como por lo demás, para los otros himnos eucarísticos que se atribuyen a su nombre) es cierto que el himno se sitúa en el surco de su pensamiento y de su espiritualidad.
El texto permaneció casi desconocido durante más de dos siglos y tal vez así habría seguido si San Pío V no lo hubiera introducido entre las oraciones de preparación y de acción de gracias de la Misa impresas en el Misal por él reformado de 1570. Desde aquella fecha el himno se ha impuesto en la Iglesia universal como una de las oraciones eucarísticas más amadas por el clero y por el pueblo cristiano. El nuevo Ritual Romano editado por orden de Pablo VI, lo acogió según el texto crítico establecido por Wilmart entre los textos para el culto eucarístico fuera de la Misa [1].
El abandono del latín corre el riesgo de volver a echarlo en el olvido del que lo rescató San Pío V; por esto es deseable que el año de la Eucaristía contribuya a volver a resaltarlo. Existen de él versiones métricas en los principales idiomas; una, en inglés, por obra del gran poeta jesuita Gerard Manley Hopkins.
Orar con las palabras del «Adoro te devote» significa hoy para nosotros introducirnos en la cálida ola de la piedad eucarística de las generaciones que nos han precedido, de los muchos santos que lo han cantado. Significa tal vez revivir emociones y recuerdos que nosotros mismos hemos experimentado al cantarlo en ciertos momentos de gracia de nuestra vida.

1. Palabra y Espíritu en la consagración

Visus, tactus, gustus in te fállitur,
sed audítu solo tuto créditur.
Credo quidquid dixit Dei Fílius;
nil hoc verbo veritátis vérius
Traducida la segunda estrofa del «Adoto te devote» dice:
La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
pero basta con el oído para creer con firmeza.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

La única observación acerca del texto crítico de esta estrofa se refiere al último verso. Así como está, tanto en el canto como en la recitación, se está obligado por la métrica a partir en dos la palabra veritatis (veri – tatis), por lo que parece preferible la variante que cambia el orden de las palabras y lee Nil hoc veritatis verbo verius [2].
No es que los sentidos de la vista, del tacto y del gusto, por sí mismos, se engañen acerca de las especies eucarísticas, sino que somos nosotros los que podemos engañarnos al interpretar aquello que ellos nos dicen. No se engañan, porque el objeto propio de los sentidos son las apariencias –lo que se ve, se toca y se gusta– y las apariencias son realmente las del pan y del vino. «En este sacramento, escribe Santo Tomás, no hay ningún engaño. Los accidentes de hecho que se perciben por los sentidos están verdaderamente, mientras el intelecto que tiene por objeto la sustancia de las cosas es preservado de caer en engaño por la fe» [3].

Reflexiones sobre la Eucaristía a la luz del "Adoro te devote" 1 - R.P. Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.

«Al contemplarte todo se rinde»
Reflexiones sobre la Eucaristía
a la luz del «Adoro te devote»

R.P. Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.
3 DICIEMBRE 2004

En la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico, el padre Cantalamessa ha centrado su predicación en una serie de reflexiones Eucarísticas a la luz del «Adoro te devote» –«Al contemplarte todo se rinde» ha sido el tema de esta meditación–, en el contexto del Año de la Eucaristía convocado por Juan Pablo II.

Primera predicación

ADORO TE DEVOTE

En respuesta al deseo y a las intenciones del Santo Padre de dedicar el año en curso a la Eucaristía, la predicación de este Adviento –y, si es voluntad de Dios, también la de la próxima Cuaresma— será un comentario, estrofa a estrofa, del «Adoro te devote».
Con su encíclica «Ecclesia de Eucharistia» el Santo Padre Juan Pablo II se ha propuesto, dice, renovar en la Iglesia «el estupor eucarístico» [1] y el «Adoro te devote» se presta maravillosamente para lograr este objetivo. Aquél puede servir para dar un soplo espiritual y un alma a todo lo que se hará, en este año, para honrar la Eucaristía.
Un cierto modo de hablar de la Eucaristía, lleno de cálida unción y devoción, y además de profunda doctrina, expulsado por la llegada de la teología llamada «científica», se refugió en los antiguos himnos eucarísticos y es ahí donde debemos ir a buscar si queremos superar un cierto conceptualismo árido que ha afligido al sacramento del altar después de tantas disputas a su alrededor.
La nuestra, sin embargo, no quiere ser una reflexión sobre el «Adoro te devote», ¡sino sobre la Eucaristía! El himno es sólo el mapa que nos sirve para explorar el territorio, la guía que nos introduce en la obra de arte.

1. Una presencia escondida
En esta meditación reflexionamos sobre la primera estrofa del himno. Dice así:

Adóro te devóte, latens Déitas,
quae sub his figúris vere látitas:
tibi se cor meum totum súbicit,
quia te contémplans totum déficit.
Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondida bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

Se hicieron intentos de establecer el texto crítico del himno en base a los pocos manuscritos existentes anteriores a la imprenta. Las variaciones respecto al texto que conocemos no son muchas. La principal se refiere precisamente a los dos primeros versos de esta estrofa que, según Wilmart, al principio resonaban así: Adoro devote latens veritas / Te qui sub his formis vere latitas, donde «veritas» estaría por la persona de Cristo y «formis» sería el equivalente a «figuris».
Pero aparte del hecho de que esta lectura es todo menos segura [2], hay otro motivo que empuja a atenerse al texto tradicional. Éste, como otros venerables himnos litúrgicos latinos del pasado, pertenecen a la colectividad de los fieles que lo han cantado durante siglos, lo han hecho propio y casi recreado, no menos que el autor que lo ha compuesto, frecuentemente, por lo demás, anónimo. El texto divulgado no tiene menos valor que el texto crítico y es con él de hecho que el himno sigue siendo conocido y cantado en toda la Iglesia.

domingo, 19 de enero de 2014

Domingo II Tiempo Ordinario (ciclo a) - P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

Juan 1, 29-34:
«¡He ahí el Cordero de Dios!»
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap 


 Isaías 49, 3.5-6; I Corintios 1, 1-3; Juan 1, 29-34 
«¡He ahí el Cordero de Dios!»

En el Evangelio escuchamos a Juan el Bautista que, presentando a Jesús al mundo, exclama: «¡He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!». El cordero, en la Biblia, y en otras culturas, es el símbolo del ser inocente, que no puede hacer daño a nadie, sino sólo recibirlo. Siguiendo este simbolismo, la primera carta de Pedro llama a Cristo «el cordero sin mancha», que, «ultrajado, no respondía con ultrajes, y sufriendo no amenazaba con venganza». En otras palabras, Jesús es, por excelencia, el Inocente que sufre.

Se ha escrito que el dolor de los inocentes «es la roca del ateísmo». Después de Auschwitz, el problema se ha planteado de manera más aguda todavía. Son incontables los libros escritos en torno a este tema. Parece como si hubiera un proceso en marcha y se escuchara la voz del juez que ordena al imputado a levantarse. El imputado en este caso es Dios, la fe.

¿Qué tiene que responder la fe a todo esto? Ante todo es necesario que todos, creyentes o no, nos pongamos en una actitud de humildad, porque si la fe no es capaz de «explicar» el dolor, menos aún lo es la razón. El dolor de los inocentes es algo demasiado puro y misterioso como para poderlo encerrar en nuestras pobres «explicaciones». Jesús, que ciertamente tenía muchas más explicaciones para dar que nosotros, ante el dolor de la viuda de Naím y de las hermanas de Lázaro no supo hacer nada mejor que conmoverse y llorar.

domingo, 25 de agosto de 2013

Domingo XXI (ciclo c) P. Raniero Cantalamessa


Entrar por la puerta estrecha

Isaías 66, 18-21;
Hebreos 12, 5-7.11-13;
Lucas 13, 22-30 


Existe un interrogante que siempre ha agobiado a los creyentes: ¿son muchos o pocos los que se salvan? En ciertas épocas, este problema se hizo tan agudo que sumergió a algunas personas en una angustia terrible. El Evangelio de este domingo nos informa de que un día se planteó a Jesús este problema: «Mientras caminaba hacia Jerusalén, uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?"». La pregunta, como se ve, trata sobre el número, sobre cuántos se salvan: ¿muchos o pocos? Jesús, en su respuesta, traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la puerta estrecha».

viernes, 19 de julio de 2013

Domingo XVII (ciclo c) P. Raniero Cantalamessa

Jesús orando


Génesis 18, 20-21.23-32;
Colosenses 2, 12-14;
Lucas 11, 1-13


El evangelio del domingo, XVII del Tiempo Ordinario, empieza con estas palabras: «Un día Jesús estaba orando en cierto lugar; cuanto terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos". Él les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino"».

Cómo sería el rostro y toda la persona de Jesús cuando estaba inmerso en oración, lo podemos imaginar por el hecho de que sus discípulos, sólo con verle orar, se enamoran de la oración y piden al Maestro que les enseñe también a ellos a orar. Y Jesús les contenta, como hemos oído, enseñándoles la oración del Padre Nuestro.

sábado, 26 de enero de 2013

III Domingo durante el año (ciclo c) - P. Raniero Cantalamessa

¿Los evangelios
son relatos históricos?
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
  
Nehemías 8, 2-4a.5-6.8-10;
I Corintios 12, 12-31a;
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

          Antes de empezar el relato de la vida de Jesús, el evangelista Lucas explica los criterios que le han guiado. Asegura que refiere hechos transmitidos por testigos oculares, verificados por él mismo con «comprobaciones exactas» para que quien lee pueda darse cuenta de la solidez de las enseñanzas contenidas en el Evangelio. Esto nos ofrece la ocasión de ocuparnos del problema de la historicidad de los Evangelios.
          Hasta hace algún siglo, no se mostraba entre la gente el sentido crítico. Se tomaba por históricamente ocurrido todo lo que era referido. En los últimos dos o tres siglos nació el sentido histórico por el cual, antes de creer en un hecho del pasado, se somete a un atento examen crítico para comprobar su veracidad. Esta exigencia ha sido aplicada también a los Evangelios.
          Resumamos las diversas etapas que la vida y la enseñanza de Jesús atravesaron antes de llegar a nosotros.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Domingo XXXIII (ciclo b) P. Raniero Cantalamessa

En aquellos días...

Daniel 12, 1-3;
Hebreos 10, 11-14. 18;
Marcos 13, 24-32

          El Evangelio del penúltimo domingo del año litúrgico es el clásico texto sobre el fin del mundo. En toda época ha habido quien se ha encargado de agitar amenazadoramente esta página del Evangelio ante sus contemporáneos, alimentando psicosis y angustia. Mi consejo es permanecer tranquilos y no dejarse turbar lo más mínimo por estas previsiones catastróficas. Basta con leer la frase final del mismo pasaje evangélico: «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre». Si ni siquiera los ángeles ni el Hijo (se entiende que en cuanto hombre, no en cuanto Dios) conocen el día ni la hora del final, ¿es posible que lo sepa y esté autorizado a anunciarlo el último adepto de alguna secta o fanático religioso? En el Evangelio Jesús nos asegura el hecho de que Él volverá un día y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos; el cuándo y el cómo vendrá (entre las nubes del cielo, el oscurecimiento del sol y la caída de las estrellas) forman parte del lenguaje figurado propio del género literario de estos relatos.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Domingo XXXI (ciclo b) P. Raniero Cantalamessa

Amarás al Señor tu Dios
P. Raniero Cantalamessa
Deuteronomio 6, 2-6;
Hebreos 7, 23-28;
Marcos 12, 28b-34

          Un día se acercó a Jesús uno de los escribas, preguntándole cuál era el primer mandamiento de la Ley y Jesús respondió citando las palabras de ésta: «Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, uno sólo es el Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas», que hemos oído, e hizo de ellas el «primero de los mandamientos». Pero Jesús añadió de inmediato que hay un segundo mandamiento semejante a éste, y es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

sábado, 13 de octubre de 2012

Domingo XXVIII (ciclo b) - P. Raniero Cantalamessa

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

¡Qué difícil es que un rico
entre en el Reino de los Cielos!



Sabiduría 7, 7-11;
Hebreos 4, 12-13;
Marcos 10, 17-30


          Una observación preliminar es necesaria para despejar el terreno de posibles equívocos al leer lo que el Evangelio de este domingo dice de la riqueza. Jesús jamás condena la riqueza ni los bienes terrenos por sí mismos. Entre sus amigos está también José de Arimatea, «hombre rico»; Zaqueo es declarado «salvado», aunque retenga para sí la mitad de sus bienes, que, visto el oficio de recaudador de impuestos que desempeñaba, debían ser considerables. Lo que condena es el apegamiento exagerado al dinero y a los bienes, hacer depender de ellos la propia vida y acumular tesoros sólo para uno (Lc 12, 13-21).
          La Palabra de Dios llama al apegamiento excesivo al dinero «idolatría» (Col 3, 5; Ef 5, 5). El dinero no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia. Literalmente «dios de fundición» (Ex 34, 17). Es el anti-dios porque crea una especia de mundo alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se realiza una siniestra inversión de todos los valores. «Nada es imposible para Dios», dice la Escritura, y también: «Todo es posible para quien cree». Pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero».

sábado, 6 de octubre de 2012

Domingo XXVII (ciclo b) - P. Raniero Cantalamessa

Serán los dos
una sola carne
P. Raniero Cantalamessa
 ofm.cap.


Génesis 2, 18-24;
Hebreos 2, 9-11;
Marcos 10, 2-16

          El tema de este XXVII Domingo es el matrimonio. La primera lectura comienza con las bien conocidas palabras: «Dijo el Señor Dios: No es bueno que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». En nuestros días el mal del matrimonio es la separación y el divorcio, mientras que en tiempos de Jesús lo era el repudio. En cierto sentido, éste era un mal peor, porque implicaba también una injusticia respecto a la mujer que aún persiste, lamentablemente, en ciertas culturas. El hombre, de hecho, tenía el derecho de repudiar a la propia esposa, pero la mujer no tenía el derecho de repudiar a su propio marido.
          Dos opiniones se contraponían, respecto al repudio, en el judaísmo. Según una de ellas, era lícito repudiar a la propia mujer por cualquier motivo, al arbitrio, por lo tanto, del marido; según la otra, en cambio se necesitaba un motivo grave, contemplado por la Ley. Un día sometieron esta cuestión a Jesús, esperando que adoptara una postura a favor de una u otra tesis. Pero recibieron una respuesta que no se esperaban: ««Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón [Moisés] escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre».

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