Artículo del
Cardenal Robert Sarah
publicado en la Revista Palabra
El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino subraya que los
sacerdotes deben esforzarse por llevar una vida santa, e invita a una
preparación cuidadosa antes de cada celebración
Como anuncié al comienzo de
estos artículos para Palabra sobre “El sacerdote y la Eucaristía”, me he
referido sucesivamente a la Eucaristía como lugar donde el sacerdote se ofrecea Dios y se configura con Cristo, y a la santificación como finalidad de laEucaristía. En esta ocasión me centraré en las disposiciones para participar en
ella.
¿Cómo celebrar
fructuosamente la Eucaristía?
Concretamente: en lo que se
refiere al sacerdote y a los fieles, ¿cuáles son las disposiciones sacerdotales
y espirituales requeridas para celebrar y participar fructuosamente en la
Eucaristía? La Epístola a los Filipenses recuerda el carácter irreprochable y
puro que define la identidad cristiana. San Pablo exhorta a los filipenses
diciéndoles: “Cualquier cosas que
hagáis… así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en
medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como
lumbreras del mundo... Y si mi sangre se ha de derramar, rociando el sacrificio
litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría; por
vuestra parte estad alegres y alegraos conmigo”(Fil 2, 14-18). Pablo no
pide a la comunidad de Filipos que se alegre por los sufrimientos que soporta,
ni ante la posibilidad de sufrir una muerte violenta, como si para el Apóstol
se tratase de algo bueno; les pide que se alegren en la medida en que sus
sufrimientos y todas las pruebas de la vida son signo de su oblación real en el
Amor del Señor y por Amor a Él. El sacerdote debe aceptar con alegría los
sufrimientos y las pruebas sufridas en nombre de la fe en Jesús, y ha de estar
dispuesto a llegar hasta la entrega de su vida por el rebaño, en unión con
Cristo, que ha dado su vida por nuestra salvación.
La gracia sacerdotal
suscita, en efecto, la caridad pastoral del sacerdote. Ciertamente el sacerdote
celebra válidamente la Eucaristía por virtud del Orden, del carácter que ha
recibido el día de su ordenación presbiteral y que permanece –a causa de la
indefectible fidelidad de Cristo a su Iglesia– cualquiera que sea su situación
espiritual o el peso de sus pecados personales. Pero repito: la fecundidad de
sus celebraciones eucarísticas se verá gravemente obstaculizada si su situación
espiritual es mala. El escándalo del sacerdote puede dañar mucho al Pueblo de
Dios, y se vería gravemente entorpecida la santificación personal y la de los
fieles, que es su finalidad.
Sacramento del Orden y
santidad de vida
Pero no podemos separar
esta finalidad santificante y el sacramento del Orden. El sacerdote debe buscar
ardientemente y debe esforzarse por llevar una vida santa. Tiene que procurar
con constancia llegar a ser Ipse
Christus, conocer la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es nuestra
santificación (cfr. 1 Tes 4, 3). Ha de tener una gran veneración al Sacramento
del Orden, y recordar que el sacerdocio es un Sacramento: comunica la gracia
santificante a quien tiene el privilegio de ser ordenado sacerdote. Como decía
con fuerza el Papa Francisco dirigiéndose a los sacerdotes y religiosos de
Kenia, “la Iglesia no es una empresa, no
es una ONG, la Iglesia es un misterio, es el misterio de la mirada de Jesús
sobre cada uno, que le dice: ‘Vení’. Queda claro, el que llama es Jesús. Se
entra por la puerta, no por la ventana, y se sigue el camino de Jesús” (26-XI-2015).
Además, el sacramento del
Orden aumenta la gracia bautismal, haciendo que crezcan en el sacerdote el Amor
a Dios y la caridad pastoral, a imitación de Jesucristo, el Buen Pastor. San
Juan Pablo II ha desarrollado esta caridad pastoral de modo claro y admirable
en la Exhortación Apostólica post-sinodal “Pastores
Dabo Vobis”, apoyándose en la primera Carta de San Pedro: “Mediante la consagración sacramental, el
sacerdote se configura con Jesucristo, en cuanto Cabeza y Pastor de la Iglesia,
y recibe como don una ‘potestad espiritual’, que es participación de la
autoridad con la cual Jesucristo, mediante su Espíritu, guía la Iglesia.
Gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la
efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda
caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que
son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en
su caridad pastoral… La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento
deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al
Pueblo de Dios (cf. Mt 20, 24ss; Mc 10, 43-44), ajena a toda presunción y a
todo deseo de ‘tiranizar’ la grey confiada (cf. 1 Pe 5, 2-3). Un servicio
llevado como Dios espera y con buen espíritu. De este modo los ministros, los
‘ancianos’ de la comunidad, o sea, los presbíteros, podrán ser ‘modelo’ de la
grey del Señor que, a su vez, está llamada a asumir ante el mundo entero esta
actitud sacerdotal de servicio a la plenitud de la vida del hombre y a su
liberación integral”(Pastores dabo vobis, 21).
Entrega desinteresada
Como Buenos Pastores, dice
Pedro, los “ancianos” (presbyteroi) deben
mantener la cohesión y la comunión fraterna del rebaño, así como garantizarle
seguridad y el necesario alimento. Las dificultades de la tarea podrían
conducir al desánimo o al desaliento. Hay que volver siempre a adoptar la
resolución de servir de manera entregada y desinteresada. “Todo el que se dejó elegir por Jesús es para
servir, para servir al pueblo de Dios, para servir a los más pobres, a los más
descartados, a los más humildes, para servir a los niños y a los ancianos, para
servir también a la gente que no es consciente de la soberbia y del pecado que
lleva dentro, para servir a Jesús. Dejarse elegir por Jesús es dejarse elegir
para servir, no para hacerse servir”(Francisco, 26-XI-2015).
Por eso, a ejemplo del
“Pastor Supremo”, Cristo mismo, que ha lavado los pies a sus discípulos (Jn 13,
15-17), los “ancianos” −es decir, los sacerdotes− deben evitar todo espíritu de
codicia y de dominación (Mt 20, 25-28) y ponerse con sencillez y dedicación, en
cambio, al servicio de la comunidad que les ha sido confiada, “convirtiéndoos en modelos del rebaño”(1 Pe
5, 3). Así recibirán la recompensa de quien es el Único Pastor de la comunidad
cristiana. Por tanto, necesitamos intentar conformarnos con Cristo, el Pastor
Supremo. Nuestra configuración con Cristo nos permitirá actuar sacramentalmente
en nombre de Cristo, Cabeza y Pastor. “Pedro
llama a Jesús el ‘supremo Pastor’ (1 Pe 5, 4), porque su obra y misión
continúan en la Iglesia a través de los apóstoles (cf. Jn 21, 15-17) y sus
sucesores (cf.1 Pe 5, 1ss), y a través de los presbíteros. En virtud de su
consagración, los presbíteros están configurados con Jesús, buen Pastor, y
llamados a imitar y revivir su misma caridad pastoral”(Pastores
dabo vobis, 22).
Preparación para la
celebración
Para concluir, querría
compartir una convicción que me parece esencial: siendo la Eucaristía tan vital
para todo cristiano, y particularmente para todo sacerdote, es importante que
nos preparemos bien antes de cada celebración eucarística, en el silencio y la
adoración. En nuestra preparación debemos implicar a toda la comunidad
cristiana.
Y cuando el sacerdote
preside la celebración eucarística, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad
y humildad, y debe hacer sentir a los fieles la presencia vida de Cristo con su
manera de comportarse y de pronunciar la palabra divina. Debe tomar a los
fieles de la mano e introducirlos en la experiencia concreta del rito;
conducirlos al encuentro con Cristo a través de los gestos y las oraciones. No
podemos olvidar que la liturgia, “al ser
acción de Cristo, impulsa desde dentro a revestirse de los mismos sentimientos
de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se transfigura”(Francisco,
18-II-014). De ahí que el sacerdote, ejerciendo la tarea de mistagogo −pues la
catequesis litúrgica tiene como objetivo introducir a los fieles en el misterio
de Cristo e iniciarlos en las riquezas que en cada cristiano significan y
realizan los sacramentos−, no habla en su propio nombre, sino que se hace eco
de las palabras de Cristo y de la Iglesia.
Un gran estupor y
admiración “ha de inundar siempre a la
Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe
acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la
facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la
consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: ‘Esto
es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre,
que será derramada por vosotros’. El sacerdote pronuncia estas palabras o, más
bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el
Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los
que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio”(Ecclesia de Eucharistia, 5).
Tomémonos tiempo para
prepararnos, antes y después de cada celebración eucarística, y concedámonos
unos instantes preciosos para dar gracias y adorar. Como recordaba el Papa
Francisco, a vivir la Santa Misa “nos
ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el
sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación”(30-V-2013). En
realidad la Adoración eucarística es la contemplación del Rostro radiante de
Cristo resucitado, y a través del Resucitado podemos contemplar la belleza de
la Trinidad y la dulzura divina presente en medio de nosotros. Que haya un
tiempo de silencio y de oración intensa antes y después de cada celebración
eucarística, para conversar con Cristo. Y al reclinarnos sobre el pecho de
Jesús, como el discípulo que Él amaba, experimentaremos la profundidad de su
corazón (cf. Jn 13, 25). Entonces cantaremos con el salmista: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre… Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro
no se avergonzará. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge
a él”(Ps 34, 4.6.9).
Cardenal Robert Sarah
Prefecto de la Congregación para el Culto Divino
Prefecto de la Congregación para el Culto Divino
Revista Palabra (enero 2016).
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