Meditación Jesús
nace niño
para rezarla el 26 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía.
para rezarla el 26 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía.
Meditación II
Jesús nace niño
Considera como la
primera señal que dio el ángel a los pastores para hallar al Mesías recién
nacido, fue la de encontrarle en forma de niño: Invenietis infantem pannis
involutum. “Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre”. Lc. 2, 12.
La pequeñez de los
niños es un grande atractivo de amor; pero un atractivo mucho mayor debe ser
para nosotros la pequeñez de Jesús, que siendo un Dios inmenso, se ha hecho
chiquito por nuestro amor, como dice San Agustín.
Adán compareció
sobre la tierra en edad perfecta; más el Verbo eterno quiso manifestarse
infante, para atraerse de esta manera con mayor fuerza de amor nuestros
corazones.
Jesús no viene al
mundo para infundir terror, sí para ser amado; y por eso en su primera
aparición quiere hacerse ver tierno y pobre niño.
“Mi Señor es grande,
“y digno en gran manera de ser loado”, decía san Bernardo; pero viéndole
después el Santo hecho pequeñito en el establo de Belén, añadía exclamando con
ternura: Chiquito es el Señor, y por ello muy digno de ser amado.
¡Ah! Y quién
considere con fe a un Dios niño llorar, y dar vagidos sobre la paja en una
gruta, ¿cómo es posible que no le ame, y no invite a todos a amarle como
invitaba san Francisco de Asís: “Amemos al Niño de Belén: amemos al Niño de
Belén?
Él es infantito, no
habla, sí que solo gime; pero ¡Oh Dios! que aquellos gemidos son voces todas de
amor, con las que nos convida a amarle, y nos pide el corazón. Considero por
otra parte que los niños se atraen los afectos también, porque se estiman
inocentes, aunque nazcan manchados de la culpa original.
Más Jesús nace niño
inocente, santo, sin mancha alguna. Mi amado, decía la sagrada Esposa, es todo
rubicundo por el amor, y cándido por la inocencia, puro de toda culpa, elegido
entre miles: “Dilectus meus candidus et rubicundus, electus ex millubus”. “Mi
amado es fúlgido y rubio, distinguido entre diez mil”. Cantar 5, 10.
Solo en este Niño
halló el Eterno Padre sus delicias, porque, como dice san Gregorio, solamente
en este no halló culpa. Consolémonos, pues, nosotros miserables pecadores,
porque este divino Infante ha venido del cielo a comunicarnos esta su inocencia
por medio de su pasión.
Los méritos suyos,
si nosotros supiésemos estimarlos, pueden mudarnos de pecadores en santos e
inocentes; pongamos en ellos nuestra confianza, pidamos por los mismos al
Eterno Padre siempre la gracia, y lo alcanzaremos todo.
Afectos y súplicas
Eterno Padre, yo
miserable pecador, reo del infierno, no tengo que ofreceros en satisfacción de
mis pecados; os ofrezco, pues, las lágrimas, las penas, la sangre, la muerte de
este niño que es vuestro Hijo, y por él os suplico piedad.
Si yo no tuviese
este Hijo que ofreceros, sería perdido, no tendríais más que esperar de mí;
pero Vos para esto me lo habéis dado, a fin de que ofreciéndoos los méritos
suyos espere mi salvación.
¡Señor! Grande
vuestra misericordia. ¿Y qué mayor misericordia podía esperar, que tener de Vos
en don a vuestro Hijo, por mi Redentor y por víctima de mis pecados?
Por amor, pues, de
Jesucristo perdonarme todas las ofensas que os he hecho; de las cuales me
arrepiento con todo el corazón, por haber ofendido a Vos, bondad infinita. Y
por amor de Jesucristo os pido la santa perseverancia.
¡Ah! mi Dios, si yo
os volviese a ofender después que me habéis esperado con tanta paciencia, me
habéis socorrido con tantas luces, y me habéis perdonado con tanto amor, ¿no
merecería un infierno a propósito para mí?
¡Ah! Padre mío, no
me abandonéis. Yo tiemblo al pensar en las traiciones que os he hecho: ¿cuánto
veces he prometido amaros, y después os he dado las espaldas? ¡Ah! Mi Criador,
no permitáis que tenga yo que llorar la desgracia di verme nuevamente privado
de vuestra amistad.
No permitáis que me
separe de Vos. Lo repito y quiero repetirlo hasta el último aliento de mi vida;
y Vos dadme la gracia para siempre de repetiros esta misma súplica: Ne me
parmittas separari a te. Jesús mío, mi amado niño, encadenadme con vuestro
amor. Os amo, y quiero siempre amaros. No permitáis que yo tenga que separarme más
de vuestro amor.
Amo también a Vos,
Madre mía; amadme asimismo Vos. Y si me amáis, es la gracia que me habéis de
alcanzar, que ya no deje más de amar a Dios.
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