Meditación de la
adoración de los Magos
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía
Meditación I
De la adoración de los Magos
Nace Jesús pobre en un establo; y si bien le reconocen los Ángeles
del cielo, los hombres de la tierra lo dejan abandonado. Solos unos pocos
pastores vienen a visitarle. Más el Redentor quiere comenzar ya a comunicar la
gracia de su redención, y por esto se manifiesta primero a los gentiles que le
conocían menos.
Á este fin ilumina por medio de una estrella a los santos Magos,
para que vengan a adorar a su Salvador. Este fue el principio y lo sumo de los
favores hechos a nosotros, el llamamiento a la fe, al que siguió el de la
gracia, de la cual los hombres estaban privados.
Ved los Magos, que sin tardanza se ponen en viaje; la estrella los
acompaña hasta la cueva en donde está el santo Niño. Llegado que hubieron,
entran, y ¿qué hallan?
Encuentran una pobre doncella y un pobre niño cubierto de míseros pañales, sin nadie que le corteje y asista. Pero ¡ah! Que al entrar en aquella gruta los santos viajeros, sienten un gozo nunca experimentado; sienten el corazón hacia aquel amado Niño que ven; aquellas pajas, aquella pobreza, aquellos vagidos de su pequeñuelo Salvador, ¿oh para los corazones iluminados!
Encuentran una pobre doncella y un pobre niño cubierto de míseros pañales, sin nadie que le corteje y asista. Pero ¡ah! Que al entrar en aquella gruta los santos viajeros, sienten un gozo nunca experimentado; sienten el corazón hacia aquel amado Niño que ven; aquellas pajas, aquella pobreza, aquellos vagidos de su pequeñuelo Salvador, ¿oh para los corazones iluminados!
El Niño les muestra un rostro alegre, y esta es la señal del afecto
con que los acepta entre las primeras prendas de la redención. Miran después
los santos Reyes a María, la cual no habla.
Permanece en silencio; más en su rostro bienaventurado que respira
la dulzura del paraíso los acoge expresiva, y les da las gracias de haber
venido los primeros a reconocer a su Hijo, que era para ellos su soberano.
Contemplad como ellos le adoran, aunque en silencio por reverencia,
le honran como a su Dios al besarle los pies, y ofrecen sus dones de oro, de
incienso y de mirra.
Adoremos nosotros con los santos Magos a nuestro pequeñito Rey
Jesús y ofrezcámosle todos nuestros corazones.
Afectos y súplicas.
Amable Niño, aunque yo os mire en esa cueva, reclinado sobre la
paja, tan pobre y despreciado, la fe sin embargo me enseña que Vos sois mi Dios
bajado del cielo por mi salvación.
Os reconozco, pues, y os confieso por mi supremo Señor y mi
Salvador; pero no tengo que ofreceros.
No tengo oro de amor, habiendo amado a las criaturas y a mis
caprichos, sin amaros a Vos, bien infinito.
No tengo incienso de oración, porque he vivido miserablemente
olvidado de Vos.
No tengo mirra de mortificación, cuando por no privarme de mis
placeres he disgustado tantas veces vuestra bondad infinita.
¿Qué cosa, pues, os ofreceré? Os ofrezco este un corazón sucio y
pobre cual es; aceptadlo y mudadlo. Vos a este fin habéis venido al mundo para
lavar los manchados afectos de los humanos corazones, y así trocarlos de
pecadores a santos.
Dadme el oro de vuestro santo amor; dadme el espíritu de la santa
oración; dadme el deseo y la virtud de mortificarme en todas las cosas que os
desagradan. Yo resuelvo obedeceros y amaros, pero Vos sabéis mi debilidad;
dadme la gracia de seros fiel.
Virgen Santísima, Vos que acogisteis con tanto cariño y
consolasteis a los santos Magos, acoged también y consoladme, que vengo ahora a
visitar y a ofrecerme a vuestro Hijo.
Madre Mía, en vuestra intercesión confío muchísimo. Recomendadme a Jesús, a Vos entrego mi alma y mi voluntad. Ligadla por siempre al amor de Jesús.
Madre Mía, en vuestra intercesión confío muchísimo. Recomendadme a Jesús, a Vos entrego mi alma y mi voluntad. Ligadla por siempre al amor de Jesús.
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