Encuesta
para las Conferencias Episcopales,
los
Institutos Religiosos Mayores
y las
Facultades de Teología
MÚSICA
SACRA
50 años
después del Concilio
Texto de
acompañamiento
1. Este texto se
propone como subsidio a la encuesta “Música Sacra, 50 años después del
Concilio”, y tiene en cuenta, particularmente, la Instrucción Musicam Sacram
del 5 de marzo de 1967, promulgada por la Sagrada Congregación de Ritos con
el fin de ilustrar el oficio ministerial de la música al servicio de la
liturgia.
2. La música sacra,
parte integrante del ars celebrandi, mantiene con la celebración litúrgica
un nexo del todo peculiar, y está llamada a favorecer en los fieles un participación
plena, orante y respetuosa del silencio sacro. El estilo celebrativo de la música
litúrgica debe hacer resplandecer el primado de Dios y su obra de salvación en
favor nuestro, testimoniando la centralidad de Cristo, muerto y resucitado, que
en la Eucaristía renueva su ofrenda sacrificial. El lenguaje sonoro, capaz de
llegar a cualquier confín geográfico-cultural y de hacerse comprensible en todo
tiempo y lugar, es instrumento privilegiado con que celebrar la universalidad
de la Iglesia, cuyo Misterio de Unidad se hace presente en cada comunidad
reunida en torno a la mesa eucarística. Del mismo modo que la liturgia, la
Música sacra debe aspirar a una noble belleza, y saber conjugar los tesoros del
pasado con el verdadero arte de nuestro tiempo.
3. “La belleza, por
tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un
elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación.
Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción
litúrgica resplandezca según su propia naturaleza” (Benedicto XVI, Sacramentum
Caritatis, 35). Por tanto, si la celebración del misterio de Cristo es también
schola et via pulchritudinis, la música sacra puede ofrecer una notable contribución
para que la asamblea llegue a percibir, conocer y amar a Aquél que, en la
interpretación de los salmos hecha por los padres de la Iglesia, es “el más
bello de los hombres” (Sal 44,3). De hecho, como toda auténtica obra de
arte musical es capaz de purificarnos, elevarnos, hacernos advertir la grandeza
y la belleza de Dios, así la música sacra, suscitando vivo estupor,
favoreciendo la contemplación, y despertando un íntimo deseo de encontrar al
Señor resucitado, abre a los fieles a la acción salvífica de la gracia de Dios
invitándolos a corresponder a su amor.