Novena de Navidad-séptimo
día, para rezar 22 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Para los nueve días antes de la Navidad
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Para los nueve días antes de la Navidad
Meditación VII
A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron. Jn. 1, 11
In propia venit, et sui eum non recepetunt
En estos días del santo
nacimiento, andaba lamentando y suspirando san Francisco de Asis por las sendas
y selvas, con gemidos inconsolables.
Preguntado por la causa de
esto, respondió: ¿Y cómo queréis que yo no gima, cuando veo que el amor no es
amado? Veo a un Dios casi fuera de sí por amor del hombre, y al hombre tan
ingrato a este Dios.
Pues si esta ingratitud
tanto afligía el corazón de san Francisco consideremos cuánto más afligió el
corazón de Jesucristo.
Apenas concebido en el
vientre de María, vio la cruel correspondencia que debía recibir de los
hombres. Había venido del cielo a encender el fuego del divino amor, y este
solo deseo le había hecho descender a la tierra, a sufrir un abismo de penas y
de ignominias; y después se le presentaba otro abismo de pecados, que habían de
cometer los hombres, habiendo visto tantas señales de su amor.
Esto fue, dice san
Bernardino de Sena, lo que le hizo padecer un infinito dolor. Aun entre
nosotros, el verse tratado alguno con ingratitud por otro hombre, es un dolor
insufrible; pues, como reflexiona el beato Simón de casia, la ingratitud
frecuentemente aflige el alma, mas que cualquier otro dolor al cuerpo.
Luego ¿qué dolor
ocasionaría a Jesús nuestra ingratitud, al ver que, siendo Dios, su amor y sus
beneficios habían de ser pagados con disgustos e injurias?
Por esto nos dice: “Pusieron contra mí males por bienes, y odio por
amor.” Sal. 109, 5.
Más, aún hoy día parece que vaya lamentándose Jesucristo con
aquellas palabras del mismo Profeta: “He sido hecho extraño a mis hermanos”
Sal. 69, 9 , cuando ve que de muchos no es ni amado, ni conocido, como si no
les hubiese hecho bien alguno, ni nada hubiera padecido por su amor.
¡Oh Dios! ¿qué caso hacen
al presente tantos cristianos del amor de Jesucristo? Apareció este Redentor
una vez al beato Enrique Suson en forma de un peregrino que andaba mendigando
de puerta en puerta un poco de alojamiento, pero todos le desechaban con
injurias y groserías.
¡Cuántos ¡ah! Se hallan
semejantes a aquellos de quienes habla Job, los cuales decían a Dios: “Apártate
de nosotros”, siendo así que él había llenado sus casas de bienes! Job. 22, 17.
Nosotros, aunque hasta aquí nos hayamos unido a estos ingratos,
¿querremos seguir en ser siempre tales? No, que no se merece esto aquel amable
Niño que ha venido del cielo a padecer y morir por nosotros, para hacerse amar
de nosotros.
Afectos y súplicas
Luego será verdad, o Jesús
mío, que Vos habéis bajado del cielo para haceros amar de mí, habéis venido a
abrazarnos con una vida de penas y una muerte de cruz por amor mío, y para que
os diese acogida en mi corazón; y yo tantas veces he tenido valor de desecharos
diciendo: ¡Apartaos de mí, Señor, que no os quiero! ¡Oh Dios! si Vos no fueseis
bondad infinita, y si no hubieses dado la vida por perdonarme, no tendría ánimo
de pediros perdón; pero oigo que Vos mismo me ofrecéis la paz: “Volveos a mí, y
“yo me volveré a vosotros” decís por Zacarías. Vos mismo, Jesús mío, que habéis
sido ofendido por mí, os hacéis mi intercesor, como nos lo asegura vuestro
discípulo amado: “El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo
por los nuestros, sino también por los del mundo entero.” 1Jn 2, 2.
No quiero, pues, haceros
este nuevo agravio, de desconfiar de vuestra misericordia. Yo me arrepiento con
toda el alma de haberos despreciado.
¡Oh sumo bien! Recibidme en
vuestra gracia por aquella sangre que habéis derramado por mí. No soy digno de
ser llamado hijo vuestro. No, que no soy digno, mi Redentor y Padre, de ser más
hijo vuestro, habiendo renunciado tantas veces a vuestro amor; pero Vos me
hacéis digno con vuestros méritos.
Os doy gracias, Padre mío,
y os amo
¡Ah! El solo pensamiento de la paciencia con que me habéis sufrido
por tantos años, y de las gracias que me habéis dispensado después de tantas
injurias que os he hecho, debiera hacerme vivir siempre ardiendo en vuestro
amor.
Venid, pues, Jesús mío, que
yo no quiero desecharos más: venid a habitar en mi pobre corazón. Yo os amo, y
quiero siempre amaros; pero Vos inflamadme siempre más, recordándome el amor
que me habéis tenido.
Reina y madre mía, María,
ayudadme, rogad a Jesús por mí, hacedme vivir agradecido en lo que resta de
vida a este Dios que tanto me ha amado, aunque después tanto le he ofendido.
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