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jueves, 21 de mayo de 2020

Una sociedad que pierde el sentido de lo sagrado corre el riesgo de regresar a la barbarie. El sentido de grandeza de Dios es el corazón de toda civilización. Card. Robert Sarah


Artículo del Card. Robert Sarah


publicado en Il Foglio

El 7 de mayo de 2020



En muchos países, la práctica del culto cristiano se interrumpió por la pandemia de Covid-19. Los fieles no pueden reunirse en las iglesias, no pueden participar sacramentalmente en el sacrificio eucarístico.

Esta situación es fuente de gran sufrimiento. También es una oportunidad que Dios ofrece para comprender mejor la necesidad y el valor del culto litúrgico. Como cardenal prefecto de la congregación para el Culto divino y la disciplina de los sacramentos, pero sobre todo en comunión profunda en el humilde servicio de Dios y de su Iglesia, deseo ofrecer esta meditación a mis hermanos en el episcopado y en el sacerdocio y al pueblo de Dios para tratar de aprender algunas lecciones de esta situación.

A veces se ha dicho que debido a la epidemia y al confinamiento ordenado por las autoridades civiles, se suspendió el culto público. Esto es incorrecto. El culto público es el culto hecho a Dios por todo el cuerpo místico, la cabeza y los miembros, como lo recuerda el Concilio Vaticano II: “Efectivamente para realizar una obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y Él tributa culto al Padre eterno. Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (Sacrosanctum Concilium 7). “Este culto se tributa cuando se ofrece en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante aquellos actos aprobados por la autoridad de la Iglesia” (Código de Derecho Canónico, c 834).

Por lo tanto, cada vez que un sacerdote celebra la misa o la liturgia de las horas, incluso si está solo, ofrece el culto público y oficial de la Iglesia en unión con su Cabeza, Cristo y en nombre de todo el Cuerpo. Para empezar, es necesario recordar esta verdad. [Ello] Nos permitirá disipar mejor algunos errores.

lunes, 24 de febrero de 2020

Máximas de San Juan Bosco sobre los misioneros


MISIONEROS

San Juan Bosco con la primera expedición misionera salesiana

   En la foto aparecen: Primera fila, de izquierda a derecha:
   D. Giovanni Cagliero - Don Bosco - Giovanni Battista Gazzolo, cónsul argentino en Savona – 
   D. Giuseppe Fagnano, destinado a ser director del colegio de San Nicolás.
Segunda fila:
Coadj. Bartolomeo Scavini, maestro carpintero - ¿¿?? – D. Valentino Cassini – D. Giovanni Baccino, que morirá dieciocho meses después abatido por el excesivo trabajo – Coadj. Stefano Belmonte, músico y encargado de la economía doméstica – Don Doménico Tomatis, cronista de la expedición – Clérigo Giacomo Allavena – Coadj. Bartolomeo Molinari, maestro de música instrumental y vocal.


- Buscad almas, no dinero, ni dignidades. (Recuerdos a los primeros Misioneros)

- Amad, venerad y respetad a las demás Ordenes Religiosas y hablad siempre bien de ellas. Este es el medio de ganaros la. estima de todos y promover el bien de la Congregación. (Recuerdos a los primeros misioneros)

- Para triunfar en las misiones se requieren: muchas oraciones, mucho sacrificio y mucho tiempo; el tiempo depende de Dios, el trabajo del misionero, pero las plegarias las debemos suministrar nosotros.

- Los que desean verdaderamente gracias especiales de María Auxiliadora, que ayuden a las Misiones y tengan la seguridad de que las obtendrán.

jueves, 19 de diciembre de 2019

La misión de la Iglesia- Mons. Héctor Aguer

¿Ha cambiado la misión de la Iglesia?




Si el movimiento de salida eclesial fuera alejamiento de la naturaleza y misión de la Iglesia, de su identidad –es imposible que toda la Iglesia lo haga- la katholiké (κᾰθολῐκή) dejaría de ser lo que es.

La identidad de la misión eclesial está claramente establecida en los evangelios y en los escritos apostólicos. Me limito a dos textos que recogen, según Mateo y Marcos, palabras del Señor Resucitado, y que expresan el envío definitivo de los apóstoles.

Según los versículos finales del capítulo 28 del primer evangelio, Cristo citó a los discípulos en Galilea para un encuentro final con ellos. El evangelista subraya la continuidad entre el magisterio de Jesús en su vida prepascual y el del Señor glorificado; solo que ahora el envío no se limita a las ovejas perdidas de la casa de Israel (10, 5-7) sino que se extiende al mundo entero. Los apóstoles, al igual que lo hizo el Maestro, se dirigieron ante todo a los judíos; para ellos vino primeramente el Mesías, para cumplir las promesas hechas a los patriarcas. Los Once, en ese encuentro postrero y decisivo, lo adoraron mediante el gesto de la προσκύνησις (28, 17: προσεκύνησαν). Llama la atención que en ese pasaje se diga que algunos dudaron; ¿quiénes?, ¿los mismos que se postraron ante él? Los intérpretes no coinciden en sus explicaciones. Pierre Bonnard sugiere que se trató de una vacilación, una especie de desgarramiento interior, como en todas las teofanías; el verbo empleado es διστάζειν: el διseñala la intensidad de una reduplicación, y διστάζωsignifica hacer caer gota a gota, como por ejemplo el sudor o la sangre.

Se me ocurre que una situación similar pudo registrarse en los videntes ante las apariciones de la Santísima Virgen, y que también puede llegar a ser la nuestra si nos acucia la conciencia de la misión. Cristo manifiesta la autoridad soberana y universal que ha recibido; el Crucificado es ahora el Señor de cielo y tierra (18). El mandato consiste en hacer que todas las naciones, πάντατὰἔθνη, sean discípulos suyos por medio del bautismo en nombre de la Trinidad y la enseñanza –διδάσκοντες- que tiene un marcado acento ético: dar a conocer la voluntad de Dios tal como Jesús la interpretó definitivamente; no podía venir nada nuevo, o diverso, después. Hacer discípulos, μαθητεύσατε(19), que sigan a Cristo y guarden sus mandatos, que los cumplan –τηρεῖν- Aquí comienza la historia cristiana, la espera activa de que todas las naciones entren en la Iglesia. Todas las naciones. ἔθνοςsignifica raza, pueblo, nación: el πάντα incluye también a los hebreos, aunque ἔθνος llega a designar a los gentiles en contraposición a aquellos.

jueves, 23 de noviembre de 2017

La Dominus Iesus y las religiones - Card. Angelo Amato S.D.B.

La «Dominus Iesus» y las Religiones
Card. Angelo Amato S.D.B.
  
Artículo aparecido originalmente
en la edición italiana de “L’Osservatore Romano” 
en el año 2008.
  
Introducción del año Académico 2007-2008 
del Instituto Teológico de Asís
cuyo título fue “La Dominus Iesus y las Religiones”.
Pronunciada el 23 de Noviembre del 2007 por el entonces
Monseñor Angelo Amato S.D.B.
Arzobispo Secretario de la 
Congregación para la Doctrina de la Fe
hoy Cardenal y Prefecto de la Congregación 
para las Causas de los Santos


  
Introducción

En 1990 el Siervo de Dios Juan Pablo II, en su Encíclica misionera «Redemptoris missio», afirmaba que la misión de Cristo redentor confiada a la Iglesia estaba bastante lejos de su realización y que, más bien, se encontraba todavía en sus inicios.
     
Asimismo, recordando las palabras de San Pablo —«Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Corintios 9, 16)— había destacado que, en sus numerosos viajes hasta los extremos confines de la tierra, el contacto directo con los pueblos que ignoran a Cristo lo habían siempre convencido de la urgencia de la misión, que pertenece a la identidad profunda de la Iglesia, fundada dinámicamente en la misma misión trinitaria. Finalmente, considerando que la fe se fortalece donándola, consideraba la misión como el primer servicio que la Iglesia podía ofrecer a cada hombre y a la humanidad toda, desde el momento en que el anuncio de la redención obrada por Cristo mediante la cruz había dado de nuevo al hombre la dignidad y el verdadero sentido de su existencia en el mundo.
     
      
La «missio ad gentes»
     
Sin embargo, el Pontífice no podía ocultar «una tendencia negativa», a saber, que la misión específica «ad gentes» parecía en fase de disminución: «Dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo» («Redemptoris missio», 2).
     
Para hacer frente a esta preocupación, él proponía de nuevo en los primeros capítulos de la encíclica tres sólidos pilares doctrinales: 

1. el anuncio de Jesucristo como único salvador de toda la humanidad, y de su Iglesia como signo e instrumento de salvación; 

2. el cumplimiento y la realización del Reino de Dios en Cristo resucitado; 

3. la presencia del Espíritu de Jesucristo como protagonista de la misión.

viernes, 17 de noviembre de 2017

La verdad molesta siempre y jamás es cómoda - Card. Joseph Ratzinger

Sobre las principales objeciones
que han surgido contra la Declaración 
Dominus Iesus

La pluralidad de las confesiones
no relativiza las exigencias de la verdad

El cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha mantenido en el año 2000 esta larga entrevista con Christian Geyer, del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, titulada Me parece absurdo lo que quieren ahora nuestros amigos luteranos. El cardenal fue invitado por el periódico a responder a las principales objeciones que han sido hechas a la citada



La más reciente Declaración de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe ha desencadenado una controversia mundial. En el centro de la discusión sobre el Documento «Dominus Iesus» no están menudencias de política eclesial, sino cuestiones sustanciales de la fe cristiana: su pretensión de verdad y la relación entre las Iglesias que se remiten a ella. En Alemania causó agitación especialmente la afirmación de que la Iglesia evangélica (n. del t.: quiere decir las Iglesias nacidas de la Reformano es Iglesia en sentido propio. El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, bajo cuya dirección se ha redactado la polémica Declaración, explica detalladamente en este periódico las discrepancias con sus críticos. A la parte evangélica dice que lleva la actual polémica «de modo sencillamente erróneo». Pues reivindicar el concepto de Iglesia del mismo modo para todas las comunidades eclesiales existentes iría ya contra su propia autocomprensión: «De modo que no ofendemos a nadie al decir que las Iglesias evangélicas reales no son Iglesia en el mismo sentido que lo quiere ser la Iglesia Católica; ellos mismos no quieren serlo en absoluto». También a propósito del diálogo interreligioso pone el cardenal un acento provocador, sugiriendo la conversión al cristianismo: la pretensión de la verdad no se relativiza por la pluralidad de las confesiones.

Señor cardenal, ¿dirige usted un departamento en el que existen tendencias a la ideologización y a la infiltración fundamentalista de la fe? Esta crítica está contenida en una comunicación difundida recientemente por la sección alemana de la Sociedad Europea para la Teología Católica.
Debo confesar que declaraciones como ésa a la que usted alude me aburren cada vez más. Conozco de memoria desde hace mucho tiempo ese vocabulario, en el cual nunca faltan los conceptos de fundamentalismo, centralismo romano y absolutismo, vuelta atrás con respecto al Vaticano II. No necesito esperar a las Noticias, yo mismo podría formular tales declaraciones al instante, porque se repiten una y otra vez, independientemente del argumento de que se trate. Me pregunto por qué no se les ocurre realmente a estos señores ya nada nuevo.

¿Piensa usted que las críticas ya son falsas, sólo porque se repiten tan a menudo?
No, sino porque en lo estereotipado de esta crítica echo en falta un análisis diferenciado de los asuntos. Algunos plantean críticas con tanta facilidad porque probablemente consideran todo lo que llega de Roma, inmediatamente, desde un punto de vista político, en la perspectiva del reparto del poder, en lugar de hablar seriamente de los contenidos.

Desde luego, los contenidos son bastante explosivos. ¿Se sorprende verdaderamente de que encuentre tanta oposición un Documento en el que se monopoliza la pretensión de verdad del cristianismo, y en el que a los anglicanos y a los protestantes no les es reconocido el status de Iglesia?

jueves, 16 de noviembre de 2017

La crítica a la pretensión de ser absoluta y definitiva la revelación de Jesucristo reivindicada por la fe cristiana, viene acompañada por un falso concepto de tolerancia - Card. Joseph Ratzinger

PRESENTACIÓN D LA DECLARACIÓN “ DOMINUS IESUS”
POR EL CARD. JOSEPH RATZINGER




Es mi intención limitarme a describir brevemente el contexto y el significado de la Declaración Dominus Iesus, mientras que las intervenciones sucesivas ilustrarán los valores y la autoridad doctrinal del Documento, y sus contenidos específicos, cristológicos y eclesiológicos.


1. En el animado debate contemporáneo sobre la relación del Cristianismo y las otras religiones, se difunde cada vez más la idea que todas las religiones son para sus seguidores vías igualmente validas de salvación. Se trata de una opinión sumamente difundida no sólo en ambientes teológicos, sino también en sectores cada vez más amplios de la opinión pública católica y no católica, especialmente aquella más influenciada por el orientamiento cultural hoy prevalente en Occidente, que se puede definir, sin temor de equivocarnos, con la palabra: relativismo.


La así llamada teología del pluralismo religioso en realidad había sido ya afirmada gradualmente desde finales de los años cincuenta del s. XX, pero solamente hoy ha cobrado una importancia fundamental para la conciencia cristiana. Naturalmente, sus presentaciones son muy diversas y no sería justo querer igualar en un mismo sistema todas las posiciones teológicas que están relacionadas a esta teología del pluralismo religioso. La Declaración por tanto no se propone tampoco describir los trazos esenciales de tales tendencias teológicas ni mucho menos pretende encerrarlas en una única fórmula. Más bien, nuestro documento señala algunos presupuestos de naturaleza filosófica o teológica que están en la base de las diversas teologías del pluralismo religioso actualmente difundidas: la convicción de la inaprensibilidad y la inexpresabilidad completa de la verdad divina; la actitud relativista ante la verdad, por la cual aquello que es verdadero para algunos no lo sería para otros; la contraposición radical entre mentalidad lógica occidental y mentalidad simbólica oriental; el subjetivismo exasperado de quien considera la razón como única fuente de conocimiento; el vaciamiento metafísico del misterio de la Encarnación; el eclecticismo de quien en la reflexión teológica asume categorías derivadas de otros sistemas filosóficos y religiosos, sin reparar ni en su coherencia interna ni en su incompatibilidad con la fe cristiana; la tendencia, en fin, a interpretar textos de la Escritura fuera de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia (Cf. Declaración Dominus Iesus, n. 4).

martes, 20 de junio de 2017

Deseo expresar mi aprobación y mi aliento a cuantos, de cualquier manera, siguen cultivando, profundizando y promoviendo en la Iglesia el culto al Corazón de Cristo - San Juan Pablo II

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA CONSAGRACIÓN
DEL GÉNERO HUMANO AL SAGRADO CORAZÓN
REALIZADA POR LEÓN XIII


   
Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La celebración del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, establecida para toda la Iglesia por mi predecesor León XIII con la carta encíclica Annum sacrum (25 de mayo de 1899: Leonis XIII P. M. Acta, XIX [1899] 71-80), y que tuvo lugar el 11 de junio de 1899, nos impulsa en primer lugar a dar gracias «al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre» (Ap 1, 5-6).

Esta feliz circunstancia es, además, muy oportuna para reflexionar en el significado y el valor de ese importante acto eclesial. Con la encíclica Annum sacrum, el Papa León XIII confirmó cuanto habían hecho sus predecesores para conservar religiosamente y dar mayor relieve al culto y a la espiritualidad del Sagrado Corazón. Además, con la consagración quería conseguir «insignes frutos en primer lugar para la cristiandad, pero también para toda la sociedad humana» (ib., o.c., p. 71). Al pedir que no sólo fueran consagrados los creyentes, sino también todos los hombres, imprimía una orientación y un sentido nuevos a la consagración que, desde hacía ya dos siglos, practicaban personas, grupos, diócesis y naciones.

Por tanto, la consagración del género humano al Corazón de Jesús fue presentada por León XIII como «cima y coronación de todos los honores que se solían tributar al Sacratísimo Corazón» (ib., o.c., p. 72). Como explica la encíclica, esa consagración se debe a Cristo, Redentor del género humano, por lo que él es en sí y por cuanto ha hecho por todos los hombres. El creyente, al encontrar en el Sagrado Corazón el símbolo y la imagen viva de la infinita caridad de Cristo, que por sí misma nos mueve a amarnos unos a otros, no puede menos de sentir la exigencia de participar personalmente en la obra de la salvación. Por eso, todo miembro de la Iglesia está invitado a ver en la consagración una entrega y una obligación con respecto a Jesucristo, Rey «de los hijos pródigos», Rey que llama a todos «al puerto de la verdad y a la unidad de la fe», y Rey de todos los que esperan ser introducidos «en la luz de Dios y en su reino» (Fórmula de consagración). La consagración así entendida se ha de poner en relación con la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino, y unir cada vez más a la Iglesia en su ofrenda al Padre y en su ser para los demás.

La validez de cuanto tuvo lugar el 11 de junio de 1899 ha sido confirmada con autoridad en lo que han escrito mis predecesores, ofreciendo profundizaciones doctrinales acerca del culto al Sagrado Corazón y disponiendo la renovación periódica del acto de consagración. Entre ellos, me complace recordar al santo sucesor de León XIII, el Papa Pío X, que en 1906 dispuso renovarla todos los años; al Papa Pío XI, de venerada memoria, que se refirió a ella en las encíclicasQuas primas, en el marco del Año santo 1925, y Miserentissimus Redemptor; y a su sucesor, el siervo de Dios Pío XII, que trató de ella en las encíclicas Summi Pontificatus y Haurietis aquas. De igual modo, el siervo de Dios Pablo VI, a la luz del concilio Vaticano II, habló de ella en la carta apostólica Investigabiles divitias y en la carta Diserti interpretes, que dirigió el 25 de mayo de 1965 a los superiores mayores de los institutos dedicados al Corazón de Jesús.

Encíclica para la consagración del género humano al Sagrado Corazón "Annum Sacrum" - León XIII

CARTA ENCÍCLICA “ANNUM SACRUM”
DEL PAPA LEON XIII

 A LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y OTROS ORDINARIOS, EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA

De la Consagración del Género Humano
al Sagrado Corazón de Jesús



Hace poco, como sabéis, ordenamos por cartas apostólicas que próximamente celebraríamos un jubileo (annum sacrum), siguiendo la costumbre establecida por los antiguos, en esta ciudad santa. Hoy, en la espera, y con la intención de aumentar la piedad en que estará envuelta esta celebración religiosa, nos hemos proyectado y aconsejamos una manifestación fastuosa. Con la condición que todos los fieles Nos obedezcan de corazón y con una buena voluntad unánime y generosa, esperamos que este acto, y no sin razón, produzca resultados preciosos y durables, primero para la religión cristiana y también para el género humano todo entero.

Muchas veces Nos hemos esforzado en mantener y poner más a la luz del día esta forma excelente de piedad que consiste en honrar al Sacratísimo Corazón de Jesús. Seguimos en esto el ejemplo de Nuestros predecesores Inocencio XII, Benedicto XIV, Clemente XIII, Pío VI, Pío VII y Pío IX. Esta era la finalidad especial de Nuestro decreto publicado el 28 de junio del año 1889 y por el que elevamos a rito de primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.

Pero ahora soñamos en una forma de veneración más imponente aún, que pueda ser en cierta manera la plenitud y la perfección de todos los homenajes que se acostumbran a rendir al Corazón Sacratísimo. Confiamos que esta manifestación de piedad sea muy agradable a Jesucristo Redentor.

Además, no es la primera vez que el proyecto que anunciamos, sea puesto sobre el tapete. En efecto, hace alrededor de 25 años, al acercarse la solemnidad del segundo Centenario del día en que la bienaventurada Margarita María de Alacoque había recibido de Dios la orden de propagar el culto al divino Corazón, hubo muchas cartas apremiantes, que procedían no solamente de particulares, sino también de obispos, que fueron enviadas en gran número, de todas partes y dirigidas a Pío IX. Ellas pretendían obtener que el soberano Pontífice quisiera consagrar al Sagrado Corazón de Jesús, todo el género humano. Se prefirió entonces diferirlo, a fin de ir madurando más seriamente la decisión. A la espera, ciertas ciudades recibieron la autorización de consagrarse por su cuenta, si así lo deseaban y se prescribió una fórmula de consagración. Habiendo sobrevenido ahora otros motivos, pensamos que ha llegado la hora de culminar este proyecto.

Este testimonio general y solemne de respeto y de piedad, se le debe a Jesucristo, ya que es el Príncipe y el Maestro supremo. De verdad, su imperio se extiende no solamente a las naciones que profesan la fe católica o a los hombres que, por haber recibido en su día el bautismo, están unidos de derecho a la Iglesia, aunque se mantengan alejados por sus opiniones erróneas o por un disentimiento que les aparte de su ternura.

lunes, 7 de julio de 2014

Predicar de nuevo a Cristo - Card. Joseph Ratzinger

PREDICAR DE NUEVO A CRISTO

En defensa de la misión
Un evangelio para África
"Uno solo es el Salvador"

En defensa de la misión
          La teología de la liberación "a la sudamericana" se está difundiendo también por una parte de Asia y de África.  Pero en estas regiones, como observaba Ratzinger, se entiende la «liberación» sobre todo como un desembarazarse de la herencia colonial europea. «Se vive una búsqueda apasionada —me dice— de una correcta inculturación del cristianismo.  Nos encontramos, por tanto, ante un nuevo aspecto del antiquísimo problema de la relación entre la fe y la historia, entre la fe y la cultura».
     Para encuadrar los términos del problema, observa: «Es bien sabido que la fe católica, tal como la conocemos hoy, se ha desarrollado a partir de una raíz hebrea, y posteriormente en el ámbito cultural grecolatino, al que se agregaron, a partir del siglo VIII y en forma nada secundaria, elementos irlandeses y germánicos.  En lo que respecta a África (cuya evangelización en profundidad se ha llevado a cabo sólo en los dos últimos siglos), vemos que ha recibido un cristianismo que se había desarrollado durante 1.800 años en ámbitos culturales muy distintos de los suyos.  Este cristianismo fue trasplantado allí hasta en sus más insignificantes formas de expresión.  Más aún, la fe llegó a África en el contexto de una historia colonial que hoy es interpretada principalmente como una historia de alienación y de opresión».
    ¿Y acaso no es verdad?, le digo.
«No exactamente, en lo que respecta a la actividad misionera de la Iglesia —replica—.  Muchos (sobre todo en Europa, más que en África o en América) han formulado y formulan juicios injustos, históricamente incorrectos, sobre las relaciones entre la actividad misionera y el colonialismo.  Los excesos de este último fueron mitigados precisamente por la acción intrépida de tantos apóstoles de la fe, los cuales supieron crear frecuentemente oasis de humanidad en zonas devastadas por antiguas miserias y por nuevas opresiones. No podemos olvidar, ni menos condenar, el sacrificio generoso de una multitud de misioneros que se convirtieron en auténticos padres de los desventurados confiados a ellos.  Yo mismo he encontrado a muchos africanos, jóvenes y viejos, que me han hablado con emoción de aquellos Padres de su pueblo que fueron ciertas humanísimas y al mismo tiempo heroicas figuras de misionero.  Su recuerdo no se ha borrado todavía entre aquellos a quienes evangelizaron y ayudaron de mil maneras, no pocas veces a costa de su propia vida.  A aquellos sacrificios —muchos de los cuales sólo Dios conoce— se debe en parte que todavía sea posible una cierta amistad entre África y Europa».
Pero, de hecho, se exportó el catolicismo occidental a aquella región.
«Hoy somos muy conscientes de este problema —me dice—.  Pero entonces, ¿qué otra cosa podían hacer aquellos misioneros sino comenzar con el único catecismo que conocían?  No nos olvidemos tampoco de que todos hemos recibido la fe "del extranjero": nos llegó desde su origen semita, de Israel, por mediación del helenismo. Y esto lo sabían muy bien los nazis, que trataron de extirpar el cristianismo de Europa precisamente por su carácter "extranjero"».

Un evangelio para África
          También para él «son muy válidos los interrogantes que se plantean muchos en el Tercer Mundo, y sobre todo en África: ¿cómo puede el cristianismo llegar a ser una expresión propia nuestra? ¿Cómo puede llegar a entrar por completo en nuestra identidad? ¿En qué medida puede resultar obligatoria su expresión cultural histórica? ¿En qué medida puede —por así decirlo— recomenzar de nuevo su historia? ¿Nuestro propio Antiguo Testamento, en lugar de estar en la historia del pueblo judío, ¿no estaría, quizás, en la historia dolorosa de nuestro pueblo y de sus formas religiosas tradicionales?»
   ¿Cómo enjuicia el cardenal las respuestas que los africanos empiezan a dar a estos interrogantes?

lunes, 30 de septiembre de 2013

No me asusta para nada que “hagan lío” en mi diócesis, antes bien me alegra - Mons. Antonio Marino

“Vayan y hagan discípulos
en todas las naciones”
(Mt 28,19)

Homilía en la
45ª Invasión de Pueblos
Lobería
28 de septiembre de 2013

Queridos jóvenes, chicos y chicas de todas las parroquias de los nueve partidos de nuestra diócesis:

I. Una sola familia
Como les decía en el mensaje que les he dirigido para preparar esta “Invasión de pueblos” nº 45, éste es para mí “uno de los momentos más esperados. La visión de tantos jóvenes juntos, de tantos centenares de chicos y chicas que tienen ganas de ser mejores discípulos y misioneros de Jesucristo, me alegra el corazón y me abre a la esperanza”.
Según el registro de inscripciones, estoy delante de 944 jóvenes participantes. Aquí están presentes las parroquias de Pinamar, Villa Gesell y Madariaga; las de Mar Chiquita y Balcarce; las de Gral. Pueyrredón, Gral. Alvarado, Lobería y Necochea. Ésta debe ser para ustedes una experiencia inolvidable, no sólo por el número, sino ante todo por la calidad de su encuentro con Cristo dentro de su Iglesia.
¡Qué hermoso es sentir la unidad en la fraternidad! Como dice el Salmo 133: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!” (Sal 133,1). Hoy sentimos que se fortalecen nuestros vínculos fraternos. Hoy tomamos mayor conciencia de formar una sola familia. Porque aunque los cristianos católicos pertenecemos a distintas parroquias que tienen sus párrocos, no hay una Iglesia distinta en cada lugar, pues todos pertenecemos a la Iglesia Católica que es una y la misma en cada parroquia y en cada diócesis, que está presidida por un obispo que vive en comunión con el Papa y con los demás obispos del mundo.
Hace pocos días, recordando lo vivido en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, nos decía el Papa Francisco unas palabras que debemos aplicar a esta ocasión: “En aquella inmensa multitud de jóvenes sobre las playas de Copacabana, se sentía hablar tantas lenguas, se veían rostros de rasgos muy diversos entre ellos, se encontraban culturas diversas. Y sin embargo había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, estábamos unidos y esto se sentía. Preguntémonos todos: ¿siento esta unidad, o quizá no me interesa porque estoy encerrado en mi pequeño grupo o en mi mismo? ¿Soy de aquellos que privatizan la Iglesia para el propio grupo, la propia Nación, los propios amigos? Cuándo siento que tantos cristianos en el mundo sufren ¿soy indiferente o es como si sufriese uno de mi familia? ¿Rezamos los unos por los otros? ¡Es importante mirar fuera del propio recinto, sentirse Iglesia, única familia de Dios!” (Audiencia general del 25 de septiembre).

domingo, 19 de mayo de 2013

El Espíritu Santo es el alma de la misión - Papa Francisco

SANTA MISA CON LOS
MOVIMIENTOS ECLESIALES
EN LA SOLEMNIDAD
DE PENTECOSTÉS
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
Domingo 19 de mayo de 2013

          Queridos hermanos y hermanas:
          En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
          Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
          A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.

jueves, 25 de abril de 2013

No es posible encontrar a Jesús fuera de la Iglesia - Papa Francisco

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
CON LOS SEÑORES CARDENALES
RESIDENTES EN ROMA
CON OCASIÓN DE LA
FIESTA DE SAN JORGE
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
Capilla Paulina
Martes, 23 de abril de 2013

          Agradezco a Su Eminencia, el Señor Cardenal Decano, sus palabras: muchas gracias, Eminencia, gracias.
          Les doy las gracias también a ustedes, que han querido venir hoy. Gracias. Porque me siento muy bien acogido por ustedes. Gracias. Me siento bien con ustedes, y eso me gusta.
          La primera lectura de hoy me hace pensar que, precisamente en el momento en que se desencadena la persecución, prorrumpe la pujanza misionera de la Iglesia. Y estos cristianos habían llegado hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, y proclamaban la Palabra (cf. Hch 11,19). Tenían este fervor apostólico en sus adentros, y la fe se transmite así. Algunos, de Chipre y de Cirene —no éstos, sino otros que se habían hecho cristianos—, una vez llegados a Antioquía, comenzaron a hablar también a los griegos (cf. Hch 11,20). Es un paso más. Y la Iglesia sigue adelante así. ¿De quién es esta iniciativa de hablar a los griegos, algo que no se entendía, porque se predicaba sólo a los judíos? Es del Espíritu Santo, Aquel que empujaba más y más, siempre más.

sábado, 17 de noviembre de 2012

No se puede ser un verdadero creyente si no se evangeliza - Benedicto XVI

MENSAJE DEL SANTO
 PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA XXVIII JORNADA
MUNDIAL DE LA JUVENTUD
2013

Id y haced discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28,19)
          Queridos jóvenes:
          Quiero haceros llegar a todos un saludo lleno de alegría y afecto. Estoy seguro de que la mayoría de vosotros habéis regresado de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2,7). En este año hemos celebrado en las diferentes diócesis la alegría de ser cristianos, inspirados por el tema: «Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4). Y ahora nos estamos preparando para la próxima Jornada Mundial, que se celebrará en Río de Janeiro, en Brasil, en el mes de julio de 2013.
          Quisiera renovaros ante todo mi invitación a que participéis en esta importante cita. La célebre estatua del Cristo Redentor, que domina aquella hermosa ciudad brasileña, será su símbolo elocuente. Sus brazos abiertos son el signo de la acogida que el Señor regala a cuantos acuden a él, y su corazón representa el inmenso amor que tiene por cada uno de vosotros. ¡Dejaos atraer por él! ¡Vivid esta experiencia del encuentro con Cristo, junto a tantos otros jóvenes que se reunirán en Río para el próximo encuentro mundial! Dejaos amar por él y seréis los testigos que el mundo tanto necesita.
          Os invito a que os preparéis a la Jornada Mundial de Río de Janeiro meditando desde ahora sobre el tema del encuentro: Id y haced discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28,19). Se trata de la gran exhortación misionera que Cristo dejó a toda la Iglesia y que sigue siendo actual también hoy, dos mil años después. Esta llamada misionera tiene que resonar ahora con fuerza en vuestros corazones. El año de preparación para el encuentro de Río coincide con el Año de la Fe, al comienzo del cual el Sínodo de los Obispos ha dedicado sus trabajos a «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». Por ello, queridos jóvenes, me alegro que también vosotros os impliquéis en este impulso misionero de toda la Iglesia: dar a conocer a Cristo, que es el don más precioso que podéis dar a los demás.

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