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jueves, 23 de enero de 2020

Los Concilios de la Iglesia Católica (I)


Los 21 Concilios Ecuménicos de la Iglesia Católica


1. Concilio de Nicea, año 325.
2. Concilio Primero de Constantinopla, año 381.
3. Concilio de Éfeso, año 431.
4. Concilio de Calcedonia, año 451.
5. Concilio Segundo de Constantinopla, año 553.
6. Concilio Tercero de Constantinopla, años 680-681.
7. Concilio Segundo de Nicea, año 787.
8. Concilio Cuarto de Constantinopla, año 869.
9. Concilio Primero de Letrán, años 1123-1124.
10. Concilio Segundo de Letrán, año 1139.
11. Concilio Tercero de Letrán, año 1179.
12. Concilio Cuarto de Letrán, año 1215.
13. Concilio Primero de Lyon, año 1245.
14. Concilio Segundo de Lyon, año 1274.
15. Concilio de Viena, años 1311-1312.
16. Concilio de Costanza, año 1417.
17. Concilio de Florencia, año 1431.
18. Concilio Quinto de Letrán, año 1512.
19. Concilio de Trento, años 1545-1563.
20. Concilio Vaticano Primero. Convocado por el Papa Pío IX en 1869. Concluyó en 1870.
21. Concilio Vaticano II, años 1962-1965. Convocado por Juan XXIII. Celebramos el 50 aniversario.

Primer Concilio Ecuménico: Primer Concilio de Nicea (325). El concilio de Nicea duró dos meses y doce días. Contó con la asistencia de trescientos dieciocho obispos. Hosio, obispo de Córdoba, asistió como legado del Papa San Silvestre I. El emperador Constantino también estaba presente. A este concilio le debemos el Credo (Symbolum) de Nicea, que definió contra Arrio la verdadera divinidad del Hijo de Dios (homoousion), así como la fijación de la fecha para celebrar la Pascua de Resurrección (contra los cuartodecimanos)

lunes, 23 de enero de 2017

La intolerancia doctrinal - Cardenal Pie

LA INTOLERANCIA DOCTRINAL

(Sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres, publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H. Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)
“Unus Dominus, una fides, unum baptista” "No hay más que un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (San Pablo a los Efesios, IV, 5)
 Un sabio ha dicho que las acciones del hombre son las hijas de su pensamiento, y nosotros mismos hemos comprobado que tanto los bienes como los males de una sociedad son fruto de los principios buenos o malos que ella profesa. La verdad en el espíritu y la virtud en el corazón son dos cosas que se corresponden casi puntualmente: cuando el espíritu se ha entregado al demonio de la mentira, el corazón — no obstante que el desorden no haya comenzado por él — está muy cerca de abandonarse al demonio del vicio. La inteligencia y la voluntad son dos hermanas, entre las cuales la seducción es contagiosa: si ven que la primera se ha abandonado al error, corren un velo sobre la honra de la segunda.
Y porque esto es así, mis hermanos, porque no existe ningún daño, ninguna lesión en el orden intelectual que no tenga consecuencias funestas en el orden moral y aún en el orden material, es que concedemos importancia a combatir el mal en su origen, a secarlo en su fuente, esto es, en sus ideas. Mil prejuicios se han popularizado entre nosotros: el sofisma, asombrado de sentirse atacar, invoca la prescripción; la paradoja se vanagloria de haber adquirido carta de nacionalidad y derechos de ciudadanía. Los mismos cristianos, viviendo en medio de esta atmósfera impura, no han evitado totalmente su contagio: aceptan demasiado fácilmente muchos de los errores.
Fatigados de resistir en los puntos esenciales, a menudo cansados de luchar, ceden en otros puntos que les parecen menos importantes, y no advierten nunca — a veces porque no quieren percatarse — hasta dónde podrán ser llevados por su imprudente debilidad. Entre esta confusión de ideas y de falsas opiniones nos toca a nosotros, sacerdotes de la incorruptible verdad, salir al paso y censurar con la acción y la palabra, satisfechos si la rígida inflexibilidad de nuestra enseñanza puede detener el desborde de la mentira, destronar principios erróneos que reinan orgullosamente en las inteligencias, corregir axiomas funestos admitidos ya por la convalidación del tiempo, esclarecer finalmente y purificar una sociedad que amenaza hundirse, que envejece en un caos de tinieblas y de desórdenes, donde no será ya posible distinguir la índole y, menos aún, el remedio de sus males.
 Nuestra época grita: “¡Tolerancia! ¡Tolerancia!" Se admite que un sacerdote debe ser tolerante, que la religión debe ser tolerante. Mis hermanos: en primer lugar, nada iguala a la franqueza, y yo vengo a decirles sin rodeos que no existe en el mundo más que una sola sociedad que posee la verdad, y que esta sociedad debe ser necesariamente intolerante. Pero antes de entrar en materia, y para entendernos bien, distingamos las cosas, determinemos el sentido de las palabras y no confundamos nada.

lunes, 28 de julio de 2014

El Concilio Vaticano II frente al pensamiento moderno - Cardenal Joseph Frings – Joseph Ratzinger

Algunas semanas antes del inicio del Concilio Vaticano II, el cardenal Giusseppe Siri, arzobispo de Génova, invitó al cardenal Joseph Frings a dar una conferencia sobre el tema “El Concilio Vaticano II frente al pensamiento moderno”. El anciano arzobispo de Colonia la pronunció el 20 de noviembre de 1961, pero, como estaba saturado de trabajo, pidió ayuda al entonces joven profesor Joseph Ratzinger, teólogo de su confianza, quien escribió todo el texto que, después, fue publicado, obviamente, con el nombre del cardenal. Así llegó hasta Juan XXIII, que lo leyó, y, en una audiencia posterior, abrazó al cardenal Frings, diciéndole: «Precisamente, éstas eran mis intenciones al convocar el concilio». Entonces, el cardenal sintió el deber de revelar al Papa quién era el autor de aquellas páginas. El texto expone las transformaciones profundas que habían ocurrido después del Concilio Vaticano I (1869-1870) y que exigían convocar un nuevo concilio

      La traducción de esta conferencia al castellano es inédita y ha sido realizada desde su original en alemán por la Profesora Esther Gómez de Pedro, con la autorización de Librería Editrice Vaticana.

 

Dos consideraciones previas:

    1. Concilio y Presente

      Los concilios emergen siempre en un determinado momento en el que ponen de relieve la Palabra de Dios, tal como sea necesario en ese preciso momento. Ciertamente, lo que se dice en ellos es válido para siempre, porque la verdad siempre válida se encarna en palabras históricas y ligadas al tiempo, pero, al mismo tiempo, llevan impreso de forma inconfundible el rostro de ese tiempo determinado en el que las exigencias de una situación espiritual muy concreta hacen necesario formular acuciosamente un pensamiento, sellar una palabra que quedará en adelante para la Iglesia como su posesión permanente y recordará siempre ese determinado momento en el que creció y se desarrolló ese pensamiento, esa palabra. Si siempre ha sido tarea de los concilios reconquistar de nuevo el arbitrario pensamiento del hombre con las armas intelectuales que ofrecía cada época y cautivarlo para Jesucristo (2 Cor 10, 5), guiando a la Iglesia a un nuevo crecimiento espiritual y en última instancia a la plenitud en Cristo (Ef 4, 13), también será válido para un concilio cuya misión ha sido caracterizad por el mismo Santo Padre como “aggiornamento” de la Iglesia. Por eso, para el correcto desarrollo de este concilio, será fundamental examinar cuidadosamente el mundo intelectual de hoy, donde hay que colocar de nuevo el candelabro del Evangelio de tal forma que su luz no se transforme bajo el celemín en formas obsoletas, sino que ilumine de forma clara a todos los que viven en la casa del momento actual (Mt 5, 15).

    2. Transformaciones en la situación espiritual desde el Concilio Vaticano I

lunes, 21 de abril de 2014

El Card. Kasper se apoya en una mala interpretación de un número muy reducido de textos - Dr. John Rist

Comunión de los divorciados vueltos a casar.
El cardenal Kasper y la luz de los Padres
 
John Rist
 
Doctor en Filosofía,
 catedrático en la Universidad Católica de América
y profesor del Instituto Patrístico Augustinianum,
 de la Pontificia Universidad Lateranense
 
No es mi intención intervenir en lo que compete al cardenal respecto a la doctrina sobre el matrimonio, sino más bien, tratar esta cuestión desde mi especialidad: la doctrina de los Padres de la Iglesia.
El 20 de febrero el cardenal alemán Walter Kasper dio una conferencia, titulada «El Evangelio de la Familia» ante el Consistorio Extraordinario sobre la Familia, convocado por el Santo Padre, para tratar principalmente las dificultades con las que se encuentran actualmente los matrimonios católicos –desplazamientos masivos, inmigración, coste de la crianza y educación de los hijos, envejecimiento de la población, individualismo, aislamiento de la vida urbana, divorcio civil, etc.–
Un católico casado como yo podría pensar que tales circunstancias aconsejan, no relajar las normas que prohíben la comunión a los divorciados vueltos a casar, sino más bien que Roma establezca requisitos mucho más serios en la formación para el matrimonio que los novios deben recibir de los sacerdotes u otras personas; conscientes de estas dificultades del matrimonio en la sociedad contemporánea, sería un avance notable para resolver o al menos reducir el problema y aliviar la presión sobre los tribunales que resuelven los casos matrimoniales.
Sin embargo, el cardenal Kasper propone que se liberalice la norma sobre la Comunión para dos grupos de católicos divorciados vueltos a casar: aquellos que sinceramente creen (o quizá incluso saben) que contrajeron matrimonio canónico sin la intención firme o sin una adecuada comprensión respecto a las normas sobre la validez del mismo; y, en segundo lugar, aquellos que han contraído un segundo matrimonio civil porque su matrimonio católico ha fracasado «irremediablemente», con énfasis en que el «grupo probablemente muy pequeño» de éstos últimos sería el que especialmente merece la relajación de esa norma.

jueves, 23 de enero de 2014

Investigar el Concilio Vaticano II

Artículo de
José Carlos Martín de la Hoz
En Revista Palabra
 

La historia reciente de la Iglesia necesita, al igual que la historia civil, perspectiva y documentos. A la vez, son muy importantes los guías para adentrarse en el exceso de información y poder interpretarla. De ahí, que los primeros resultados de la investigación histórica sobre el Concilio Vaticano II, deban tomarse con precaución, pues todavía faltan muchos de los elementos señalados.

    Evidentemente, como el resto de los Concilios Ecuménicos, fue llevado por el Espíritu Santo. La riqueza doctrinal que encierra y la frescura de sus análisis han soportado el paso de los años. Todavía puede leerse con gran intensidad.

    La historia de los textos es una prueba del milagro operado, pues el método de trabajo sorprende que haya producido esos textos finales y en tiempos tan cortos. Para entender la temática hay que subrayar la palabra diálogo con el mundo. Se dan respuesta a los grandes problemas del momento, con tal hondura que su análisis y aportaciones son todavía muy útiles

      Como es bien conocido el Concilio Vaticano I fue interrumpido en 1870 sine die por la irrupción de las tropas de Garibaldi en la Ciudad Eterna. El Santo Padre se consideró secuestrado por el nuevo estado Italiano hasta que los Pactos de Letrán de 1917 dieron por concluida la difícil situación diplomática y jurídica.

      Al comienzo del siglo XX, el Concilio continuaba aplazado y, además, se desencadenó la crisis modernista que terminó, aparentemente, con la rápida intervención del Papa San Pío X en 1907 mediante la publicación de la Encíclica Pascendi y el Decreto Lamentabili. Con estas medidas se desautorizaba una determinada línea de investigación, sobre todo en la exégesis bíblica y en la crítica histórica, que hasta ese momento estaba sólo comenzando: el modernismo. Como ha señalado el Prof. Saranyana:

      “El modernismo teológico no fue un intento de abrir vías de diálogo a la Iglesia con la edad moderna (es decir, con la vida política y con el progreso científico), sino, por el contrario, un intento de transformación de la Iglesia para que ésta se adecuase al mundo moderno”.

      Como reconoció Loaysi, uno de los pensadores que provocaron la Encíclica Pascendi, treinta años después:

      “Mis propuestas no eran compatibles con la concepción escolástica de los dogmas. Con la divinidad absoluta de Jesús. No eran sostenibles sino en una teoría relativista de la creencia religiosa y de la inmanencia de Dios en la humanidad”.

      Las corrientes modernistas fueron repetidamente observadas y estudiadas por la Santa Sede en los siguientes años. No es infrecuente encontrar el apodo de modernista o neomodernista atribuido a teólogos totalmente ortodoxos de la primera mitad del siglo XX.

      En el siglo XIX y XX surgieron las ideologías o sistemas cerrados de pensamiento para explicar la realidad. El liberalismo, marxismo, etc. También desde el siglo XIX y su eclosión en el XX se produjeron muchas construcciones teológicas que se apoyaban en filosofías herederas de Descartes, de las que da cuenta Rosini Gibellini en la historia de la Teología del siglo XX. Asimismo en el campo católico, la llamada Novelle Theologie constituyó puntos de avance aunque no pasaba de ser trabajos redactados en algunos lugares de Francia o de Europa, todavía sin dar una visión completa y renovada de la Teología Católica. El gran hito del Magisterio de la Iglesia en el período preconciliar fue la Encíclica Humani generis de Pío XII, todavía en un tono negativo, más defensivo que constructivo.

      La llegada al Solio Pontificio del Papa Juan XXIII en 1957 devolvió la esperanza a sectores de la Iglesia. En enero de 1958, planteó en el Consistorio de Cardenales tres cuestiones capitales: la celebración del primer Sínodo de Roma, la convocatoria de un Concilio Ecuménico y la reforma del Código de Derecho Canónico.

jueves, 27 de junio de 2013

San Cirilo de Alejandría, custodio de la verdadeda fe - Benedicto XVI

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 3 de octubre de 2007
San Cirilo de Alejandría

Queridos hermanos y hermanas:
También hoy, continuando nuestro camino siguiendo las huellas de los Padres de la Iglesia, nos encontramos con una gran figura:  san Cirilo de Alejandría. Vinculado a la controversia cristológica que llevó al concilio de Éfeso del año 431 y último representante de relieve de la tradición alejandrina, san Cirilo fue definido más tarde en el Oriente griego como "custodio de la exactitud" —que quiere decir custodio de la verdadera fe— e incluso como "sello de los Padres". Estas antiguas expresiones manifiestan muy bien un dato que, de hecho, es característico de Cirilo, es decir, la constante referencia del obispo de Alejandría a los autores eclesiásticos precedentes (entre éstos sobre todo a Atanasio) con el objetivo de mostrar la continuidad de la propia teología con la tradición. Se insertó voluntaria y explícitamente en la tradición de la Iglesia, en la que reconocía la garantía de continuidad con los Apóstoles y con Cristo mismo.
Venerado como santo tanto en Oriente como en Occidente, en 1882 san Cirilo fue proclamado doctor de la Iglesia por el Papa León XIII, quien al mismo tiempo atribuyó el mismo título a otro importante representante de la patrística griega:  san Cirilo de Jerusalén. Se revelaron así la atención y el amor por las tradiciones cristianas orientales de aquel Papa, que después proclamó también doctor de la Iglesia a san Juan Damasceno, mostrando así que tanto la tradición oriental como la occidental expresan la doctrina de la única Iglesia de Cristo.

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