domingo, 23 de julio de 2023

"La finalidad principal de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la de colocar a Jesucristo en el centro de la fe y de la vida de cada joven" - San Juan Pablo II

 

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL SEMINARIO DE ESTUDIO
SOBRE LAS JORNADAS MUNDIALES DE LA JUVENTUD

 

Señor Cardenal:

1. Me ha alegrado la noticia de que el Pontificio Consejo para los Laicos ha organizado un Seminario de Estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud en el Santuario de Jasna Góra, en Czestochowa .

Al mismo tiempo que me alegro por esta iniciativa tan oportuna, no quiero que a los participantes les falte mi palabra de ánimo, junto a mi más sincero reconocimiento por lo que han hecho en favor de los jóvenes de todo el mundo.

Ante todo ¿cómo no dar gracias a Dios por los numerosos frutos que, a distintos niveles, han brotado de las Jornadas Mundiales de la Juventud? Desde el primer encuentro, celebrado en la Plaza de San Pedro el Domingo de Ramos de 1986, se ha consolidado una tradición que alterna, de año en año, un encuentro mundial y otro diocesano, subrayando el indispensable dinamismo del compromiso apostólico de los jóvenes, tanto en la dimensión local como universal.

Las Jornadas, acogiendo una iniciativa propuesta por los mismos jóvenes, han nacido del deseo de ofrecerles significativos «momentos de pausa» en la constante peregrinación de la fe, que se alimenta también mediante el encuentro con los coetáneos de otros Países y el intercambio de las propias experiencias.

lunes, 3 de julio de 2023

Bendita sea su preciosísima sangre - Mons. Demetrio Fernández

 


    En las alabanzas al Santísimo Sacramento repetimos esta: «Bendita sea su preciosísima sangre», porque en la Eucaristía están contenidos el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Y cuando comulgamos recibimos a Jesucristo entero, su cuerpo y su sangre, entramos en comunión con él y junto con él con las otras personas divinas. La comunión eucarística es comunión con Dios, por medio del cuerpo y la sangre de Cristo.

La devoción a la preciosísima Sangre de Cristo viene de lejos, pero fue instituida por el Papa Pio IX y elevada a fiesta universal. Su fiesta estaba fijada para el 1 de julio y todo el mes siguiente giraba en torno a esta devoción, como el mes de junio ha estado referido al Sagrado Corazón de Jesús o el mes de mayo a la Virgen María.

Se trata de la sangre preciosa de Cristo, que es el precio de nuestra redención: «Ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo» (1Pe 1,18-19). Una sola gota de esta sangre hubiera sido suficiente para redimir el mundo entero, como cantamos en el himno Adoro te devote. San Pablo nos recuerda: «Han sido comprados a buen precio. Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo» (1Co 6,20).

San Juan Crisóstomo decía: «Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las obras».

domingo, 2 de julio de 2023

Leyendas negras de la Iglesia 1 - Sentimiento de culpa - Vittorio Messori

 

1. Sentimientos de culpa



 

Al cabo de tres días de fatigoso viaje en común, Léo Moulin, de ochenta y un años, aparece fresco, elegante, atento y tan cordial como siempre. Moulin, profesor de Historia y Sociología en la Universidad de Bruselas durante medio siglo, autor de decenas de libros rigurosos y fascinantes, es uno de los intelectuales más prestigiosos de Europa. Es quizás quien mejor conoce las órdenes religiosas medievales, y pocos sienten tanta admiración por la sabiduría de aquellos monjes como él. A pesar de haberse distanciado de las logias masónicas en las que militó («A menudo —me dice— afiliarse a ellas es condición indispensable para hacer carrera en universidades, periódicos o editoriales: la ayuda mutua entre los "hermanos masones" no es un mito, es una realidad aún vigente»), sigue siendo un laico, un racionalista cuyo agnosticismo bordea el ateísmo.

 

Moulin me encomienda que repita a los creyentes uno de sus principios, madurado a lo largo de una vida de estudio y experiencia: «Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo que se dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del mundo. Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar.»

 

Feministas, homosexuales, tercermundialistas y tercermundistas, pacifistas, representantes de todas las minorías, contestatarios y descontentos de cualquier ralea, científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los animales, moralistas laicos: «Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudo falseadas, casi sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya imputado. Y vosotros, casi siempre ignorantes de vuestro pasado, habéis acabado por creerlo, hasta el punto de respaldarlos. En cambio, yo (agnóstico, pero también un historiador que trata de ser objetivo) os digo que debéis reaccionar en nombre de la verdad. De hecho, a menudo no es cierto. Pero si en algún caso lo es, también es cierto que, tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente sobre las tinieblas. Luego, ¿por qué no pedís cuentas a quienes os las piden a vosotros? ¿Acaso han sido mejores los resultados de lo que ha venido después? ¿Desde qué púlpitos escucháis, contritos, ciertos sermones?» Me habla de aquella Edad Media que ha estudiado desde siempre: «¡Aquella vergonzosa mentira de los "siglos oscuros", por estar inspirados en la fe del Evangelio! ¿Por qué, entonces, todo lo que nos queda de aquellos tiempos es de una belleza y sabiduría tan fascinantes? También en la historia sirve la ley de causa y efecto...»

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