Meditación
VI
Creavit
Dominus novum super terram
El
Señor ha criado una cosa nueva sobre la tierra
Antes
de venida del Mesías, el mundo estaba sepultado en una noche tenebrosa de
ignorancia y de pecados. Apenas el verdadero Dios era conocido en un solo
ángulo de la tierra, a saber, en Judea. En lo restante reinaba la más espantosa
idolatría. Todo lo ocupaba la noche del pecado, el cual ciega a las almas y las
llenas de vicios, y las priva de ver el miserable estado en que viven, enemigas
de Dios, condenadas al infierno; pudiendo decir con el Salmista: Pusiste
tinieblas, y fue hecha la noche; en ella transitarán todas las bestias de la
selva.
De
estas tinieblas, pues, vino Jesús a libertar al mundo. Lo libró de la
idolatría, dando a conocer al verdadero Dios, y lo libró del pecado con la luz
de su doctrina y de sus divinos ejemplos; pues como dice san Juan: Para esto
apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Predijo el
profeta Jeremías, que Dios debía crear un nuevo niño, para ser el Redentor de
los hombres: Creavit Dominus novum super terram.
Este
nuevo niño fue Jesucristo; él es el Hijo de Dios, que enamora al paraíso, y es
el amor del Padre, el cual habló de esta manera: Este es mi Hijo el amado,
en quién yo mucho me he complacido.
Y
este Hijo es aquel que se ha hecho niño, habiendo dado más gloria y honor en el
primer momento que ha sido criado, que le han dado y estarán para darle todos
los Ángeles y Santos juntos por toda una eternidad. Por esto en el nacimiento
de Jesús cantaron los ángeles: Gloria a Dios en las alturas. Ha dado,
repito, a Dios más gloria Jesús aun niño, que le quitaron todos los hombres.
Cobremos,
pues ánimo nosotros pobres pecadores, ofrezcamos al eterno Padre este Infante,
presentémosle las lágrimas, la obediencia, la humildad, la muerte y los méritos
de Jesucristo, y recompensaremos a Dios las injurias que le hemos hecho con
nuestras ofensas.
Afectos
y súplicas
¡Ah
mi Dios eterno! yo os he deshonrado posponiendo tantas veces vuestra voluntad a
la mía, y vuestra santa gracia a mis viles intereses y miserables
satisfacciones…
¿Qué
esperanza de perdón habría para mí, si Vos no me hubieseis dado a Jesucristo
precisamente a este fin, para que fuese la esperanza de nosotros pecadores?
Él
es, dice el Apóstol, propiciación por los pecados nuestros. Sí, porque
Jesucristo sacrificándoos la vida en satisfacción de las injurias que nosotros
os hemos hecho, os ha dado más honor que nosotros deshonra con nuestros
pecados. Recibidme, pues, o Padre mío, por amor de Jesucristo.
Me
arrepiento, o bondad infinita, de haberos ultrajado: He pecado contra el
cielo y en vuestra presencia; no soy digno de llamarme hijo tuyo.
Ciertamente
yo no soy digno de perdón, pero es digno Jesucristo de ser oído de Vos. Él os
rogó por mí un día en la cruz: Pater ignosce, y ahora en el cielo os
está diciendo, que me recibáis por hijo: Tenemos por abogado con el Padre a
Jesucristo, que intercede por nosotros Jn 2, 1, dice san Juan.
Recibid
un hijo ingrato que antes os dejó, más ahora vuelve resuelto a amaros otra vez.
Sí, Padre mío, yo os amo, y quiero siempre amaros. ¡Ah! Padre mío, ahora que he
conocido el amor que me habéis tenido, y la paciencia con que me habéis sufrido
tantos años, no me fío de vivir más sin amaros.
Dadme
un grande amor, que me haga siempre llorar los disgustos que he dado a Vos,
Padre mío, tan bueno, y me haga siempre arder de amor hacia un Padre tan
amante.
Padre
mío, yo os amo, yo os amo.
¡Oh
María! Dios es mi Padre, y Vos sois mi Madre. Todo lo podéis con Dios,
ayudadme, alcanzadme la santa perseverancia y su santo amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario