lunes, 11 de diciembre de 2017

Meditaciones para los días de adviento de San Alfonso María de Ligorio (12) - Mi dolor está siempre delante de mí




MEDITACION XII
Mi dolor está siempre delante de mí. Salmo 38, 18
Dolor meus in conspectu meo Semper.

Considera como todas las penas e ignominias que Jesús padeció en su vida y muerte, todas las tuvo presentes desde el primer instante de su vida; y todas ellas comenzó desde niño a ofrecerlas en satisfacción de nuestros pecado, principiando desde entonces a hacer de Redentor. El mismo reveló a un siervo suyo, que desde el primer momento de su vida hasta la muerte siempre padeció; y padeció tanto por los pecados de cada uno de nosotros, que si hubiese tenido tantas vidas cuantos son los hombres, tantas veces habría muerto de dolor, a no haberle conservado Dios la vida, para padecer más.
¡Oh! ¡y qué martirio tuvo siempre el amante corazón de Jesús, al ver todos los pecados de los hombres! Dice Santo Tomás que este dolor de Jesucristo en conocer la ofensa del Padre, y el daño que del pecado debía después provenir a las almas de él mismo amadas, sobrepujó al dolor de todos los pecadores contritos, aún de aquellos que murieron de puro dolor. Si, porque ningún pecador ha amado jamás a Dios y a su propia alma tanto, cuanto Jesús amaba al Padre y a nuestras almas. De aquí es, que aquella agonía padecida por el Redentor en el huerto a la vista de todas nuestras culpas, de cuya satisfacción se había encargado, la padeció ya desde el vientre materno: Pobre soy yo, y en trabajos desde mi juventud Sal. 87. Así por boca de David predijo de sí nuestro Salvador, que toda su vida debía ser un continuo padecer. De esto deduce san Juan Crisóstomo, que nosotros no debemos afligirnos de otra cosa que del pecado; y que así como Jesús por los pecados nuestros fue afligido en toda su vida; así nosotros que los hemos cometido, debemos tener un continuo dolor, acordándonos de haber ofendido a un Dios que tanto nos ha amado.
Santa Margarita, no más, basta, el Señor ya te ha perdonado. ¡Cómo! Respondió la Santa; ¿Cómo pueden serme bastantes las lágrimas derramadas y el dolor por aquellos pecados que afligieron a mi Jesús durante toda su vida?


Afectos y súplicas.

Ved, Jesús mío, a vuestros pies el ingrato, el perseguidor que os ha tenido afligido toda vuestra vida. Pero os diré con Ezequías: Más tú has librado mi alma de que no pereciese, echaste tras tus espaldas todos mis pecados Isaías 38.
Yo os he ofendido, os he traspasado con tantos como son mis pecados; mas Vos no habéis rehusado cargaros de todas mis culpas; yo espontáneamente he arrojado mi alma a arder en el infierno cuantas veces he consentido en ofenderos gravemente, y Vos, a costa de vuestra sangre, no habéis dejado de librarla y procurar no quedase perdida. Amado Redentor mío, os doy gracias. Quisiera morir de dolor pensando que he maltratado tanto vuestra bondad infinita. Amor mío, perdonadme, y venid a tomar posesión de todo mi corazón. Habéis dicho que no os desdeñaréis de entraros a quién os abre, y estaros en su compañía Ap. 3, 20. Si en algún tiempo yo os he desechado, ahora os amo, y no deseo otro que vuestra gracia. Ved la puerta que está abierta, entrad luego en mi pobre corazón, pero entrad luego para no salir nunca. Él es pobre, más entrando lo haréis rico. Yo seré rico, siempre que os poseyere a Vos, sumo bien.
O Reina del cielo, Madre dolorosa de Hijo dolorido, también yo os he sido motivo de pena, habiendo Vos participado de una gran parte de los dolores de Jesús.
Perdonadme sin embargo, Madre mía y alcanzadme la gracia de seros fiel, ahora que espero haya vuelto ya Jesús a mi alma.


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