viernes, 31 de julio de 2020

San Ignacio de Loyola fundador de la Compañía de Jesús


SAN IGNACIO DE LOYOLA

Por Francisco Fernández Carvajal


Nació el año 1491 en Loyola; siguió la carrera de las armas. Fue herido en la defensa de Pamplona; trasladado a su tierra natal, se convirtió durante la convalecencia a través de la lectura de una vida del Señor y vidas de algunos santos. Marchó a París para estudiar teología y allí reunió a los primeros seguidores, con los que más tarde, en Roma, fundaría la Compañía de Jesús. Murió en esta ciudad el año 1556.

— La influencia de la lectura en la conversión de San Ignacio.
— Importancia de la lectura espiritual.
— Cuidar lo que se lee. Modo de hacer la lectura espiritual.

I. Según cuenta en su Autobiografía Ignacio de Loyola «hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra»1. Después de haber sido herido en una pierna en la defensa de la ciudad de Pamplona fue llevado en una litera a su tierra, donde estuvo al borde de la muerte; después de una larga convalecencia recuperó la salud. En este tiempo, «y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías, sintiéndose bueno, pidió que le diesen algunos dellos para pasar el tiempo: mas en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los santos en romances»2. Se aficionó a estas lecturas, reflexionó en ellas en el largo tiempo que hubo de guardar cama, y «leyendo la vida de Nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando consigo: ¿Qué seria, sí yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?. Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas ...»3.

Se alegraba cuando se determinaba a seguir la vida de los santos y se entristecía cuando abandonaba estos pensamientos. «Y cobrada no poca lumbre de aquesta lección, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en cuánta necesidad tenía de hacer penitencia de ella»4. Así, poco a poco, Dios se fue metiendo en su alma, y de caballero valeroso de un señor terreno pasó «a heroico caballero del Rey Eterno, Jesucristo. La herida que sufriera en Pamplona, la larga convalecencia en Loyola, las lecturas, la reflexión y la meditación bajo el influjo de la gracia, los diversos estados de ánimo por los que pasaba su espíritu, obraron en él una conversión radical: de los sueños de una vida mundana a una plena consagración a Cristo, que aconteció a los pies de Nuestra Señora de Montserrat y maduró en el retiro de Manresa»5.

El Señor se valió de la lectura para la conversión de San Ignacio. Y así ha sido en muchos otros: Dios ha penetrado en muchas almas a través de un buen libro. Verdaderamente, «la lectura ha hecho muchos santos»6. En ella encontramos una gran ayuda para nuestra formación, y también para nuestra conversación diaria con Dios. «En la lectura me escribes formo el depósito de combustible. Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar»7. Un buen libro para lectura espiritual es un gran amigo, del que nos cuesta separarnos porque nos enseña el camino que conduce a Dios, y nos alienta y ayuda a recorrerlo.

Encíclica Mens Nostra sobre los ejercicios espirituales - Pío XI


CARTA ENCÍCLICA

MENS NOSTRA

DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI

SOBRE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


INTRODUCCIÓN

1. A ninguno de vosotros, venerables hermanos, se le oculta cuál fue nuestra intención o nuestro ánimo cuando, al comenzar este año, anunciamos al orbe católico un jubileo extraordinario para celebrar el quincuagésimo aniversario de aquel día en que, recibida la ordenación sacerdotal, ofrecimos por vez primera el santo sacrificio del altar.

Porque, como solemnemente declaramos en la constitución apostólica Auspicantibus Nobis, promulgada el día 6 de enero de 1929 1, con dicha celebración no sólo queríamos que nuestros queridos hijos, la gran familia cristiana confiada a nuestro corazón por el benignísimo Corazón Divino, participasen en la alegría de su Padre común, y unidos con él diesen gracias al Supremo Dador de todo bien, sino que, además y sobre todo, abrigábamos la dulce esperanza de que, franqueados con paternal liberalidad los tesoros celestiales de que el Señor nos ha hecho dispensadores, tendrían los fieles dichosa oportunidad para fortalecerse en la fe, crecer en la piedad y perfección cristiana y ajustar fielmente a las normas del Evangelio las costumbres públicas y privadas; con lo cual, y como fruto hermosísimo de la total pacificación de cada uno consigo mismo y con Dios, se podría esperar la mutua pacificación de las almas y de los pueblos.

2. No fue vana nuestra esperanza. Porque aquel encendido ardor de devoción, con que fue acogida la promulgación del jubileo, lejos de menguar con el transcurso del tiempo, ha ido creciendo cada vez más, ayudando a ello el Señor con memorables acontecimientos que harán imperecedera la memoria de este año, verdaderamente de salud.

Con indecible consuelo hemos podido ver, en gran parte con nuestros propios ojos, este magnífico aumento de fe y de piedad, y entrañablemente nos hemos complacido en contemplar tan gran muchedumbre de hijos queridísimos, a los cuales pudimos recibir en nuestra casa y, por decirlo así, estrechar con paternal afecto contra nuestro corazón.

Hoy, mientras desde lo más íntimo del alma elevamos al Padre de la misericordia un ardiente himno de gratitud por tantos y tan señalados frutos como El se dignó producir, madurar y cosechar en su viña durante este Año Jubilar, nuestra pastoral solicitud nos mueve e impulsa a procurar que de tan prósperos comienzos resulten en lo sucesivo grandes y permanentes beneficios para la felicidad y salvación de los individuos, y, por tanto, de toda la sociedad.

3. Y meditando Nos cómo podría esto conseguirse, recordamos que nuestro predecesor, de f. m., León XIII, al promulgar en otra ocasión el santo jubileo, con palabras gravísimas, que hacíamos nuestras en la citada constitución Auspicantibus Nobis2, exhortaba a todos los fieles a recogerse algún tiempo para poner en cosas mejores sus pensamientos apegados a la tierra3, y recordamos también cómo nuestro predecesor, de s. m., Pío X, tan celoso promotor y ejemplo vivo de santidad sacerdotal, al promulgar en el año jubilar de su sacerdocio una piadosísima y memorable exhortación al clero católico4, daba enseñanzas preciosas y escogidas para elevar a mucha altura el edificio de la vida espiritual.

4. Siguiendo, pues, las huellas de estos Pontífices, hemos juzgado oportuno hacer también Nos algo, aconsejando una práctica excelente, de la cual esperamos que el pueblo cristiano sacará muchísimo y extraordinario provecho. Nos referimos a la práctica de los Ejercicios espirituales, que deseamos ardientemente se promueva y difunda más y más cada día, no sólo en ambos cleros, sino también entre las agrupaciones de seglares católicos, y que nos complacemos en dejar a nuestros amados hijos como recuerdo de nuestro Año Jubilar.

Lo cual hacemos con tanto mayor gusto, al declinar ya el año del quincuagésimo aniversario de nuestra primera Misa, cuanto que nada nos puede ser más grato que recordar las celestiales gracias e inefables consolaciones que muchas veces hemos experimentado al hacer los Ejercicios espirituales, con cuya práctica asidua hemos marcado como con otros tantos jalones las distintas etapas de nuestra vida sacerdotal, y hemos sacado luz y alientos para conocer y cumplir el divino beneplácito. Nada nos es más grato, finalmente, que recordar cuanto en todo el transcurso de nuestro ministerio sacerdotal trabajamos por instruir al prójimo en las cosas del cielo por medio de los mismos Ejercicios, con tanto fruto y tan increíble provecho de las almas, que con razón juzgamos que los Ejercicios espirituales son y constituyen un especial medio para alcanzar la eterna salvación.

I. IMPORTANCIA, OPORTUNIDAD
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS

Su valor en nuestro tiempo

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 123


MATERNIDAD DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


I. Fue conveniente que Cristo naciese de mujer:

1º) Porque con ello fue ennoblecida toda la naturaleza humana; por lo cual dice San Agustín1: "La liberación del hombre debió manifestarse en uno y otro sexo; luego, puesto que convenía que Cristo tomase el sexo del hombre, que es el más noble, convenía que la liberación del sexo femenino se manifestase en haber nacido de una mujer." Mas, para que no pareciese que era despreciado el sexo femenino, fue conveniente que tomase carne de la mujer. Por eso aconseja San Agustín: "Varones, no os despreciéis a vosotros mismos; el Hijo de Dios tomó forma de varón. Mujeres, no os despreciéis a vosotras mismas; el Hijo de Dios nació de mujer"2.

2º) De este modo se completa toda la diversidad de la generación humana; pues el primer hombre fue hecho del barro de la tierra, sin varón y sin mujer; Eva fue hecha del varón sin la mujer, mas los demás nacen de hombre y de mujer." Por consiguiente, quedaba este cuarto modo propio de Cristo, cual era el nacer de mujer, sin varón.
(3ª, q. XXXI, a. 4)

II. La Bienaventurada Virgen María es Madre de Dios.

Concebir y nacer se atribuye a la persona. Luego, como la persona divina en el principio mismo de la concepción tomó naturaleza humana, se sigue que puede decirse verdaderamente que Dios fue concebido y nació de la Virgen. Mas una mujer se llama madre de alguno por haberlo concebido y engendrado; por lo cual síguese que la Bienaventurada Virgen se llama en verdad Madre de Dios.
(3ª, q. XXXI, a. 4)

San Ignacio mártir emplea un ejemplo hermosísimo. En la generación de los hombres la mujer se llama madre, aunque la mujer no da el alma racional, que procede de Dios, sino que suministra la substancia para la formación del cuerpo. Así, pues, la mujer se llama madre de todo el hombre, porque lo que de ella ha sido tomado se une al alma racional. Del mismo modo, habiendo sido tomada de la Bienaventurada Virgen la humanidad de Cristo, aquélla se llama no solamente madre del hombre, sino también de Dios, a causa de la unión (de la humanidad) a la divinidad; aun cuando de María no sea tomada la divinidad, como tampoco en los otros el alma racional es tomada de la madre.

jueves, 30 de julio de 2020

Comunión en la mano: una desobediencia legitimada - Mons. Nicola Bux


Artículo de Mons. Nicola Bux
Publicado en la Brújula Cotidiana


De la Comunión en la mano no se habla en el Concilio ni en la reforma litúrgica. Tiene sus raíces en el Post Concilio y opera en las diócesis rebeldes del norte de Europa. Pablo VI trató de detenerla con la Instrucción Memoriale Domini, que fue creada para prohibirla y concede un indulto sólo a las diócesis rebeldes en caso de que no pudieran detener el abuso. En el primer aniversario de su muerte, la Brújula Cotidiana recuerda a Juan Rodolfo Laise, el obispo que escribió la verdad sobre la comunión en la mano y se opuso a esta práctica contraria a la ley universal de la Iglesia en su diócesis.

Hasta el 26 de abril de 1996, el episcopado argentino fue uno de los pocos en el mundo en continuar con el rechazo de la práctica, introducida a fines de la década de 1960 en abierta oposición a la voluntad de Pablo VI, de distribuir a los fieles la Sagrada Comunión en la mano. Justo ese día, se obtuvieron suficientes votos en la Asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina para pedirle a Roma el indulto que permitiría la introducción de esta práctica contraria a la ley universal de la Iglesia.

Roma inmediatamente otorgó este indulto, pero según la ley de la “Instrucción Memoriale Domini, sobre el modo de administrar la Comunión”, que afirmaba claramente que la prohibición de dar la Comunión en la mano tenía que ser universalmente preservada, pero que, allí (y solo allí) donde el uso ya se había introducido de manera abusiva y se había arraigado de tal manera que los obispos de la conferencia episcopal local consideraron que no había más remedio que tolerarlo, “El Santo Padre […] concede que, en el territorio de la Conferencia Episcopal, cada obispo, según su prudencia y conciencia, puede autorizar la introducción del nuevo rito en su diócesis para distribuir la Comunión”.

El entonces obispo de San Luis (Argentina), Juan Rodolfo Laise, juzgó según su prudencia y conciencia que estas circunstancias no se verificaran en su diócesis, por lo tanto, no consideró oportuno hacer uso de este indulto. Esta decisión fue interpretada de inmediato por muchos como una ruptura de la unidad del episcopado e incluso como una “rebelión” contra una disposición litúrgica en vigor a partir de entonces. El obispo de San Luis consultó con los diversos dicasterios romanos competentes que aprobaron su decisión por unanimidad.

San Pedro Crisólogo, es decir: de palabra áurea, de excelente predicación



San Pedro, «Crisólogo» de sobrenombre, obispo de Rávena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol , desempeñó su ministerio tan perfectamente que consiguió captar a multitudes en la red de su celestial doctrina y las sació con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de Emilia Romagna.

La vida de Pedro, arzobispo de Rávena, llamado «Crisólogo» (es decir: de palabra áurea, de excelente predicación) desde el siglo IX, es mal conocida. De él habla el Liber Pontificalis y una biografía poco de fiar, obra de Agnello de Ravena (siglo IX). Por estas fuentes y por lo que de su obra se deduce, sabemos que Pedro nació en Imola hacia el 380, fue nombrado metropolita de Rávena entre el 425 y el 429 (ciertamente, antes del 431, fecha de una carta que le escribe Teodoreto), estuvo presente el 445 al fallecimiento de san Germán de Auxerre y tres o cuatro años después escribió a Eutiques, presbítero de Constantinopla, que había recurrido a él después de su condenación por obra de Flaviano, invitándolo a someterse a las decisiones de León, obispo de Roma, «quoniam beatus Petrus, qui in propia sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei vertiatem» (Ep ad Eutychen: PL 54,743: «Porque el bienaventurado Pedro, que en su sede vive y preside, otorga la verdad de la fe a los que buscan.»). Falleció entre el 449 y el 458 (fecha de una carta de León a su sucesor Neón), probablemente, el 3 de diciembre del 450, quizás en Imola [aunque en la actualidad se tiende a considerar como fecha más probable el 31 de julio].

Gracias a las pacientes investigaciones de A. Olivar, hoy es posible conocer con exactitud la producción auténtica de Pedro Crisólogo, que comprende una carta (ya mencionada), 168 sermones de la Collectio Feliciana (siglo VIII) y 15 «extravagantes» (escritos no clasificados). Otros escritos, como el célebre Rollo de Rávena, colección de oraciones de preparación a la Navidad (s. VII), no pueden ser tenidos por auténticos. Los sermones, a los que Pedro debe su celebridad, se distinguen por la esmerada preparación de un orador dotado de una cultura discreta y por el calor humano y el fervor divino de un santo varón. La condición peculiar de Rávena, sede de la corte imperial y ciudad marinera, explica la frecuencia de ejemplos tomados de la vida de la corte y de la vida militar y marinera, aunque no faltan ejemplos de la vida rural. «Entre los escritores del siglo V, pocos superan a Pedro Crisólogo en elegancia», en sus sermones nos ha legado «páginas de genuina elocuencia, enérgica y eficaz» (Moricca).

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 122


Jueves de la 17ª semana

ESTUDIO DE LAS LETRAS


Compete a los religiosos el estudio de las letras, de tres modos:

I. En cuanto a lo que es propio de la vida contemplativa, a la cual ayuda de dos maneras el estudio de las letras: primero, directamente, es decir, ilustrando el entendimiento, pues la vida contemplativa se ordena principalmente a la consideración de las cosas divinas, en la cual el estudio dirige al hombre. Por eso se dice en alabanza del varón justo: En su ley (en la ley del Señor) medita día y noche (Sal º, 2). También consta en el Eclesiástico (39, 1): La sabiduría de todos los antiguos indagará el sabio, y se empleará en los profetas.

Segundo, indirectamente, pues el estudio de las letras ayuda a la vida contemplativa, removiendo los peligros de la contemplación, es decir, los errores que ocurren frecuentemente en la contemplación de las cosas divinas a los que ignoran las Escrituras, como se lee en las "Colaciones de los Padres"1 que ocurrió al abad Serapión, quien cayó por candidez en el error de los antropomorfistas, esto es, de los que creen que Dios tiene forma humana. Así dice San Gregorio: "Algunos, traspasando en la contemplación los límites de su capacidad, llegan hasta los errores más perversos, y mientras descuidan ser humildemente discípulos de la verdad, se hacen maestros de errores"2. Por lo cual se lee en el Eclesiastés (2, 3): Pensé en mi corazón apartar mi carne del vino, para trasladar mi corazón a la sabiduría, y evitar la necedad.

II. El estudio de las letras es necesario a los religiosos, instituidos para predicar y ejercer otros ministerios análogos. Por eso dice el Apóstol: Que abrace firme la palabra de fe, que es según la doctrina; para que pueda exhortar según la sana doctrina, y convencer a los que contradicen (Tit 1, 9). Y no se puede argüir que los Apóstoles hayan sido enviados a predicar sin haber estudiado las letras, porque, come dijo San Jerónimo: "El Espíritu Santo les inspiraba todo lo que los demás adquieren de ordinario por el ejercicio y diaria meditación de la ley de Dios"3.

miércoles, 29 de julio de 2020

Santa Marta de Betania


SANTA MARTA

Por Francisco Fernández Carvajal



Santa Marta vivía en Betania, cerca de Jerusalén, con sus hermanos María y Lázaro. En la última etapa de la vida pública, Jesús se hospedó con frecuencia en su casa. Fuertes lazos de amistad unían a aquellos hermanos con Jesús.

— Confianza y amor al Maestro.

— La Humanidad Santísima de Jesús.
— La amistad con el Señor nos hace fácil el camino.


I. La festividad de Santa Marta nos permite entrar una vez más en el hogar de Betania, bendecido tantas veces por la presencia de Jesús. Allí, en la familia formada por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro, el Señor encontraba cariño, y también descanso para su cuerpo fatigado por recorridos interminables por aldeas y ciudades. Jesús buscaba refugio entre sus amigos, especialmente cuando en los últimos días tropezaba más frecuentemente con la incomprensión y el desprecio, por parte principalmente de los fariseos. Los sentimientos del Maestro hacia los hermanos de Betania vienen expresados por San Juan en su Evangelio: Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro1. ¡Eran amigos!

El Evangelio de la Misa2 nos relata la llegada de Jesús al hogar de esta familia, cuando hacía cuatro días que Lázaro había muerto. Poco tiempo antes, cuando ya Lázaro estaba muy grave, las hermanas enviaron al Maestro este recado lleno de confianza: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo3. Y Jesús, que se encontraba en Galilea, a varias jornadas de camino, cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el mismo lugar. Después, pasados estos, dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea4. Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días sepultado.

Marta, siempre atenta y activa, probablemente antes de que Jesús llegara a la casa se enteró de que se aproximaba, y salió enseguida a recibirlo. Y a pesar de que, aparentemente, el Señor no había acudido a la llamada, su confianza y su amor no han disminuido. Señor le dice Marta, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano…5. Le reprocha con suma delicadeza no haber llegado antes. Marta esperaba la curación de su hermano cuando estaba todavía enfermo. Y Jesús, con un gesto amable, quizá con una sonrisa en los labios, la sorprende: Tu hermano resucitará6. Marta acoge estas palabras como un consuelo y piensa en la resurrección definitiva, y contesta: Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día7. Estas palabras provocan una portentosa declaración de Jesús acerca de su divinidad: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre8. Y le pregunta: ¿Crees tú esto? ¿Quién podría sustraerse a la autoridad soberana de esta declaración? ¡Yo soy la Resurrección y la Vida! ¡Yo…! ¡Yo soy la razón de ser de todo cuanto existe! Jesús es la Vida, no solo la que empieza en el más allá, sino también la vida sobrenatural que la gracia opera en el alma del hombre que todavía se encuentra en camino. Son palabras extraordinarias que nos llenan de seguridad, que nos acercan cada vez más a Cristo, y que nos llevan a hacer nuestra la respuesta de Marta: Yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo9. El Señor, momentos después, resucitará a Lázaro.

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 121


Miércoles de la 17ª semana

SAN ANDRÉS


Éste halló primero a su hermano Simón, y le dijo: hemos hallado al Mesías… Y le llevó a Jesús (Jn 1, 41-42).

I. La señal evidente de una perfecta conversión es que cl convertido no cesa hasta que ha llevado a Cristo a aquéllos que le son más cercanos. Por eso San Andrés, perfectamente convertido, no retuvo para sí solo el tesoro hallado, sino que se apresura y corre aprisa hacia su hermano, para comunicarle los bienes que había recibido. Así, pues, dice: Éste halló primero, esto es, primeramente a su hermano Simón a quien buscaba, para hacer de él su hermano en la fe, como ya era su hermano en la sangre. El que lo oye, diga: Ven (Hech 22, 17).

II. Le dice Andrés: Hemos hallado al Mesías. Jesús lo había instruido hasta hacerle conocer que él era el Cristo, y por eso dice: Hemos hallado. Con lo cual insinúa que lo había buscado con deseo durante mucho tiempo. Bienaventurado el hombre que halló la sabiduría (Prov 3, 12).

Se señala luego el fruto que consiguió, porque lo llevó a Jesús, esto es, llevó a Pedro hacia Jesús. En lo cual se recomienda la obediencia de Pedro; porque al instante acudió sin tardanza.

martes, 28 de julio de 2020

La infancia, y las últimas palabras que San Pedro Poveda pronunció en su vida expresaron su gran verdad: “soy sacerdote de Cristo”




Pedro Poveda nace el 3 de diciembre de 1874 en Linares (Jaén, España). Por razones familiares, sus estudios y su preparación para el sacerdocio estuvieron sometidos a continuos cambios de lugar. Ingresó para estudiar el Bachillerato en el Instituto de Linares (1886); tres años más tarde entra en el Seminario Diocesano de Jaén y en 1893 finaliza sus estudios de Bachillerato en el Instituto de Baeza (Jaén). Poco después se traslada al Seminario de Guadix (Granada) como familiar del obispo de Guadix, Don Maximiano Fernández del Rincón.

En Guadix el 17 de abril de 1897 es ordenado presbítero y el 21 del mismo mes celebra su primera misa.

En esta misma fecha se licencia en Sagrada Teología en Sevilla y es nombrado profesor del Seminario de Guadix. Hasta el año 1905 desempeñó sucesivamente en ese seminario las Cátedras de Física y Química, Ética e H.ª de la Filosofía, Lógica, Patrología y Oratoria, y finalmente las de Lugares Teológicos y Lengua Hebrea.

En abril de 1901 fue nombrado Prelado Doméstico por su Santidad León XIII.

Las dificultades experimentadas por su acción educativa en Guadix le obligan a ausentarse de la ciudad.

En 1906 es nombrado canónigo de la Iglesia Colegial de Covadonga (Asturias).

En 1911 comenzó a abrir sus primeras Academias, inicio de la Asociación laical Institución Teresiana a cuya fundación y expansión se dedicó intensamente como se apuntará en este breve resumen de la vida y obra del autor.

Permanece en Covadonga hasta 1913, fecha en que es nombrado canónigo de la Catedral de Jaén. En esa ciudad desempeña el cargo de profesor de Religión en las Normales femenina y masculina, y el de profesor de Física del Seminario.

En 1914 es nombrado Vocal de la Junta Provincial de Beneficencia y de Protección a la Infancia.

El 18 de enero de 1921 es designado Capellán de Número de la Real Capilla. De 1921 hasta su muerte sitúa su domicilio en Madrid, C/ Alameda 7.

El 27 de julio de 1936 Pedro Poveda fue detenido en su domicilio. En la mañana del 28 apareció su cuerpo sin vida, abatido en martirio por la fe. Fue canonizado en Madrid el 4 de mayo de 2003 por SS. Juan Pablo II.

Un apunte sobre el marco histórico

Catequesis Marianas de San Juan Pablo II (12) - María en el Protoevangelio


SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 24 de enero de 1996

María en el Protoevangelio

El Protoevangelio - Salvatore Nobili
Basílica Sant'Andrea Della Valle - Roma

1. "Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulterior, iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, Madre del Redentor" (Lumen gentium, 55).

Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda cómo se fue delineando la figura de María desde los comienzos de la historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Antiguo Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando esos textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nuevo Testamento.

En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autores humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cristo, que se encarnaría en el seno de la Virgen María.

2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre del Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que Dios, después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvación. El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal: "Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar" (Gn 3, 15).

Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, desde el siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, dejan entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes de la humanidad. En efecto, frente al pecado, según la narración del autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió en castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva de salvación y comprometerlos activamente en la obra redentora, mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo habían ofendido.

Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singular destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al hombre al ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte, en virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios. Eva fue la aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. Dios anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer la enemiga de la serpiente.

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 120


Martes de la 17ª semana

FELICIDAD DE LOS SANTOS


Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el establecimiento del mundo (Mt 25, 34).

El reino de los cielos es la gloria del paraíso; y no es de admirar, porque reino no quiere decir otra cosa sino régimen, gobierno. El mejor gobierno es aquél donde no se hace nada contra la voluntad del que gobierna. La voluntad de Dios es la salvación de los hombres, porque quiere que todos los hombres sean salvos (1 Tim 2, 4); y esto tendrá lugar principalmente en el paraíso, donde nada se opondrá a la salvación de los hombres, como se lee en San Mateo: Recogerán de su reino todos la escándalos (13, 41). Así, pues, cuando pedimos: venga tu reino, pedimos ser participantes del reino celestial de la gloria del paraíso.

Este reino es muy deseable por tres motivos:

1º) Por la justicia soberana que reina, en él: Todos los pueblos serán justos (Is 60, 21). En la tierra están los malos mezclados con los buenos, pero en el cielo no habrá ni malo ni pecador.

2º) Por la libertad perfectísima. Aquí no hay libertad, aun cuando todos la desean naturalmente; pero allí habrá libertad absoluta contra toda servidumbre: La misma criatura será liberada de la servidumbre de la corrupción (Rom 8, 21). Y los hombres no sólo serán libres, sino también reyes, como dice el Apocalipsis: Nos has hecho reino para nuestro Dios (5, 10). La razón de esto es que todos serán una voluntad con Dios, y Dios querrá todo lo que los santos quieran, y los santos lo que Dios quisiere; por lo cual con la voluntad de Dios se hará su voluntad; y en consecuencia reinarán todos, pues se hará la voluntad de todos, y Dios será corona de todos. En aquel día será el Señor de los ejércitos corona de gloria y guirnalda de regocijo al que quedare de su pueblo (Is 28, 5).

3º) A causa de la admirable abundancia: Nunca se oyó. No se oyó decir, ni se escuchó, ni ojo vio, salvo tú, ¡oh Dios!, lo que has preparado para aquéllos que esperan en ti (Is 64, 4). Él llena de bienes tu deseo (Sal 102, 5).

lunes, 27 de julio de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 119


Lunes de la 17ª semana

PERMANENCIA EN CRISTO


1. Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto, si no estuviere en la vid; así vosotros, si no estuviereis en mí (Jn 15, 4).

Se demuestra en este lugar que la permanencia en Cristo es necesaria para fructificar. Como si dijere: Debéis permanecer en mí para que fructifiquéis, porque así como el sarmiento, el sarmiento material, no puede de sí mismo llevar fruto, si no estuviere en la vid, desde cuya raíz sube la savia para vivificar los sarmientos, así también vosotros no podéis llevar fruto, si no estuviereis en mí. Luego la permanencia en Cristo es la condición de la fructificación. Por eso se dice de los que no permanecen en Cristo: ¿Y qué fruto tuvisteis entonces en aquellas cosas de que ahora os avergonzáis? (Rom 6, 21); y Job: Será estéril la congregación del hipócrita (15, 34).

Esta semejanza es conveniente, porque yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. Como si dijese: Vosotros estáis con relación a mí, como los sarmientos con respecto a la vid. Se dice de estos sarmientos: Extendió sus sarmientos hasta el mar (Sal 79, 12).

II. El que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto.

Aquí se demuestra que la permanencia en Cristo es eficaz; pues no sólo es necesaria la permanencia del hombre en mí para que fructifique, sino que también es eficaz; porque el que está en mí, creyendo, obedeciendo, perseverando, y yo en él, ilustrándolo, socorriéndolo, dándole perseverancia, éste, no otro, lleva mucho fruto. Lleva triple fruto en esta vida. El primero de ellos es abstenerse de los pecados; el segundo, dedicarse a obras de santidad; el tercero, vacar a la edificación de los otros: Del fruto de tus obras se saciará la tierra (Sal 103, 13). Lleva, además, un cuarto fruto en la vida eterna. Éste es el fruto último y perfecto de nuestros trabajos.

domingo, 26 de julio de 2020

San Joaquín y Santa Ana - Himnos litúrgicos



Traducción al español de la versión latina de los himnos litúrgicos propios de esta memoria:

Oficio de lecturas y Vísperas: Dum tuas festo

Mientras entonamos juntos este canto
festivo en tu honor, oh, Joaquín, padre venerable,
acoge benignamente la plegaria
de nuestro corazón y de nuestras bocas.

Procedes de una noble y dilatada estirpe de reyes,
de la prole de Abraham y del linaje de David,
pero tu mayor gloria es María,
Hija tuya y Señora del mundo.

Así, tu Descendencia de Ana
colma los anhelos de los Padres antiguos
y se apresura a traer
el gozo a este mundo, tan abatido.

Gloria a Ti, Padre del Unigénito,
gloria a Ti, Hijo del eterno Padre,
la misma gloria para Ti, oh, Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Laudes: Nocti succedit

Lecturas del domingo y el catecismo de la Iglesia - Domingo XVII Ciclo A


Decimoséptimo domingo del Tiempo Ordinario

CEC 407: no se puede ignorar el pecado original para discernir la situación humana
CEC 1777-1785: escoger según la conciencia, en acuerdo con la voluntad de Dios
CEC 1786-1789: discernir la voluntad de Dios expresada en la Ley en las situaciones difíciles
CEC 1038-1041: la separación del bien y del mal en el juicio final
CEC 1037: Dios no predestina a nadie a ir al infierno


CEC 407: no se puede ignorar el pecado original para discernir la situación humana

407 La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.

CEC 1777-1785: escoger según la conciencia, en acuerdo con la voluntad de Dios
El dictamen de la conciencia
1777 Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rm 2, 14-16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf Rm 1, 32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla.
1778 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina:
La conciencia «es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza [...] La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Juan Enrique Newman, Carta al duque de Norfolk, 5).
1779 Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización:
«Retorna a tu conciencia, interrógala. [...] Retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios» (San Agustín, In epistulam Ioannis ad Parthos tractatus 8, 9).
1780 La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad («sindéresis»), su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.
1781 La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios:
«Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo» (1 Jn 3, 19-20).
1782 El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. “No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa” (DH 3)
La formación de la conciencia

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