MEDITACION
XI
Llevó
sobre si nuestras maldades.
Iniquitates
nostras ipse portavit. (Isai. LIII)
Considera
como el Verbo divino, haciéndose hombre, no solo quiso tomar la figura de
pecador, sino que también cargar sobre si todos los pecados de los hombres, y
satisfacer por ellos como si fuesen propios, es decir, como si los hubiese
cometido.
Ahora
pensemos de aquí en qué opresión y angustia debía hallarse el Corazón del Niño
Jesús, que ya se había cargado con todos los pecados del mundo, viendo que la
justicia divina pedía de él una plena satisfacción.
Conocía bien la malicia de todo
pecado, cuando con la luz de la divinidad que le acompañaba comprendía
inmensamente, más que todos los hombres y todos los Ángeles, la infinita bondad
de su Padre, y el mérito infinito que tiene para ser respetado y amado.
Después
veía a las claras delante de sí innumerables pecados de los hombres, por los
que debía él padecer y morir. Hizo ver el Señor una vez a santa Catalina de
Génova la fealdad de una sola culpa venial; y a tal vista, fue tan grande el
espanto y el dolor de la Santa, que cayó desmayada en tierra.
¿Qué
pena seria, pues, la de Jesús niño, al verse luego que vino al mundo presentado
ante el inmenso cúmulo de maldades de todos los hombres, por las cuales debía
satisfacer? «Ya entonces, dice san Bernardino de Sena, tuvo conocimiento de
cada culpa «en particular de todos los hombres.»
Por
esto añade el cardenal Hugo, que los verdugos le atormentaron exteriormente
crucificándole; pero nosotros interiormente pecando; y más afligió al alma de
Jesucristo cada pecado nuestro, que afligió a su cuerpo la crucifixión y la
muerte. He aquí, pues, la recompensa que ofreció a este divino Salvador
cualquiera que se acuerde de haberle ofendido con pecado mortal.
Afectos
y súplicas.
Mi
amado Jesús, yo que hasta ahora os he ofendido, no soy digno de gracia; mas por
el mérito de aquellas penas que padecisteis y ofrecisteis a Dios a la vista de
todos mis pecados, satisfaciendo por ellos a la justicia divina, hacedme
participante de la luz con que Vos entonces conocisteis su malicia, y de
aquella aversión con que los detestasteis.
Porque
¿se habrá de verificar, oh mi Salvador, que yo soy verdugo de vuestro corazón
todos los momentos de vuestra vida, y aún más cruel que cuantos os
crucificaron? ¿Y que esta pena la he renovado y acrecentado siempre que he
vuelto a ofenderos?
Señor, Vos habéis muerto ya para
salvarme; pero no basta para esto vuestra muerte, si yo de mi parte no detesto
sobre todo mal y no tengo verdadero dolor de las ofensas que os he hecho. Mas
este dolor también me lo habéis de dar Vos, que lo dais a quien os lo pide.
Yo
os lo pido por el mérito de todas vuestras penas que padecisteis en esta
tierra: dádmelo tal, que corresponda a mi malicia.
Ayudadme, Señor, a hacer este acto
de contrición: Eterno Dios, sumo e infinito bien; yo miserable gusano he tenido
el atrevimiento de perderos el respeto, y despreciar vuestra gracia. Yo detesto
sobre todo mal y aborrezco la injuria que os he hecho; me arrepiento de ello
con todo el corazón, no tanto por el infierno que he merecido, cuanto porque
que he ofendido vuestra infinita bondad.
Espero
por los méritos de Jesucristo que me perdonaréis, y espero también con el
perdón la gracia de amaros.
Os
amo, oh Dios digno de infinito amor, y siempre quiero repetiros, yo os amo, yo
os amo, yo os amo, y como os decía vuestra amada santa Catalina de Génova
estando al pie de vuestra cruz, de la misma manera yo que estoy á vuestros pies
quiero deciros:
«Señor
mío, no más pecados, «no más pecados.» No, Jesús mío, que Vos no merecéis ser
ofendido, sí que solamente merecéis ser amado. Redentor mío, ayudadme.
Madre
mía María, socorredme, no os pido otra cosa que vivir amando a Dios en esta
vida que me resta.
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