Novena de
Navidad-quinto día, para rezar 20 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Para los nueve días antes de la Navidad.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Para los nueve días antes de la Navidad.
Meditación V
Se ofreció, porque
el mismo lo quiso. Is. 53, 7
Oblatus est, quia ipse voluit
Oblatus est, quia ipse voluit
El Verbo divino, en
el primer instante que se vió hecho hombre y niño en el vientre de María, todo
se ofreció por sí mismo a las penas y a la muerte por el rescate del mundo.
Sabía que todos los
sacrificios de los machos de cabrío, y de los toros ofrecidos anteriormente a
Dios, no habían podido satisfacer por las culpas de los hombres; sí que se
necesitaba una persona Divina que pagase por estos el precio de su redención.
Por lo que dijo Jesús
al entrar en el mundo aquellas palabras que san Pablo pone en su boca: Padre
mío, todas las víctimas ofrecidas a Vos hasta aquí, no han bastado, ni podían
bastar a satisfacer vuestra justicia: me habéis dado un cuerpo pasible, para
que con la efusión de mi sangre os aplaque, y salve a los hombres; heme pronto,
todo lo acepto, y en todo me someto a vuestro querer.
Repugnaba este
sacrificio la parte inferior de Jesús, que como hombre naturalmente reusaba
aquella vida y aquella muerte tan llena de penas y de oprobios; pero venció la
parte superior de la razón, que estaba toda subordinada a la voluntad del
Padre, y todo lo aceptó; comenzando Jesús a padecer desde aquel punto cuantas
angustias y dolores debía sufrir en los años de su vida.
Así se condujo
nuestro Redentor desde el primer momento de su entrada en el mundo.
Más ¡Oh Dios! ¿Cómo
nos hemos portado nosotros con Jesús, desde que comenzamos a conocer con la luz
de la fe los sagrados misterios de su redención? ¿Qué pensamientos, qué
designios, que bienes hemos amado? Placeres, pasatiempos, soberbias, venganzas,
sensualidad…
He aquí los bienes
que han aprisionado los afectos de nuestro corazón. Pero si tenemos fe es
necesario ya mudar de vida y amor.
Amemos a un Dios que
tanto ha padecido por nosotros. Pongámonos delante las penas del corazón de
Jesús sufridas desde niño por nosotros; y de esta manera no podremos amar otro
que este corazón, el cual tanto nos ha amado.
Afectos y súplicas.
Señor mío, ¿queréis
saber de mí cómo me he portado con Vos en mi vida?
Desde que comencé a
tener uso de razón, comencé también a despreciar vuestra gracia y vuestro amor.
Vos mejor lo sabéis que yo; pero me habéis sufrido porque aún me queréis bien.
Huía de Vos, y os
habéis acercado llamándome.
Aquel mismo amor que
os hizo bajar del cielo para venir a buscar la oveja perdida, ha hecho que me
sufrieseis tanto, y no me abandonaseis.
Jesús mío, ahora Vos
me buscáis, y yo os busco también. Siento ya que vuestra gracia me asiste; me
asiste con el dolor de mis pecados, que aborrezco sobre todo mal; me asiste con
el grande deseo que tengo de amaros y daros gusto.
Si, mi Señor, os
quiero amar y complacer cuanto pueda. Por una parte, me da verdadero temor mi
fragilidad y debilidad, contraída por causa de mis pecados; pero por otra, es
más grande la confianza que me da vuestra gracia, haciéndome esperar en
vuestros méritos, y dándome grande ánimo para decir: Todo lo puedo en quién me
conforta.
Si soy débil, Vos me
daréis fuerza contra los enemigos;
si estoy enfermo, espero que vuestra sangre será mi medicina:
si soy pecador, confío que Vos me haréis santo.
si estoy enfermo, espero que vuestra sangre será mi medicina:
si soy pecador, confío que Vos me haréis santo.
Conozco que por lo
pasado soy culpable de ruina, porque en los peligros he dejado de recurrir a
Vos. De hoy en adelante, Jesús mío y esperanza mía, a Vos quiero siempre
recurrir; y de Vos espero toda ayuda, todo bien. Yo os amo sobre todas las
cosas, ni quiero amar a otro que a Vos. Ayudadme por piedad, por el mérito de
tantas penas que desde niño habéis sufrido por mí.
¡Eterno Padre! Por amor de Jesucristo aceptad que yo os ame. Si yo
os he enojado, aplacaos con las lágrimas de Jesús niño, que os ruega por mí:
Respice in faciem Christi tui.
Yo no merezco gracias, pero las merece este Hijo inocente, que os
ofrece una vida de penas, a fin de que Vos uséis conmigo de misericordia.
Y Vos, madre de misericordia, María, no dejéis de interceder por
mí. Sabéis cuánto confío en Vos, y yo sé bien que no abandonáis a quien a Vos
recurre.
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