LA VIRGEN
MARÍA
Mons.
Tihamer Tóth
Obispo de
Veszprém (Hungría)
CAPÍTULO CUARTO
MARÍA Y LAS MUJERES
¿QUÉ ERA LA MUJER ANTES DE LA VIRGEN MARÍA? -
¿QUÉ ES LA MUJER GRACIAS A MARÍA? - ¿QUÉ ES LA MUJER SIN MARÍA?
De un hermoso lago
de Italia, del lago Maggiore, emerge como un pequeño paraíso terrenal la Isola
Bella, la «Isla Bella». Es de veras digna de tal nombre. Cuando, en la
primavera, la nieve y el hielo cubren todavía los montes de los alrededores y
en ellos está todavía inmóvil y muerta la naturaleza, en la Isola Bella ya
florecen con plena hermosura los limoneros y naranjos y despiden las flores su
fragancia.
En medio de la
humanidad, cubierta con el hielo de un invierno espiritual, emerge la Virgen
Madre, inmaculada, pura, «como azucena entre espinas» (Cantar de los
Cantares 2, 2). Es la verdadera «Isla Bella», la bendita Isola Bella del
alborotado lago de la humanidad, la Tierra bendita de la cual nos llegan la
fuerza vivificante de la fe pura y la suave fragancia de la sana moral.
Qué significa el
culto mariano para nuestra fe, cómo le comunica fuerza, vida, unidad y belleza,
lo vimos en el capítulo anterior. En éste y en el siguiente quiero mostrar las
fuerzas que brotan del culto mariano para nuestra vida moral. ¿Qué significa la
Virgen María para las mujeres en general? —ésta será la cuestión que
propondremos; y ¿qué significa para las madres?, será el tema del siguiente
capítulo.
En éste dividiremos
la materia en tres puntos: I. ¿Qué era la mujer antes de María? II. ¿Qué
es la mujer gracias a María? III ¿Qué es la mujer sin María?
I
¿QUÉ ERA LA MUJER ANTES DE LA VIRGEN MARÍA?
Únicamente podrán
apreciar lo que significa el culto mariano para la mujer quienes conozcan el
concepto bajo, humillante, que se tenía de la misma en épocas anteriores a
Jesucristo y la situación vergonzosa que consiguientemente se le señalaba.
¿Qué fue la mujer
antes del cristianismo? La esclava del hombre.
Y no será fuera de
propósito recordar ahora la degradación de aquella época en que brilló por
primera vez ante los hombres la imagen de la Virgen Madre, triunfadora del
pecado. Sabemos cómo en aquellos tiempos las olas de la inmoralidad eran
pavorosas, que la hija de un emperador se puso entre las rameras, y que dio Herodes
a una princesa, como galardón de un baile provocativo y sensual, la cabeza de
San Juan Bautista.
Antes de la Virgen
María el sexo femenino estaba enfermo, enfermo sin que lo supiera él mismo.
Porque puede estar enferma una persona, ser fea y tener la cara llena de
manchas, sin darse cuenta de ello, a no ser que tenga junto a sí a otra persona
sana, bella y sin defecto alguno, que pueda servirle de norma para medir y
valorar sus propios defectos. Pues bien, María brilló ante nosotros como la
imagen ideal, que a todos nos llama la atención y nos advierte: «Estás enfermo,
eres deforme, tienes manchas», y así nos invita calladamente a copiar su imagen
incomparablemente bella, sin mancilla.
En la Virgen María
el cristiano ensalzó a la mujer y la levanto sobre un pedestal, que ni antes ni
después podía sospecharse. Y a medida que se iba propagando el culto mariano,
se difundía también un concepto completamente nuevo de la mujer. El que se hacía
cristiano y honraba a María, miraba con un respeto emocionado a todas las
mujeres. Porque el culto mariano, si por una parte inculcaba a la mujer su
propia dignidad y el aprecio de las cualidades realmente valiosas del sexo, por
la otra despertaba también en los hombres una nueva forma de respeto, delicado
y puro, aquella forma de pensar caballeresca cristiana que antes de Cristo no
conocían aún los pueblos más cultos, y que hoy—por desgracia — empieza de nuevo
a desconocer casi por completo la generación actual, tan alejada de Cristo.
¡Mujeres, doncellas!
¿Habéis meditado alguna vez cuánto debéis a esta Virgen Bendita, Madre de Dios?
¿Habéis pensado que desde que resonó en labios del Arcángel la primera
Avemaría, están adornadas las sienes de la mujer con una corona invisible? ¿Y
que cuando se oyó por primera vez el Avemaría se rompieron las cadenas de
vuestra esclavitud? Porque ¿quién se atreve hoy a humillar a quien es hermana
de la Madre de Dios?
No exagera el DANTE
al llamar a María, en el canto XXIII del Paraíso, «rosa florecida bajo
los rayos de Cristo», y al cantar de esta manera:
«¿Por qué te enamora
mi faz de tal suerte, que no te vuelves hacia el hermoso jardín que florece
bajo los rayos de Cristo? Allí está la Rosa en que el Verbo divino se encarnó;
y allí están los lirios por cuyo aroma se descubre el buen camino... Y
semejantes al niño que tiende los brazos hacia su madre después de haberse alimentado
con su leche, movido del afecto que aun exteriormente se inflama, cada uno de
aquellos fulgores se prolongó hacia arriba, patentizándome así el amor que
profesaban a María.»
Examinemos ahora la
segunda cuestión:
II
¿QUÉ ES LA MUJER GRACIAS A MARÍA?
A) Demos unos pasos
por el ámbito de la literatura y de la historia, examinemos la vida de las
mujeres más respetables; ¿encontraremos una siquiera cuya figura despida una
corriente tan incesante de fuerza, aliento, alegría de vida, empuje, consuelo, como
la Virgen Santísima? Si son humildes criaditas las que la miran, allí está la
«esclava del Señor»; si son reinas las que le dirigen una mirada, se encuentran
en presencia de la «Reina de los cielos»; si son almas atribuladas las que
buscan alivio, la «Virgen de los siete dolores» las consuela; y si son almas
que luchan con el pecado las que imploran auxilio, las ayuda la «Virgen
Inmaculada».
a) El daño que Venus
causó a la humanidad no pudo ser remediado, a no ser por María. Desde que las
imágenes de la Virgen, adornan el santuario y lo más íntimo del hogar en las
familias que se precian de ser cristianas, desde entonces la humanidad sabe
respetar la completa e intacta virginidad antes del matrimonio, y en el
matrimonio el pensamiento sublime de Dios: la dignidad de los padres, y también
el don magnífico de Dios: los hijos.
Doquiera se
encuentre una imagen de María, allí hay aliento, empuje hacia los más altos
ideales. Y no pienso ahora en aquellos guerreros de fama universal que llevaban
el rosario en la empuñadura de sus espadas, ni en nuestros mayores, aquellos
heroicos húngaros que atacaban al turco llevando el estandarte de María. No es
esto lo principal. Quiero enaltecer cien veces más que a todos los triunfos
logrados sobre los turcos, aquellos millones y millones de triunfos invisibles,
espirituales, que con ayuda de María
lograron tantísimas
personas sobre los viejos enemigos del hombre, sobre los instintos que nos
empujan al pecado.
b) Porque la Virgen
María, toda pura, sólo puede ser honrada dignamente por el alma pura; y para
seguir dignamente sus huellas se necesita una vida según el beneplácito de Dios.
Una vieja leyenda
expresa este pensamiento de un modo admirable.
En el altar de un convento
hay una imagen un tanto extraña de María: tiene rotas las dos manos. En otros
tiempos la imagen estuvo intacta, pero fue mutilada después, en el fragor de la
guerra; y dice la leyenda que ante la estatua, cuando estaba entera, se vieron
atendidas muchas súplicas, pero que ahora, ante la estatua mutilada no se obran
ya milagros; le faltan las manos a la Virgen para levantarlas a Dios rogando
por los hombres.
Pero continúa la
leyenda y dice que si un hombre se arrodillase ante la estatua y rezase de esta
manera: «Virgen Santísima, Madre mía, aquí tienes mis manos; son tan limpias,
tan suaves, tan incontaminadas que me atrevo a ofrecértelas para sustituir las tuyas...»,
entonces se reanudarían los milagros.
¿Sientes, lector
amigo, el profundo simbolismo de la leyenda? El alma hundida en el pecado y las
manos manchadas honran en vano a María. Primero hemos de lavar con lágrimas de
arrepentimiento toda la suciedad que tienen pegada; y sólo después podemos atrevernos
a mirar el rostro siempre puro, limpio, siempre bello de María.
Sí, porque toda su
figura es apoteosis del espíritu que triunfa sobre la materia..., y ¿quién
puede negar que los hombres necesitan urgentemente triunfar de los intereses
materiales que ahogan toda espiritualidad? Nuestra terminología y nuestro
ideario se amoldó a la tierra, y no sabemos expresarnos más que con términos de
financiero, y en todos nuestros pensamientos, planes y trabajos falta siempre
algo difícil de nombrar con palabras concretas: falta un alma que aspire a las
alturas, ojos que miren más allá de la materia, un vuelo que no se contente con
las posibilidades terrenas.
B) Y al hablar de la
influencia del culto de María en la moral, es muy lógico que nuestros
pensamientos vuelen espontáneamente a la figura de la de la Virgen Inmaculada,
que robustece y defiende la pureza espiritual.
a) En Budapest,
delante del Hospital de San Roque, hay una hermosa imagen de María con esta
inscripción: «Tota pulchra es, Maria»... «Eres toda bella, oh María; y
no hay en ti mancha original...»
¡No hay en ti culpa
original! Es esto lo que significa la Concepción Inmaculada. Pero esta
expresión: «Virgen Inmaculada» la entendemos también en otro sentido. La
solemos aplicar a la vida completamente pura de María, a su pureza moral y
espiritual. Y si en todo tiempo fue necesario proponer a los hombres el sublime
y noble ideal de la pureza del alma, lo es también ahora, principalmente ahora,
cuando en este problema el mundo anda del todo desquiciado.
Tiene la Religión de
Cristo en este punto un magnífico lema: «Puros hasta el altar, fieles hasta
la muerte»; una vida del todo pura y continente hasta el altar nupcial, y
una fidelidad conyugal hasta que la muerte les separe.
Ahí está nuestro
ideal...; pero, ¡ay! ¿Es posible cumplirlo aún hoy día? ¿Aún hoy, en medio de
tanta corrupción moral?
Tal vez alguno me
arguya: «Antiguamente no eran mejores los hombres.»
Realmente hubo en
todos los tiempos hombres malos y hombres buenos; y no afirmo —porque sería
sobrada candidez— que en los llamados «antiguos buenos tiempos » todo el mundo haya
sido realmente un santo. Pero ¿sabéis cuál es la enorme diferencia entre lo
pasado y lo presente? En los viejos tiempos al pecado se le daba el nombre de
pecado, y para cometerlo se tenían que ocultar los hombres en la oscuridad.
Pero ¿ahora? Los hombres excusan, más aún, pretenden justificar la caída moral,
y en algunos casos hasta se hace ostentación de los desórdenes morales. Hoy día
el pecado sale de su escondrijo y, desvergonzado, hace su trabajo a la luz del
día. Sí, también hubo pecadores entre los antiguos, pero por lo menos se les
daba este nombre.
¿Qué ocurre hoy?
¿Qué pasa en torno nuestro? La impureza hace estragos en los jóvenes y en
adultos..., ¡y ni siquiera nos escandalizamos! El veneno se propaga por
doquier… películas, anuncios, teatros, escaparates, libros… destruyendo la vida
espiritual, la coherencia moral, la generosidad, la patria, el porvenir.
¿Quién puede
servirnos de ayuda en este trance? ¿Quién puede oponerse esta corriente de
degradación moral? ¿Quién puede tender la mano a los que están a punto de
ahogarse? ¿Quién sino la Virgen Inmaculada, la sin mancilla, la Purísima? Contemplad
una imagen de María, pintada por Murillo...; contemplad... iba casi a decir esta
oración en colores. Mirad ¡qué bella es la Virgen! En torno suyo vuelan ángeles
y admiran su hermosura. Pero no mira la Virgen hacia nosotros, ni hacia los
ángeles, sino que clava la vista en las alturas, de donde bajan todas las luces
que la envuelven. En aquel mar inaccesible de luz habita Dios, la pureza
eterna; y María es la realización humana más perfecta de tal pureza. Y mientras
contemplamos el cuadro, nuestras miradas se alzan también, pasan de María hacia
las alturas, al «Padre de la luz», a la fuente inagotable y eterna de la
pureza.
b) Y solamente ahora
comprendemos de veras lo que nos enseña la Virgen Inmaculada revestida del
sol y coronada de doce estrellas. Nos enseña el camino de la verdadera
grandeza. No lo que pregona al mundo. Porque también el mundo tiene su
Evangelio propio y su Credo peculiar. Su Evangelio reza de esta manera: Sed
como Dios, omniscientes y todopoderosos, y poned vuestro trono por encima del
cielo. Y su Credo es como sigue: Creo, pero únicamente en mí mismo.
Mas he ahí que
resuena el Evangelio y el Credo de la Inmaculada: ¿Quieres de verdad ser
grande? Es un deseo natural, un deseo antiguo que anida en cada hombre. La
cuestión está en esto: ¿te contentas con las apariencias o anhelas la realidad?
¿Quieres ser grande a fuerza de rebeldía, o a fuerza de obediencia? ¿Por medio
del orgullo o por medio de la gracia? ¿Sólo quieres ser hombre, o también
cristiano? Son hombres aquellos en cuyos cuerpos habita el alma; y cristianos
aquellos en cuyas almas habita Dios. El cuerpo en que no hay alma, no es hombre
vivo, sino cadáver en vías de putrefacción; y el alma en que no habita Dios, no
es alma viva, cristiana, no es alma divina.
Y, sin embargo, el
Hijo de Dios —dice SAN AGUSTÍN— se hizo hombre para que pudiera el hombre ser
dios. Y ahí está el valor más profundo del cristianismo, y esto es lo que nos
enseña la imagen de la Inmaculada, al invitarnos a nosotros, hechos de barro y
fango e inclinaciones vergonzosas, a subir hacia las alturas divinas: «A
todos los que le recibieron, (a Cristo), a los que creen en su nombre,
les dio poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Y aun cuando el
cristiano transformase toda la tierra en paraíso, aunque hiciera cesar todos
los males, sufrimientos, miseria y muerte, con todo no sería más que metal que
suena o campana que retumba si no pudiera producir el cambio maravilloso,
santo, que supone levantar al hombre mezquino, mortal, de continuos tropiezos,
y hacerlo «participar de la divina naturaleza» ().
Y para poder creer
esta dicha inefable, para podernos convencer de esta posibilidad, basta
levantar los ojos a la Inmaculada, la cual, siendo criatura, limitada, terrena,
vivía del todo en Dios y vivía por Dios. ¡Mira cómo llena su alma el
océano de la vida sobrenatural! ¡Mira cuán invencible se hizo su alma por la
fuerza que le comunicaba la unión con Dios! ¡Mira cómo brilla su rostro por las
luces de la cercanía de Dios! Dios te salve, llena de gracia. Dios te salve,
llena de Dios. Dios te salve, tú, que tienes por corona las estrellas, por
vestido el sol y posas tus plantas sobre la luna.
¿No sientes que a
nuestro mundo pecador, agotado, moribundo, sólo pueden salvarlo y sustraerlo al
castigo de Dios los que son realmente hijos de la Inmaculada? ¿De la Virgen
María, llena de gracia, llena de santidad, llena de Dios?
Existe una imagen
mariana del siglo VI, procedente de Rusia: María está erguida en un mar de
rayos; y en su pecho, en el sitio de su corazón, se dibuja Cristo, como sol,
como hostia rodeada de haces de luz. ¿Qué es lo que quiere expresar? Que el
corazón de María estaba ocupado por Cristo, allí vivía El, y así María era un ostensorio,
un tabernáculo vivo. Por fuera María..., por dentro Jesús. Por fuera
hombres..., por dentro Jesús. Por fuera un estudiante más, un empleado, obrero,
juez, maestro, ingeniero, costurera,
ama de casa..., por dentro
Jesús.
Y realmente, ¿quién
podría contar los millones y centenares de millones de jóvenes y adultos, de
pequeños y grandes, que, aun en medio de fuertes tentaciones, fueron
preservados por el culto de María, por la Virgen Purísima?
III
¿QUÉ ES LA MUJER SIN MARÍA?
Después de lo dicho,
nadie puede dudar cuál haya de ser nuestra contestación a la tercera pregunta
que propusimos al principio del capítulo. No cabe ni sombra de duda: si se
suprimiera el culto mariano, la corrupción moral de la sociedad se recrudecería
y la mujer caería nuevamente en un estado precario.
A) Cuanto más
espantoso sea el desenfreno moral de nuestra época, y cuanto más se asemeje a
la inmoralidad del antiguo paganismo, tanto más hemos de mirar con redoblada
confianza a la Virgen Madre, que nos alienta a vivir una vida más limpia y más dichosa.
¿Sabes cuál es el
mayor defecto en este mundo moderno? Que faltan en medio de nosotros mujeres
del tipo de María, mujeres dignas de recibir la salutación angélica. Abundan
las mujeres atrevidas, provocativas, licenciosas, que no hacen más que pregonar
la vaciedad de sus almas...,
¡Qué denigrantes
teorías se propalan respecto de la mujer, contra la maternidad, contra los
hijos! ¡Salas de baile..., concursos de belleza..., modas indecentes...,
playas..., matrimonios a prueba..., matrimonios de week-end..., por
todas partes inmoralidad y podredumbre espiritual!
¿Cómo podremos remediar
todo esto? Propagando la devoción a la Virgen María.
B) Cuando la mujer
pierde su pureza y la vida espiritual, su mejor «yo», se apaga también en los
varones el respeto de la mujer, y como consecuencia triunfa la animalidad
desenfrenada.
Conforme se mantiene
la mujer, queda en pie o se derrumba la vida humana. Donde la mujer se rebaja a
objeto de placer, impera los instintos naturales, la vida de los sentidos; pero
cuando la mujer imita la delicadeza y pudor de María, allí florece la verdadera
cultura, la dignidad humana. Cuando la mujer pierde su manera de ser delicada,
su pudor, su auto estima, el hombre pierde su respeto hacia ella, y comienza la
ruina de la sociedad.
El que haya todavía
mujeres —y con abundancia, ¡gracias a Dios!— que tratan de imitar las virtudes
de la Virgen María, sosteniendo la vida familiar, dando la vida por sus hijos…
es una bendición para la sociedad, un signo de verdadera cultura. Porque la
cultura humana tiene su más bella flor en el culto a María? «Cultura» significa
«refrenar las fuerzas salvajes». Y si esto es así, entonces podemos afirmar sin
temor que todo el conjunto de los
inventos técnicos no valen
tanto para la verdadera cultura humana como el culto de la «Virgen Inmaculada»,
de la «Virgen Purísima»
* * *
Cuanto más virulento
sea el ataque que nos dirija el espíritu del nihilismo moral, del materialismo
y neopaganismo, tanto más hemos de levantar nuestros ojos confiados con
ardientes anhelos hacia la Virgen María, llena de gracia. Y cuanto más nos abrume
la corrupción del mundo, con tanto más fervor hemos de dirigir nuestras
súplicas a nuestra Madre.
Madre Bendita, ruega
por nosotros. Danos la fuerza para saber enfrentar, decidida y valerosamente,
tantos ataques y burlas contra nuestro ser de cristianos.
Extiende sobre
nosotros tu manto protector para que haya entre nosotros jóvenes de mirada
limpia como la tuya. Ayúdanos para que las chicas jóvenes sepan apreciar la
alta dignidad en que tú las has colocado. Ayúdanos para que nosotros, tus hijos
fieles, seamos también «Isola Bella», «Isla Hermosa», en medio de tantos huracanes
desatados de corrupción moral...
Oh Virgen María,
concebida sin pecado, ruega por nosotros,
sé nuestro refugio y
amparo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario