El
que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros.
Rom. 8, 32.
Qui
proprio Filio suo non pepercit, sed pro nobis omnibus tradidit illum
Considera
que habiéndonos dado el eterno Padre a su mismo Hijo por mediador, por abogado
cerca de él mismo, y por víctima en satisfacción de nuestros pecados, nosotros
no podemos ya desconfiar de alcanzar de Dios cualquiera gracia que le pidamos,
valiéndonos del medio de un tal intercesor: ¿Cómo no nos donó con este Redentor
todas las cosas? añade san Pablo. ¿Qué cosa nos negará ya Dios, no habiéndonos
negado a su Hijo? Ninguna de nuestras súplicas merece ser oída ni atendida del
Señor; porque no somos dignos de gracias, sí es de castigo por nuestros
pecados; pero ciertamente merece ser oído Jesucristo que intercede por
nosotros, y ofrece todos los padecimientos de su vida, su sangre y su muerte.
No
puede negar cosa alguna el Padre a un Hijo tan amado, que le ofreció un precio
de infinito valor. Él es inocente, y aunque paga a la divina justicia es para
satisfacer nuestras deudas; y su satisfacción es infinitamente mayor que todos
los pecados de los hombres. No sería justo que pereciese un pecador, el cual se
arrepiente de sus culpas, y ofrece a Dios los méritos de Jesucristo, quien las
ha satisfecho por él sobreabundantemente. Démosle, pues, gracias a Dios, y
esperémoslo todo en los méritos de Jesucristo.
Afectos
y súplicas.
No,
mi Dios y mi Padre, no puedo ya desconfiar de vuestra misericordia; no puedo
temer que me neguéis el perdón de todas las ofensas que os he hecho, y que no
me deis todas las gracias que necesito para salvarme, cuando me habéis dado a
vuestro Hijo a fin de que os lo ofrezca por mí. Vos puntualmente para
perdonarme y hacerme merecedor de vuestras gracias, me lo habéis donado y me
mandáis que os le ofrezca, y que por sus méritos espere mi salvación.
Yo
os ofrezco, pues, los merecimientos de vuestro hijo Jesús, y por ellos espero
la gracia que repare mi debilidad, y todos los daños que me he acarreado con mis
pecados.
Me
arrepiento, bondad infinita, de haberos ofendido; yo os amo sobre todas las
cosas, y de hoy en adelante os prometo no amar a otro que a Vos; pero éste mi
propósito ¿de qué servirá, si Vos no me ayudáis? Por el amor de Jesucristo
dadme la santa perseverancia y vuestro amor; dadme, luz y fuerza para seguir en
todo vuestra santa voluntad. Fiado en los méritos de vuestro Hijo, espero que
me oiréis.
María, madre y
esperanza mía, también os suplico por amor del mismo Jesucristo que me
alcancéis estas gracias. Madre mía, escuchadme.
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