Entrevista telefónica al
Cardenal Gerhard Müller
realizada por la Brújula Cotidiana
Eminencia, para muchos fieles, al sufrimiento de la
enfermedad se añade, ahora, el sufrimiento de la prohibición de participar en
la misa, incluso la negación de celebrar los funerales y, sobre todo, la
justificación de todo ello por parte de la jerarquía eclesiástica.
Es algo muy grave, es el pensamiento laicista que ha
entrado en la Iglesia. Una cosa es tomar medidas cautelares para minimizar los
riesgos de contagio, otra muy distinta es prohibir la liturgia. La Iglesia no
es cliente del Estado, y ningún obispo tiene derecho a prohibir la Eucaristía
de este modo. Incluso hemos visto a sacerdotes castigados por sus obispos por
haber celebrado la misa con pocas personas: todo esto significa verse como
funcionarios del Estado. Pero nuestro pastor supremo es Jesucristo, no Giuseppe
Conte. El Estado tiene su tarea y la Iglesia la suya.
A muchos les parece difícil conciliar el deber hacia el
Estado con la exigencia del culto público a Dios.
Hay que rezar también públicamente porque nosotros sabemos
que todo depende de Dios. Dios es la causa universal; después tenemos la causa
secundaria que pasa por nuestra libertad. En todo lo que sucede, nosotros,
criaturas finitas, no sabemos cuánto depende de la causalidad de Dios y cuánto
de la nuestra: este es el punto de la oración. Debemos rezar a Dios para
superar los desafíos de nuestra vida personal y social, pero sin olvidarnos de
la dimensión transcendente, la visión de la vida eterna y de la unión íntima
con Dios y con Jesucristo también en nuestro sufrimiento. Estamos llamados a cargar
sobre nuestros hombros, cada día, nuestra cruz, pero también tenemos que
explicar a los fieles sus sufrimientos con los conceptos del Evangelio.
Prohibir la participación a la liturgia va en dirección opuesta. Tomar
determinadas medidas externas es tarea del Estado; la nuestra es defender la
libertad e independencia de la Iglesia y su superioridad en la dimensión
espiritual. No somos una agencia subordinada al Estado.
Muchos, también entre los sacerdotes y obispos, se están
dando cuenta de que se corre el riesgo evidente de confundir el sentido de la
liturgia con toda esta proliferación de misas televisadas y en streaming.