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viernes, 31 de julio de 2020

Encíclica Mens Nostra sobre los ejercicios espirituales - Pío XI


CARTA ENCÍCLICA

MENS NOSTRA

DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI

SOBRE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


INTRODUCCIÓN

1. A ninguno de vosotros, venerables hermanos, se le oculta cuál fue nuestra intención o nuestro ánimo cuando, al comenzar este año, anunciamos al orbe católico un jubileo extraordinario para celebrar el quincuagésimo aniversario de aquel día en que, recibida la ordenación sacerdotal, ofrecimos por vez primera el santo sacrificio del altar.

Porque, como solemnemente declaramos en la constitución apostólica Auspicantibus Nobis, promulgada el día 6 de enero de 1929 1, con dicha celebración no sólo queríamos que nuestros queridos hijos, la gran familia cristiana confiada a nuestro corazón por el benignísimo Corazón Divino, participasen en la alegría de su Padre común, y unidos con él diesen gracias al Supremo Dador de todo bien, sino que, además y sobre todo, abrigábamos la dulce esperanza de que, franqueados con paternal liberalidad los tesoros celestiales de que el Señor nos ha hecho dispensadores, tendrían los fieles dichosa oportunidad para fortalecerse en la fe, crecer en la piedad y perfección cristiana y ajustar fielmente a las normas del Evangelio las costumbres públicas y privadas; con lo cual, y como fruto hermosísimo de la total pacificación de cada uno consigo mismo y con Dios, se podría esperar la mutua pacificación de las almas y de los pueblos.

2. No fue vana nuestra esperanza. Porque aquel encendido ardor de devoción, con que fue acogida la promulgación del jubileo, lejos de menguar con el transcurso del tiempo, ha ido creciendo cada vez más, ayudando a ello el Señor con memorables acontecimientos que harán imperecedera la memoria de este año, verdaderamente de salud.

Con indecible consuelo hemos podido ver, en gran parte con nuestros propios ojos, este magnífico aumento de fe y de piedad, y entrañablemente nos hemos complacido en contemplar tan gran muchedumbre de hijos queridísimos, a los cuales pudimos recibir en nuestra casa y, por decirlo así, estrechar con paternal afecto contra nuestro corazón.

Hoy, mientras desde lo más íntimo del alma elevamos al Padre de la misericordia un ardiente himno de gratitud por tantos y tan señalados frutos como El se dignó producir, madurar y cosechar en su viña durante este Año Jubilar, nuestra pastoral solicitud nos mueve e impulsa a procurar que de tan prósperos comienzos resulten en lo sucesivo grandes y permanentes beneficios para la felicidad y salvación de los individuos, y, por tanto, de toda la sociedad.

3. Y meditando Nos cómo podría esto conseguirse, recordamos que nuestro predecesor, de f. m., León XIII, al promulgar en otra ocasión el santo jubileo, con palabras gravísimas, que hacíamos nuestras en la citada constitución Auspicantibus Nobis2, exhortaba a todos los fieles a recogerse algún tiempo para poner en cosas mejores sus pensamientos apegados a la tierra3, y recordamos también cómo nuestro predecesor, de s. m., Pío X, tan celoso promotor y ejemplo vivo de santidad sacerdotal, al promulgar en el año jubilar de su sacerdocio una piadosísima y memorable exhortación al clero católico4, daba enseñanzas preciosas y escogidas para elevar a mucha altura el edificio de la vida espiritual.

4. Siguiendo, pues, las huellas de estos Pontífices, hemos juzgado oportuno hacer también Nos algo, aconsejando una práctica excelente, de la cual esperamos que el pueblo cristiano sacará muchísimo y extraordinario provecho. Nos referimos a la práctica de los Ejercicios espirituales, que deseamos ardientemente se promueva y difunda más y más cada día, no sólo en ambos cleros, sino también entre las agrupaciones de seglares católicos, y que nos complacemos en dejar a nuestros amados hijos como recuerdo de nuestro Año Jubilar.

Lo cual hacemos con tanto mayor gusto, al declinar ya el año del quincuagésimo aniversario de nuestra primera Misa, cuanto que nada nos puede ser más grato que recordar las celestiales gracias e inefables consolaciones que muchas veces hemos experimentado al hacer los Ejercicios espirituales, con cuya práctica asidua hemos marcado como con otros tantos jalones las distintas etapas de nuestra vida sacerdotal, y hemos sacado luz y alientos para conocer y cumplir el divino beneplácito. Nada nos es más grato, finalmente, que recordar cuanto en todo el transcurso de nuestro ministerio sacerdotal trabajamos por instruir al prójimo en las cosas del cielo por medio de los mismos Ejercicios, con tanto fruto y tan increíble provecho de las almas, que con razón juzgamos que los Ejercicios espirituales son y constituyen un especial medio para alcanzar la eterna salvación.

I. IMPORTANCIA, OPORTUNIDAD
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS

Su valor en nuestro tiempo

jueves, 7 de junio de 2018

Acto de reparación al Sagrado Corazón de Jesús - Pío XI



Acto de Reparación
al Sagrado Corazón de Jesús

del Papa Pio XI


¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón.

Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.

jueves, 26 de octubre de 2017

Ingravescentibus malis - Acerca del Santo Rosario de la Santísima Virgen - Pío XI

Carta Encíclica
Ingravescentibus malis
PÍO XI
Acerca del Santo Rosario de la Santísima Virgen
29 de septiembre de 1937

María y la historia de la Iglesia - Los peligros del mundo moderno - Erigir la confianza en Dios - Las plegarias a María. El Santo Rosario - El Rosario es eficaz remedio contra los males presentes - El Rosario en familia



1. Introducción
No solamente una vez hemos afirmado —como recientemente lo hemos hecho en la Carta Encíclica Divini Redemptoris—, que a los males cada vez más graves de nuestro tiempo no se puede dar otro remedio que el del retorno a Nuestro Señor Jesucristo y a sus santísimos preceptos. Sólo Él tiene palabras de vida eterna (Juan 6, 69. ); y ni los individuos ni la sociedad pueden hacer cosa alguna que pronto y miserablemente no decaiga, si dejan aparte la majestad de Dios y repudian su ley.
Mas quien estudie con diligencia los anales de la Iglesia Católica, fácilmente verá unido a todos los fastos del nombre cristiano el poderoso patrocinio de la Virgen Madre de Dios.

2. María y la historia de la Iglesia
Y en efecto, cuando los errores difundiéndose por doquiera se obstinaban en dilacerar la túnica inconsútil de la Iglesia y en perturbar el orbe católico, nuestros padres con ánimo confiado se dirigieron a aquélla que sola ha destruido todas las herejías del mundo (1), y la victoria alcanzada por medio de Ella trajo tiempos más serenos.
Y cuando el impío poder mahometano, confiando en poderosas flotas y en ejércitos aguerridos, amenazaba con la ruina y la esclavitud a los pueblos de Europa, entonces por insinuación del Sumo Pontífice se imploró fervorosamente la protección de la Madre Celestial, y los enemigos fueron derrotados y sus navíos sumergidos.
Y como en las calamidades públicas así también en sus necesidades privadas, los fieles de todas las épocas se dirigieron suplicantemente a María, para que ella, tan benigna, acudiese en su socorro, impetrando alivio y remedio para los dolores del cuerpo y del alma. Y nunca fue esperada en vano su poderosa ayuda por los que la imploraron con piadosa y confiada plegaria.

3. Los peligros del mundo moderno

jueves, 5 de septiembre de 2013

Oraciones por la paz hechas por los Papas

Papa León XIII
Oh, Señor, Tú ves como por todas partes los vientos han estallado y el mar se convulsiona con la gran violencia de las olas crecientes.
Ordena, te lo pedimos, que calmes los vientos y los mares.
Restaura la paz entre nosotros, esa paz que solo Tú nos puedes ofrecer y restaura la armonía social.
Bajo tu mirada protectora y tu inspiración puedan los hombres y mujeres volver al orden, venciendo la codicia, convirtiéndonos en lo que debemos ser, reflejo del amor de Dios, de la justicia, de la caridad con el prójimo, haciendo uso ordenado de todas las cosas.
Haz que tu reino llegue.
Que todos puedan reconocer que están sujetos a Tí, y que deben servirte, porque eres la verdad y la salvación; que sin Tí, todo lo que se hace es en vano.
Tu ley, Señor, es justa y paternalmente bondadosa.
Tú estás siempre a nuestro lado con tu fuerza y tu poder abundante para ayudarnos.
La vida en la tierra es una guerra, pero Tú ayudas al ser humano a conquistar lo que necesita.
Tú sostienes al débil y lo coronas con la victoria.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Encíclica con la que Pío XI instituye la fiesta de Cristo Rey : Quas Primas

CARTA ENCÍCLICA
QUAS PRIMAS
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LA FIESTA DE
CRISTO REY
          En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.
          Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
La «paz de Cristo en el reino de Cristo»
          1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.
          2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.
          Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?

viernes, 1 de junio de 2012

Sagrado Corazón - Pío XI - MISERENTISSIMUS REDEMPTOR

"MISERENTISSIMUS REDEMPTOR"
Carta encíclica
sobre la expiación
que todos deben
al Sagrado Corazón de Jesús
PÍO XI
(8-V-1928)

Aparición de Jesús a Santa
Margarita María de Alacoque

1. Nuestro Misericordiosísimo Redentor, después de conquistar la salvación del linaje humano en el madero de la Cruz y antes de su ascensión al Padre desde este mundo, dijo a sus apóstoles y discípulos, acongojados de su partida, para consolarles: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Voz dulcísima, prenda de toda esperanza y seguridad; esta voz, venerables hermanos, viene a la memoria fácilmente cuantas veces contemplamos desde esta elevada cumbre la universal familia de los hombres, de tantos males y miserias trabajada, y aun la Iglesia, de tantas impugnaciones sin tregua y de tantas asechanzas oprimida.
Esta divina promesa, así como en un principio levantó los ánimos abatidos de los apóstoles, y levantados los encendió e inflamó para esparcir la semilla de la doctrina evangélica en todo el mundo, así después alentó a la Iglesia a la victoria sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se vio cercada de más graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquella divina Sabiduría que «toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone con suavidad» (Sal 8,1). Pero «no se encogió la mano del Señor» (Is 59, 1) en los tiempos más cercanos; especialmente cuando se introdujo y se difundió ampliamente aquel error del cual era de temer que en cierto modo secara las fuentes de la vida cristiana para los hombres, alejándolos del amor y del trato con Dios.
Mas como algunos del pueblo tal vez desconocen todavía, y otros desdeñan, aquellas quejas del amantísimo Jesús al aparecerse a Santa Margarita María de Alacoque, y lo que manifestó esperar y querer a los hombres, en provecho de ellos, plácenos, venerables hermanos, deciros algo acerca de la honesta satisfacción a que estamos obligados respecto al Corazón Santísimo de Jesús; con el designio de que lo que os comuniquemos cada uno de vosotros lo enseñe a su grey y la excite a practicarlo.
2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia» (Col 2, 3).
Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes» (Gén 2, 14), así en los turbulentísimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como implacable juez, el benignísimo Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate. A este propósito, nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, en su encíclica Annum Sacrum, admirando la oportunidad del culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, no vaciló en escribir: «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En El han de colocarse todas las esperanzas; en El han de buscar y esperar la salvación de los hombres».

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