CARTA ENCÍCLICA
MENS NOSTRA
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
INTRODUCCIÓN
1. A ninguno de
vosotros, venerables hermanos, se le oculta cuál fue nuestra intención o
nuestro ánimo cuando, al comenzar este año, anunciamos al orbe católico un
jubileo extraordinario para celebrar el quincuagésimo aniversario de aquel día
en que, recibida la ordenación sacerdotal, ofrecimos por vez primera el santo
sacrificio del altar.
Porque, como
solemnemente declaramos en la constitución apostólica Auspicantibus Nobis,
promulgada el día 6 de enero de 1929 1, con dicha
celebración no sólo queríamos que nuestros queridos hijos, la gran familia
cristiana confiada a nuestro corazón por el benignísimo Corazón Divino, participasen
en la alegría de su Padre común, y unidos con él diesen gracias al Supremo
Dador de todo bien, sino que, además y sobre todo, abrigábamos la dulce
esperanza de que, franqueados con paternal liberalidad los tesoros celestiales
de que el Señor nos ha hecho dispensadores, tendrían los fieles dichosa
oportunidad para fortalecerse en la fe, crecer en la piedad y perfección
cristiana y ajustar fielmente a las normas del Evangelio las costumbres
públicas y privadas; con lo cual, y como fruto hermosísimo de la total
pacificación de cada uno consigo mismo y con Dios, se podría esperar la mutua
pacificación de las almas y de los pueblos.
2. No fue vana nuestra
esperanza. Porque aquel encendido ardor de devoción, con que fue acogida la
promulgación del jubileo, lejos de menguar con el transcurso del tiempo, ha ido
creciendo cada vez más, ayudando a ello el Señor con memorables acontecimientos
que harán imperecedera la memoria de este año, verdaderamente de salud.
Con indecible consuelo
hemos podido ver, en gran parte con nuestros propios ojos, este magnífico
aumento de fe y de piedad, y entrañablemente nos hemos complacido en contemplar
tan gran muchedumbre de hijos queridísimos, a los cuales pudimos recibir en
nuestra casa y, por decirlo así, estrechar con paternal afecto contra nuestro
corazón.
Hoy, mientras desde lo
más íntimo del alma elevamos al Padre de la misericordia un ardiente himno de
gratitud por tantos y tan señalados frutos como El se dignó producir, madurar y
cosechar en su viña durante este Año Jubilar, nuestra pastoral solicitud nos
mueve e impulsa a procurar que de tan prósperos comienzos resulten en lo
sucesivo grandes y permanentes beneficios para la felicidad y salvación de los
individuos, y, por tanto, de toda la sociedad.
3. Y meditando Nos
cómo podría esto conseguirse, recordamos que nuestro predecesor, de f. m., León
XIII, al promulgar en otra ocasión el santo jubileo, con palabras gravísimas,
que hacíamos nuestras en la citada constitución Auspicantibus Nobis2, exhortaba a todos los fieles a recogerse algún
tiempo para poner en cosas mejores sus pensamientos apegados a la tierra3, y recordamos también cómo nuestro predecesor, de s. m.,
Pío X, tan celoso promotor y ejemplo vivo de santidad sacerdotal, al promulgar
en el año jubilar de su sacerdocio una piadosísima y memorable exhortación al
clero católico4, daba enseñanzas
preciosas y escogidas para elevar a mucha altura el edificio de la vida
espiritual.
4. Siguiendo, pues,
las huellas de estos Pontífices, hemos juzgado oportuno hacer también Nos algo,
aconsejando una práctica excelente, de la cual esperamos que el pueblo
cristiano sacará muchísimo y extraordinario provecho. Nos referimos a la
práctica de los Ejercicios espirituales, que deseamos ardientemente se promueva
y difunda más y más cada día, no sólo en ambos cleros, sino también entre las
agrupaciones de seglares católicos, y que nos complacemos en dejar a nuestros
amados hijos como recuerdo de nuestro Año Jubilar.
Lo cual hacemos con
tanto mayor gusto, al declinar ya el año del quincuagésimo aniversario de
nuestra primera Misa, cuanto que nada nos puede ser más grato que recordar las
celestiales gracias e inefables consolaciones que muchas veces hemos
experimentado al hacer los Ejercicios espirituales, con cuya práctica asidua
hemos marcado como con otros tantos jalones las distintas etapas de nuestra
vida sacerdotal, y hemos sacado luz y alientos para conocer y cumplir el divino
beneplácito. Nada nos es más grato, finalmente, que recordar cuanto en todo el
transcurso de nuestro ministerio sacerdotal trabajamos por instruir al prójimo
en las cosas del cielo por medio de los mismos Ejercicios, con tanto fruto y
tan increíble provecho de las almas, que con razón juzgamos que los Ejercicios
espirituales son y constituyen un especial medio para alcanzar la eterna
salvación.
I. IMPORTANCIA,
OPORTUNIDAD
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS
Su valor en nuestro
tiempo