Meditación de Jesús sobre
pajas
para rezarla el 29 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía.
para rezarla el 29 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía.
Meditación V
De Jesús sobre la paja
Nace Jesús en el establo de
Belén. Allí la pobre Madre no tiene ni lana, ni plumas, para preparar lecho al
tierno Niño. En tal situación ¿qué hace María? Reúne un montoncito de paja
dentro un pesebre, y sobre ella recostó al Hijo: Et reclinavit eum in
proesepio.
Pero ¡Oh Dios! Que esta es
cama muy dura y penosa para un infantillo recién nacido. Sus miembros son muy
tiernos, y especialmente los de Jesús, formado con delicadeza especial por el
Espíritu Santo, a fin de que fuese más sensible a las penas: motivo por el que
se hizo muy dolorosa la de un lecho tan duro.
Pena y oprobio; porque ¿hubo jamás hijo alguno, aún del hombre más
plebeyo y olvidado, que fuese expuesto al nacer sobre la paja? Ella es el lecho
propio de los animales, ¡y el Hijo de Dios no tiene otra sobre la tierra!
San Francisco de Asís,
estando sentado un día a la mesa, oyó leer las sobredichas palabras del
Evangelio: Y le reclinó en un pesebre, y al momento dice: ¿Cómo? Mi Señor está
sobre la paja, ¿y he de estar yo sentado? Levantóse en seguida de su asiento,
se echó en el suelo, y allí concluyó su pobre comida mezclándola con lágrimas
de ternura, que derramaba al considerar lo que padeciera el niño Jesús estando
recostado sobre cama tan dura.
Pero ¿porqué María, que
tanto había deseado ver nacido a este Hijo, porqué la Señora que tanto le
amaba, no le retenía entre sus brazos, en vez de ponerle a padecer sobre el
pesebre? Misterio es esto, dice santo Tomás de Villanueva: “Ni le hubiera
colocado en tal lugar, si en ello no se obrase algún misterio”.
Muchos lo explican de diversos modos; pero más que todas les agrada
la explicación de San Pedro Damiano, que dice: “Quiso Jesús, apenas había
nacido, ser puesto sobre la paja, para enseñarnos la mortificación de los
sentidos”.
El mundo estaba perdido por
los placeres sensuales. Por los mismos se había perdido Adán y tantos
descendientes suyos hasta aquel momento. Vino el Verbo eterno del cielo a
enseñarnos el amor de padecer, y comenzó de niño a darnos lecciones, eligiendo
para sí los más ásperos padecimientos que pudo sufrir un recién nacido.
De aquí, pues, fue que él
mismo inspiró a la Madre dejase de tenerlo sobre su regazo, y lo recostase en
aquel duro lecho, a sentir en mayor grado el frío de aquella gruta, y las
punzadas de aquellas toscas pajas.
Afectos y súplicas
¡Oh enamorado de almas! ¡Oh
amable Redentor mío! Con qué ¿no os basta la pasión dolorosa que os espera, la
muerte amarga que os está preparada sobre la cruz, sino que desde el principio
de vuestra vida, desde niño ya queréis comenzar a padecer?
Sí, porque desde niño
queréis Vos comenzar a ser mi Redentor, y satisfacer a la divina justicia por
mis pecados. Elegís por cama la paja, para librarme del fuego del infierno, en
el que mil veces he merecido ser arrojado.
Lloráis, y dais vagidos
producidos por el dolor que os causa tan penoso lecho, para alcanzarme con
vuestras lágrimas el perdón de vuestro Padre.
¡Ah! Que estas vuestras
lágrimas me afligen y consuelan! Me afligen por la compasión viéndoos niño
inocente padecer tanto por delitos que no son vuestros; pero me consuelan
mientras reconozco en vuestros dolores mi salvación, y el amor inmenso que me
tenéis.
Más no quiero, Jesús mío,
dejaros solo, a llorar y penar. Quiero también llorar yo, que únicamente debo
hacerlo por los disgustos que os he dado. Yo que he merecido el infierno, no
rehúso cualquier pena por recobrar vuestra gracia.
O mi Salvador, perdonadme,
restituidme a vuestra amistad, haced que os ame, y después castigadme como
queráis. Libradme de las penas eternas, y luego tratadme como os agrade. No os
pido en esta vida placeres, porque no los merece quién ha tenido el
atrevimiento de disgustaros a Vos, bondad infinita. Estoy contento de sufrir
todas las cruces que Vos me enviaréis; pero, Jesús mío, quiero amaros.
¡Oh María! Vos que
acompañasteis tan cumplidamente con vuestras penas las de Jesús, alcanzadme la
virtud de sufrir las mías con paciencia. ¡Pobre de mí, si después de tantos
pecados no padezco alguna cosa en esta vida! Y dichoso, si tengo la suerte de
acompañar, padeciendo, a Vos, Madre mía dolorosa, y a mi Jesús siempre afligido
y crucificado por mi amor.
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