Meditación La huída
a Egipto
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Meditaciones para los días de la octava de la epifanía
Meditación III
De la huida de Jesús a Egipto
Aparece el Ángel a
José en sueños, y le da a saber que Herodes andaba buscando a Jesús para
quitarle la vida, por lo que le dice: Levántate y toma el Niño y a su Madre, y
huye a Egipto. Mt. 2.
He aquí, pues, que
apenas ha nacido Jesús, y es perseguido ya de muerte. Herodes es figura de
aquellos miserables pecadores, que tan luego como ven renacido en su alma a
Jesucristo por el perdón, le persiguen de nuevo a muerte volviendo al pecado:
“Buscan al Niño para perderle”. José obedece prontamente a la voz del ángel, y
avisa de ello a la santa Esposa. Toma los pocos instrumentos de su oficio que
podía llevar, y que habían de servirle para procurar en Egipto el sustento a su
pobre familia.
María a la vez reúne
un pequeñito arado de pañales para el uso del santo Niño, y después se dirige
al aposento, se arrodilla ante todas cosas delante de su tierno Infante, le
besa los pies, y después con lágrimas de ternura le dice: ¡Oh Hijo mío! apenas
habéis nacido y venido al mundo para salvar a los hombres, ya estos mismos os
buscan para quitarlos la vida. Dicho esto lo toma, y siguiendo ambos Esposos en
llorar, sierran la puerta, y en la misma noche se ponen en camino.
Ve considerando las
ocupaciones de estos santos peregrinos en tal viaje. Todas las conversaciones
son de su amado Jesús, de su paciencia y de su amor, aliviándose de esta manera
en las penas e incomodidades de tan largo camino.
¡Oh cuán dulce es
padecer a vista de Jesús que padece!
Acompáñate también tú, alma mía, dice san Buenaventura, con estos tres santos y pobres desterrados, y compadécelos en esta peregrinación que hacen tan fatigosa, larga y sin comodidad. Ruega a María que te conceda llevar en tu corazón a su Hijo Divino.
Acompáñate también tú, alma mía, dice san Buenaventura, con estos tres santos y pobres desterrados, y compadécelos en esta peregrinación que hacen tan fatigosa, larga y sin comodidad. Ruega a María que te conceda llevar en tu corazón a su Hijo Divino.
Considera cuánto
debería padecer, especialmente en aquellas noches que había de pasar en el
desierto de Egipto. La desnuda tierra les serviría de lecho al aire libre y
frío. Llora el Niño por dolor. Lloran María y José por compasión. ¡Oh fe santa!
y ¿quién no llorara al ver un Hijo de Dios, que, hecho chiquito, pobre y
abandonado, huye por un desierto para librarse de la muerte?
Afectos y súplicas
Mi amado Jesús, Vos
sois el Rey del cielo, más ahora os veo Niño, andando errante sobre la tierra;
decidme ¿qué andáis buscando? Yo os compadezco cuando os miro tan pobre y
humillado, pero más al veros tratado con tanta ingratitud por aquellos mismos a
quienes habéis venido a salvar.
Vos lloráis, pero
lloro también yo por haber sido uno de tantos que en el tiempo pasado os han
despreciado y perseguido. Pero sabed que ahora aprecio más vuestra gracia que
todos los reinos del mundo; perdonadme, Jesús, mío, todos los malos
tratamientos que os he hecho, y permitid que así como María os llevaba en
brazos cuando huía a Egipto, del mismo modo os lleve yo siempre en el corazón
durante el viaje de mi vida presente a la eternidad. Amado Redentor mío, muchas
veces os he desechado de mi alma, pero ahora espero que hayáis vuelto a
poseerla.
¡Ah! Estrechadla,
pues, a Vos con las dulces cadenas de vuestro amor. Yo no quiero apartaros más
de mí, pero temo ¡quién sabe, si tendré que abandonaros de nuevo, como lo he
hecho anteriormente! ¡Oh mi Señor! Hacedme primero morir que yo haya de usar
esta nueva y horrenda ingratitud.
Os amo, bondad
infinita, y así quiero siempre repetir, yo os amo, yo os amo, yo os amo; y de
esta manera diciendo siempre espero también morir.
¡Ah Jesús mío! Vos
sois muy bueno, muy digno de ser amado; haceos, pues, amar, haceos pues amar de
tantos pecadores que os persiguen; dadles luz, hacedles conocer el amor que les
habéis tenido y el amor que os merecéis, pues que andáis prófugo por la tierra,
Niño tierno y pobre, llorando, temblando de frío y buscando almas que quieran
amaros.
¡Oh María! ¡Oh santa
Virgen! ¡Oh Madre amada y compañera de los padecimientos de Jesús, ayudadme Vos
a llevar y conservar siempre en mi corazón a vuestro Hijo en la vida y en la
muerte.
La sagrada familia nos dan ejemplo de super vivencia, nos enseñan como caminar en estos tiempos tan difíciles por la misma persecución de muchos Herodes que hoy nos quieren asesinar. Sagrada familia rogad por nosotros!
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