martes, 3 de marzo de 2020

Una meditación para la cuaresma - Mons. Luigi Negri


Una meditación para la cuaresma
Monseñor Luigi Negri

El camino de cuaresma debe ser realizado por los hombres que tienen sus corazones repletos con una certeza. Esta certeza, que nos reconcilia con la existencia diaria, es que Cristo está con nosotros: en un abrazo enérgico, un abrazo que ningún poder humano o sobrenatural puede desatar jamás.
 Entonces, la vida no consta en andar corriendo individualmente en busca de la realidad; no es la determinación de expresar nuestras necesidades e intenciones de la manera más adecuada posible. La vida es un don que se entrega cada día por la gracia de Cristo presente en Su Iglesia. 
Por lo tanto, nuestro primer acercamiento a la cuaresma es la sumisión ante a esta certeza: vivir en esta realidad. La realidad de la vida no es lanzarnos al mundo por nuestra propia cuenta a conquistar sabe uno qué; la vida es un don que se nos entrega y que debemos abrazar con todo el poder del entendimiento y el amor en nuestros corazones. Esta certeza – que si Dios está con nosotros no puede haber nadie en contra nuestra – es la base intelectual y moral – y me gustaría decir que incluso es la base psicológica y emocional – de la vida cristiana. 

La vida cristiana es una vida entregada a Cristo, sometida a Su voluntad, dado que es a través de la voluntad de Cristo, abrazado y amado, que la fuerza del espíritu que revivió la existencia de Cristo se manifiesta en nosotros y también revivirá nuestra existencia día tras día. Entonces, la vida es una gracia de la fe, justamente en el sentido de que solo la fe nos permite indagar en los orígenes de la vida y nos dispone a vivir la vida como un viaje con Cristo, y siguiendo a Cristo, para que Sus promesas se cumplan en nosotros. 
Esta certeza y esta cuestión dan forma a la preciosa trama de nuestra vida diaria en los días de la Cuaresma; dan forma a esta preciosa trama que revive o da siempre un significado nuevo a las prácticas de piedad, es decir, las prácticas de la caridad: la capacidad de abrir nuestras vidas a nuestros hermanos, que forman las perlas preciosas de la vida cristiana, particularmente cuando atravesamos la Cuaresma.      
Queremos ver nuestra vida de fe dar un salto hacia adelante cada día; queremos ver que nuestra vida comienza aquí, que se reaviva aquí, con el reconocimiento de que Cristo está presente. Y para recibir un propósito, el mismo propósito que Cristo tuvo en Su vida entera: la misión. Servir al Reino. Hacerlo presente en los corazones de los hombres para que, comprometidos con el Reino, cada uno pueda ser para cada hermano un testigo y un comunicador de vida nueva.  
Una vida nueva que se nos da no para un placer instintivo e individualista, sino para que nuestras vidas estén al servicio del Reino de Dios, que atrae. El Reino de Dios al que Jacopone da Todi se refiere como “el que satisface la fiesta [alegría] que el corazón ha deseado.” 
Por lo tanto, la Cuaresma es un viaje, un viaje con Cristo y siguiendo a Cristo, para que la vida nueva madure en nosotros, transforme nuestra existencia, reviva nuestra inteligencia y nuestro corazón, y nos disponga a ser parte de la gran misión de la Iglesia. Nuestra vida no es para nosotros, es para el Señor. Y es así para cada hombre que vive al lado nuestro; que gracias a nuestra presencia y testimonio, todos nuestros hermanos – este es nuestro deseo – sean investidos por el poder de Cristo y, con nuestra ayuda y testimonio, respondan con toda su inteligencia y libertad.   
Es un viaje bueno y constructivo. Durante la vida de cuaresma, la virtud – homo viator – es condensada; la virtud que capacita a la existencia cristiana para la creatividad, precisamente porque se abandona a la voluntad de Cristo; y el elemento más profundo de esta creatividad es la paz. El cristiano que vive una vida entregada a Cristo se convierte en un promotor de la paz en el mundo, y esta paz dicta los ritmos de la nueva vida humana y la nueva sociedad. Es sobre la paz que se construye el rostro del mundo de Dios que se convierte en nuestro mundo.    
Monseñor Luigi Negri

Arzobispo Emérito de Ferrara-Comacchio



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