Una
meditación para la cuaresma
Monseñor Luigi Negri
El camino de cuaresma debe
ser realizado por los hombres que tienen sus corazones repletos con una
certeza. Esta certeza, que nos reconcilia con la existencia diaria, es que
Cristo está con nosotros: en un abrazo enérgico, un abrazo que ningún poder
humano o sobrenatural puede desatar jamás.
Por lo tanto, nuestro primer acercamiento a la
cuaresma es la sumisión ante a esta certeza: vivir en esta
realidad. La realidad de la vida no es lanzarnos al mundo por nuestra propia
cuenta a conquistar sabe uno qué; la vida es un don que se nos entrega y que
debemos abrazar con todo el poder del entendimiento y el amor en nuestros
corazones. Esta certeza – que si Dios está con nosotros no puede haber nadie en
contra nuestra – es la base intelectual y moral – y me gustaría decir que
incluso es la base psicológica y emocional – de la vida cristiana.
La vida cristiana es una vida entregada a
Cristo, sometida a Su
voluntad, dado que es a través de la voluntad de Cristo, abrazado y amado, que
la fuerza del espíritu que revivió la existencia de Cristo se manifiesta en
nosotros y también revivirá nuestra existencia día tras día. Entonces, la vida
es una gracia de la fe, justamente en el sentido de que solo la fe nos permite
indagar en los orígenes de la vida y nos dispone a vivir la vida como un viaje
con Cristo, y siguiendo a Cristo, para que Sus promesas se cumplan en nosotros.
Esta certeza y esta cuestión dan forma a la preciosa
trama de nuestra vida diaria en los días de la Cuaresma; dan forma a esta preciosa trama que
revive o da siempre un significado nuevo a las prácticas de piedad, es decir,
las prácticas de la caridad: la capacidad de abrir nuestras vidas a nuestros
hermanos, que forman las perlas preciosas de la vida cristiana, particularmente
cuando atravesamos la Cuaresma.
Queremos ver nuestra vida de fe dar un salto hacia
adelante cada día; queremos ver que nuestra vida comienza aquí, que se reaviva aquí,
con el reconocimiento de que Cristo está presente. Y para recibir un propósito,
el mismo propósito que Cristo tuvo en Su vida entera: la misión. Servir al
Reino. Hacerlo presente en los corazones de los hombres para que, comprometidos
con el Reino, cada uno pueda ser para cada hermano un testigo y un comunicador
de vida nueva.
Una vida nueva que se nos da no para un placer
instintivo e individualista, sino para que nuestras vidas estén al servicio del Reino de Dios,
que atrae. El Reino de Dios al que Jacopone da Todi se refiere como “el
que satisface la fiesta [alegría] que el corazón ha deseado.”
Por lo tanto, la Cuaresma es un viaje, un viaje con
Cristo y siguiendo a Cristo, para que la vida nueva madure en nosotros, transforme nuestra
existencia, reviva nuestra inteligencia y nuestro corazón, y nos disponga a ser
parte de la gran misión de la Iglesia. Nuestra vida no es para nosotros, es
para el Señor. Y es así para cada hombre que vive al lado nuestro; que gracias
a nuestra presencia y testimonio, todos nuestros hermanos – este es nuestro
deseo – sean investidos por el poder de Cristo y, con nuestra ayuda y
testimonio, respondan con toda su inteligencia y libertad.
Es un viaje bueno y constructivo. Durante la vida de
cuaresma, la virtud – homo viator – es
condensada; la virtud que capacita a la existencia cristiana para la
creatividad, precisamente porque se abandona a la voluntad de Cristo; y el
elemento más profundo de esta creatividad es la paz. El cristiano que vive una
vida entregada a Cristo se convierte en un promotor de la paz en el mundo, y
esta paz dicta los ritmos de la nueva vida humana y la nueva sociedad. Es sobre
la paz que se construye el rostro del mundo de Dios que se convierte en nuestro
mundo.
Monseñor Luigi Negri
Arzobispo
Emérito de Ferrara-Comacchio
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