SAN JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 8 de noviembre de 1995
Miércoles 8 de noviembre de 1995
La Virgen María en la sagrada Escritura
y en la reflexión
teológica
(Lectura:
capítulo 4 de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas, versículos 4-6)
capítulo 4 de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas, versículos 4-6)
1. En las anteriores catequesis hemos visto que la doctrina de la
maternidad de María, partiendo de su primera formulación, la Madre de
Jesús, pasó luego a la más completa y explícita de Madre de
Dios, hasta la afirmación de su implicación materna en la redención de
la humanidad.
También con relación a
otros aspectos de la doctrina mariana, han sido necesarios muchos siglos para
llegar a la definición explícita de verdades reveladas referentes a María.
Casos típicos de este camino de fe para descubrir de forma cada vez más
profunda el papel de María en la historia de la salvación son los dogmas de la
Inmaculada Concepción y de la Asunción, proclamados, como es bien sabido, por
dos venerados predecesores míos, respectivamente por el siervo de Dios Pío IX
en 1854, y por el siervo de Dios Pío XII durante el jubileo del año 1950.
La mariología es un campo
de investigación teológica particular: en ella el amor del pueblo cristiano a
María ha intuido a menudo con anticipación algunos aspectos del misterio de la
Virgen, atrayendo hacia ellos la atención de los teólogos y de los pastores.
2. Debemos reconocer que, a primera vista, los evangelios brindan
escasa información sobre la persona y la vida de María. Desde luego, hubiéramos
deseado al respecto indicaciones más abundantes, que nos permitieran conocer
mejor a la Madre de Jesús.
Tampoco satisfacen ese deseo los otros escritos del Nuevo
Testamento, en los que se echa de menos un desarrollo doctrinal explícito sobre
María. Incluso las cartas de san Pablo, que nos ofrecen un pensamiento rico
sobre Cristo y su obra, se limitan a decir, en un pasaje muy significativo, que
Dios envió a su Hijo, "nacido de mujer" (Ga 4, 4).
Muy poco se nos dice sobre
la familia de María. Si excluimos los relatos de la infancia, en los evangelios
sinópticos encontramos solamente dos afirmaciones que arrojan un poco de luz
sobre María: una con respecto al intento de los hermanos o
parientes, que querían llevarse a Jesús a Nazaret (cf. Mc 3,
21; Mt 12, 48): la otra, al responder a la exclamación de una
mujer sobre la bienaventuranza de la Madre de Jesús (cf. Lc 11,
27).
Con todo, Lucas, en el
evangelio de la infancia, con los episodios de la Anunciación, la Visitación,
el nacimiento de Jesús, la presentación del Niño en el templo y su encuentro
entre los doctores a la edad de doce años, no sólo proporciona algunos datos
importantes, sino que presenta una especie de protomariología de
fundamental interés. San Mateo completa indirectamente esos datos en el relato
sobre el anuncio a José (cf. Mt 1, 18-25), pero sólo en
relación con la concepción virginal de Jesús.
El evangelio de Juan,
además, profundiza el valor histórico-salvífico del papel que desempeña la
Madre de Jesús, cuando refiere que se hallaba presente al comienzo y al final
de la vida pública. Particularmente significativa es la intervención de María
al pie de la cruz, donde recibe de su Hijo agonizante la misión de ser madre del
discípulo amado y, en él, de todos los cristianos (cf. Jn 2,
1-12 y Jn 19, 25-27).
Los Hechos de los
Apóstoles, por último, recuerdan expresamente a la Madre de Jesús entre las
mujeres de la primera comunidad, que esperaban Pentecostés (cf. Hch 1,
14).
Por el contrario, a falta
de otros testimonios neotestamentarios y de noticias seguras procedentes de
fuentes históricas, nada sabemos ni de la fecha ni de las circunstancias de su
muerte. Sólo podemos suponer que siguió viviendo con el apóstol Juan y que
acompañó siempre de cerca el desarrollo de la primera comunidad cristiana.
3. La escasez de datos sobre la vida terrena de María queda
compensada por su calidad y riqueza teológica, que la exégesis actual pone
cuidadosamente de relieve.
Por lo demás, debemos
recordar que la perspectiva de los evangelistas es totalmente cristológica y
quiere interesarse de la Madre sólo en relación con la buena nueva del Hijo.
Como ya observa san Ambrosio, el evangelista, al exponer el misterio dé la
Encarnación, "creyó oportuno no buscar más testimonios sobre la virginidad
de María, para no dar la impresión de dedicarse a defender a la Virgen más que
a proclamar el misterio" (Exp. in Lucam, 2, 6: PL 15,
1.555).
Podemos reconocer en este
hecho una intención especial del Espíritu Santo, el cual quiso suscitar en la
Iglesia un esfuerzo de investigación que, conservando el carácter central del
misterio de Cristo, no se detuviera en los detalles de la existencia de María,
sino que se encaminara a descubrir sobre todo su papel en la obra de salvación,
su santidad personal y su misión materna en la vida cristiana.
4. El Espíritu Santo guía el esfuerzo de la Iglesia,
comprometiéndola a tomar las mismas actitudes de María. En el relato del
nacimiento de Jesús, Lucas afirma que su madre conservaba todas las cosas
"meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19), es decir,
esforzándose por ponderar (symballousa) con una mirada
más profunda todos los acontecimientos de los que había sido testigo
privilegiada.
De forma análoga, también
el pueblo de Dios es impulsado por el mismo Espíritu a comprender en
profundidad todo lo que se ha dicho de María, para progresar en la inteligencia
de su misión, íntimamente vinculada al misterio de Cristo.
En el desarrollo de la
mariología el pueblo cristiano desempeña un papel particular: con la afirmación
y el testimonio de su fe, contribuye al progreso de la doctrina mariana, que
normalmente no es sólo obra de los teólogos, aunque su tarea sigue siendo
indispensable para la profundización y la exposición clara del dato de fe y de
la misma experiencia cristiana.
La fe de los sencillos es
admirada y alabada por Jesús, que reconoce en ella una manifestación
maravillosa de la benevolencia del Padre (cf. Mt 11 25 Lc 10,
21). Esa fe sigue proclamando, en el decurso de los siglos, las maravillas de
la historia de la salvación, ocultas a los sabios. Esa fe, en armonía con la
sencillez de la Virgen, ha hecho progresar el reconocimiento de su santidad
personal y del valor trascendente de su maternidad.
El misterio de María compromete
a todo cristiano, en comunión con la Iglesia, a meditar en su
corazón lo que la revelación evangélica afirma de la Madre de Cristo.
En la lógica del Magnificat, cada uno experimentará en sí,
como María, el amor de Dios y descubrirá en las maravillas realizadas por la
santísima Trinidad en la Llena de gracia un signo de la
ternura de Dios por el hombre.
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