Queridos amigos,
Me da gusto encontrarlos de nuevo por estas líneas para
animaros a rezar más y no dejarlos. Rezad sobre todo con un corazón desbordante
de amor y de caridad, un corazón reconciliado con Dios y con nuestros hermanos
y hermanas.
Si las circunstancias o las disposiciones civiles o
eclesiásticas provocadas por el coronavirus os impiden ir a la iglesia
simplemente para encontrar al Señor, o para tomar parte en la Eucaristía, sepan
sin embargo que nadie, absolutamente nadie, puede impediros de volverse hacia
Dios e implorar su ayuda en este momento de gran prueba. Recordad las palabras
que Jesús nos dirige hoy, en este tercer domingo de Cuaresma: “Mujer, créeme a
Mí, porque viene la hora, en que ni sobre este monte ni en Jerusalén adoraréis
al Padre… Pero la hora viene, y ya ha llegado, en que los adoradores verdaderos
adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre desea que
los que adoran sean tales. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben
adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 21-24).
Es ahora, en este tiempo donde el coronavirus oprime a los
pueblos del mundo entero, hace falta volvernos hacia Dios con más intensidad,
confianza y verdad para confiar en su ternura de Padre, y hacia la Santísima Virgen María para que ella nos cubra y nos proteja con su
manto maternal. San Pablo nos lo recomienda cuando escribe a los cristianos de
Éfeso, y a nosotros también: “Vivid orando siempre en el Espíritu con toda
suerte de oración y plegaria, y velando para ello con toda perseverancia y
súplica por todos los santos” (Ef. 6, 18).
Juntos, en un solo corazón y una sola alma, y unidos en la
misma fe, levantemos las manos hacia Dios y supliquémosle. Confiémosle el mundo
y Su Iglesia. Su corazón se ensanchará y nos salvará.
Cardenal Robert Sarah
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