Segundo domingo de Cuaresma
DIOS PADRE ENTREGÓ A CRISTO A LA PASIÓN
El que aun a su
propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros (Rom 8, 32).
Cristo padeció
voluntariamente por obediencia al Padre. Por consiguiente, Dios Padre entregó a
Cristo a la Pasión en tres conceptos:
1º) Según que en su
eterna voluntad preordenó la Pasión de Cristo para liberación del género
humano, conforme a aquello que dice Isaías: Cargó el Señor sobre él la
iniquidad de todos nosotros (53, 6), y más adelante: El Señor quiso
quebrantarle con trabajos (Ibíd., 10).
2º) En cuanto le
inspiró la voluntad de padecer por nosotros, infundiendo en él la caridad, por
la que quiso padecer. Por lo cual el Profeta continúa: Él se ofreció porque él
mismo lo quiso (Ibíd., 7).
3º) No protegiéndole
en la Pasión, sino exponiéndole a sus perseguidores, por lo que se lee en San
Mateo (27, 46) que estando Cristo colgado en la Cruz, decía: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?, es decir, que lo expuso al poder de sus
perseguidores.
Es impío y cruel
entregar a un hombre inocente a la pasión y a la muerte contra su voluntad,
como obligándole a morir. Mas Dios Padre no entregó así a Cristo, sino
inspirándole la voluntad de padecer por nosotros; en lo cual se muestra la
severidad de Dios, que no quiso perdonar el pecado sin la pena; eso hace notar
el Apóstol cuando dice: A su propio Hijo no perdonó (Rom 8, 32). Pero Dios
muestra su bondad en cuanto que, no pudiendo el hombre satisfacer
suficientemente por medio de alguna pena que él mismo sufriese le dio uno que
satisficiera por él; lo cual indicó el Apóstol diciendo: lo entregó por todos
nosotros (Rom 8, 32), y A quien (es decir, a Cristo) Dios ha propuesto en
propiciación por la fe en su sangre (Rom 3, 25).
La misma acción es
juzgada de diversa manera en el bien o en el mal, según que proceda de diversa
raíz. El Padre entregó a Cristo, y éste se entregó por amor, y por eso ambos
son alabados; mas Judas lo entregó por avaricia; los judíos, por envidia;
Pilatos, por el temor mundano con que temió al César, y por eso todos ellos son
vituperados.
(3ª, q. XLVII, a. 3).
Así, pues, Cristo no
fue deudor de la muerte por necesidad; sino por amor a los hombres, en cuanto
que quiso la salvación humana; y por amor a Dios, en cuanto quiso cumplir su
voluntad, como dijo el mismo Cristo: Mas no como yo quiero, sino como tú (Mt
26, 39)
(2ª, Dist. 20, q. I, a. 5)
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