Tercer domingo de Cuaresma
CEC 1214-1216,
1226-1228: el Bautismo, renacer por medio del agua y del Espíritu
CEC 727-729: Jesús
revela al Espíritu Santo
CEC 694, 733-736,
1215, 1999, 2652: el Espíritu Santo, el agua viva, un don de Dios
CEC 604, 733, 1820,
1825, 1992, 2658: Dios toma la iniciativa; la esperanza del Espíritu
CEC 1214-1216,
1226-1228: el Bautismo, renacer por medio del agua y del Espíritu
1214 Este
sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter
del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en
griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua";
la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno
en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (cf Rm 6,3-4; Col 2,12)
como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215 Este
sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del
Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese
nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el
Reino de Dios" (Jn 3,5).
1216 "Este
baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta
enseñanza (catequética) su espíritu es iluminado" (San Justino, Apología 1,61).
Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a
todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido
iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la
luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo «es el
más bello y magnífico de los dones de Dios [...] lo llamamos don, gracia,
unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración,
sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a
los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a
culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el
agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son
ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura,
porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello,
porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios» (San Gregorio
Nacianceno, Oratio 40,3-4).
El Bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día
de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En
efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:
"Convertíos [...] y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre
de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores
ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios,
paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece
siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu
casa", declara san. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa:
"el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los
suyos" (Hch 16,31-33).
1227 Según el
apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de
Cristo; es sepultado y resucita con Él:
«¿O es que ignoráis
que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?
Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al
igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del
Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4;
cf Col 2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27).
Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y
justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo
es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la
Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26).
San Agustín dirá del Bautismo: Accedit verbum ad elementum, et fit
sacramentum ("Se une la palabra a la materia, y se hace el
sacramento", In Iohannis evangelium tractatus 80, 3 ).
CEC 727-729: Jesús
revela al Espíritu Santo
727 Toda la Misión
del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el
Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la
luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu
Santo. Aquí se mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu
Santo hecha por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.
728 Jesús no
revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado
por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso
en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para
la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también
a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4,
10. 14. 23-24) y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos
(cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos les habla de él
abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del
testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).
729 Solamente
cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús promete la
venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el
cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14,
16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito,
será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el
Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha
salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con
nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos
recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos
conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo
acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.
CEC 694, 733-736,
1215, 1999, 2652: el Espíritu Santo, el agua viva, un don de Dios
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua.
El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo
que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua
bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da
en el Espíritu Santo. Pero "bautizados [...] en un solo Espíritu",
también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13):
el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo
crucificado (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros
brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17,
1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10,
4; Ap 21, 6; 22, 17).
El Espíritu Santo, el don de Dios
733 "Dios es
Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene
todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que
hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto
del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el
Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar
a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
735 Él nos da
entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia
(cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de
la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1
Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13)
es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos
"recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este
poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha
injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu, que
es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es
nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16,
24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,
25):
«Por el Espíritu
Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino
de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza
de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el
podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio
Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132).
1215 Este
sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese
nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el
Reino de Dios" (Jn 3,5).
1999 La gracia de
Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el
Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es
la gracia santificante o divinizadora, recibida en
el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4,
14; 7, 38-39):
«Por tanto, el que
está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo
proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo» (2 Co 5,
17-18).
LAS FUENTES DE LA ORACIÓN
2652 El Espíritu
Santo es el “agua viva” que, en el corazón orante, “brota para vida eterna” (Jn 4,
14). Él es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien,
en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a
beber el Espíritu Santo.
CEC 604, 733, 1820,
1825, 1992, 2658: Dios toma la iniciativa; la esperanza del Espíritu
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a
su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es
un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte:
"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros" (Rm 5, 8).
733 "Dios es
Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene
todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
1820 La esperanza
cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la
proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan
nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan
el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de
Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en
“la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla
del alma”, segura y firme, que penetra... “a donde entró por nosotros como
precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege
en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad,
con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura
el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la
tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración,
particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la
esperanza nos hace desear.
1825 Cristo murió
por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El
Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5,
44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,
27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres
como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45).
El apóstol san Pablo
ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es paciente, es
servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es
decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se
alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree.
Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13, 4-7).
1992 La
justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se
ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre
vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La
justificación es concedida por el Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a
la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su
misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida
eterna (cf Concilio de Trento: DS 1529)
«Pero ahora,
independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen —pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios— y son justificados por el don de
su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios
exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe,
para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente,
en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el
tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3
,21-26).
2658 “La esperanza
no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5). La
oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos
amados en Cristo y que nos permite responder amando como Él nos ha amado. El
amor es la fuente de la oración: quien bebe de ella, alcanza
la cumbre de la oración:
«Te amo, Dios mío, y
mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío
infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo,
Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente [...] Dios mío, si
mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi
corazón te lo repita cada vez que respiro» (San Juan María Vianney, Oratio,
[citado por B. Nodet], Le Curé d'Ars. Sa pensée-son coeur, p. 45).
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