BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 27 de junio de 2007
San Cirilo de Jerusalén
Obispo y Doctor de la Iglesia
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestra atención se concentra hoy en san Cirilo de
Jerusalén. En su vida se entrecruzan dos dimensiones: por una parte, la
solicitud pastoral; y, por otra, la implicación, a su pesar, en las intensas
controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente.
San Cirilo, nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o en
sus cercanías, recibió una óptima formación literaria, que constituyó la base
de su cultura eclesiástica, centrada en el estudio de la Biblia. Ordenado
presbítero por el obispo Máximo, cuando este murió o fue depuesto, en el año
348 fue ordenado obispo por Acacio, influyente metropolita de Cesarea de
Palestina, filo-arriano, convencido de que Cirilo era su aliado. Por eso, se
sospechó que había obtenido el nombramiento episcopal mediante concesiones al
arrianismo.
En realidad, muy pronto san Cirilo chocó con Acacio, no
sólo en el campo doctrinal, sino también en el jurisdiccional, porque san
Cirilo reivindicaba la autonomía de su sede con respecto a la metropolitana de
Cesarea. En dos décadas san Cirilo sufrió tres destierros: el primero en
el año 357, cuando fue depuesto por un Sínodo de Jerusalén; el segundo, en el
año 360, por obra de Acacio; y el tercero, el más largo -duró once años- en el
año 367 por iniciativa del emperador filo-arriano Valente. Sólo en el
año 378, después de la muerte del emperador, san Cirilo pudo volver a tomar
definitivamente posesión de su
sede, devolviendo a los fieles unidad y paz.
Su ortodoxia, puesta en duda por algunas fuentes de aquel
tiempo, la atestiguan otras fuentes igualmente históricas. La más autorizada de
ellas es la carta sinodal del año 382, después del segundo concilio ecuménico
de Constantinopla (381), en el que san Cirilo había participado con un papel
cualificado. En esa carta, enviada al Pontífice romano, los obispos orientales
reconocen oficialmente la más absoluta ortodoxia de san Cirilo, la legitimidad
de su ordenación episcopal y los méritos de su servicio pastoral, que concluyó
con su muerte en el año 387.
De san Cirilo conservamos veinticuatro célebres catequesis,
que impartió como obispo hacia el año 350. Introducidas por una Procatequesis de
acogida, las primeras dieciocho están dirigidas a los catecúmenos o iluminandos ((photizomenoi);
las pronunció en la basílica del Santo Sepulcro. Las primeras (1-5) tratan cada
una, respectivamente, de las disposiciones previas al bautismo, de la
conversión de las costumbres paganas, del sacramento del bautismo, de las diez
verdades dogmáticas contenidas en el Credo o Símbolo de la fe.
Las sucesivas (6-18) constituyen una "catequesis
continua" sobre el Símbolo de Jerusalén, en clave antiarriana. De las
últimas cinco (19-23), llamadas "mistagógicas", las dos primeras
desarrollan un comentario a los ritos del bautismo; y las tres últimas versan
sobre la Confirmación, sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y sobre la
liturgia eucarística. En ellas se incluye la explicación del padrenuestro (Oración
dominical): con ella se comienza un camino de iniciación en la
oración, que se desarrolla paralelamente a la iniciación en los tres sacramentos: Bautismo, Confirmación
y Eucaristía.
La base de la instrucción sobre la fe cristiana se
realizaba también en función polémica contra los paganos, los judeocristianos y
los maniqueos. La argumentación se fundaba en el cumplimiento de las promesas
del Antiguo Testamento, con un lenguaje lleno de imágenes. La catequesis era un
momento importante, insertado en el amplio contexto de toda la vida,
especialmente litúrgica, de la comunidad cristiana, en cuyo seno materno tenía
lugar la gestación del futuro fiel, acompañada de la oración y el testimonio de
los hermanos.
En su conjunto, las homilías de san Cirilo constituyen una
catequesis sistemática sobre el nuevo nacimiento del cristiano mediante el
bautismo. Dice san Cirilo al catecúmeno: "Has caído dentro de las
redes de la Iglesia (cf. Mt 13, 47). Por tanto, déjate captar
vivo; no huyas, porque es Jesús quien te pesca con su anzuelo, no para darte la
muerte, sino la resurrección después de la muerte. En efecto, debes morir y resucitar
(cf. Rm 6, 11.14)... Desde hoy mueres al pecado y vives para
la justicia" (Procatequesis 5).
Desde el punto de vista doctrinal, san Cirilo
comenta el Símbolo de Jerusalén recurriendo a la tipología de las Escrituras,
en una relación "sinfónica" entre los dos Testamentos, desembocando
en Cristo, centro del universo. La tipología será incisivamente descrita por
san Agustín de Hipona: "El Antiguo Testamento es el velo del Nuevo;
y en el Nuevo Testamento se manifiesta el Antiguo" (De catechizandis
rudibus 4, 8).
Por lo que atañe a la catequesis moral, se
funda, con una profunda unidad, en la catequesis doctrinal: el dogma se
va introduciendo progresivamente en las almas, las cuales así se ven impulsadas
a cambiar los comportamientos paganos de acuerdo con la nueva vida en Cristo,
don del bautismo.
Por último, la catequesis "mistagógica"
constituía el vértice de la instrucción que san Cirilo impartía, ya no a los
catecúmenos, sino a los recién bautizados o neófitos, durante la semana de
Pascua. Esa catequesis los llevaba a descubrir, bajo los ritos bautismales de
la Vigilia pascual, los misterios encerrados en ellos, aún sin desvelar.
Iluminados por la luz de una fe más profunda gracias al bautismo, los neófitos
podían por fin comprenderlos mejor, habiendo celebrado ya sus ritos.
En particular con los neófitos de origen griego, san Cirilo
se apoyaba en la facultad visiva, muy natural en ellos. Era el paso del rito al
misterio, que valoraba el efecto psicológico de la sorpresa y la experiencia
vivida en la noche pascual. He aquí un texto que explica el misterio del
bautismo: "Tres veces habéis sido sumergidos en el agua y otras
tantas habéis emergido, para simbolizar los tres días de la sepultura de
Cristo, es decir, imitando con este rito a nuestro Salvador, que pasó tres días
y tres noches en el seno de la tierra (cf. Mt 12, 40).
Con la primera emersión del agua habéis celebrado el
recuerdo del primer día que pasó Cristo en el sepulcro, como con la primera
inmersión habéis confesado la primera noche que pasó en el sepulcro: del
mismo modo que quien está en la noche no ve nada, y en cambio quien está en el
día goza de luz, así también vosotros antes estabais inmersos en la noche y no
veíais nada, pero al emerger os habéis encontrado en pleno día. Esta agua de
salvación, misterio de la muerte y del nacimiento, ha sido para vosotros tumba
y madre... Para vosotros (...) el tiempo de morir coincidió con el tiempo de
nacer: en el mismo tiempo han tenido lugar ambos acontecimientos" (Segunda
Catequesis mistagógica, 4).
El misterio que se debe captar es el plan de Dios, que se
realiza mediante las acciones salvíficas de Cristo en la Iglesia. A su vez, la
dimensión mistagógica va acompañada por la de los símbolos, que expresan la
vivencia espiritual que entrañan. Así la catequesis de san Cirilo, basándose en
las tres dimensiones descritas -doctrinal, moral y mistagógica- es una
catequesis global en el Espíritu. La dimensión mistagógica lleva a cabo la
síntesis de las dos primeras, orientándolas a la celebración sacramental, en la
que se realiza la salvación de todo el hombre.
En definitiva, se trata de una catequesis integral que, al
implicar el cuerpo, el alma y el espíritu, es emblemática también para la
formación catequética de los cristianos de hoy.
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