«Una caricia de Dios a nuestro pueblo sufrido » : con esta
expresión designa el Papa Francisco a José Gabriel Brochero, sacerdote
argentino beatificado el 14 de septiembre de 2013 en la ciudad que, desde hace
años, lleva su nombre. Con motivo del acontecimiento, el Santo Padre escribía :
« Que finalmente el Cura Brochero esté entre los beatos es una alegría y una
bendición muy grande para los argentinos y devotos de este pastor con olor a
oveja, que se hizo pobre entre los pobres, que luchó siempre por estar bien
cerca de Dios y de la gente ».
José Gabriel Brochero nace el 16 de marzo de 1840 en Villa
Santa Rosa, provincia de Córdoba, en el oeste de Argentina. Las revoluciones no
consiguen turbar a los sencillos y bondadosos habitantes de ese pueblo alejado
de la capital provincial. Los padres de José Gabriel son honorables
propietarios, enraizados en la fe. Tendrán diez hijos, siete de los cuales
sobrevivirán. José Gabriel, que es el cuarto, dirá más tarde : « Una paz
inalterable y una actividad incesante reinaban en el hogar, pobre en cuanto a fortuna
pero rico en virtudes que hacían florecer la alegría en todas nuestras
ocupaciones ». Los hermanos Brochero aprenden el amor de Dios y la rectitud, y
pasan todos por la adolescencia sin perder la inocencia ni la pureza. Aunque es
algo enclenque, José Gabriel tiene un carácter alegre y servicial. Desde muy
joven, se siente atraído por el sacerdocio pero sin manifestarlo todavía. En
cuanto percibe más claramente la llamada del Señor, el niño corre a anunciarlo
a sus padres, quienes, como cristianos ejemplares, dan gracias al Cielo por ese
don maravilloso que se concede a su hogar.
Un manantial fecundo
En 1856, José Gabriel ingresa en el seminario de Nuestra
Señora de Loreto, en Córdoba. No le faltan pruebas y humillaciones durante los
años de seminario menor y mayor, pues su condición más bien modesta desentona
entre sus condiscípulos ; sin embargo, se aplica al estudio con rigor y
perseverancia. Ya desde esa época, José Gabriel descubre los Ejercicios
espirituales de san Ignacio, bebiendo constantemente de ese manantial
tan fecundo que le ayudará a conocer a Nuestro Señor, a amarlo y a seguirlo. En
una ocasión oye a Jesús que le dice : « Quien quisiere venir conmigo, ha de
trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria »
(Ejercicios espirituales, núm. 95). Cada año renueva su retiro en los
jesuitas de Córdoba, y muy pronto empieza a colaborar con ellos haciéndose
“catequista” y “lector” durante los Ejercicios, es decir, el brazo
derecho del sacerdote encargado de dirigir el retiro. Para poder colaborar en
esa obra, sacrifica muchas horas de descanso. En 1858, frecuenta la Universidad
Nacional Mayor de San Carlos, donde conoce a diversas personalidades que
llegarán a ser influyentes.
José Gabriel es ordenado sacerdote el 4 de noviembre de
1866. El fuego del amor divino que prende en su corazón lo iluminará y guiará
por todos los caminos. Su misión sacerdotal por la salvación de las almas
tendrá el sabor amargo del sacrificio, pero se le aparece tan elevada y tan
digna que aspira a realizarla lo más pronto posible. Un día se le ofrece una
ocasión providencial de ejercer la misericordia. En 1867, Córdoba padece una
epidemia de cólera que se lleva en poco tiempo más de 4.000 personas. La
población está presa de aflicción y de pánico. Con peligro de su vida, el joven
sacerdote se entrega en cuerpo y alma, mostrando hasta el final de la epidemia
una dedicación incansable y una valentía que no desfallece. Un testigo aporta
el siguiente testimonio : « Brochero dejó el hogar donde acababa de instalarse
para ponerse al servicio de la humanidad sufriente. Tanto en la ciudad como en
el campo, se le veía correr de un enfermo a otro, ofreciendo el consuelo
religioso a los moribundos, escuchando sus últimas confesiones y dando la
absolución. Aquel período fue uno de los más ejemplares y heroicos de su vida
».
En diciembre de 1869, el padre Brochero es nombrado párroco
de la parroquia de San Alberto, actualmente denominada “Valle de Traslasierra”,
de una inmensa extensión, con más de 4.000 kilómetros cuadrados de valles y
montañas, en gran parte desiertos e infestados de bandoleros. Allí sobreviven
dispersos diez mil habitantes, en extrema indigencia, sin carreteras ni
escuelas, separados de toda comunicación por cimas de más de 2.000 metros de altitud.
Para dirigirse desde Córdoba a San Pedro, capital del departamento, el nuevo
párroco necesita tres días de viaje a lomos de una mula, a través de la
montaña. Poco tiempo después, se instalará definitivamente en Villa del
Tránsito, donde permanecerá más de cuarenta años predicando el Evangelio
mediante la palabra y el ejemplo, contribuyendo más que nadie al desarrollo de
esa zona casi abandonada. El padre Brochero amará profundamente esa tierra y a
los fieles que le son confiados.
« Me hace bien imaginar hoy —confiesa el Papa Francisco— a
Brochero párroco en su mula, recorriendo los largos caminos áridos y desolados
de su inmensa parroquia… Conoció todos los rincones de su parroquia. No se
quedó en la sacristía a peinar ovejas. El cura Brochero era una visita del
mismo Jesús a cada familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de
oraciones con la Palabra de Dios, lo necesario para celebrar la Misa diaria. Lo
invitaban con mate, charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo
entendían porque le salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a Jesús
» (14 de septiembre de 2013).
Un “puchero criollo”
El párroco se identifica con sus feligreses, entregándose a
todos para ganarlos a Cristo. Como no todos van a la iglesia, con audacia, enarbolando
su crucifijo, su bravura y su amabilidad proverbial, parte en busca de las
ovejas perdidas. Y éstas, a cambio, lo aman incondicionalmente. Él se lo
merece, pues, mientras les habla de Dios y del Evangelio, les construye
iglesias y escuelas, puentes y caminos, cunetas y canales. Para alcanzar sus
objetivos, no teme presentarse ante el gobernador de la provincia, ante los
ministros e incluso ante el mismo presidente de la República cuando la
necesidad lo requiere. El padre Brochero acostumbra a leer cada lunes el texto
del Evangelio del domingo siguiente para meditarlo todos los días de la semana
y adaptarlo a su auditorio en sabrosas homilías. En el mismo púlpito de la
catedral de Córdoba, sirve al elegido público que le escucha lo que él denomina
un “puchero criollo”, antes que sermones refinados. Capaz como es de superar el
respeto humano, no tiene miedo de estigmatizar los vicios. En una ocasión en
que predica ante el gobernador en persona y una numerosa asistencia, fustiga la
maledicencia y la calumnia, amenazando con la condenación eterna a las lenguas
demasiado largas que laceran al prójimo.
El padre Brochero ve en los Ejercicios espirituales de
san Ignacio un medio especialmente adaptado para forjar la reforma de las
costumbres y el progreso en el bien. « José Gabriel Brochero centró su acción
pastoral en la oración —resalta el Papa Francisco—. Apenas llegó a su
parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba para hacer los
Ejercicios espirituales con los padres jesuitas. ¡ Con cuánto sacrificio
cruzaban primero el macizo de las Sierras Grandes, nevadas en invierno, para
rezar en Córdoba capital ! ». El párroco recluta incansablemente personas
interesadas en los retiros, por centenares. Gracias a él, fieles de todas las
condiciones participan en los retiros ; con ese admirable instrumento, el padre
Brochero infunde en las almas y en toda la sociedad el espíritu cristiano, que
resplandece en los ámbitos más diversos. « Los Ejercicios de
san Ignacio —dirá el Papa Pío XII en 1948— serán siempre uno de los medios
más eficaces para la regeneración espiritual del mundo ».
En el tesoro espiritual que son los Ejercicios hay
dos perlas, entre otras muchas, que merecen una atención especial. En primer
lugar el “Principio y fundamento” (núm. 23), consideración que inaugura el
retiro : « El hombre es creado para alabar, honrar y servir a Dios nuestro
Señor y, mediante esto, salvar su alma ; y las otras cosas sobre la haz de la
tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden a conseguir el fin para
el que fue creado ». De ello se deduce que debe usarlas cuando le ayuden a
llegar a Dios, y que debe desprenderse de ellas cuando le distraigan de Él.
Tras meditar estas líneas, la persona que está en retiro sabe por qué vive a
este mundo, manteniendo luego íntimamente con Jesús en la cruz un diálogo (núm.
53) : « Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, le
preguntaré en un coloquio (conversación íntima) cómo, siendo el Creador de
todas las cosas, acabó haciéndose hombre ; cómo, poseyendo la vida eterna, se
dignó aceptar una muerte temporal y asumirla realmente por mis pecados.
Después, mirando a mí mismo, me preguntaré lo que he hecho por Jesucristo, lo
que hago por Jesucristo y lo que debo hacer por Jesucristo ; y viéndole así colgado
en la cruz, discurriré según las reflexiones que se me presenten ».
« Los pulmones de la vida espiritual »
Los retiros que propone el padre Brochero duran al menos
ocho días y los da a menudo él mismo. En su mente toma forma un proyecto :
abrir en su parroquia una casa grande para los Ejercicios espirituales.
A pesar de los pronósticos pesimistas, su propósito se cumple en 1887, tras dos
años de obras. En 1979, san Juan Pablo II definirá los lugares donde se
dan los Ejercicios como « los pulmones de la vida espiritual
para las almas y las comunidades cristianas ». La casa se inaugura con la
asistencia de 500 personas. Los retiros siguientes serán aún más
numerosos. En 1878, tienen lugar solamente cinco retiros : dos para mujeres y
tres para hombres, pero el número total de participantes es de 3.163. A pesar
de esa impresionante cifra, el silencio reina en toda la casa. En la Iglesia,
los predicadores desarrollan las grandes verdades del Evangelio : los designios
de Dios para el hombre, la eternidad, la muerte, el infierno, el Cielo, la
vida, la Pasión y la Resurrección de Cristo. Gracias al silencio exterior que
favorece el silencio interior, y gracias a la oración, esas verdades penetran
hasta lo más hondo de los corazones, que es donde Dios habla.
« La práctica de los Ejercicios es una
escuela insustituible, aún hoy, para introducir a las almas en una intimidad
mayor con Dios » —afirmaba el beato Pablo VI el 9 de febrero de 1972. Y,
el 17 de noviembre de 1989, san Juan Pablo II subrayaba que « son más necesarios
por cuanto la evolución del modo de vida parece despojar cada vez más al hombre
moderno del tiempo y de la posibilidad de reflexionar sobre sí mismo ».
Los Ejercicios iluminan nuestro camino espiritual mediante
preciosas reglas de discernimiento espiritual :
Primera regla : en las personas que van de pecado mortal en pecado
mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes,
haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, a fin de retenerlos y
sumergirlos aún más en sus vicios y pecados ; en esas personas, el buen
espíritu usa de modo contrario, punzándoles y remordiéndoles las conciencias y
haciéndoles sentir los reproches de la razón. Segunda regla :
en las personas que van intensamente purgando sus pecados y subiendo en el
servicio de Dios nuestro Señor, el bueno y el mal espíritu obran en sentido
inverso de la regla anterior ; porque entonces es propio del mal espíritu
causarles tristeza y remordimientos de conciencia, elevar ante ellas
impedimentos y atormentarlas con falsas razones, a fin de detener su progreso
en el camino de la virtud ; al contrario, es propio del buen espíritu darles
ánimos y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando
y quitando todos los impedimentos, para que puedan proceder cada vez más en el
bien » (núm. 314 y núm. 315).
El terror del país
Además de los sencillos lugareños de montaña, el padre
Brochero invita también al retiro a los “descreídos”, perseguidos por la
misericordia divina tanto como por la justicia humana : « La gracia de Dios es
como la lluvia, que cae sobre todos » —acostumbra a decir. Algunos de ellos se
sienten incómodos, así como las personas que les ven entrar en el remanso de
paz que es la casa de retiro. Un día, el fervoroso párroco pide al predicador
que imparta por segunda vez la meditación sobre el infierno para cuatro
“clientes” que necesitan especialmente de ello : « ¡ Macháquelos, pues tiene
delante a cuatro hombres tan duros de pelar que ni el diablo se encarga de
ellos ! ». Él mismo intenta reconducir por el camino recto al terror de la
región, al bandolero Guayama, que ataca las caravanas con sus bandidos. El
padre Brochero consigue encontrarse con él. Pretende hacerle prometer que
renuncie a sus malos propósitos y que lleve en adelante una vida honrada
alistándose en el ejército. Le asegura que obtendrá del gobernador provincial
un indulto que le alivie de toda persecución ; por añadidura, se compromete a
ayudarle a pagar sus deudas, con la única condición de que realice un retiro.
El bandido firma la petición de indulto exigida por el gobernador.
Desgraciadamente, poco después, Guayama sufre una emboscada y es encarcelado.
Recurre entonces al padre Brochero, quien remueve cielo y tierra para conseguir
el perdón, aunque en vano. Guayama es fusilado. El buen pastor llora a quien
consideraba su amigo. Reza y pide oraciones para la salvación de su alma.
« Este coraje apostólico de Brochero lleno de celo
misionero —declara el Papa Francisco—, esta valentía de su corazón compasivo
como el de Jesús que le hacía decir “¡ Guay de que el diablo me robe un alma
!”, le movió a conquistar también para Dios a personas de mala vida y paisanos
difíciles. Se cuentan por miles los hombres y mujeres que, con el trabajo
sacerdotal de Brochero, dejaron el vicio y las peleas. Todos recibían los
sacramentos durante los Ejercicios espirituales y, con ellos,
la fuerza y la luz de la fe para ser buenos hijos de Dios, buenos hermanos,
buenos padres y madres de familia, en una gran comunidad de amigos
comprometidos con el bien de todos, que se respetaban y ayudaban unos a otros
».
Pequeños teólogos
Aún está sin terminar la “casa de los Ejercicios” y el
atrevido misionero ya está pensando en fundar las “Esclavas del Sagrado Corazón
de Jesús”, congregación religiosa femenina dedicada a la educación de las
jóvenes. Así que de nuevo debe afrontar gastos para construirles una casa
espaciosa. Cuenta con la generosidad de sus amigos, siempre a su lado para
secundar sus obras, ya que su bienhechora caridad sabe atraerse los corazones.
Sin embargo, no faltan las tribulaciones. Su iglesia es destruida por las
tormentas y los terremotos, pero, lejos de desanimarse, el incansable sacerdote
cruza la montaña para mendigar dinero de las almas generosas y del gobierno,
hasta el punto de que los periódicos se hacen eco de su incesante actividad. Un
congreso se prepara en Buenos Aires para desarrollar la enseñanza de la
doctrina católica en todo el país, al que se invita a los párrocos para que
aporten su opinión. Brochero relata lo que sucede en su parroquia : todos saben
el catecismo y, además, « no hay chico ni chica que, a partir de los 12 años,
no sea un pequeño teólogo, sabiendo de memoria numerosas páginas de san Alfonso
de Ligorio. Incluso los niños de pecho lo saben, porque sus padres se lo
explican todos los días ». Por humildad, y sintiendo que sus fuerzas
disminuyen, el padre Brochero solicita varias veces ser relevado de sus
funciones de párroco de San Alberto, pero el obispo considera más útil que
permanezca al servicio de las almas : la casa de los Ejercicios y las
religiosas todavía necesitan de él. No obstante, en 1898, el obispo le concede
el relevo de su función curial y lo nombra canónigo de la catedral. Todos se
alegran de esa distinción salvo el interesado, para quien ese cambio, aunque
solicitado, no deja de suponer un gran sacrificio. Se instala en casa de un
viejo amigo, pero piensa seguir siendo pobre : todo lo que gana como canónigo
lo redistribuye a los pobres, de tal suerte que nunca tiene dinero suficiente
para cubrir sus propias necesidades. Cuando se lo reprochan, acostumbra a
responder : « Dios proveerá, pues los pobres sufren mayor necesidad que yo ».
El padre Brochero —aclara el Papa Francisco— es « un
pionero en salir a las periferias… para llevar a todos el amor, la misericordia
de Dios… se desgastó sobre la mula a fuerza de salir a buscar a la gente, como
un sacerdote callejero de la fe. Esto es lo que Jesús quiere hoy, discípulos
misioneros, ¡ callejeros de la fe ! Brochero era un hombre normal, frágil, como
cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el
corazón por la misericordia de Jesús ».
Un mal terrible
La inactividad resulta penosa para el nuevo canónigo, que
sigue de lejos los progresos de su antigua parroquia. Los párrocos se suceden
sin conseguir que los fieles los acojan, pues solamente aspiran a poder
reencontrarse con su antiguo pastor. El 1 de diciembre de 1902, el obispo le
concede autorización para retomar su antigua carga pastoral. En el momento de
despedirse de sus colegas, quitándose la muceta de canónico como si le
molestara, afirma : « Esta albarda no está hecha para mi lomo, ni esta mula
para esta cuadra ».
Reinstalarse en su parroquia le aporta nueva savia que lo
hace reverdecer, continuando siempre tan ardiente a la hora de sembrar la
palabra de Dios. Pero, muy pronto, le aqueja un mal terrible : la lepra. Ha
contraído esa enfermedad en sus visitas a un leproso al que quería ganar para
Jesucristo, compartiendo con él las comidas y bebiendo en el mismo vaso. A
pesar del afecto que recibe de sus fieles, son muchos los que se alejan de él,
no atreviéndose a tomar la comunión de su mano por miedo al contagio. En 1908,
el obispo le dispensa y nombra a un nuevo párroco para Villa del Tránsito. El
pobre enfermo pide hospitalidad a su hermana, añadiendo con insistencia : « Que
las religiosas esclavas me presten todo lo necesario para decir Misa, y,
además, ayúdame a cubrir las necesidades de los pobres que vengan a llamar a mi
puerta ». En 1910, redacta su testamento : « Que mis albaceas busquen a un
carpintero del lugar para que me haga una caja sencilla, que gane algo con ese
trabajo, y cuando hayan colocado mi cadáver, que lo entierren en cualquier
sitio de la avenida principal del cementerio actual ».
Sin embargo, el Señor continúa purificando mediante la
tribulación a su fiel servidor ; como consecuencia de la lepra, pierde la
vista, pero no por ello deja de celebrar la Misa ni de predicar. Tres días
antes de morir, celebra una Misa de difuntos. Ante estas palabras del Evangelio
: Et ego resuscitabo eum in novissimo die (Y yo le
resucitaré en el último día — Jn 6, 55), se desmaya y luego debe
permanecer en cama para prepararse para el último paso : « Aunque el demonio
busque algo en mí —afirma—, se equivoca : todo está pagado por la Sangre de
Jesucristo ». Fiel a su lenguaje popular, se compara con una bestia de carga :
« Ahora, todos mis arreos están listos para partir ». Son sus últimas palabras.
Entrega apaciblemente su alma a Dios a la edad de 73 años, el 26 de enero de
1914. El 14 de septiembre de 2013, el cardenal Angelo Amato presidió la
ceremonia de beatificación del padre Brochero, en presencia de unos 200.000
fieles, de casi todo el episcopado argentino, de 1.200 sacerdotes, del
presidente de la Cámara de diputados y de numerosas autoridades políticas.
El padre Brochero —explica el Papa Francisco— « supo salir
del egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con
la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para
encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el
cuerpo al trabajo. Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el sacrificio
de trabajar por su Reino, por el bien común…, y fue fiel hasta el final ». Que
estas palabras orienten nuestra vida para que sea, con la ayuda de la Virgen
María, una fuente de consuelo y esperanza para todos los que sufren.
Dom Antoine Marie osb
Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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