Jueves de la segunda semana de Cuaresma
LA PASIÓN DE CRISTO
OBRÓ A MODO DE SACRIFICIO
I. Se llama propiamente sacrificio una cosa hecha en honor de
Dios con el fin de aplacarlo, y de ahí viene lo que dice San Agustín: "El
verdadero sacrificio es toda obra que se hace para unirnos a Dios en santa
hermandad, esto es, referida a aquel fin del bien con el que podemos ser verdaderamente
bienaventurados" 1. Pero Cristo se ofreció a sí mismo por nosotros en la
Pasión; y el hecho mismo de haber sufrido voluntariamente la Pasión fue en gran
manera acepto a Dios, como proveniente de máxima caridad. Por lo cual es
evidente que la Pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio.
Como el mismo añade después: "Múltiples y diversos signos
de este verdadero sacrificio fueron los antiguos sacrificios de los santos,
siendo figurado éste solo por muchos, como cuando con muchas palabras se
designa una cosa para recomendarla mucho sin fastidio" 2. "A fin de
que, como en todo sacrificio se consideran cuatro cosas, agrega San Agustín 3,
a saber: a quién se ofrece, quién lo ofrece, qué se ofrece, y por quiénes se
ofrece, el uno, mismo y verdadero mediador, reconciliándonos con Dios por el
sacrificio de paz, permaneciese siendo uno con aquél a quien ofrecía, se
hiciese uno en sí con aquéllos por quienes se ofrecía, y fuese uno mismo el que
ofrecía y lo que ofrecía."
II. En los sacrificios de la ley antigua, que eran figuras de
Cristo, nunca se ofrecía carne humana, pero de ahí no se sigue que la Pasión de
Cristo no haya sido un sacrificio. Pues aun cuando la verdad corresponde a la
figura con relación a algo, pero no con relación a todo, es preciso, pues, que
la verdad exceda a la figura. Y por eso, convenientemente, la figura de éste
sacrificio, por el que se ofrece por nosotros la sangre de Cristo, fue la
carne, no de los hombres, sino de otros animales que significan la carne de
Cristo, la cual es el sacrificio perfectísimo.
1º) Porque, siendo carne de la naturaleza humana, es ofrecida
convenientemente por los hombres, y tomada por ellos bajo la forma de
sacramento.
2º) Porque, siendo pasible y mortal, era apta para la
inmolación.
3º) Porque, estando sin pecado, era eficaz para purificar los
pecados.
4º) Porque, siendo la carne del mismo oferente, era grata a Dios
a causa de la inefable caridad del que ofrecía su carne.
Por eso dice San Agustín (De Trinit., loc. cit): "¿Qué cosa
sería tomada tan convenientemente de los hombres, para ofrecer por ellos, como
la carne humana; y qué cosa tan apta para esta inmolación como la carne mortal?
¿Qué cosa más pura, para purificar los vicios de los mortales, que la carne
nacida en el seno y del seno de una virgen sin el contagio de la concupiscencia
carnal? ¿Y qué podría ofrecerse y recibirse tan gratamente, como la carne de
nuestro sacrificio, convertida en cuerpo de nuestro sacerdote?"
(3ª, q.
XLVIII, 3)
Notas:
1 «De Civit. Dei, lib. X, cap. 6.
2 De Civit. Dei, X, 20.
3 De Trinit., lib. IV, cap. 14.
No hay comentarios:
Publicar un comentario