Viernes de la tercera semana de Cuaresma
POR LA PASIÓN DE CRISTO
FUIMOS LIBRADOS DE LA PENA DEL PECADO
En verdad tomó sobre sí nuestras enfermedades y él cargó con
nuestros dolores (Is 53, 4).
La Pasión de Cristo nos libró del reato de la pena, de dos maneras:
1º, directamente, puesto que la Pasión de Cristo fue una satisfacción
suficiente y superabundante por los pecados de todo el género humano, y dada la
satisfacción suficiente, se quita el reato de la pena; 2º, indirectamente, por
cuanto la Pasión de Cristo es causa del perdón del pecado, en el que se funda
el reato de la pena.
Los condenados no fueron librados por la Pasión de Cristo,
porque ésta surte su efecto en aquellos a quienes se aplica por la fe, la
caridad y los sacramentos de la fe. Por lo tanto, los condenados en el
infierno, que no se unen a la Pasión de Cristo del modo indicado, no pueden
percibir su efecto.
Y aun cuando hayamos sido librados del reato de pena, sin
embargo a nosotros, penitentes, se impone pena satisfactoria; porque, para que
consigamos el efecto de la Pasión de Cristo, es preciso configurarnos a él.
Pero nos configuramos a él en el bautismo sacramentalmente, según aquello:
Porque somos sepultados en él, en muerte, por el bautismo (Rom 6, 4). De ahí
que a los bautizados no se impone ninguna pena satisfactoria, pues están
totalmente librados por la satisfacción de Cristo. Mas puesto que Cristo una
vez solamente murió por nuestros pecados, como se dice (I Ped 3, 18), por eso
no puede el hombre configurarse segunda vez a la muerte de Cristo por el
sacramento del bautismo. Por lo cual es necesario que los que pecan después del
bautismo, se configuren a Cristo que padece por medio de alguna penalidad o
sufrimiento que soporten en sí mismos.
Pero si la muerte, que es pena del pecado, subsiste todavía,
esto es porque la satisfacción de Cristo tiene efecto en nosotros, en cuanto
nos incorporamos a él, como los miembros a su cabeza; pero es necesario que los
miembros se adapten a la cabeza. Y por consiguiente, así como Cristo tuvo primeramente
la gracia en el alma, acompañada de la pasibilidad corporal, y por medio de la
Pasión llegó a la gloria de la inmortalidad, así también nosotros, que somos
sus miembros, somos librados por su Pasión del reato de cualquier pena; de tal
modo, sin embargo, que primeramente recibimos en el alma el espíritu de
adopción de hijos, por el que somos adscritos a la herencia de la gloria
inmortal, teniendo todavía cuerpo pasible y mortal; mas después, configurados a
los padecimientos y a la muerte de Cristo, somos llevados a la gloria inmortal,
según aquello del Apóstol: Y si hijos, también herederos; herederos
verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo; pero si padecernos con él,
para que seamos también glorificados con él (Rom 8, 17).
(3ª, q. XLIX, a. 3)
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