Lunes de la quinta semana de Cuaresma
LA PASIÓN DE CRISTO ES REMEDIO CONTRA LOS PECADOS
En la Pasión de Cristo encontramos remedio contra todos los
males en que incurrimos por el pecado. En cinco especies de males incurrimos
por el pecado.
1º) En la mancha. Porque, cuando el hombre peca, afea su alma;
pues así como la virtud es la hermosura del alma, del mismo modo el pecado es
su mancha. ¿Cómo es, Israel, que estás en tierra de enemigos? Has envejecido en
tierra ajena, te has contaminado con los muertos (Baruc 3, 10-11). La Pasión de
Cristo borra esta mancha, porque Cristo con su Pasión hizo un baño de su
sangre, para lavar a los pecadores. El alma se lava con la sangre de Cristo en
el Bautismo, el cual, en virtud de la sangre de Cristo, tiene una virtud
regenerativa. Por eso cuando alguno se mancha por pecado, injuria a Cristo, y
peca más gravemente que antes.
2º) En la ofensa de Dios. Porque así como el hombre carnal ama
la hermosura carnal, así Dios ama la espiritual, que es la hermosura del alma.
Cuando, pues, el alma se mancha por el pecado, es ofendido Dios, y él tiene
odio al pecador. Mas la Pasión de Cristo remueve esto, pues él satisfizo a Dios
Padre por el pecado, por el que el hombre no podía satisfacer. Su caridad y su
obediencia fueron mayores que el pecado y la prevaricación del primer hombre.
3º) En la debilidad. Porque el hombre, pecando una vez, cree que
después podrá abstenerse del pecado; pero ocurre todo lo contrario; pues por el
primer pecado se debilita y se hace más propenso a pecar, y el pecado domina
más al hombre, y éste, en cuanto de él depende, se pone en un estado del que no
se levanta; como el que se arroja a un pozo, si no es alzado por la virtud
divina. Por consiguiente, después que pecó el hombre, fue debilitada y
corrompida su naturaleza; y desde entonces está más propenso a pecar.
Pero Cristo disminuyó esa enfermedad y debilidad, aunque no la
destruyó del todo; sin embargo, de tal modo fue confortado el hombre por la
Pasión de Cristo, debilitado el pecado, que no le domina tanto, y puede el
hombre hacer esfuerzos, ayudado por la gracia de Dios, la cual se confiere por
los sacramentos, que tienen su eficacia de la Pasión de Cristo, de suerte que
el hombre puede apartarse de los pecados. Antes de la Pasión de Cristo se
encontraron pocos que viviesen sin pecado mortal, pero después de ella muchos
vivieron y viven sin pecado mortal.
4º) En el reato de pena. Porque exige la justicia de Dios que
cada cual sea castigado, cuando peca. La pena se mide por la culpa. De ahí que
como la culpa del pecado mortal es infinita, en cuanto se comete contra el bien
infinito, Dios, cuyos preceptos desprecia el pecador, la pena debida al pecado
mortal es infinita.
Pero Cristo nos quitó esa pena por su Pasión, y él mismo la
sufrió; como dice el Apóstol San Pedro (I Ped 2, 24): Llevó nuestros pecados,
es decir, la pena del pecado, en su cuerpo. Porque fue de tanta virtud la
Pasión de Cristo, que bastó para expiar todos los pecados de todo el mundo,
aunque hubiesen sido cientos de miles. De ahí, que los bautizados sean
aliviados de todos pecados; de ahí también que el sacerdote perdone los
pecados; de ahí que quien más se conforme a la Pasión de Cristo y se adhiera a
ella, consiga mayor perdón y merezca más gracia.
5º) Incurrimos en el destierro del reino. En efecto, los que
ofenden a los reyes son obligados a salir del reino. Del mismo modo, el hombre
es arrojado del paraíso a causa del pecado. Por eso Adán fue expulsado del
paraíso inmediatamente después del pecado, y fue cerrada la puerta de aquél.
Pero Cristo, con su Pasión, abrió aquella puerta y volvió a
llamar al reino a los desterrados. Pues una vez abierto el costado de Cristo,
fue abierta la puerta del paraíso, y una vez derramada su sangre, fue lavada la
mancha, aplacado Dios, destruida la enfermedad, expiada la pena y los
desterrados llamados al reino. Por eso, se dijo al instante al ladrón: Hoy
estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43) Esto no se dijo anteriormente, ni a
Adán, ni a Abrahán, ni a David. Pero hoy, es decir, cuando fue abierta la
puerta, el ladrón pidió y obtuvo el perdón. Teniendo confianza de entrar en el
santuario por la sangre de Cristo
(Hebr 10, 19) (In Symb.)
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