Martes de la segunda semana de Cuaresma
LA PASIÓN DE CRISTO
CAUSÓ NUESTRA SALVACIÓN
POR MODO DE MERECIMIENTO
I. A Cristo se dio la gracia no solamente como a persona
singular, sino también en cuanto es cabeza de la Iglesia, esto es, para que se
derramase a los miembros; y por consiguiente, las obras de Cristo se
encuentran, tanto con respecto a sí mismo cuanto a los miembros, en la misma
relación en que se encuentran las obras de otro hombre, constituido en gracia,
con respecto a sí mismo.
Pero es evidente que quienquiera que, constituido en gracia,
padece por la justicia, por eso mismo merece la salvación para sí, conforme a
aquello del Evangelio: Bienaventurados las que padecen persecución por la
justicia (Mt 5, 10). Luego Cristo por su Pasión no solamente mereció la
salvación para sí, sino también para todos sus miembros.
Es cierto que Cristo nos mereció la salvación eterna desde el
principio de su concepción; pero existían por nuestra parte ciertos
impedimentos, que nos imposibilitaban conseguir el efecto de los méritos
precedentes. Por lo que fue necesario que Cristo padeciese para remover
aquellos impedimentos.
Y aun cuando la caridad de Cristo no hubiese sido aumentada en
la Pasión más que antes, tuvo, sin embargo, la Pasión de Cristo algún efecto
que no tuvieron los merecimientos precedentes, por razón de mayor caridad, sino
a causa del género de obra que era conveniente a tal efecto, como se evidencia
por las razones dadas más arriba acerca de la conveniencia de la Pasión de
Cristo.
(3ª, q.
XLVIII, a. 1)
Los miembros y la cabeza pertenecen a la misma persona. De ahí
que, como Cristo es cabeza nuestra por razón de la divinidad y la plenitud de
gracia que redunda a los otros, y nosotros somos sus miembros, su merecimiento
no es extraño a nosotros, sino que redunda en nosotros por la unidad del cuerpo
místico.
(3.
Dist., 18, a. 6)
II. Mas debe saberse que, aunque Cristo ha merecido
suficientemente con su muerte en favor del género humano, debe buscar, sin
embargo, cada uno los remedios de su propia salvación; pues la muerte de Cristo
es como una causa universal de la salvación, como el pecado del primer hombre
fue una causa universal de condenación Pero es necesario que la causa universal
sea aplicada especialmente a cada uno, para que participe del efecto de la
causa universal.
Así, pues, el efecto del pecado del primer hombre llega a cada
uno por la generación de la carne; mas el efecto de la muerte de Cristo
pertenece a cada uno por la regeneración espiritual, mediante la cual el hombre
se une e incorpora, en cierto modo, a Cristo. Y por lo tanto, es necesario que
cada cual sea regenerado por Cristo, y reciba todo aquello por lo cual obra la
virtud de la muerte de Cristo.
(Contra
Gentiles, lib. 4, cap. 55)
No hay comentarios:
Publicar un comentario