Catecismo nº 2 – 3
PROLOGO
La vida del hombre: conocer y amar a Dios - II
Mons. JOSE IGNACIO MUNILLA
I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios
2 Para que esta llamada resonara en toda la tierra, Cristo
envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el
Evangelio: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).
Fortalecidos con esta misión, los apóstoles "salieron a predicar por todas
partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales
que la acompañaban" (Mc 16,20).
3 Quienes con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch 2,42).
Punto 2:
Para que esta llamada resonara en toda la tierra,
Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de
anunciar el Evangelio: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).
Fortalecidos con esta misión, los apóstoles "salieron a predicar por todas
partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales
que la acompañaban" (Mc 16,20).
Hay una convocación,
Dios tiene este plan universal salvífico y para llevarlo a efecto, Él convoca,
Él viene a reunir a todas las naciones para que contemplen su gloria y Él nos
convoca.
Es decir, hay una
imagen, una imagen entrañable que es la que San Ignacio de Loyola utiliza in
sus ejercicios espirituales, se sirve de ella, que es la imagen de Cristo Rey y
él hace una meditación en los Ejercicios Espirituales llamada la meditación del
Rey Eternal, hay un Rey Eternal y un rey terrenal. San Ignacio, dentro del sentido
del s. X, s. XI, en el que él vive, que tiene esa especie de cultura
caballeresca, de sentido caballeresco, una cultura también militar, una cultura
del honor, una cultura de la conquista, se sirve di esa imagen para utilizarla
y para proyectarla en la voluntad salvífica universal que tiene Cristo.
Y san Ignacio viene a
decir: imagínate un rey (claro, nosotros, estas imágenes caballerescas,
militares, etc. les tenemos una cierta antipatía quizás en nuestra cultura
porque también hemos sido el siglo hemos sufrido los totalitarismos, después de
la experiencia nazi, de la experiencia comunista, hay una cierta alergia en nuestra
cultura a esas imágenes caballerescas o militares, piro aquí lo importante no es
nuestra sensibilidad sino vamos a intentar servirnos de la imagen para ir a
Jesucristo).
Entonces san Ignacio dice
imagínate un rey honesto, un rey lleno de virtudes, que tiene un liderazgo
atrayente, en el que sus súbditos confían, confían plenamente porque han
comprobado su voluntad de buscar el bien para sus súbditos, de sacrificarse por
sus súbditos, de no servirse de ellos (estamos hablando de una imagen ideal,
idealizada), imagínate ese rey que nos pide, hace un llamamiento a que
colaboremos con él, a que colaboremos para poder hacer una llamada, una cruzada
y liberar a los pueblos oprimidos, por la opresión, etc. y nos pide nuestra
colaboración.
Y entonces dice San
Ignacio:
¿qué súbdito habría
que no le dijese que sí inmediatamente, qué súbdito habría que ante un rey, un
líder con esa honestidad y esa santidad no le dijese que sí? Pues cuanto más,
dice él, cuanto más si ese rey no es un rey terrenal, sino un rey eternal, es
decir, que es el rey eterno, que es Jesucristo, rey y príncipe de las naciones,
que viene a decir “yo vengo a salvar a todas las naciones, pero os pido ayuda,
os pido ayuda”, pido que colaboréis conmigo en esta tarea de llevar la
salvación a todo el mundo.
Es impresionante,
verle a Dios pedir ayuda, es impresionante. Y ¿cómo Dios nos pide ayuda? Es la
forma, es la pedagogía de Dios; Dios no quiere salvarnos al margen de nuestra
colaboración, sino a través de ella y fijaos, es más Dios por esto que por lo
otros, porque como muchas veces mi habéis oído:
¿qué es más: hacer o
hacer hacer?, todavía es más milagro el “hacer hacer”.
Dios quiere que seamos
instrumentos suyos para la salvación del mundo, nos llama a colaborar con Él, o
sea, se hace el mendigo, “ayúdame”.
Cuentan que había un
mendigo muy pobre que había oído que iba a pasar un príncipe por aquella calle
y entonces, desde primera hora de la mañana, se colocó en el sito más propicio
para poder pedir limosna cuando pasase el cortejo del príncipe y entonces él escuchó
las trompetas, cómo se acercaba el cortijo y llegado el momento, viendo que la
carroza del príncipe no se acercaba hasta él pidió por misericordia piedad y
limosna, y para su sorpresa, el carruaje del príncipe se paró a su altura,
bajaron las escalinatas, el príncipe descendió y su perplejidad llegó al máximo
cuando el príncipe, en lugar de sacar una moneda y entregársela, extendió la
mano como un mendigo el príncipe y al pobre le pidió el príncipe. No saliendo
de su perplejidad introdujo la mano de su zurrón, pues no tenía más que un
puñado de granos de trigo y cogió un grano de trigo de los que tenía y si lo
puso en la mano del príncipe, el príncipe le agradeció el grano di trigo y se
marchó, se había quedado absolutamente desconcertado aquel mendigo.
Y por la noche, cuando
volvió a su casa, y todavía no había encajado lo que había ocurrido, y abrió su
zurrón para alimentarse con los pocos granos de trigo que tenía, comprobó que
había un grano de trigo de oro, o sea el grano de trigo que él había dado al
príncipe estaba allí revertido en oro y si arrepintió de no haberle dado todos
los granos de trigo que tenía porque entonces todos ellos hubieran sido oro y
de haber sido cicatero y de haberle entregado únicamente un grano di trigo.
Este pequeño cuento
nos sirve también para hacer referencia a cómo Dios pide nuestra ayuda,
nosotros somos mendigos y Dios dice:
“sí yo te ayudo, pero
ayúdame a llevar mi salvación a todo el mundo”
Entonces esa generosidad
que pide de nosotros en realidad es un regalo más que una generosidad, es como el
cuento que he contado, en realidad el príncipe pide piro él está regalando y
los granos de trigo que le damos Él nos los revierte convertidos en oro. Pero es
cierto que Dios quiere que seamos partícipes.
Este es el misterio de
la Iglesia, esta es la Iglesia que cuánta gente no entiende la palabra “Iglesia”
y le resulta antipática; hemos llegado a un grado de secularización, de
laicismo, de anticlericalismo, que incluso que la palabra “Iglesia” ha llegado
a resonar como algo antipático, siendo así que la Iglesia es el misterio en el
que Dios ha pedido la ayuda del hombre, ha pedido nuestra colaboración, nuestra
participación en su misterio salvífico.
Luego la Iglesia es un
milagro, por mucho que nuestra cultura haya intentado hacer de ella algo antipático
para la cultura del mundo.
Decía nuestro queridísimo
Juan Pablo II:
“La Iglesia es la
caricia del amor de Dios al mundo, la caricia del amor de Dios al mundo”.
Que no nos roben el
amor a la Iglesia (tendremos a lo largo del Catecismo tiempo para hablar de este
asunto en profundidad).
Pero estamos ahora
haciendo esta primera afirmación: la voluntad salvífica de ese Cristo Rey, que
nos llama, que hace una llamada que quiere que resuene en todo el mundo, que no
haya nadie que se quede fuera de la invitación a este banquete, y que nos dice
“ven, que tú tienes que ser mi altavoz, yo seré la Palabra y tú serás el
altavoz”.
Y nos introduce en ese
misterio, Él viene a nosotros pero también nos introduce en su misterio, que es
el misterio del ofrecimiento de esta salvación al mundo, por eso también el Catecismo
comienza por aquí: y dice mira todo esto que te vamos a explicar, toda esta
doctrina de Revelación, este Evangelio que va a ser expuesto en forma de
Catecismo, es Dios que viene al mundo, se ofrece y también toma a la Iglesia
como instrumento para decirte: “esta es la doctrina de Cristo, esto es lo que
Dios ha querido que conozcamos para acercarnos a su camino de salvación”
Mateo 28, 19-20:
19 Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo.»
Hay, pues, un mandato:
“Id y haced discípulos” eso se hace pues enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado, bautizando en el nombre de Padre, es decir, a través de la
Palabra y a través de los sacramentos, la Iglesia lleva adelante ese mandato de
Jesucristo.
Lo hermoso es
comprobar que Jesús no se dedica únicamente a mandar, a enviarnos sino que al
mismo tiempo hace una promesa de “Yo estaré con vosotros, yo no os envío como
aquel que manda el barco y él se queda en tierra, no, no, no es eso, Jesús se embarca
con nosotros, pide nuestra colaboración, como he dicho antes, pero Él no se queda
afuera, sino que Él abre camino, va por delante en su mandato. Como cuando
nosotros a un hijo le pedimos que colabore ordinando el cuarto pero al mismo tiempo
nosotros también lo estamos ordinando (una cosas así), es el Dios que pide
nuestra ayuda piro que es misericordioso, consciente de nuestras limitaciones y
en todo momento nos acompaña.
Es la promesa de “no
os dejaré solos, yo estaré con vosotros”. Eso también es lo que garantiza no
sólo que podamos hacerlo sino que esta Iglesia está habitada, está habitada por
el Señor, no sólo es de Él (solemos decir “esta Iglesia está fundada por Jesucristo,
la fundó Él), no sólo la fundó sino que la habita, es su morada y por lo tanto,
cuando predicamos, es Él que predica y cuando celebramos es Él el que celebra,
esto es importantísimo para entender.
Por ejemplo, que estamos
aquí hablando del Catecismo de la Iglesia Católica y podemos decir en verdad que
estas cosas que vamos a explicar, pues toda la doctrina cristiana me lo dice el
Señor; uno puede encender la radio, uno puede introducirse en una Iglesia y escuchar
una predicación y puede decir en verdad: “me está hablando Jesucristo, me está
hablando Él, porque yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo, es más, lo de menos es el instrumento, porque con mucha frecuencia, como
dice ese refrán, creo que es un refrán chino, “cuando la mano apunta al cielo, el
necio se queda mirando la mano”, lo de menos es también el instrumento.
Cuántas veces se viene
a decir no si es que en la Iglesia esos que predican son unos pesaos, no se les
entiende nada, no hablan un lenguaje… a mira déjate, si es que aunque sea
tartamudo, si es que lo importante no es la mano, sino a dónde apunta la mano, eso
es lo importante. Podemos decir que esta Iglesia está habitada, habitada por su
Señor, su Señor Jesucristo, y que actuamos con Él, o sea que somos sus cooperadores,
cooperadores suyos. Y por eso termina diciendo este punto:
Fortalecidos con esta misión, los apóstoles "salieron
a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la
Palabra con las señales que la acompañaban"
A mí mi impresiona
mucho esta expresión: “¿Cómo que colaborando el Señor con ellos, será al revés
no, colaborando nosotros con el Señor? Pero es impresionante que también dice
la Palabra de Dios, que es Mc 16, 20 “colaborando el Señor con ellos”, es que
impresionante que el Señor colabore con nosotros, al mismo tiempo que nosotros
colaboramos con Él.
Esto es un compromiso
del Señor con su Iglesia impresionante, pues claro, de aquí que a dónde queda eso
de “Cristo sí, Iglesia no”, mire usted, usted no si ha leído el Evangelio, el
que dice tal cosa no se ha leído el Evangelio, lo dice por influencias ajenas y
externas al Evangelio.
Colaborando el Señor
con ellos, obviamente nosotros somos los que colaboramos con el Señor pero
hasta tal punto llega su compromiso con nosotros que llega a decir: “yo
colaboraré contigo”, como si nosotros fuéramos el agente principal, en absoluto
somos nosotros el agente principal, es Él, pero en su humildad hasta llega a decir
esa palabra. Este es el punto de partida.
Punto 3:
Quienes con la ayuda
de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a
ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por
todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles
ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son
llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe,
viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la
oración (cf. Hch 2,42).
La afirmación primera:
quien ha acogido esta llamada di Cristo. Esa petición de ayuda, “oye: necesito
ayuda, necesito tus manos para bendecir, necesito tus pies para caminar,
necesito tu corazón para amar, necesito tus labios para predicar, etc.”
Quien ha acogido esa
llamada, que es el misterio de la Iglesia y ha respondido libremente a ella, está
urgido por el amor de Dios, se siente urgido por el amor di Dios.
No sé si recordáis un
texto que hay de la segunda carta de los Corintos, capítulo 5, versículo 14:
“Porque nos apremia el
amor de Cristo (otros traducciones dicen “nos urge el amor de Cristo), nos
apremia, nos urge al considerar que si uno murió por todos, todos murieron y
Cristo murió por todos para que los viven no vivan para sí, sino para el que
murió y resucitó por ellos”.
Es decir, el que se da
cuenta de lo grande que es esto, el que tiene la gracia de acoger este llamamiento
y darse cuenta lo que es esa llamada de Dios y responde libremente, pues entonces
es que el amor di Dios es el que le empuja, es decir, la generosidad en la
respuesta suele ser proporcional a la conciencia de la gracia, a la conciencia
de la gratuidad: gratis lo habéis recibido, dadlo gratis.
Cuanto más conciencia
tengas de la gratuidad, pues entonces tú no te lo puedes quedar sólo para ti tienes
que compartirlo. Si no tienes una necesidad grande de hacer apostolado, de llevar
el Evangelio a todo el mundo, si no tienes ese sentido misionero grande en tu
corazón, es señal de que no te has enterado del regalo que te han dado o que te
piensas que es como si tú fuese debido, como si tú tuvieras derecho a ello, pero
¿cómo que derecho se eso es un regalo absolutamente desproporcionado?
Decía San Bernardo que
es un vicio abominable la ingratitud, o sea, que nosotros digamos “Cristo
entregó su vida por nosotros y subió a la Cruz para perdonar nuestros pecados,
que escuchemos todo eso y luego digamos, ala, vuelvo a mis egoísmos”.
Pero hombre, tú tienes
que abrir los horizontes de tu vida después de haber acogido ese mensaje. Tú ya
no puedes vivir únicamente para ti mismo, tú tienes que vivir para Cristo y ser
su servidor después de haber escuchado eso.
La gratitud es la
memoria del corazón, también el corazón tiene memoria, el que ama tiene que
acordarse siempre de cómo ha sido amado. Esto es muy importante.
Aquí, si hay pocos
apóstoles es porque somos muy ingratos al amor de Dios, como que no hemos terminado
de enterar de lo que Dios ha hecho por nosotros y del regalo inmerecido. Esta
palabra yo la subrayaría al máximo, lo de la “gratuidad”, ese Evangelio puro, el
Evangelio habla de cómo el perdón de Dios es gratuito, etc.
En realidad, los pecados
no les son perdonados sino a quien cree de verdad que le son perdonados
gratuitamente, en realidad, únicamente comprendemos el amor de Dios si nos
damos cuenta que es un amor gratuito, es que de lo contrario, no nos hemos dado
cuenta.
Entonces, hay que decir
que ¿cómo se mide esto, si nos hemos enterado de verdad que algo ha sido
gratuito? Pues se mide por nuestra respuesta, pues de la gratuidad lógicamente
viene una respuesta, si no, uno sería un jeta que dijese pues todo se lo dan
gratis; como cuando éramos pequeños que nos preguntaban “¿qué se dice?”, pues
“muchas gracias” y alguno dice “muchas veces”, en lugar de decir, “muchas
gracias”.
Pues no, tenemos que estar
acostumbrados a tener una sensibilidad de amor; NOS URGE EL AMOR DE CRISTO. Y entended
además que la palabra “urgir, apremiar” pues también puede ser un poco antipática
porque somos muy celosos de nuestra libertad, de que nadie me obligue, nadie me
no sé que, a pero es que el amor apremia, es la gratitud la que nos lleva a, no
es una obligación externa y ajena, en el fondo es el amor de Dios acogido el que
me lleva a responder (pausa).
Estamos explicando este
aspecto que dice: “Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de
Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten urgidos, se sienten apremiados
por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva”.
Estaba yo diciendo que
la palabra “obligación” es una palabra que hoy en día suscita muchas resistencias.
Yo las cosas no las quiero hacer por obligación.
Entendamos la palabra,
cuando aquí san Pablo dice:
“a mi me obliga el
amor de Cristo, a mí me urge, a mí me apremia”,
No quiere decir que
“obligación” sea coartar nuestra libertad, quiere decir que es por amor, que el
amor también apremia, el amor apremia, es por convicción, o sea, la obligación
no es contraria a la convicción, yo estoy plenamente convencido y entonces tengo
que ser fiel a mi conciencia y por lo tanto, más allá de mi apetencia, tengo que
seguir a mi conciencia.
Lo que pasa es que hoy
en día cuando se dice “yo las cosas no quiero hacerlas por obligación, quiero
hacerlas por sentimiento” eso es por apetencia, distingamos las cosas.
Nosotros cuando decimos
que funcionamos por convicción, hay veces que tus convicciones te llevan a
obrar teniendo que forzar tu apetencia, yo por convicción sé tengo que trabajar
y no me apetece nada trabajar pero mi convicción es que tengo que trabajar para
ganar el sustento para mis hijos, esto y esto y esto.
Entonces, ¿qué es lo
contrario de obligación? lo contrario de obligación es apetencia, es funcionar
sencillamente por nuestros altibajos, nuestros estados anímicos. Entonces, hoy en
día, cuando se cuestiona esta palabra de que yo no quiero actuar por obligaciones,
a veces solemos ser víctimas de lo que nos apetezca o de lo que socialmente se
nos pida o de lo que socialmente esté bien visto sea políticamente correcto o
no sea políticamente correcto.
De aquí cuando dice
San Buenaventura que
“la conciencia es como
un heraldo de Dios y su mensajero y lo que la conciencia nos dice no lo manda
por sí misma, sino que lo manda venido de Dios, igual que un heraldo cuando
proclama el edicto del rey”.
Y de ello deriva el
hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar. Cuando la conciencia nos
dice algo, es como si fuese un enviado, un heraldo, un enviado del rey. Eso no
va contra nuestra libertad, todo lo contrario, es ejercer bien nuestra libertad,
ejercerla bien.
Luego Jesús nos mandó:
“Id por todo el mundo, proclamad el Evangelio”. Y eso responde a la llamada que
tenemos de la conciencia por esa convicción y porque en el fondo es Cristo quien
nos llama a través de ella.
Y luego tenemos una
conciencia: este tiempo, esta vida que Dios me ha dado es un don, el tiempo es
un don de Dios, es una interpelación de su amor a nuestra libre respuesta; es
importante que seamos avaros con el tiempo, no perder el tiempo, que no se te
escape la vida, que no entierres los talentos, que no los entierres, para emplearlos
bien, para emplear bien tu tiempo, tu vida, con la intensidad in el obrar, con
la intensidad en el descansar, en el amar, en el sufrir.
O sea, este tiempo,
esta vida es una perla preciosa, es la fase experimental de la vida eterna, con
lo cual vamos a tomarnos en serio la llamada que Cristo nos ha hecho de
colaborar con Él, de llevar el Evangelio a todas las naciones. Nos urge, nos
apremia, nos empuja el amor de Cristo. Esa es la gran llamada que nos hace la
Iglesia al comenzar el Catecismo para que seamos evangelizadores.
Bueno y termina diciendo:
Este tesoro recibido
de los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles
de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando
la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la
oración.
Lo primero es que aquí
habla de un tesoro, un tesoro que es una joya, es la buena noticia, la buena
nueva, la buena nueva de Jesucristo, el Evangelio y la Tradición de la Iglesia
desde la que hemos recibido e interpretado el Evangelio.
El Evangelio no se lee
solo aislado, no es un papel, un texto puesto en un papel sino que el Evangelio
se le en una Tradición. Los católicos decimos que la fuente de la Revelación es
la Palabra de Dios y es la Tradición. Nosotros no leemos la Palabra de Dios, el
Evangelio, fuera de la Tradición; por eso la Tradición de la Iglesia nos ayuda
a interpretar lo que quiere decir el Evangelio.
No lo interpretamos libremente, por libre
subjetivamente, no, lo interpretamos en la Tradición de la Iglesia.
Bueno, pues esto es un
tesoro, esto es una joya que se ha transmitido fielmente por los sucesores de
los Apóstoles que son los Obispos y el ministerio apostólico de la Iglesia,
ministerio apostólico se le llama a ese quehacer de los Apóstoles que lo continúan
los Obispos, el ministerio apostólico ha consistido en guardar ese Depósito de
la Fe, lo que Jesucristo nos enseñó, enseñarlo así, predicarlo, celebrar los
sacramentos, ese es el ministerio apostólico.
Entonces, también este
es un aspecto muy incomprendido en nuestra cultura, pues nuestra cultura que
suele hacer del Modernismo pues una especie de bandera, cuando ve que los
obispos intentan guardar y ser fieles a un depósito de la fe, pues enseguida
dicen es que están fuera del mundo y no se adaptan a este mundo: oiga, mire usted,
cuando un obispo está defendiendo por ejemplo el principio de la vida y la
defensa de los inocentes, se está hablando de la dignidad de la vida desde el
momento de su concepción, y está hablando de la dignidad de un ser humano en su
fase embrionaria, en su fase de feto, etc
La Iglesia está
preservando un depósito aunque lo predique en un tiempo en el que eso caiga bien,
caiga mal, caiga como sea. Nosotros no podemos supeditar ese depósito de la fe
que tenemos que transmitir fielmente aunque en una época sea políticamente correcto
o incorrecto, es otro tema. Es un tesoro que tenemos que guardar fielmente. El
depósito de la fe.
Por ejemplo que
nosotros hablemos de la virginidad de la Virgen María, la concepción virginal
de Jesucristo, tantas cosas que están por encima de los tiempos y los lugares y
que en momentos determinados pueden llegar a ser ridiculizada, pero estamos
llamados a ser fieles en ello.
Y dice que no solamente
los Apóstoles y los Obispos sino
Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de
generación en generación,
Y es bueno que tú ti
digas: “si nos va a predicar el Catecismo, ¿yo me doy cuenta de que este Catecismo
que me va a ser predicado ha sido transmitido de generación en generación en la
historia de mi familia? y que esto es como una carrera del relevo, en el que la
entrega del testigo se hace después de haber corrido, he corrido bien mi
carrera, he llegado a la meta y ahora te entrego a ti el testigo, y mis
antepasados han tenido páginas heroicas para poder mantener el testigo firmemente
agarrado en sus manos y que no se les caiga y nadie se los arrebate, han
corrido carreras a veces muy duras, en medio de la pobreza, en medio de
situaciones difíciles en las que han confiado en Dios, en medio de
persecuciones, en medio de tiempos martiriales, acordaos,
Por ejemplo, las persecuciones
religiosas que ha habido en la historia de España y a lo largo de tantos
siglos; ¿qué sería de nuestros antepasados en el momento de las invasiones
musulmanas? ¿cómo ellos, muchas veces los cristianos en aquellos tiempos, eran
penalizados por ser cristianos y tenían que pagar más impuestos que los que se
hacían musulmanes y entonces ellos eran penalizados en el momento de aquella
invasión musulmana y sin embargo, se mantenían fieles y aunque fuesen cristianos
de segunda durante varios siglos. Y nuestra fe es fruto de esa carrera. A nosotros
nos han entregado el testigo de la fe y cuando lo cojamos en la mano lo tenemos
que besar con unción; y tenemos que decir, oye esto que yo he recibido es fruto
de muchas lágrimas y de muchas gotas de sangre, agarra bien el testigo de la fe,
corre bien tu carrera, esfuérzate en entregarlo.
Yo sé también que
muchos oyentes pueden estar pensando si yo también estoy sufriendo porque
cuando intento pasar el testigo a las próximas generaciones, a mis hijos, a mis
nietos, pues no quieren cogerle en la mano, se les cae al suelo el testigo en
la carrera de relevos.
Bien, todavía no ha terminado
la carrera, continuemos corriendo en ella. Pero es la conciencia de que la predicación
que llevamos entre manos es un tesoro y que por ello tenemos que dar la vida;
damos por ello la vida porque Cristo dio la vida por nosotros, luego así, con
la misma moneda tenemos que responder.
Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de
generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna
y celebrándola en la liturgia y en la oración.
Fijaos qué tres aspectos:
anuncio (¿cómo se hace esto?
-Anunciando,
-viviéndola en la
comunión fraterna y
-celebrándola en la
liturgia y en la oración.
Se pide de nosotros,
pues, que prediquemos con la vida, con nuestro ejemplo, pero que también que
prediquemos con nuestros labios y que celebremos lo que hemos predicado. Los
tres aspectos que hay que conjugarlos: anuncio, porque todos tenemos que ser
catequistas, pero la Iglesia te dice: tú estás llamado, además de ser catequizado,
a ser catequista, lógicamente eso para ti será una gran llamada a que vivas en
coherencia con lo que explicas, hay personas que tienen miedo a ser catequistas
porque dicen claro, luego me van a pedir una coherencia con lo que digo y
claro, voy a quedar al descubierto en montones de cosas; casi prefiero no ser
catequista porque claro luego me van a decir: “y tú ¿cómo es posible que?”.
No os podéis imaginar
pues hasta qué punto, lo digo por la experiencia de mi propia vida, pues cuando
uno recibe la vocación al sacerdocio se da cuenta que aparte de lo que pueda ser
como instrumento de Cristo para predicar a los demás, qué gran regalo te hace
Dios a ti, porque obviamente, tú tienes una obligación especial de vivir como se
espera de un sacerdote y entonces dices oye no puedo vivir de esa manera porque
de un sacerdote no se espera eso y entonces te das cuenta con el paso de los
años que Dios te ha preservado de muchos males y muchos peligros, haciéndote
sacerdote.
Por eso el ser catequista,
porque todos los cristianos tenemos que ser catequistas de una forma o de otra
forma, también te exige vivir en coherencia y eso lejos de ser algo de lo que
tienes que huir, tienes que decir, pero si es un regalo, el que yo tenga
también algo que me urja, que me apremie, a vivir en coherencia con lo que estoy
predicando y a celebrarlo en la comunión de la Iglesia, a celebrarlo en la
liturgia y en la oración.
Por lo tanto, terminamos
esta primera introducción al Catecismo de estos tres primeros puntos que tienen
como título los tres: “La vida del hombre: conocer, amar a Dios.
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