viernes, 27 de marzo de 2020

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA - Domingo V de cuaresma - Conferencia Episcopal Argentina


CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA
Celebración familiar para el V Domingo de Cuaresma
29 de Marzo de 2020

Preparar antes de la celebración:
- Un lugar cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se proclamará el Evangelio.


Iniciamos la celebración
Una vez reunida la familia en torno a la Palabra de Dios, el adulto que guía la celebración (G) comienza diciendo:

G: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Familia, bendigamos al Señor, que en su bondad nos invita a compartir la mesa de su Palabra.

Todos responden: Bendito sea Dios, por los siglos.

Y continúa: Todos nosotros queremos crecer como cristianos y vivir el Evangelio, pero no siempre nuestras palabras, sentimientos, obras y pensamientos son buenos. Por eso, reconozcamos ahora la misericordia infinita que en la cruz nos perdonó.


Tú, que has cargado sobre ti nuestros sufrimientos y has llevado nuestros dolores: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.

Tú, que en tu bondad hacia todos has pasado haciendo el bien y sanando a los enfermos: Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.

Tú, que has dicho a tus apóstoles que impongan las manos sobre los enfermos: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Todos: Amén.

Escuchamos la Palabra

Habiendo marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo: Juan 11, 1-45. También se puede proclamar la versión más breve del evangelio: Juan 11, 1. 7. 20-27. 33b-45. Esta versión breve es la que transcribimos aquí abajo distribuyendo los personajes entre los distintos miembros de la familia.

Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
Lector 1: Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús:

Lector 2: «Señor, el que tú amas, está enfermo».

Lector 1: Al oír esto, Jesús dijo:

Jesús: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Lector 1: Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos:

Jesús: «Volvamos a Judea».

Lector 1: Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús:

Lector 2: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».

Lector 1: Jesús le dijo:

Jesús: «Tu hermano resucitará».

Lector 1: Marta le respondió:

Lector 2: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».

Lector 1: Jesús le dijo:

Jesús: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?».

Lector 1: Ella le respondió:

Lector 2: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».

Lector 1: Jesús, conmovido y turbado, preguntó:

Jesús: « ¿Dónde lo pusieron?».

Lector 1: Le respondieron:

Lector 2: «Ven, Señor, y lo verás».

Lector 1: Y Jesús lloró. Los judíos dijeron:

Lector 2: « ¡Cómo lo amaba!».

Lector 1: Pero algunos decían:

Lector 2: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?».

Lector 1: Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:

Jesús: «Quiten la piedra».

Lector 1: Marta, la hermana del difunto, le respondió:

Lector 2: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».

Lector 1: Jesús le dijo:

Jesús: « ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?».

Lector 1: Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:

Jesús: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Lector 1: Después de decir esto, gritó con voz fuerte:

Jesús: « ¡Lázaro, ven afuera!».

Lector 1: El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo: Jesús: «Desátenlo para que pueda caminar».

Lector 1: Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

Palabra del Señor

Reflexionamos en familia
Se puede hacer una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia. Además, puede leerse la siguiente reflexión:

La cuestión que hoy nos podemos plantear es la siguiente: ¿De qué se murió Lázaro?
La lectura del evangelio del domingo pasado nos hablaba del ciego de nacimiento y nos hacía pensar que el ciego no lo era sólo en el sentido físico sino que tampoco podía ver la verdad que es Jesús. Entonces hoy podríamos pensar que la muerte que afecta a Lázaro es también algo diferente de la muerte física.
Lázaro, se dice al principio de la lectura, está enfermo. Pero, para Jesús, esa enfermedad no terminará en muerte sino que servirá para dar gloria a Dios. Como la enfermedad del ciego del domingo pasado, cuando Jesús también dirá que es “para que se manifieste la Gloria de Dios”. Ahí está la clave del mensaje de Jesús para nosotros: no estamos enfermos de muerte. O mejor dicho, la muerte no es mortal necesariamente. Sobre todo cuando Jesús está por medio. Entonces se impone una fuerza mayor, una fuerza más fuerte que la muerte, una fuerza capaz de decir “Quiten la piedra” a pesar del hedor del que lleva cuatro días enterrado, una fuerza capaz de gritar “Lázaro, ven afuera”. Es la fuerza de Jesús, el que dice de sí mismo: “yo soy la resurrección y la vida”.
Necesitamos leer con atención este relato y dejar que sus palabras, las de Jesús, nos lleguen al corazón. Sabemos que ante cualquier dolor, enfermedad o cruz, sólo él puede darnos nueva vida. Y, pensemos en algo: más allá de lo que nos toca vivir en este tiempo de pandemia, de virus que ataca a todos por igual; también debemos ser muy conscientes de que el orgullo, la envidia, el individualismo, el desprecio, y tantos otros “virus espirituales” afectan a nuestro ser y nos van matando poco a poco. Después de tantos años de ciencia e investigación, todavía no tenemos unas medicinas que curen de verdad esas enfermedades, que nos matan en vida. Terminamos viviendo una muerte-vida que no lleva a ningún lugar. Nos enroscamos en nosotros mismos y nos alejamos del que es la fuente de la vida.
Jesús nos invita a salir de la cueva, de la fosa, en que nos hemos metido nosotros mismos. Nos invita a reconocer que no tenemos fuerzas para salir nosotros solos. Nos tiende la mano y nos saca a la luz –también dijo “Yo soy la luz del mundo” (Jn 12,1)–. Y aunque al principio no podemos caminar bien porque las vendas nos lo impiden, enseguida descubrimos, si nos atrevemos a salir, que él, Jesús, es el sol que más calienta, que da gusto estar a su lado, que es el pan que da la vida, que él es la vid y nosotros los sarmientos. Dicho de otra manera, que Jesús es la Vida con mayúscula, la Vida-Viva.
Quizá una buena forma de curarnos de esos virus interiores, será levantar la mirada y ver a tantos hermanos que necesitan muchas veces lo básico para vivir dignamente. Y más aún en estos días, en que muchas familias no consiguen hacer una cuarentena adecuada, ni un aislamiento seguro; porque viven en el hacinamiento y la pobreza; porque no reciben el dinero diario de la “changa” que hacían; porque no logran abastecerse de alimentos para estar en casa, etc. Miremos y sanemos nuestro virus interior, siendo solidarios y estando atentos en el modo de ayudar.
Confiemos en que Jesús lleva a cumplimiento la antigua promesa de sacar al pueblo de sus “sepulcros” y de darnos una “tierra” donde vivir para siempre. En Jesús vivimos ya según el Espíritu. La fuerza del pecado que nos mata ya no puede nada contra nosotros. Jesús es el vencedor del pecado y de la muerte.

Confesamos nuestra fe

G: En estos momentos que vivimos frente a la pandemia, nosotros podemos sentirnos también un poco angustiados y con cierto temor. Jesús una vez más, se nos acerca, el que es la “Resurrección y la Vida”, nos ayuda a superar esos miedos. La fe nos da vida. Digámosle a Jesús como Marta: «Creo, Señor»

Alguno de los presentes va proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.

Lector:
En Dios Padre, creador del cielo y de la tierra…

Todos: «Creo, Señor»

Lector:
En Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen…

Todos: «Creo, Señor»

Lector:
En Jesucristo, que padeció bajo el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…

Todos: «Creo, Señor»

Lector:
En Jesucristo, que subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…

Todos: «Creo, Señor»

Lector:
En el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna…

Todos: «Creo, Señor»

Presentemos nuestra oración

G: El Señor Jesús nos ha revelado al Padre como amor sin medida. Por eso, elevemos a él nuestras oraciones, que escuchará con amor. Digamos: «Escúchanos, Señor»

Alguno de los presentes va proponiendo las intenciones para presentar al Señor.

Lector:
· Para que sepamos encontrar en Jesús, que es la “Resurrección y la Vida”, la fuerza, la esperanza y la alegría que necesitamos especialmente para este tiempo. Oremos.

· Para que aquellos que gobiernan las naciones sepan discernir los mejores caminos para promover la dignidad de cada hombre, especialmente de los más pobres y necesitados, en este tiempo de crisis en el cual la tentación del descarte se hace sentir. Oremos.

· Por todos aquellos que son golpeados por el virus y por cualquier enfermedad, para que encuentren consuelo en la Palabra del Evangelio, comprensión y oración de nuestra parte y, en la cercanía cordial del personal médico, un signo del amor de Dios. Oremos.

· Por nosotros, para que, aunque no podamos participar por ahora de la Eucaristía, sigamos esparciendo las semillas de la Palabra entre nosotros y entre aquellos con quienes nos comuniquemos. Oremos.

Quien lo desee, puede agregar intenciones.

Después, quien anima la oración, dice:
Concluyamos nuestra celebración en familia, diciendo juntos la oración que Jesús enseñó a los apóstoles: Padre Nuestro…

G: Oremos.
Dios de vida:
Tú quieres que vivamos y seamos felices.
Tu Hijo Jesús nos asegura:
“Yo soy la Resurrección y la Vida”.
No permitas que tu Vida muera en nosotros.
Haz que salgamos de nuestras tumbas de pecado,
de nuestra mediocridad y de nuestros temores.
Que la vida triunfe en nosotros,
aun en nuestras pruebas e incertidumbres,
y haz que nuestra esperanza sea contagiosa para otros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la bendición de Dios, y santiguándose, dice:

El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.

O bien:

Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y misericordioso,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y todos responden:
Amén.

Una vez que se ha pedido la bendición de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones, preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.

                   Invocación del Papa Francisco a San José


Protege, Santo Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los responsables del bien común,
para que ellos sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les confía su responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar físico de los hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios, enfermeros, médicos,
que están a la vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de su propia seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia:
a partir de sus ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias:
con tu silencio de oración, construye armonía entre padres e hijos,
 especialmente en los más pequeños.
Preserva a los ancianos de la soledad:
asegura que ninguno sea dejado en la desesperación
por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles,
alienta a los que flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor
que libere al mundo de cualquier forma de pandemia.
Amén.

Invocación a la protección de
San José Gabriel del Rosario Brochero


Señor, de quien procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a San José Gabriel del Rosario,
por su celo misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y entregada;
concede con su intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén



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