CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA
Celebración familiar para el V Domingo de Cuaresma
29 de Marzo de 2020
Preparar antes de la celebración:
- Un lugar
cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño
altar con los elementos que a la familia le son significativos: un mantel, una
vela encendida, una cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia
desde la cual se proclamará el Evangelio.
Iniciamos la celebración
Una vez reunida la familia en torno a la Palabra de Dios, el
adulto que guía la celebración (G) comienza diciendo:
G: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén. Familia, bendigamos al Señor, que en su bondad nos invita a compartir la
mesa de su Palabra.
Todos responden: Bendito sea Dios, por los siglos.
Y continúa: Todos nosotros queremos crecer como cristianos y vivir el
Evangelio, pero no siempre nuestras palabras, sentimientos, obras y
pensamientos son buenos. Por eso, reconozcamos ahora la misericordia infinita
que en la cruz nos perdonó.
Tú, que has cargado
sobre ti nuestros sufrimientos y has llevado nuestros dolores: Señor, ten
piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Tú, que en tu bondad
hacia todos has pasado haciendo el bien y sanando a los enfermos: Cristo, ten
piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
Tú, que has dicho a
tus apóstoles que impongan las manos sobre los enfermos: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.
Todos: Amén.
Escuchamos la Palabra
Habiendo
marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien
toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo: Juan
11, 1-45. También se puede proclamar la versión más breve del evangelio: Juan
11, 1. 7. 20-27. 33b-45. Esta versión breve es la que transcribimos aquí abajo
distribuyendo los personajes entre los distintos miembros de la familia.
Del Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan
Lector 1: Había un hombre enfermo, Lázaro de
Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que
derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano
Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús:
Lector 2: «Señor, el que tú amas, está enfermo».
Lector 1: Al oír esto, Jesús dijo:
Jesús: «Esta enfermedad no es mortal; es para
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Lector 1: Jesús quería mucho a Marta, a su hermana
y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó
dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos:
Jesús: «Volvamos a Judea».
Lector 1: Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta
salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús:
Lector 2: «Señor, si hubieras estado aquí, mi
hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo
que le pidas».
Lector 1: Jesús le dijo:
Jesús: «Tu hermano resucitará».
Lector 1: Marta le respondió:
Lector 2: «Sé que resucitará en la resurrección del
último día».
Lector 1: Jesús le dijo:
Jesús: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que
cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá
jamás. ¿Crees esto?».
Lector 1: Ella le respondió:
Lector 2: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
Lector 1: Jesús, conmovido y turbado, preguntó:
Jesús: « ¿Dónde lo pusieron?».
Lector 1: Le respondieron:
Lector 2: «Ven, Señor, y lo verás».
Lector 1: Y Jesús lloró. Los judíos dijeron:
Lector 2: « ¡Cómo lo amaba!».
Lector 1: Pero algunos decían:
Lector 2: «Este que abrió los ojos del ciego de
nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?».
Lector 1: Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al
sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:
Jesús: «Quiten la piedra».
Lector 1: Marta, la hermana del difunto, le respondió:
Lector 2: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días
que está muerto».
Lector 1: Jesús le dijo:
Jesús: « ¿No te he dicho que si crees, verás la
gloria de Dios?».
Lector 1: Entonces quitaron la piedra, y Jesús,
levantando los ojos al cielo, dijo:
Jesús: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo
sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que
crean que tú me has enviado».
Lector 1: Después de decir esto, gritó con voz
fuerte:
Jesús: « ¡Lázaro, ven afuera!».
Lector 1: El muerto salió con los pies y las manos
atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: Jesús: «Desátenlo para que pueda
caminar».
Lector 1: Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los
judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Palabra del Señor
Reflexionamos en familia
Se puede hacer
una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia.
Además, puede leerse la siguiente reflexión:
La cuestión que hoy
nos podemos plantear es la siguiente: ¿De qué se murió Lázaro?
La lectura del
evangelio del domingo pasado nos hablaba del ciego de nacimiento y nos hacía
pensar que el ciego no lo era sólo en el sentido físico sino que tampoco podía
ver la verdad que es Jesús. Entonces hoy podríamos pensar que la muerte que
afecta a Lázaro es también algo diferente de la muerte física.
Lázaro, se dice al
principio de la lectura, está enfermo. Pero, para Jesús, esa enfermedad no
terminará en muerte sino que servirá para dar gloria a Dios. Como la enfermedad
del ciego del domingo pasado, cuando Jesús también dirá que es “para que se
manifieste la Gloria de Dios”. Ahí está la clave del mensaje de Jesús para
nosotros: no estamos enfermos de muerte. O mejor dicho, la muerte no es mortal
necesariamente. Sobre todo cuando Jesús está por medio. Entonces se impone una
fuerza mayor, una fuerza más fuerte que la muerte, una fuerza capaz de decir
“Quiten la piedra” a pesar del hedor del que lleva cuatro días enterrado, una
fuerza capaz de gritar “Lázaro, ven afuera”. Es la fuerza de Jesús, el que dice
de sí mismo: “yo soy la resurrección y la vida”.
Necesitamos leer con
atención este relato y dejar que sus palabras, las de Jesús, nos lleguen al
corazón. Sabemos que ante cualquier dolor, enfermedad o cruz, sólo él puede
darnos nueva vida. Y, pensemos en algo: más allá de lo que nos toca vivir en
este tiempo de pandemia, de virus que ataca a todos por igual; también debemos
ser muy conscientes de que el orgullo, la envidia, el individualismo, el
desprecio, y tantos otros “virus espirituales” afectan a nuestro ser y nos van
matando poco a poco. Después de tantos años de ciencia e investigación, todavía
no tenemos unas medicinas que curen de verdad esas enfermedades, que nos matan
en vida. Terminamos viviendo una muerte-vida que no lleva a ningún lugar. Nos
enroscamos en nosotros mismos y nos alejamos del que es la fuente de la vida.
Jesús nos invita a
salir de la cueva, de la fosa, en que nos hemos metido nosotros mismos. Nos
invita a reconocer que no tenemos fuerzas para salir nosotros solos. Nos tiende
la mano y nos saca a la luz –también dijo “Yo soy la luz del mundo” (Jn 12,1)–.
Y aunque al principio no podemos caminar bien porque las vendas nos lo impiden,
enseguida descubrimos, si nos atrevemos a salir, que él, Jesús, es el sol que
más calienta, que da gusto estar a su lado, que es el pan que da la vida, que
él es la vid y nosotros los sarmientos. Dicho de otra manera, que Jesús es la
Vida con mayúscula, la Vida-Viva.
Quizá una buena forma
de curarnos de esos virus interiores, será levantar la mirada y ver a tantos
hermanos que necesitan muchas veces lo básico para vivir dignamente. Y más aún
en estos días, en que muchas familias no consiguen hacer una cuarentena
adecuada, ni un aislamiento seguro; porque viven en el hacinamiento y la
pobreza; porque no reciben el dinero diario de la “changa” que hacían; porque
no logran abastecerse de alimentos para estar en casa, etc. Miremos y sanemos
nuestro virus interior, siendo solidarios y estando atentos en el modo de
ayudar.
Confiemos en que Jesús
lleva a cumplimiento la antigua promesa de sacar al pueblo de sus “sepulcros” y
de darnos una “tierra” donde vivir para siempre. En Jesús vivimos ya según el
Espíritu. La fuerza del pecado que nos mata ya no puede nada contra nosotros.
Jesús es el vencedor del pecado y de la muerte.
Confesamos nuestra fe
G: En estos momentos que vivimos frente a la
pandemia, nosotros podemos sentirnos también un poco angustiados y con cierto
temor. Jesús una vez más, se nos acerca, el que es la “Resurrección y la Vida”,
nos ayuda a superar esos miedos. La fe nos da vida. Digámosle a Jesús como
Marta: «Creo, Señor»
Alguno de los
presentes va proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.
Lector:
En Dios Padre, creador del cielo y de
la tierra…
Todos: «Creo, Señor»
Lector:
En Jesucristo, su único Hijo, nuestro
Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa
María Virgen…
Todos: «Creo, Señor»
Lector:
En Jesucristo, que padeció bajo el
poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…
Todos: «Creo, Señor»
Lector:
En Jesucristo, que subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde allí ha de
venir a juzgar a vivos y muertos…
Todos: «Creo, Señor»
Lector:
En el Espíritu Santo, la santa
Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la
resurrección de la carne y la vida eterna…
Todos: «Creo, Señor»
Presentemos nuestra oración
G: El Señor Jesús nos ha
revelado al Padre como amor sin medida. Por eso, elevemos a él nuestras
oraciones, que escuchará con amor. Digamos: «Escúchanos, Señor»
Alguno de los
presentes va proponiendo las intenciones para presentar al Señor.
Lector:
· Para que sepamos
encontrar en Jesús, que es la “Resurrección y la Vida”, la fuerza, la esperanza
y la alegría que necesitamos especialmente para este tiempo. Oremos.
· Para que aquellos que
gobiernan las naciones sepan discernir los mejores caminos para promover la
dignidad de cada hombre, especialmente de los más pobres y necesitados, en este
tiempo de crisis en el cual la tentación del descarte se hace sentir. Oremos.
· Por todos aquellos
que son golpeados por el virus y por cualquier enfermedad, para que encuentren
consuelo en la Palabra del Evangelio, comprensión y oración de nuestra parte y,
en la cercanía cordial del personal médico, un signo del amor de Dios. Oremos.
· Por nosotros, para
que, aunque no podamos participar por ahora de la Eucaristía, sigamos
esparciendo las semillas de la Palabra entre nosotros y entre aquellos con
quienes nos comuniquemos. Oremos.
Quien lo
desee, puede agregar intenciones.
Después, quien
anima la oración, dice:
Concluyamos nuestra celebración en familia,
diciendo juntos la oración que Jesús enseñó a los apóstoles: Padre Nuestro…
G: Oremos.
Dios de vida:
Tú quieres que vivamos y seamos felices.
Tu Hijo Jesús nos asegura:
“Yo soy la Resurrección y la Vida”.
No permitas que tu Vida muera en nosotros.
Haz que salgamos de nuestras tumbas de pecado,
de nuestra mediocridad y de nuestros temores.
Que la vida triunfe en nosotros,
aun en nuestras pruebas e incertidumbres,
y haz que nuestra esperanza sea contagiosa para
otros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Pedimos a Dios su
bendición
Quien anima la oración, invocando la
bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
O bien:
Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y
misericordioso,
el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Y todos responden:
Amén.
Una vez que se ha pedido la bendición
de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones,
preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.
Invocación del Papa Francisco a San José
Protege, Santo Custodio, este país
nuestro.
Ilumina a los responsables del bien
común,
para que ellos sepan - como tú -
cuidar a las personas
a quienes se les confía su
responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a
quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar físico de los
hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los
necesitados: l
os voluntarios, enfermeros, médicos,
que están a la vanguardia del
tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de su propia
seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia:
a partir de sus ministros,
conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias:
con tu silencio de oración, construye
armonía entre padres e hijos,
especialmente en los más
pequeños.
Preserva a los ancianos de la
soledad:
asegura que ninguno sea dejado en la
desesperación
por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles,
alienta a los que flaquean, intercede
por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor
que libere al mundo de cualquier
forma de pandemia.
Amén.
Invocación a la
protección de
San José Gabriel
del Rosario Brochero
Señor, de quien procede todo don
perfecto,
Tú esclareciste a San José Gabriel
del Rosario,
por su celo misionero, su predicación
evangélica
y su vida pobre y entregada;
concede con su intercesión, la gracia
que te pedimos:
por su entrega en la asistencia de
los enfermos y moribundos
de la epidemia de cólera que azotó a
la ciudad de Córdoba,
te pedimos por nuestra Patria y el
mundo entero,
líbranos de la actual pandemia y de
todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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